Dónde vas abuelo

Page 1

¿Dónde vas abuelo? Escrito por Oscar M. Barreno Ilustraciones de Paola Paolucci





¿Dónde vas abuelo? Escrito por Oscar M. Barreno Ilustraciones de Paola Paolucci



A Juan. Y a mi sobrino Mario.


Juanito era el hijo preferido de papá. Mamá también lo quería mucho. Pero de quien en verdad era su ojito derecho era de su abuelo. Luis, que así se llamaba su abuelo, siempre le sacaba de paseo, y le compraba las mejores chuches cuando, los sábados, iban a jugar al parque.



Tanto era así que Juanito no entendía la vida sin su abuelo. Él sabía que otros niños no tenían abuelos, y era consciente de que, tarde o temprano, a él le pasaría lo mismo. Pero no prestaba demasiada atención a estos pensamientos, porque, tan feliz como era, no podía ver la vida de otra manera.



Ahora bien, aunque uno no quiera que las cosas pasen, estas vienen a suceder sin preguntarnos siquiera si estamos de acuerdo o no. Y esto es lo que pasó un mal día. Luis, el queridísimo abuelo de Juanito, se encontró mal.



-¿Qué te pasa, abuelo? -le preguntó Juanito muy de mañana. -No lo sé. Me duele el pecho, y el brazo, y tengo un agudo dolor de cabeza. -Te llevaremos al médico -reaccionó el papá de Juanito.



Luis no quería ir, porque pensaba que su malestar sería la consecuencia de alguna tontería. Pero Olga, la mamá de Juanito, y la hija de Luis, insistió. -No, papá, te llevaremos ahora mismo. Olga cogió el coche, montó a Luis en él, y se dirigió rumbo a la clínica.


Y no pudo negarse a que Juanito también los acompañara, pues este había empezado a llorar temiéndose que el doctor les dijera algo malo. Así pues, Olga, Luis y Juanito se presentaron en el hospital. Les atendió la doctora Bermúdez. -Buenos días -les dijo al verlos entrar en su despacho.


-Buenos días- respondió Olga, amablemente. -Bien, ¿qué puedo hacer por ustedes? -En realidad nada -la interrumpió Luis-. Esto es cosa de mi hija, que es muy aprensiva y se piensa que ocurre todo lo malo. -Ni aprensiva ni leches- le sancionó Olga, su hija. Y dirigiéndose a la doctora continuó-.



Verá usted; mi padre, que es muy testarudo, hoy se ha levantado con un fuerte dolor en el pecho, y no quiere que ningún médico le vea. Luis iba a entrometerse en la conversación que estaban manteniendo Inma, la doctora, y su hija Olga, pero aquella no se lo permitió.


-A ver -le ordenó de improviso-, muéstreme el pecho. Luis obedeció, y se descamisó parte del torso. Entonces la doctora sacó un aparatito para escuchar el interior del cuerpo, y se lo pegó al pecho de Luis. Probó en un par de sitios, muy cerquita el uno del otro,



y luego hizo lo propio con el costado y la espalda. -Ejem -carraspeó-, justo lo que me temía. -¿Es muy grave, doctora? -preguntó Juanito, que no podía aguantar los nervios. La demora en responder fue un síntoma de que esta no les iba a dar buenas noticias.


-Veréis -añadió, mirando a Olga, y llena de compasión hacia el pequeño Juan-… A tu abuelo le ha dado un infarto, tenemos que operarlo de inmediato. Luis no sabía qué decir. Siempre había tenido una salud de hierro, y ahora se sorprendía por este contratiempo. -¿Está usted segura? -quiso saber el anciano.



-Segurísima. Si no le operamos hoy, puede que no pase el día. Juanito no entendía. ¿Qué quería decir con eso de que no pasaría el día? Se negaba a admitir la realidad. Pero entonces Luis tomó la palabra. -Si no hay más remedio, habrá que hacerlo. Doctora, ¿cuándo empezamos?


Inma les informó de todo, y les advirtió que podían esperar en la sala contigua a los quirófanos. -La operación es grave y puede pasar cualquier cosa. En cuanto tengamos mejores noticias se las comunicaremos.



Nuevamente Juanito no entendía. ¿Qué quería decir con eso de que puede pasar cualquier cosa? Estaba nervioso. Y su madre lo estaba aún más. De hecho, no pudiendo ocultar su preocupación, llamó a su esposo. -Jorge -le dijo al teléfono-. Van a operar a mi padre. Ven cuanto antes, por favor. -¿Mamá, qué pasa? -le interrogó el pequeño Juan.


-Nada, cariño, nada. Ya verás cómo todo va a ir bien. La operación duró varias horas. Tantas que no era prudente mantener a Juan en el hospital. Se estaba haciendo de noche y mañana era día de escuela, por lo que Jorge y Olga decidieron llevarlo a casa. -No, no y no. Yo quiero ver al abuelo -protestó Juanito.




