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Kevin Caicedo, el Guajiro: ¡Gracias, don Pancho Terry!/Álvaro Suescún T
Kevin Caicedo, el Guajiro:
¡Gracias, don Pancho Terry!
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Álvaro Suescún T.
suescun_alvaro@yahoo.es
Al agitar el shekeré sus cuentas golpean la superficie rítmicamente, como unas maracas. A veces también lo hace con la palma de la mano en su parte de abajo, sin dejar de moverlo, para imitar la musicalidad de un tambor.
El shekeré surge de un totumo seco que ha sido previamente cubierto con una malla que enlaza en su tejido diversas perlas que, al golpearlas sobre la corteza endurecida, producen ese sonido de percusión. “Esos abalorios sueltos dan una presencia más fuerte”, -me dice el Guajiro, sin abandonar la ejecución del instrumento-. Aprendió a fabricarlos con don Pancho Terry, él le mostró la manera de hacer esos tejidos insertándoles diferentes cuentas, las pequeñas para conseguir un sonido suave, para un ritmo moderado; con otras más grandes, o con conchas, los sonidos se hacen fuertes en su papel de acompañar instrumentos de tonos altos.
Kevin Caicedo, el Guajiro, es un experto en la ejecución del shekeré y alterna su predilección con la trompeta, su ilusión hasta el día en que exploró la gran variedad de posibilidades rítmicas que se obtienen con esta güira amarga que no requiere de apoyo en cuerdas ni en parches, por tanto, clasificada en la división de los idiófonos.
Hace siete años, aprendió a tocarlos en La Habana con don Pancho, como llamaban con sumo respeto a Eladio Severino Terry desde niño, un especialista en guarachas y sones cubanos a quien identificaban por el enorme sombrero alón que siempre llevaba, y por su manera de improvisar con este instrumento llevado a la isla desde la Colonia. Lo usaban los yorubas esclavizados en sus ceremonias litúrgicas y, cuando prohibieron sus celebraciones, sustituyeron los tambores por el shekeré para disminuir los ruidos delatores. de yarey tocar el shekeré. En la tarima estaba La Habana Report, y su estrella era el pianista Ernán López-Nussa, sin embargo, desde el centro del escenario don Pancho Terry hacía un atractivo espectáculo. Kevin lo miraba, alelado, desde cerca pues aquella tarde alternaba en la nómina de la big band, del maestro Guillermo Carbó.
Se rindió ante esos destellos percusivos que son un gran aporte al ritmo de cualquier composición musical. Proveniente de Riohacha, Kevin había llegado a Barranquilla un par de años antes para estudiar Licenciatura en música en la U. del Atlántico.
Debió esperar casi cuatro años para un nuevo encuentro con el maestro Pancho Terry. En el 2013 fue a Cuba con La charanga junior, de Riohacha, en la que como instructor apoyaba al maestro Carlos Silva. Apenas dos años antes se había conformado esta agrupación de jóvenes músicos, cuyo exitoso debut estuvo marcado por la antesala a la ceremonia de cierre del Festival del Bolero de Riohacha.
Estando en El Vedado, zona comercial de La Habana vieja rodeada de casas señoriales, Rolando Salgado, el Niño mentira que fungía como guía de aquella expedición de músicos guajiros, los acercó hasta la casa de Teté Caturla. La cantante estaba indispuesta, sin embargo, tenía un instinto propio para los jóvenes que se apresuraban en abrir sus propios caminos en la música, y los atendió con cariño.
Insistió en la importancia de moderar los desenfrenos y en mantener un proyecto musical vigente, les habló de escudriñar en las raíces del folclore, “para beber en la fuente”, les dijo, y en algún momento desplegó la brillantez de su voz, haciendo galas de su manejo del shekeré y de su cercana amistad con don Pancho Terry.
A esas señales que le daba el destino se agregó otra: tocaban en San Luis del Cuabal de Madruga, en la provincia de Mayabeque, alternando con la orquesta Aragón y La charanga de oro, en un amplio repertorio de charangas invitadas. Del muestrario de la música popular que habían preparado presentaron, restablecidos en sus arreglos y con detalles nuevos agregados por el maestro Silva, El sombrero de Yarey de Cándido Fabré, y Frenesí, hecho originalmente por el compositor mexicano Alberto Domínguez Borrás como chachachá pero que, para aliviar las penas de los enamorados, se hizo más conocido en la versión de bolero que popularizó Daniel Santos.

