LOS ABANDONADOS ILUSTRES DE ESTE MUNDO. “Lo que no fue dicho”. Por Fernando Cruz Kronfly

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LOS ABANDONADOS ILUSTRES DE ESTE MUNDO

Profesor de la Universidad del Valle Doctor Honoris Causa en Literatura Investigador emérito vitalicio de Colciencias

BREVE NOTA INTRODUCTORIA

Este texto apunta a colocar en un determinado horizonte analítico y crítico “Lo que no fue dicho”, el más reciente libro de José Zuleta Ortiz. Que he terminado de leer. Lentamente, sorbo a sorbo, dando permiso a la visitación de las evocaciones y referencias que cada página me iba obligando a hacer debido al tema allí en despliegue. Tema que viene de lo más profundo de los relatos míticos, así como de los más arcaicos textos sagrados: la relación enigmática entre padres e hijos.

Y pensando, igualmente al tiempo que leía, en los abandonados ilustres de este mundo, a quienes el

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A propósito de “Lo que no fue dicho”, el más reciente libro de José Zuleta Ortiz

abandono hizo tanto provecho, tanto doloroso bien. Y cuántas lámparas encendidas a ellos entregó y cuánta plataforma existencial ofreció para su personal manera de ir y venir por el mundo. No hablo de los abandonados en la miseria que, por millones, se hunden en el crimen y en el pantano de la exclusión. Hablo de los abandonados de excepción.

Se trata aquí, entonces, de colocar la “novela familiar” de Zuleta Ortiz, según la categoría analítica elaborada por Marthe Robert, en el horizonte que le corresponde como texto literario y no como autobiografía, que desde cierto punto de vista también lo es. Y de esta manera ponerla a salvo de la recepción por parte de lectores y comentaristas que la reducen a ser sólo una especie de “testimonio” personal del autor, respecto de su relación con su madre, que “lo abandonó”. ¡Y, qué pesar!

La lista de los abandonados de este mundo es, en cierto modo, la misma de la humanidad, habida cuenta de que la especie sapiens es, por definición, la desterrada de la naturaleza y la que transmigró a otro mundo caracterizado por lo simbólico, la crisis de lo instintivo, lo psíquico, la negatividad inherente a las prohibiciones morales y los imaginarios donde se echa y se confunde en un mismo fardo lo que existe con lo que no existe como si fuesen la misma cosa. Falso desprendimiento de

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la naturaleza, apenas una ilusión equívoca, por cuanto la especie humana jamás pudo deshacerse de ella como su madre ancestral, con la que sostiene una tensa relación de abandono, amor y devastación, sin por esto jamás poder quitársela de encima. La naturaleza, como la madre, siempre están ahí son deudas imposibles de saldar.

La anterior es, al parecer, la causa más plausible del ontológico desasosiego de la especie humana y de su vivir siempre en falta respecto de algo indefinible que vuelve a brotar como deseo en el rescoldo vivo, una vez se alcanza lo deseado y vuelve y juega y vuelve a empezar. Motivo por el cual, posiblemente, Henry David Thoreau escribió en Walden (Henry David Thoreau, Walden, Editorial Errata-Naturae, 2021), que la mayoría de los seres humanos vive vidas de desesperación muda, silenciosa. Y, por su parte y más recientemente, Jacques Lacan escribió, términos más términos menos, que los seres humanos viven vidas en las que siempre queda faltando algo. Sin olvidar el libro del desasosiego, de Pessoa.

Pero, además, haciendo honor a las evocaciones que iban desfilando a medida que avanzaba en la lectura de “Lo que no fue dicho”, no podía dejar de lamentarme ante el tipo de recepción reduccionista a lo anecdótico que de este libro se ha venido haciendo, no pocas veces tolerada con resignación por su mismo autor, a mi juicio en estado de perplejidad y asombro no sólo ante lo escrito como vaciamiento interior, sino ante los comentarios expresados por los asistentes a las presentaciones públicas de su libro, en algunas de las cuales he podido estar presente y oculto a distancia, gracias a la tecnología.

“Recepción reduccionista” a lo anecdótico familiar, ha quedado dicho, por cuanto considero que “Lo que no fue dicho” es uno de los libros más hermosos e importantes que se han escrito acerca del abandono y la relación tensa entre padres e hijos. Enigma que viene siendo arrastrado desde los tiempos humanos más originarios, motivo por el cual ha de merecer un tipo de recepción digna de su significación en el

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mundo de las escrituras literarias de propósito estético y no simplemente comercial. Éstas últimas en boga y destinadas al consumidor promedio, que suele empozarse en lo anecdótico y en lo sentimental cursi. Para de esta manera soportar el tiempo de la espera y de paso calentar un poco las sillas de los aeropuertos o salas de espera en los consultorios médicos.