Pero no accedieron a sus peticiones. -Es muy tarde -le recomendó su madre-. Mañana, cuando el abuelo esté mejor, le vendrás a ver, y podrás darle un abrazo. Esa era una idea muy peregrina, pero Juan accedió. La verdad es que estaba cansado, muy cansado, y su cansancio le impidió protestar en demasía.


-Está bien. Pero mañana vengo, ¡sin falta! Esa era la idea de Juan. Pero la idea del mundo era otra bien distinta. La operación fue muy complicada, intervinieron tres cirujanos durante ocho horas, sin lograr un resultado satisfactorio. Fue la propia doctora Inma la que les dio la noticia.



-Lo siento mucho. No hemos podido hacer nada por salvarle la vida. Ha muerto en el quirófano. Juan no sabía nada de todo ello. Se había ido a la cama sin tener noticia del asunto. Estaba tan cansado que, apenas se arrobó en la sábana, se quedó dormido. -Hola Juanito -le dijo su abuelo en sueños.




-¿Estoy soñando? -le preguntó, incrédulo, el pequeño. -Los dos estamos soñando, y estamos teniendo el mismo sueño. -¡Qué chulo! -añadió Juan, muy emocionado. -Sí, muy chulo -sentenció su abuelo-. Así es la vida, un sueño que mola mucho.


-¿Y por qué has venido a verme en sueños, si nos vamos a ver mañana? -Verás, mi amor, es que de eso quería hablarte. Me temo que mañana no nos podremos ver. -Bueno, pues, si mañana no me dejan ir a verte, iré pasado. -Ese es precisamente el problema, que no podremos vernos mañana, ni pasado, ni nunca.


-¿Por qué dices eso, abuelo? Me estás preocupando. -No te preocupes, cariño. Lo que pasa es que me tengo que ir de viaje. -¿De viaje? ¿Y por qué no me llevas contigo? -Ahora no puedes venir a acompañarme -le reconfortó Luis.



-¿Por qué? ¿Adónde te vas, abuelo? -Me voy al país de los niños felices. Y le explicó que, todas las personas, cuando se hacen mayores, tienen que viajar a un país en el que vuelven a ser niños, un país donde solo existe la felicidad.



-Allí me tengo que ir ahora, Juanito, querido. Pero no temas, cuando tú seas mayor, también viajarás al país de los niños felices, y yo te estaré esperando. La idea tranquilizó bastante al pequeño Juan, porque, cierto que su abuelo se iba de viaje, pero iba a un sitio donde volvería a ser un niño feliz, justo como él era en este instante. Así que se despertó reconfortado.



En realidad le despertaron. Jorge y Olga habían regresado del hospital. Ella estaba llorando. Él la estaba abrazando. -Juan, querido -le dijo su mamá-. El abuelo se ha ido.


Ella estaba preocupada. No imaginaba que la respuesta de su hijo estuviera cargada de ternura. -Ya sé que el abuelo se ha ido, mamá. Vino esta noche y me lo contó en sueños. Juanito les contó el sueño que había tenido, y les dijo, sobre todo a su


mamá, que no se preocupara de nada, que el abuelo ya estaba en el país de los niños felices, y que, tarde o temprano, cuando todos se hicieran mayores, irían a visitarlo. -Yo también iré algún día al país de los niños felices -le dijo, entusiasmado, el pequeño Juan.


Olga escuchó muy atentamente a su hijo, y se dijo que tenía razón, que no había motivos para estar triste. Al fin y al cabo, su padre había tenido una vida larga y feliz, podía incluso decirse que sus días habían sido perfectos. Y, por si eso fuera poco, ahora había emprendido viaje hacia el país de los niños felices. Así que se enjugó las lágrimas, cogió las manos de su hijo con las suyas, y le animó.



-Tienes razón, Juanito. Algún día, cuando todos seamos mayores, nos volveremos a ver en el país de los niños felices. Y le besó en la frente.



Al día siguiente fue el entierro de Luis. Todos lloraban, menos Juan. Este, que había guardado una chuche de su última visita al parque con su abuelo, la arrojó a la fosa, mientras pensaba. -Gracias, abuelo, por todo lo que has hecho por mí. Espero que seas muy feliz en el país de los niños felices.


Guárdame un sitio cerca de ti, para cuando vaya a verte. Te quiero. Y con ese te quiero se despidieron Juan y Luis, Luis y Juan. No había preocupaciones en sus rostros. Luis, porque era inmensamente feliz, en ese lugar al que había ido. Y Juan porque sabía que, tarde o temprano, se volverían a ver.


-Adiós, abuelo. Y adiós le dijo Luis a su nieto desde el cielo.





Maquetación: Estudio Taller Gráfico


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.