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Personajes musicales guajiros -Hermócrates Pimienta, Soffy Martínez
Personajes musicales guajiros -Hermócrates Pimienta, Soffy Martínez y Raúl Mojica Mesa-
Jaime De la Hoz Simanca*
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delahoz.jaime@gmail.com
*Periodista. Decano de Ciencias Sociales U. Autónoma del Caribe Tres veces Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. Autor del libro de crónicas y reportajes, Son Guajiros. www.jaimedelahozsimanca.com
Hermócrates Pimienta y La vieja guardia
Los hombres más viejos de la provincia de Padilla recuerdan que Riohacha no era ajena a las melodías que nacían en Puerto Rico, Cuba y otras islas del Caribe. Por eso, evocan tiempos ya lejanos en que existía un fervor por los ritmos antillanos cuando Daniel Santos, en la cúspide de su fama, por iniciativa de Alfredo Ortega interpretó boleros, sones y guaguancós en el teatro Aurora en Riohacha.
Hermócrates Pimienta, integrante de aquel jazz band que acompañó al sonero puertorriqueño, contaba que la primera canción fue Noche de ronda y que, tras la presentación se fueron de parranda a la casa de Concha Aguilar.
Como referente de la música guajira guardaba tesoros antiguos en su memoria que fui a conocer en el barrio Villamizar Flórez, donde vivía desde 1957. Me esperaba con la biografía del sanjuanero Raúl Mojica Mesa, del investigador Mariano Candela y, aunque no recordaba en qué circunstancias lo había conocido, lo evocó como uno de los músicos grandes de La Guajira.
Vivía con su esposa Imelda Solano, y sus días transcurrían apacibles, apenas con los relámpagos de tiempos que se fueron para siempre. En ellos desfilaban los músicos de La Vieja Guardia, aquella gran orquesta que amenizaba las más importantes fiestas guajiras. A sus 83 años conservaba nítidas las vivencias de su trayectoria en
Hermócrates Pimienta por Jose Fdo. Quintero
la música.Después de que sus compañeros murieron se le aparecían de repente en las duermevelas, soñaba con ellos estando en Aruba o en algún pueblo de La Guajira. A todos los evocó el 30 de junio de 2006, cuando recibió de Félix García un trofeo de la Fundación Raíces, grupo de aventureros e intelectuales que durante varios lustros mantuvo la bandera del bolero.
Nacido en Camarones, a quince minutos de Riohacha, se preguntaba las razones por las que decidió ser músico, pues ninguno de sus familiares, tuvo contacto con la melodía o el ritmo. Recordó que, en ese pueblo, Lalo Arévalo hacía retumbar su batería día y noche. Se asoció con él a través de un instrumento que aprendió a tocar espontáneamente y que llamó como todos lo designaban: alto.
El maestro Carlos Pérez, director de la Banda de Riohacha, lo invitó para que lo acompañara en la agrupación musical, de esa manera entró a la banda que se conoció con el nombre de Armonía. Tocaban valses, mazurcas, pasillos y bambucos. Y algunos porros también. Después, al final de la década del cuarenta, la banda se disolvió. Los que quedaron conformaron la Riohacha jazz band, cuyo representante era Lalo Arévalo. Hermócrates tocaba el bajo de pilón, con el que acompañaba las guarachas, los boleros y cha-cha-chás que animaban cumpleaños y serenatas.
La Riohacha Jazz Band estaba conformada por Lalo Arévalo y Juan Segundo Gámez, en las trompetas; Adolfo Quintín Correa y Juan Bernardo Redondo, en los saxofones; Manuel Duarte, clarinete; Antonio Zambrano, batería; Servando Gámez, tumbadora; Rafael Muñiz, bombo; y Hermócrates en el bajo. Luego fue llamado por Enrique Zimmerman, director de una especie de estudiantina que con el tiempo se llamaría La Vieja Guardia. Allí también estaban Antonio Ezpeleta en la trompeta y Pedro Gómez y Luis Alejandro López en el tiple. Hermócrates ingresó en el año sesenta, pero los demás tocaban desde la década del cuarenta.
Con La Vieja Guardia estuvo hasta el final, cruzado por una nostalgia que sólo lo abandonó en su último suspiro. Solo, sin álbumes, sin recuerdos materiales pues les fueron robados junto a las medallas y otros reconocimientos; sin el contrabajo, ya que se vio obligado a venderlo a uno de los integrantes del grupo de Carlos Vives, quien lo conserva como una reliquia; y sin la trompeta que tocó en la Banda Departamental de Carlos Ezpeleta, aquel Hermócrates, leyenda guajira, quiso para su funeral música de La Vieja Guardia.
Soffy Martínez y el bolero en La Guajira
Los hombres de la vieja ola y algunos jóvenes formados en medio de las nostalgias musicales y de los acordes que fluían en los acetatos coleccionados por padres y abuelos sabían casi todo sobre el bolero. No solo cantaban estrofas enteras de Tristezas, el primer bolero compuesto por el cubano Pepe Sánchez en la mitad de la penúltima década del siglo

XIX, sino que hablaban con propiedad de sus variantes menos conocidas: bolero rítmico, bolero cha-cha-chá, bolero mambo, bachata, bolero ranchero y el bolero moruno de mezclas gitanas. Conocían, además, las historias ocultas de los tríos de guitarra y de la big band que existió en Riohacha, cuya memoria desempolvaban los domingos y festivos.
En medio de aquel ambiente con olor a bolero, que poco a poco fue envolviendo las calles y avenidas de la ciudad, y extendiéndose luego a los municipios y corregimientos de La Guajira, surgió la iniciativa de realizar un encuentro del bolero que agrupó a los coleccionistas del Caribe colombiano. Al frente de la organización estaba Álvaro Escorcia Arrieta, artífice del renacimiento de esa tonada no exenta de euforia y melancolía, y el mayor entusiasta de la idea de homenajear a Soffy Martínez, cuyos boleros sobrevuelan aún las playas en el mar de Riohacha y se instalan otra vez en el corazón de los amantes furtivos.
