Gaceta del Pensamiento 17

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: cuento inédito

ocupaban de la molienda del maíz y del cacao, entre otras actividades de aquellos días. Sin embargo, entre todo ese ocasional bullicio en Calkiní, el redoble de los timbales y el estallido de los voladores (cohetes) anunciando el lugar en donde saldrían los gremios, era la convocatoria destinada a los vecinos para acompañar la procesión de estandartes y banderolas que, al caer la tarde de esos días, irían a parar entre rogativas y cánticos fervosos, hasta el interior del recinto religioso. Antes, muchos días antes del mes de octubre, fecha que coincidía con las festividades de la Independencia Nacional, arribaban a la población un conjunto de juegos mecánicos instalándose delante de la iglesia o a un costado del Palacio Municipal. Nunca faltaron la silla voladora, la rueda de la fortuna, el carrusel y los esperados puestos de tómbolas y fritangas que, con sus aromas y pregones, aún retumban en mis recuerdos de niño pobre, libre y felíz. Pero, año tras año, y horas antes de que los gremios salieran de las casas de sus patrones, un pedazo de orquesta compuesto por: un par de timbales, un saxofón, una trompeta y una flauta, interpretaban jaranas, piezas musicales de la región peninsular, en tanto que los anfitriones agasajaban a los contertulios con agua de horchata y, a escondidas, a los músicos se les servía ron con refresco de cola. Mientras, en el patio de las casas y debajo de los árboles que servían de cobijo a los músicos, los mudos Bartolo Castellanos y Lupito se intercambiaban miradas de encono, a causa de una añeja y terrible disputa por cargar los instrumentos de percusión. A veces, por las señas que dibujaban al alzarse las manos, supimos de su intención de liarse a golpes. En tanto los mudos se miraban con rabia, sin apartarse de su objetivo, la picardía popular había formado dos bandos para apoyar a uno u otro, en aliento para ver quien de ellos llegaba primero, y ganar la oportunidad de cargar los pesados aperos musicales de percusión a fin de conducirlos con rumbo al edificio parroquial. Era una disputa cruel y desigual, pues algunas veces se liaron a golpes saliendo victorioso Bartolo, más fortachón que la endeble figura de Lupito que, en ese entonces estaba al cuidado de la filantrópica familia Caamal Osorio y de monseñor don Gonzalo Balmes, un cura bondadoso, ejemplo de caridad y consuelo; y, respecto a los cuidados que recibía Lupito, se recuerda la paciencia y el esmero que le prodigaba en la escuela primaria “Mateo Reyes” el profesor Rodrigo Rodríguez Flores, maestro normalista que tuvo a su cargo la enseñanza del mudo. En fin, cuando las notas de la Marcha Zacatecas señalaban el inicio de la procesión y la disputa había sido resuelta a favor de Bartolo, a Lupito se le consolaba con un trago de ron que lo restablecía de sus penas y de su derrota. Fue en esos años cuando el mudo de cuerpo frágil, protegido por el sacerdote, don Gonzalo Balmes, comenzó a embriagarse y a olvidar sus fracasos ante Bartolo, que no tomaba, pues corría el riesgo de recibir una paliza si llegaba a su casa con aliento alcohólico. Una tarde de aquellos días de octubre, en que se pudo juntar a Bartolo y a Lupito en el patio de la casa de un gremiero, responsable de la cofradía de los canasteros, “Calix”, Carlos Castilla, el más popular de los mecánicos y hojalateros del pueblo, habló con singular elocuencia a los mudos con el propósito de resolver esa permanente e inútil rivalidad. Fueron tan

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