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Roberto Solano: La Guajira en el mapa de la salsa/Abel Medina Sierra

Roberto Solano:

La Guajira en el mapa de la salsa

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Abel Medina Sierra

medinaabelantonio@gmail.com La casa es amplia, está decorada con detalle y finura, y un generoso árbol de mango reina en el patio donde un comedor para una docena de invitados, y el olor a chicharrón que una mujer wayúu prepara en paciente ritual, nos acoge. Roberto vive reposado “hace días que no escribo”, confiesa. Me llama la atención que cada vez que se refiere a la creación, usa el verbo “escribir”, privilegia el acto de composición, el esfuerzo en la lírica.

Un sol furioso, quizás incendiado porque las incesantes lluvias le han opacado su reino en estos días de terco invierno, me cae sobre las espaldas mientras espero a Roberto Solano en la puerta de su reluciente casa del barrio San José, en Maicao. Roberto, “El sol mayor”, como el poeta Víctor Bravo Mendoza, su compadre, suele llamarlo, se aproxima con una leve cojera y, pronto, mi atención se diluye en el exultante entusiasmo de la bienvenida. Ahí está el músico, el bacán de siempre, pletórico de alegría y de vivaz camaradería.

Hace muchos años lo visité en un céntrico hotel de su familia en Maicao. Rodeado de mercancías, formularios de internación; abrumado de cartones, icopor y plástico, lo visitaban sus amigos para para enrumbarlo, despistándolo del ajetreo comercial. Recuerda con nostalgia aquellos tiempos. Ya murió el infalible Federico Charris, su guitarrista, también Alí Bermúdez que, con sus congas lo incitaba a improvisar: “Siento que me quedé huérfano, los amigos se han recogido. Eso me ha llevado al desestímulo”, confiesa. Desde niño se sintió cerca de Cuba y de los enclaves antillanos que ponían a temblar los pisos en las fiestas. El picó vecino de Carlos Peralta repetía a Cachao, a La Sonora, a Cheo Feliciano y, la savia nutricia contagiaba sus venas. Así comenzó su errancia por la geografía musical que configura su producción: Valledupar, La Paz, Medellín, donde nació su romance con el tango.

Su vida musical nació en Maicao, a donde llegó buscando cercanía al mar. “Encontré una esposa, una familia, y un oficio: compositor de música popular”, fraguado en un intento de idilio: “Le prometí a una clienta de la pensión una canción vallenata, le mentí diciéndole que era compositor”. Después de buscar con afán a Carlos Huertas para que le compusiera la canción, al no encontrarlo, debió cumplir su promesa, así nació La sinuana, en aire de merengue vallenato. Hoy poco recuerda su letra y su valor estético, pero, lo lleva a una clara certeza: “Yo no nací compositor, me hice”. Las razones saltan: “Esa primera canción la aplaudieron los amigos, pero no tenía nada. Entonces, me vi obligado a componer otras, así me fui haciendo compositor”.

Roberto Solano no es un autor prolífico, unos treinta temas grabados, otros quince grabadas por él en producciones aisladas, otros tantos inéditos y cinco canciones inmortales en el concierto artístico nacional de la salsa: Los charcos, Borincana, El patillero, Marina, marinera, todas interpretadas por la orquesta de Fruko, y Campanas de san Nicolás, grabada por Gabino Pampini, y una reciente versión, bien lograda, de la Orquesta de Puerto Colombia. Lo que es ponderable, es la amplia gama que enriquece su música; ha compuesto salsa, vallenato, cumbia, guajira, plena, ritmo andino, flamenco, y otros más. En estos días escoge uno de sus boleros para concursar en el Festival del bolero de Riohacha.

En su producción musical se evidencian dos momentos. En el que se privilegia lo gozón, la picaresca, el relajo. Un ars alimentado de una irrefrenable actitud existencial de la bacanería, evidente en su habla, en sus gustos melómanos; su vitalidad manifiesta un eterno ethos de la vida, de la alegría, del goce y la bacanería: “soy poco dado al lamento, al romanticismo, al despecho” lo de Solano, es sol, es son, es anécdota como El patillero en el cual recrea un conocido chiste popular, cotidianidad urbana que Roberto volvió canción. Recuerda que Eugenio García, autor de Que me coma el tigre, le dijo que su canción nació de un chiste popular. Ahí encontró Roberto una clave para dimensionar El patillero con aires de jocosidad popular:

“…. al son de la carretilla / va gritando su pregón / el vendedor de patillas / gritaba rojitas son / y se escuchaba / así su pregón / Son, son rojitas son /como el corazón / rojitas son mis patillas / son, son rojitas son / como el corazón / rojitas son mis patillas / Pero atrás viene un bocón / que grita ¡amarillas!/ Su canción es eminentemente citadina, nos pinta la calle y su memoria anecdótica, escenarios de mundos paralelos y de historias anónimas que la canción vivifica, todo un collage de impresiones, de paisajes urbanos, de lenguaje entrecortado, discontinuo, onomatopéyico, el habla popular urbana en canciones que homenajean las calles famosas: El paseo Bolívar en El patillero, la calle 14 y el mercado de Maicao en Los charcos, la canción que lo dio a conocer en el país:

“Sonriente, viene Rosario / por las calles de un lugar / galante, luce su traje / por las calles del lugar / mientras que arriba una nube / su llanto ha desgranizado / Corre, se ampara la gente / la niña pierde un calzado/ resbala y cae… / en los charcos del mercado. Tolón, tolón dicen las gotas…/ por los charcos de un lugar / arrucutucuplá, arrucutucuplá / galán, galante va/ Tolón, tolón dicen las gotas… / por los charcos de un lugar…” El segundo momento, estuvo influenciado por la amistad con Armando Torregroza, el poeta cienaguero que tocó un día su confianza y sensibilidad hacia la poesía. Torregroza hizo de él un depositario de pasiones intelectuales, lo que le reveló la hermandad de la música y la poesía tejida por raíces convergentes. A esa cofradía se unió el vate guajiro Víctor Bravo Mendoza.

Así Roberto comenzó a musicalizar los poemas del vate cienaguero, entre estos Un almirante llamado José, cálido homenaje al prócer guajiro con augurios de buen viento y buena mar. Poesía y música conspiraron y le dieron trascendencia a una amistad que poco después cercenaría la muerte de Torregroza, quien alcanzó a escuchar los esbozos de la producción en Guajirindia. Víctor Bravo Mendoza escribió que “… en este disco, los versos de Torregroza resaltan vestidos de auténtico ropaje caribeño que Solano tejió con sus arreglos musicales”.

Hoy, en su casa del barrio San José, reconoce que canciones como Depredador y El abuelo de las barbas de maíz, homenaje a su querido Maicao, están nutridas de sutilezas. Sin embargo, confiesa que “mi fuerza está en la melodía y no en el mensaje” y nosotros, su majestuoso tesoro de ritmos sutiles, tan sutiles que poema y música se casan con tanta autenticidad que parecieran nacer juntos, productos del mismo parto creativo. Quien escuche los poemas de Víctor Bravo, Torregroza, los de Miguel Iriarte o los de Leónidas Castillo, apreciará unos acordes consustanciales al texto poético, la música precisa para el ritmo poético de la fuerza comunicativa lírica.

No ha faltado quien le recrimine que su nombradía fuera mayor si hubiera salido de Maicao. “Perdí la oportunidad de ir a México en una delegación cultural del presidente Gaviria. Cuando me di a conocer, en Barraquilla había muchas orquestas, aunque no había empresas disqueras como en Medellín o Bogotá. Allá hubiese tenido más salida, me entregué a la vida de la barola, la parranda; descuidé la música y mi producción fue quedando estancada”.

Roberto recuerda un consejo: “Lo que tengas, suéltalo, porque se va y no vuelve”. Esa sentencia resume la desazón de lo que pudo ser, de las canciones que no tuvieron el éxito de sus clásicos. Desgastado en varias producciones que, pese al esfuerzo, no saltaron la dura traba de la payola: “Los costos de la producción no son nada, lo difícil es llegar a los medios. Piden cifras astronómicas, para poner tus canciones y, cuando te vas, las tiran a la basura”.

Además de Campanas de san Nicolás, Lisandro Meza grabó Gotitas de bendición. Le queda la gloria invicta de sus clásicos, referentes en la salsa nacional. También ese gozo de verse como personaje en la telenovela dedicada a Joe Arroyo que le refrendó su nombradía nacional. Mientras se balancea en su mecedora, concita recuerdos y certezas: “Mi balance es positivo. La música me ha dado a conocer, he podido compartir con artistas internacionales, y lo mejor: tengo el aprecio de la gente”.

Así, invocando a “Marina, marinera, diosa del mar…” vive sus días El sol mayor que, desde la tierra del vallenato, insertó a La Guajira en el mapa de la salsa y de la música tropical.

Ese matiz urbano que aparece en los temas que ha cantado, como La calle Caldas de Barranquilla, musicalización del poema homónimo de Leónidas Castillo, se proyecta allende las fronteras, es cuando, atraído por los encantos de Bogotá, compone una canción que luego cambia de contexto y llena de nostalgia Caribe para evocar las lejanas rúas coloniales de San Juan de Puerto Rico, el portentoso fortín de la salsa que quiso homenajear con Borincana, una canción que cantó el gran Celio González con el marco musical de la orquesta de Fruko y sus tesos.

“Desperté y me asomé a la ventana / miré a las montañas de Ponce / y una nube de aquella mañana / tu figura formaba en el aire. / Como el frío laceraba mis carnes / calcinaba tu amor mis entrañas / con tus luces de amor me miraste /con tu luz de pasión, borincana / Allí sale el sol, allí sale el sol / allí sale el sol, borincana…”

Sintoniza “La Hora Musical de La Lira”, alianza con “Música Maestro Radio”, (musicamaestroradio.com). Escaneando este código QR (Quick Response Code) encuentras el canal Mixcloud de la emisora para escuchar La Hora Musical de la Lira correspondiente a este número y otros episodios.

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