Soffy Martínez, cuyo verdadero nombre era Mabel Ricciulli, había nacido en Riohacha el 31 de marzo de 1940 en el seno de una familia apasionada por la música. Sus padres, Vicente Ricciulli y Elba Escobar, no fueron ajenos a las cuestiones musicales. Sobre todo, Vicente, hijo de italianos que trajo en su memoria y en su sangre los bellos cantos de la península itálica. Además, decían que su abuela, María Antonieta, cantaba con una voz celestial, al igual que su tía Carmen Clara de Moncada. Su hermana Elba, la mayor, fue soprano, tocaba el piano y entonaba las canciones clásicas más representativas de la época.
En su infancia, Soffy descubrió el piano en una casa de la calle Segunda, donde comenzó a cultivar su indeclinable pasión. A su casa —la cual visité una tarde de diciembre con el propósito de conocer el piano y extraer recuerdos de la cantante—, iban a teclear, Julio Calixto Romero y Rubén Brugés, dos amantes del bolero. Esa circunstancia aumentó la vocación de Soffy, quien a los seis años se sentaba frente al teclado con la intención de imitar a los ocasionales visitantes. Más tarde, en el colegio La Sagrada Familia, cultivó con mayor ahínco su amor por la música.
A los 12 años se trasladó a Barranquilla. Después de matricularse en Bellas Artes comenzó a participar en los radioteatros de Emisora Atlántico y fue entonces cuando decidió utilizar el pseudónimo de Soffy Martínez, temiendo la posible reacción de sus padres. A los 20 años grabó su primer disco de larga duración con el sello Fuentes. Después hubo otras; pero, el casamiento, el embarazo y la posterior viudez disminuyeron su ímpetu musical y sus deseos de seguir inmersa en aquel universo de sueños en el que ella fue protagonista de primera línea. A los 27 años se radicó en Miami y de aquel pasado glorioso solo quedaron las grabaciones de Discos Fuentes y un recuerdo que se diluye en medio de las notas de su piano que evocan los fascinantes temas que hoy constituyen joyas musicales.
“Es que por La Guajira ingresaban embarcaciones con el mármol para las viviendas; pero, además, pianos de cola, a tal punto, que era usual deleitarse con conciertos de música de salón que se podían escuchar en las plazas. La bonanza marimbera terminó cambiando los gustos musicales, de manera que el danzón y el son declinaron en los gustos de la población y surgió el vallenato. El bolero ayudó a que se conformaran orquestas de la talla de La Vieja Guardia, dirigida por Enrique Zimmerman, la Jazz Band, de Juan Gámez, e intérpretes que traspasaron las fronteras, como Soffy Martínez”, me recordó Escorcia, quien evocó también a Raúl Mojica Mesa, otro digno representante guajiro de la música no vallenata.
La voz libre de Raúl Mojica Mesa
Raúl Mojica representa la música de La Guajira desde las alturas de lo clásico; es decir, de la excelsitud y la exquisitez, pues la esencia del folclor, los aires antiguos de comunidades indígenas y los ritmos europeos más exigentes constituyeron parte de su entorno musical que comenzó con el aprendizaje del piano y continuó con el canto aprendido en conservatorios. Así mismo, fue intérprete de arias francesas, italianas y alemanas, al igual que compositor de piezas para montajes escénicos que evocan la esencia indígena.
Carlos Barreiro Ortiz lo recuerda como investigador, crítico musical y compositor con una significativa carrera formal en música en el Conservatorio Nacional, en Bogotá: “Había llegado en 1949 desde el aislamiento rural de Lagunita, en San Juan del Cesar, La Guajira. Su padre interpretaba en el acordeón valses, mazurcas, polkas y danzones, músico por afición, nunca pudo con un ritmo atravesado que hoy se llama vallenato”.
La voz solitaria de un pájaro libre es el título del libro de 142 páginas, cuya autoría es del comunicador e historiador musical Mariano Candela. El prólogo fue escrito por el compositor, arreglista, productor y director de orquesta, Francisco Zumaqué, quien señala en uno de sus apartes: “Cuando lo conocí, el maestro Mojica trabajaba en el Conservatorio como profesor. Hablaba de su música y de las culturas indígenas con una gran pasión. En el ámbito nacional su entorno lo compartía con sus ex compañeros de clase, Blas Emilio Atehortúa, Jackeline Nova y Jesús Pinzón Urrea, pues en algún momento coincidieron en las clases del maestro Fabio González Zuleta, quien fue director del Conservatorio y profesor de composición y contrapunteo”.
Soffy Martínez por Valeri Alarcón
Por su parte, Candela refiere, en las primeras páginas del libro, que, en un auditorio de Marruecos, al norte de África, la mezzosoprano Martha Senn, despidió su presentación invocando un tema de la cultura wayuu compuesto por Raúl Mojica Mesa con el título de Jamuine Taerrin Pau. Y al final, en la cronología, remata Candela:
“1986: durante dos años realiza investigaciones para la creación del ballet To Kapu lat —El sueño—, sobre las creencias mágico-religiosas de la comunidad guajira y se ocupa de una ‘Reseña histórica, compendio geográfico y tradiciones orales de la antigua provincia de Padilla’. Participó en el Encuentro de Compositores Colombianos, en Medellín. Tras renunciar a las cátedras de canto, gramática musical, armonía y folklore en la U. Nacional, murió el 19 de diciembre 1991, en Santafé de Bogotá”.