Orden escolar en la encrucijada. Desafío para la innovación educativa

El orden escolar en la encrucijada: Desafío para la innovación educativa1 María Angélica Oliva2 En esta atmósfera de hospitalidad en que me ha recibido vuestra bellísima Universidad de Alcalá, ya anticipada por la figura de Gonzalo Romero Izarra, con quien desde hace algunos años venimos acompañándonos en el empeño de construir una mejor sociedad desde la educación, quiero poner a vuestra disposición Chile, mi país, y Valparaíso, su puerto principal, lugar de nuestra Universidad de Playa Ancha; una universidad pública jugada por una educación inclusiva y participativa, sustentada en el respeto a la dignidad humana, fuente y sustento de los derechos humanos y de la democracia. Allí, puedo asegurarles, que un faro y una estrella, les anticipan nuestra hospitalidad.

Quiero agradecer a Mario Martín Bris, Director del Programa de Doctorado en Planificación e Innovación Educativa; Carmen Alcaide, Directora del Departamento de Didáctica y Organización Escolar; Juan Carlos Luis-Pascual, Secretario del Departamento de Didáctica y Organización Escolar; y, ciertamente, a Gonzalo Romero Izarra, Profesor del Departamento de Didáctica y Organización Escolar por el voto de confianza que han depositado en mi palabra. También, quiero agradecer a cada uno de ustedes, su participación en esta jornada, donde les invito a que nos aventuremos en la arquitectura de un espacio de comunicación, favorable al desarrollo del pensamiento.

Hacer esta conferencia en un Programa de Doctorado que se compromete con la Innovación, como el vuestro, me ha emplazado en un poderoso sentimiento de libertad, Carta de Ciudadanía para la creación. Me ha parecido posible, entonces, pensar en la innovación en su sentido prístino, aquél que la enlaza con la creatividad. Repárese que innovación, según el Diccionario de Uso del Español de María Moliner, alude a la acción y efecto de innovar, esto es, introducir una novedad; su sinonimia aparece ligada a cambiar, descubrir, explorar, inventar, en fin, reformar, acepciones entre las cuales aparece una palabra que posee un latido especial, lo original, según lo indica la misma fuente. No ha de quedarnos duda, entonces, que la innovación se inscribe en la creatividad; en aquella magnífica capacidad humana que permite la solución de problemas, ya sea por la vía del descubrimiento, esto es, mediante el establecimiento de nuevas relaciones entre elementos pre-existentes, o por la vía la invención, lo que nos sitúa en el terreno de la mentada originalidad, la novedad, en lo que podríamos denominar, la creatividad sensu strictu.

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Conferencia dictada en el Programa de Doctorado en Planificación e Innovación Educativa en la Universidad de Alcalá, el jueves 26 de abril, primavera española de 2012.

2 Doctora en Pedagogía, Universidad de Valencia. Magíster en Educación, Universidad de Chile. Profesora de Historia y Geografía, Pontificia Universidad Católica de Chile. Es Directora General de Pregrado y Profesora de la Universidad de Playa Ancha, Valparaíso, Chile <www.upla.cl>.

Direcciones electrónicas: <angelica.oliva@upla.cl> <angelica.oliva@uv.es>

(López Pérez, 1999). Tan auspiciosa relación entre innovación y creatividad adquiere, para el caso, un sentido especial, cuando se la sitúa en el dominio de la educación; de aquella educación que al desplegar el lado iluminado de la disciplina, se afana en la construcción de la humanidad, desdeñando cualquier acción u omisión que pudiese lesionar a los sujetos y a su vida en comunidad. Pues, construirnos como seres humanos es desarrollar una vocación por la alteridad medio, cierto y seguro, para la creación de mejores mundos comunes (Oliva, 2010).

Ello, nos remite en la siguiente premisa que orienta mi voz.

Al situar la innovación en la institución educativa atendiendo a la disciplina que conforma y le conforma, se manifiesta una encrucijada; la disciplina, que es su eje, posee un lado iluminado y un lado oscuro, lo que es lo mismo, un lado virtuoso y otro perverso. Sostengo que una innovación educativa de calidad, es aquella que permite el desenvolvimiento del lado iluminado de la disciplina, al tiempo, que genera las condiciones para replegar su lado vicioso, preparando el camino para que la educación cumpla con el desideratum de erigir el bienestar necesario al desarrollo del sujeto y a la creación de una comunidad. Encarar esta encrucijada constituye el desafío principal de la innovación educativa en la institución educativa.

En cuanto principio ordenador que guía el trabajo científico, la premisa constituye una suerte de lazarillo que orienta y, principalmente, alienta al pensamiento que lucha por nacer en esta palabra. La forma de un tríptico y una coda me permitirán comunicarles toda esta palabra.