La presentación de los jóvenes músicos guajiros fue recibida con agrado por los asistentes, tanto que el maestro José Loyola, que los sucedía en la tarima con su orquesta La charanga de oro, aplaudió con visible entusiasmo aquella ocurrencia genial. Él se había propuesto la sonoridad y el formato de la mejor música popular cubana y para ello había seleccionado sus músicos a dedo para formar su propia banda, de modo que los había salidos de agrupaciones de reconocido prestigio como la Sinfónica Nacional, Buena Vista Social Club, Mangüaré, Afro Cubans All Stars, y Estrellas Cubanas.
El maestro Loyola había estado en Barranquilla con su charanga, y el Guajiro tuvo la buena fortuna de tocar con ellos, de manera que ya se conocían. Esta vez en Madruga, su trompetista no llegó y, cuando estaban a punto de iniciar su presentación en el escenario, mirando el atril ausente, sacó unos papeles que puso sobre este y, al tiempo que se los señalaba, dijo: “Ahí tienes las partituras, ¡defiéndete!”. El Guajiro tomó la carpeta y, cuando estaba poniendo en orden aquel buen momento, apenas dos pasos al frente suyo, con un enorme sombrero de yarey, se ubicó un personaje que infundía respeto aún con su presencia escuálida. Dos vueltas al cuello le daban sus collares apenas visibles, algunos con figuras religiosas y, con una sonrisa que dibujaba a un hombre bonachón, le dirigió un rápido saludo mientras daba lugar a su shekeré.
¡Era don Pancho Terry! La tradición sonora cubana le debía mucho. Había viajado por medio mundo compartiendo escenarios con Chucho Valdés, a quien se le debe la idea de incluir este instrumento en la batería de Irakere, y así comenzó a ser reconocido. Después viajó con la banda de Wynton Marsalis, y otras veces con la de Steve Coleman, compositores espontáneos y directores con gran influencia en el jazz contemporáneo. Tocaron La marea, un tema muy timbero, luego Cachita, de Rafael Hernández que popularizó Casino de la Playa; Te llevo en el corazón, de Lázaro Buides y un tema del maestro José Loyola, La moto de Rosa en el que mantiene el uso imaginativo de la melodía, destacándose en sus destrezas Anabel Perdomo en la flauta, mientras don Pancho Terry hacía lucimientos en la técnica sonora con su shekeré.
Con la emoción contenida el Guajiro hacía sonar su trompeta concentrado en sus mejores dominios, pero le era inevitable gozar viendo esa leyenda desenvolviéndose con tanta naturalidad. arreglo contemporáneo. Había momentos en que la orquesta paraba para dejar a don Pancho Terry haciendo sus mejores virtudes. En otros momentos interpretaba cantos en yoruba y los coristas iban respondiendo, a veces tocaba el güiro y casi siempre hacía coros, indudablemente era la atracción. Cuando terminaron el Guajiro solo atinó a felicitarlo por sus destrezas: “Aproveché para pedirle que me enseñara, pero se iba de gira, -me dijo-. Me quedó la satisfacción de estrechar su mano y tomar sus datos de contacto”.
Poco a poco se fueron descubriendo en las coincidencias. Así como el Guajiro tuvo como instrumento inicial la trompeta, perfeccionando su conocimiento en la escuela de artes de la U. del Atlántico, don Pancho Terry encauzó su vocación hacia el violín en el Conservatorio Alejandro García Caturla. El Guajiro debía su mejor momento formativo a su paso por la orquesta de Pachalo y su sabor cubano, de quien adoptó su gran solvencia técnica como su expansión natural hacia los nuevos lenguajes instrumentales en el camino del jazz contemporáneo, y don Pancho Terry a su paso por la charanga Maravillas de Florida en la que, con timidez al principio, introdujeron el shekeré en algunas interpretaciones; hasta que decidieron consagrarse a este sonajero ahora indispensable en el jazz latino.