I La encrucijada: una arremetida de epojé Focalicemos el discurso en la voz encrucijada, mediante el esbozo de una epojé, que permita poner entre paréntesis, someter a la duda, suspender el juicio para develar todo aquello que no siendo inmediato y originario ha oscurecido las posibilidades de comprender las cosas que esa palabra nombra y significa. La voz encrucijada se nos aparece, así, en su dimensión semántica como aquél lugar de donde parten o se cruzan varios caminos que se dirigen a distintas direcciones; una situación difícil en que no se sabe qué conducta seguir; también, una ocasión que se aprovecha para hacer daño a alguien. Por su parte, la sinonimia hermana la voz encrucijada con nudo, cruce, dificultad, en fin, cuestión por resolver (Moliner, 1999). Parece posible, entonces, descubrir que en la polisemia del término se anida, el leitmotiv que nos anima. La institución educativa por su propia constitución institucional, genera un orden escolar que traduce, reproduce y produce un orden social donde se cruzan diferentes caminos, que pueden ser consonantes o, las más de las veces disonantes entre sí, por ello, su condición permanente es la dificultad lo que la sitúa siempre en una situación difícil y vulnerable. Por ello, al concretarse en el fenómeno organizativo, éste es el resultado contingente de la construcción de un orden siempre provisional (Beltrán, 2010).No resulta extemporáneo, entonces, afirmar que esta encrucijada, que alcanza a la institución educativa termine, finalmente, lesionando a sus moradores, alumnos y alumnas; profesores y profesoras; en fin, familias, para ilustrar con algunos de los componentes que hacen a la comunidad educativa. No es en vano, que al descubrir esta situación originada a expensas de la política educativa y curricular de Chile, mi pequeño país, haya sentido la urgencia de fundar una Pedagogía de la Reparación, 2

sustentada en la memoria y la alteridad, para darse cuenta, dar cuenta y actuar en consecuencia, esto es, con el desagravio de la dignidad humana malograda (Oliva, 2011a; 2011b).

Llegados a este punto, es dable anticipar el interrogante que desarrollaremos a continuación ¿Cuál es esa encrucijada que alcanza al orden escolar? ¿Qué papel desempeña la disciplina en el orden que hace a la institución educativa?, en fin, ¿La encrucijada del orden escolar, constituye una aporía o, al contrario, puede ser una oportunidad para la innovación educativa?

II Del orden escolar y su disciplina Para una mejor comprensión del orden escolar, es dable comenzar por la idea de orden que, desde el mundo griego, aparece unida a la de cosmos, presente en uno de los presupuestos de la filosofía griega que sostiene que el mundo aparece como algo ordenado y sometido a ley; cosmos (orden) indica una cierta legalidad (Marías, 1971). Ello queda de manifiesto en ciertas ideas relativas al orden como: concierto, regularidad, regla, disciplina, norma, disposición, precepto, ordenanza, entre otras (Saínz de Robles, 1959, Océano, 2007). Así planteada, la idea de orden es una idea matriz o entidad principal, que genera o contiene a otras ideas y, también, que es molde con la cual se da forma a otras cosas. El orden escolar se inscribe dentro del orden social, donde se despliega su carácter institucional; un conjunto de aparatos, reglas y discursos, generadas por ser un producto humano y una producción humana constante, como señalan Berger y Luckmann(2006). Habituación o rutinización, historicidad, control social, objetivación, legitimidad, entre otros, son parte de ese proceso de institucionalización definitorio del orden social. Son, precisamente, las instituciones las que generan la reproducción del orden social, dirá Foucault (2000). Por su parte, Bourdieu (2007), al mostrar la paradoja que está presente en la vida social, donde el determinismo se contrapone a la existencia de una cierta libertad, generada al tenor de las luchas de poder, da claves importantes para la comprensión del sentido y significado del orden social. Baste destacar, su idea de habitus, o sistemas de disposiciones, que son estructuras estructuradas, predispuestas para actuar como estructuras estructurantes. Su carácter histórico enseña, cómo el orden social es producto de la historia, toda vez, que produce historia, de tal suerte, que las experiencias pasadas quedan inscritas en el organismo, orientando su percepción, pensamiento y acción. Todo lo dicho, permite recalar en el orden escolar, como un particular orden institucional, que se apellida disciplinario. Luego, la disciplina constituye la quintaesencia del orden escolar (Oliva, 2012). Al hablar de disciplina me refiero al conjunto de normas explícitas y simbólicas o implícitas, mediante las cuales se ordenan los modos de pensar, sentir y actuar de los sujetos, al tiempo, que se ordenan los saberes en las materias escolares. La cuantía de este orden disciplinario que hace a lo escolar queda bien representado en la voz de Julia Varela (1995), “Creo que, para avanzar, es necesario romper el círculo vicioso creado por la disciplinarización de los saberes y la disciplinarización de los sujetos que, en un proceso mutuo de reforzamiento, han hecho posible el nacimiento de las ciencias humanas y la compartimentación de las llamadas ciencias de la vida y la naturaleza. Ese círculo de disciplinarización encontró precisamente en el interior del recinto de las instituciones escolares su caldo de cultivo. Saberes disciplinarios y disciplinarización de los sujetos son las dos caras de un proceso que trabaja diagonal al conjunto de la organización escolar” (pág.67).

III La disciplina, como desafío de la innovación educativa 3

La voz disciplina proporciona claves fundamentales para descifrar el orden que hace a lo escolar, emplazada en ese proceso bifronte que atraviesa a la organización educativa, donde, como señalé, se dan cita, la disciplinarización de los saberes y la disciplinarización de los sujetos (Varela, 1995). La relevancia y urgencia de su estudio queda de manifiesto al observar, v. gr., que las normas que la escuela, mediante la disciplina, instituye en el conocimiento escolar, generando la disciplina o materia escolar, se convierten en instituyentes de un determinado orden social y moral (Bernstein, 1998, Popkewitz, 1994).

La disciplina es, entonces, la que genera la encrucijada del orden escolar, al presentar un lado virtuoso o iluminado, y otro perverso o vicioso u oscuro. La virtud de la disciplina está dada por su funcionalidad a la tarea educativa, tal como plantea la idea tradicional de educación, que otorga un puesto central a la disciplina. Autores, situados en diferentes perspectivas, permiten sustentar la tesis que la disciplina constituye el espíritu del orden que hace a la educación. Ella, proporciona las normas que permiten disponer al ser humano para desarrollar su humanidad y participar ordenadamente en la vida social. En la disciplina, se da cita la idea de norma, para la comprensión del carácter de la institución educativa, donde el orden escolar remite a un entramado normativo que intenta disciplinar o gobernar a los alumnos, disponiéndolos para una educación práctica o moral, según Kant (1921); para una educación moral, al decir, de Herbart (1806), o para transformarlos en verdaderos discípulos, dirá Comenius (1971). La moralidad, así concebida, es un medio para lograr el dominio de sí mismo o la disciplina, así, es la “fuerza de carácter de la moralidad”, contribuyendo a la educación y coronando la tarea de la instrucción. Por su parte, en Durkheim (2002), orden social, disciplina y educación moral aparecen, indisolublemente, unidos, baste advertir que el primer elemento de la moralidad es el espíritu de la disciplina, pues, la moral es esencialmente una disciplina; un sistema de reglas de acción que predeterminan la conducta, indicando cómo hay que actuar en determinados casos, esto significa, actuar bien y obedecer el bien. Su moral, laica y racional, es la viga maestra para la construcción del orden social que hace a la sociedad y debe transmitirse mediante el sistema escolar. En tiempos más recientes Paulo Freire en su Cartas a quien pretende enseñar, destaca el valor de la disciplina en su lado iluminado. En sus palabras, “Al contrario, sólo hay disciplina en el movimiento contradictorio entre la coercibilidad necesaria de la autoridad y la búsqueda despierta de la libertad para asumirse como tal” (pág. 129).

El lado oscuro de la disciplina, en cambio, ha sido bien estudiado por Michel Foucault(2012), descubriendo que la extensión progresiva de los dispositivos de la disciplina, a lo largo de los siglos XVII y XVIII, que denomina época clásica, y su propagación a través de todo el cuerpo social, signa la transformación histórica que da vida a la sociedad disciplinaria. Allí, las disciplinas constituyen técnicas para garantizar la ordenación de las multiplicidades humana, para ello, persiguen tres objetivos principales: lograr la mayor economía en el ejercicio del poder; ampliar e intensificar los efectos de ese poder; y, maximizar la docilidad y utilidad de todos los elementos del sistema. El tenor de lo señalado, insinúa que la pluralidad que alcanza a lo humano, debe ser objeto de ordenación, esto es, debe ser normalizado y resultar ajustado a la norma; precisamente, la disciplina es un dispositivo que asegura tal ordenamiento, sentido en el cual, constituye el espíritu del orden social que hace a la sociedad.