Pasaron dos años antes de un nuevo encuentro. El Guajiro regresó a la Habana, nuevamente con La charanga Junior y una vez se instaló en el hotel rozó la gloria sin dificultades al ponerse en contacto con don Pancho Terry. Al otro lado de la línea telefónica estaba de buena índole y, como lógica comercial, acordaron que pagaría 50 dólares por clase advirtiéndole que tendría que ir puntualmente hasta su casa y prepararse para extenuantes jornadas diarias. Al nivel de su alta exigencia habría que agregar que aquellos eran días duros para conseguir la plata en Cuba, sin embargo, a don Pancho Terry le pareció que era un precio suficiente, y le dio la dirección de Pogolotti, un histórico barrio obrero en el municipio habanero de Marianao, donde vivía con su esposa.
El traslado hasta su casa solo era posible por la vía de los taxis, que eran bastante costosos, y por guaguas, que siguen siendo la mejor manera de llegar hasta cualquier sitio en su interna ruta de buses. Para evitarle cualquier despiste y con el mejor ánimo, don Pancho Terry tuvo la amabilidad de ir por él hasta el hotel para indicarle, paso a paso, la manera de llegar. Esa fue la inequívoca ruta de el Guajiro todos los días de esa semana, y don Pancho Terry tuvo toda la paciencia del mundo para revelarle sus conocimientos del instrumento. Dos sorpresas redondearon su buena estrella: la de don Pancho, que era una familia amable, lo acogió con inusitado cariño, pero ahora puede asegurar que lo más explícito de esas demostraciones de afecto quedaron en evidencia cuando después del primer pago de 50 dólares, no quiso recibirle más.
Supo todo lo que había logrado con el instrumento, cómo entró el shekeré en el ámbito del latín jazz, los tipos de géneros que interpretaba, y el amplio dominio que tenía de la música cubana y africana, torciendo en ocasiones esos caminos rectos para enseñarle patrones rítmicos de toques en otras músicas, mostrándole en ocasiones vídeos en diferentes escenarios.
El Guajiro tuvo el privilegio de aprender de este invitado habitual de los grupos de jazz cubanos. Una tarde hizo un alto para mostrarle
“De África a Camagüey”, un DVD de jazz afrocubano grabado en 1998 con sus hijos. Temas como Son wambari, Nos vamos a perder, Los Orishas, Qué tiene esa cintura y Tinguiti tá durmiendo, avanzaban mientras él activaba su energía para mostrarle el potencial sonoro de este instrumento.
de la tradición lucumí. En otra de esas tardes lo recibió con el sombrero en la mano: “Iremos a un ensayo con la Charanga, verás cómo se incluye el shekeré en el grupo, -le dijo-, es un instrumento de acompañamiento que se debe tocar de principio a fin, no lo olvides”. Son joyas de alto valor entre los coleccionistas sus grabaciones con Sergio Vitier, Los Van Van, Manolito Simonet, con Ernán López Nussa y con Havana Report, actuando unas veces como percusionista, otras como cantante y en algunas declamando. Tal vez su más resonante grabación sea Lágrimas negras, de Bebo Valdés y El Cigala. Junto al saxo de Paquito D’Rivera y la percusión de lujo de Tata Güines y Changuito está el shekeré de don Pancho Terry.
Nunca más pudieron verse. Tras sus acostumbradas giras por Europa llegó la noticia de su fallecimiento antes de la pandemia. El Guajiro, por alguna extraña razón que solo validará el destino, conoció por él todo sobre el shekeré y lo ejecuta con devoción en sus actuaciones musicales, descifrándolo en sus sentimientos como solo lo había hecho antes don Pancho Terry, al llevarlo a la máxima categoría del jazz latino. El shekeré y el sombrero guajiro ahora son parte de su identidad musical.