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La disciplina desempeña un papel principal en la invención de lo escolar y su orden, al detentar la doble condición de mecanismo y de máquina que se manifiesta en la institución escolar en la existencia de dos formas de ordenamientos, representados por lo normativo, es decir, el conjunto de normas explícitas, que son de público conocimiento y que se presumen conocidas por todos, y la normalidad, que alude a la dimensión implícita, a ese lado oculto de la vida en las aulas, cuna del poder simbólico. Mas, también se manifiesta en la disciplinarización de los saberes que, como expresión de la relación entre poder y saber, generan ese singular invento denominado disciplina escolar o materia imaginaria.

En sintonía con ello, la naturaleza del orden de las materias de estudio, es la de un orden disciplinario, lo que muestra la exactitud de las palabras que se anidan en la expresión <<disciplina escolar>>. Al revisar los diversos nombres dados a las asignaturas de la enseñanza, es posible observar, en cada uno de ellos, la existencia de una idea que le da unidad e identidad, la impronta institucional de lo escolar. Ilustraré con las lúcidas reflexiones de Popkewitz(1987, 1994), sobre el conocimiento escolar, que él denomina <<materia escolar>> o <<disciplina escolar>>, situando su formación en el contexto político de la escolarización, y en las relaciones entre política, conocimiento y poder. Su metáfora de la alquimia es, suficientemente, gráfica de este singular proceso, mediante el cual, la maquinaria escolar crea un artefacto sui generis, la disciplina escolar, que es radicalmente diferente de las disciplinas académicas; la alquimia que deja ver la circulación del conocimiento en la escuela, constituye un cambio en el ordenamiento mental del conocimiento, unido a la transformación de las materias escolares en entidades lógicas y, la consiguiente, formulación lógico-analítica del mundo, donde se suelten las amarras de lo social del conocimiento curricular, extraviándose “las implicaciones socio-éticas y políticas del proceso por el que la organización del conocimiento está relacionada con la organización del yo” (pág. 129).

De este modo, la disciplina, primero, está en la base de las instituciones, dado su carácter normativo; segundo, en cuanto instituciones pedagógicas, aparece empeñada en una tarea disciplinaria de imposición de la norma; tercero, aparece comprometida en la pedagogización de los conocimientos y en la disciplinarización de los saberes, impulsando la metamorfosis del conocimiento escolar en disciplina escolar. Que todo ello, ocurra en complicidad con un orden social que la disciplina traduce, reproduce y produce en la escuela, reafirma su cuantía como orden disciplinario.

IV Coda El desafío para la innovación educativa es, entonces, examinar a la luz de la disciplina concebida como un dispositivo, es decir, mecanismo y máquina que conforma el orden escolar, si ella es funcional al desarrollo del lado virtuoso de la disciplina o, al contrario, del lado vicioso. Si, realmente, se pone al servicio de la educación y lo educativo o, al contrario, si se pone el servicio, más bien servidumbre de otra cosa, por ejemplo, la reproducción social, el mercado, en fin, el orden neoliberal dominante.

Lo dicho trae aparejado la necesidad de desmontar una falacia: un halo de bondad que envuelve a la innovación, sin aquilatar los elementos explícitos y larvados que inspiran sus propósitos, diseño, en fin, desarrollo. Lo que es lo mismo, que creer que la innovación es buena per se, pues, hay una ética cuyas fronteras son bien y mal, donde se debiese resolver 5

la encrucijada de la innovación educativa. El caso de la política educativa chilena donde la innovación educativa ha sido cómplice en la profundización de la desigualdad educativa y social, es una muestra fehaciente de ello, tal como queda de manifiesto en mis trabajos

Política educativa y profundización de la desigualdad en Chile y Política educativa chilena 1965-2009. ¿Qué oculta la trama?(Oliva, 2010a).

Debemos darnos cuenta, dar cuenta y actuar en consecuencia. Hay que recuperar la innovación educativa para la educación y hacerse cargo de su dimensión ética y política; la innovación debe ser educativa y para la educación; esto significa que en la relación de equilibrio inestable entre el orden social y el orden escolar, debe fundarse en una ética que determine los valores que la educación debe preservar e impulsar para el desarrollo social y no al revés, que la sociedad haga un sistema educativo funcional a su tremenda desigualdad, para asegurarse las relaciones de poder-saber que determinan la reproducción social. Si el hombre es un embutido de ángel y demonio, como sostiene Nicanor Parra, poeta chileno principal, hemos de hacernos cargo de esta encrucijada del desideratum humano y actuar siempre guiados con una conciencia vigilante, que nos permita, por ejemplo, desarrollar una ética del deber antes que una ética utilitarista; jugárnosla por la educación del ciudadano, antes que la del consumidor consumista. Hemos, finalmente, de educar para la democracia y en democracia, donde la justicia y el bien común, sean los derroteros que guíen a la innovación educativa.

Madrid, 20 de abril, primavera del 2012.

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