El Guajiro y sus acoples en escena
Kevin Caicedo, el Guajiro, llegó a Barranquilla en 2008 como estudiante de Licenciatura en música en la facultad de Bellas Artes de la U. del Atlántico y tan solo un año más tarde estaba trabajando con agrupaciones de buen criterio musical en la ciudad. Tuvo un comenzar con pie derecho en la orquesta de Ángel y Marlon, un par de cantantes de tónica salsera que encontraron en su empresa musical la manera de exteriorizar sus cercanías con las fiestas del caribe. Y luego tuvo un desfile exitoso que encontró acomodo en Jacaranda Show Orquesta, más tarde en la banda de Álvaro Ricardo, un tiempo estuvo con la Orquesta de Pacho Galán, pasó por la banda de Juventino Ojito y su Son Mocaná, también en la de Chelito de Castro, pero donde ha desarrollado al máximo su creatividad ha sido con Rafael Gavilán Caña, un trompetista de gran talento, con quien ganó un Congo de oro en el Carnaval pues supo integrarse de buenas maneras a la sabrosura de su orquesta, Pachalo y su sabor cubano. De la gran capacidad de adaptación bien habla su segundo trofeo en el Festival de Orquestas del Carnaval de Barranquilla con la agrupación Kumbelé Orquesta, con quienes se alzó a estatuilla en la categoría de merengue. Su gran condición, sin embargo, la ha corroborado en el jazz y el jazz afrolatino, con su recorrido por los principales festivales del país, en sus vínculos con agrupaciones magistrales de la talla de Latin Music Project, Cucurucho Atlantic Jazz, Baruk Jazz Band, La Bandita Jazz y La Atlántico Big Band.
Por razones diversas, casi todas cercanas a su talento, ha acompañado con su trompeta la orquesta de Richie Ray, La Makina de Puerto Rico, y las de Hansel y Raúl, Raquel Sozaya, Rolando Verdés, Alfredo de La Fé y Albita Rodriguez, de Cuba, la de Rodrigo De la Cadena, de México, Vladimir Lozano y a “El volcán” Argenis Carruyo, de Venezuela, (Puerto Rico), y la de Natalia Bedoya (Colombia).
Condiciones le sobran, por eso ha sido invitado en presentaciones de La Charanga Junior (Riohacha), las orquestas cubanas La Charanga de Oro y Aragón, y del compositor y productor Jimmy Bosch, “El trombón criollo”, en un par de presentaciones.
Hace falta que recorra el tiempo para verlo en los más grandes escenarios. Todo augura que, con sus conocimientos, su persistencia y su gran dinámica de trabajo, el Guajiro cristalice sus múltiples proyectos de su irrevocable vocación musical.

La Vieja Guardia de Riohacha

Kevin Caicedo, el Guajiro, dirigió un proyecto de rescate de la música de esta agrupación musical que, desde los años 40 y hasta mediados de los 70s, amenizaba las fiestas sociales de Riohacha. Con arreglos contemporáneos a los que se añadieron introducciones, puentes y finales, en un trabajo de fusión enfocado hacia el jazz, con su banda el Guajiro llevó a los estudios cinco temas esenciales que respetan la esencia melódica de las composiciones de La vieja Guardia.
El cd fue grabado en los estudios de Audiópolis de Barranquilla con la participación de Deimer Millán, en la flauta; Orlando Viloria, en el clarinete; Juan Carlos Lazzo en las congas; Rubén De la Hoz en las percusiones; Carlos Morán en los coros; Dencis Angarita al piano, Gerardo Álvarez en el chelo y Walter Consuegra en la vocalización.
Aquella vieja guardia eran músicos apasionados que, después de sus labores cotidianas, se reunían para interpretar música de salón. Ninguno tuvo paso por la academia, pero estaban preparados para componer y hacer arreglos con gran criterio. Grabaron dos discos de larga duración, en 1972, con los temas que interpretaban usualmente, tomados del cancionero latinoamericano con arreglos propios. Eran músicos destacados, Enrique Zimmerman, ejecutante de la flauta y compositor, era el director, y estaba respaldado por Hermócrates Pimienta, contrabajo, Antonio Ezpeleta, trompetas, Pedro Gómez Ríos y Luis Alejandro López “Papayí”, tiples, Carlos Vidal Brugés, el serrucho y Rafael “Wibi” Barros, guitarra.
Este homenaje a La vieja Guardia tuvo el respaldo del acalde José Ramiro Bermúdez, y se hizo con motivo de la celebración de los 475 años de Riohacha.
Otras grabaciones
El Guajiro había publicado antes un EP llamado “Boleros para el mundo”, una recopilación de cinco temas, Novia mía, Triunfamos, Noches de Bocagrande, El camino de la vida, Lágrimas negras, en formato de trío, con arreglos renovados para orquesta en homenaje a su abuelo, Humberto Martínez.
Consolidar su agrupación conformada hace dos años, es su intención. El shekeré hace parte de su show, y su idea es que en sus presentaciones pueda incluir el shekeré, porque se ha vuelto su imagen.