La edición que tengo en mi mesa de noche a la espera del día, es la tercera en menos de dos años. Este éxito editorial y muy seguramente de ventas, me lleva a sospechar que la recepción de esta obra sigue girando en los lectores alrededor de la historia que se desliza por la superficie, así: ocurre que el escritor mismo, hijo abandonado por su madre, decide ir al encuentro con ella en el filo de su muerte. Momento intenso en el que ambos, tan lejos y tan cerca, tienen el valor de volver a ver sus rostros y figuras fantasmales, contarse, si queda tiempo, sus mutuas historias de vida y allí, exactamente allí en esas narraciones, poderse reconocer.

¿Dónde más?

Así que, a medida que avanzaba en la lectura del libro de Zuleta Ortiz, tuve por absolutamente cierto que su tema es la relación siempre ambivalente y cuántas veces tensa de las hijas e hijos con sus padres, la nebulosa del origen o punto de partida y la manera como los abandonados de este mundo deciden enfrentar la ausencia de esa luz y ponerle la cara al origen umbrío. Y, en cuando sea posible, porque no siempre se logra, poner fin al desasosiego de toda una vida mediante la entrada en un agujero negro en cuya salida, como un coágulo, despunta un punto ciego: la madre.

Si esto es así en términos míticos y hasta mítico-sagrados, el hecho de que el autor de la obra sea o no el mismo abandonado que en cuanto personaje trajina las páginas, pasa a ser para la literatura de propósito estético un asunto ciertamente secundario. Opcional, por supuesto,

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para los lectores comunes y corrientes. Y este es precisamente el punto preocupante de la discutible recepción, la más superficial y fácil, que ha venido teniendo este libro en los lectores corrientes. Puesto que, además -y este además se convierte ya mismo en totalidad-, lo que hace de esta “novela familiar” una conmovedora obra literaria, es precisamente el tipo de escritura que se toma la historia, la invade de arriba abajo hasta dejarla convertida en otra cosa. Al punto de que si alguien llegara a preguntar dónde es que se encuentra enterrado el tesoro con las alhajas de esta novela, inscrita como ha quedado dicho en el “género de novela familiar”, según Marthe Robert, no dudaría al decir que el tesoro con las alhajas no está en lo autobiográfico, ni incluso en la poética de las situaciones que debe enfrentar el abandonado, sino sobre todo en la relación sistémica que esta escritura literaria sostiene con el tema de fondo. Se trata de la poética de la escritura misma que engrandece, que redime de lo convencional común y corriente y hace suya la poética situacional.

Bajo el siguiente supuesto: 1

LA ESCRITURA LITERARIA COMO ESCRITURA “EXTRAÑA”

Y SU RECEPCIÓN POR EL LECTOR

No son muchas las lectoras ni lectores que han advertido suficientemente que la escritura literaria es absolutamente otra y diferente de la escritura convencional, a pesar de estar “hecha” con los mismos signos del habla corriente, pero “enloquecidos” y “transgredidos” precisamente por la poética. No es fácil percibir la especificidad literaria que ocurre en este tipo de trastorno de los signos. Los seres humanos corrientes, habituados a las lecturas funcionales o de pasatiempo, difícilmente logran sentir las conmociones que causan las escrituras literarias poéticamente trastornadas. En principio, es posible afirmar que los más significativos escritores son aquellos que han propuesto y

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siguen proponiendo al lector una escritura “extraña”, incluso respecto de historias o temas que pueden considerarse banales y corrientes. Como hizo la inmensa y olvidada Clarice Lispector e incluso, luego, García Márquez en sus crónicas. Se trata de escrituras llamadas a despertar y poner en marcha la dimensión estética en el lector que, si es de aquellos comunes y corrientes, se aburre o no entiende nada lo poético inherente al lenguaje literario. De este desperdicio y fracaso están llenas las bibliotecas y librerías del mundo, aunque jamás por culpa de ellas.

Todo aquí depende y queda en manos de la recepción que, de este tipo de escrituras estéticas y poéticas, esté en condiciones de hacer el lector. Este es, por supuesto, un asunto de las élites intelectuales-sensibles. No todos sienten lo mismo ni están obligados a hacerlo y por no poder hacerlo son peores o mejores que nadie. De este tipo de “normalidad” promedio necesita el mundo. Porque no se trata sólo de entender sino de sentir algo diferente, una especie de “más allá”, un “plusvalor” en el ruido mismo ante Bach, Mozart o Vivaldi, o ante la escritura de Beckett, Shakespeare, Trakl, Neruda, Vallejo o Valéry. La mayoría de los lectores comunes no están en condiciones de dejarse conmover por las características diferenciales de los sonidos o las escrituras literarias de propósito estético. Los lectores corrientes son el nicho al que le que apuntan las editoriales comerciales, porque allí ese tipo de demanda cuantitativa es absolutamente superior. Me preocupa entonces que “Lo que no fue dicho” sea un texto llevado por la sensibilidad cursi del “qué pesar” a hacer parte de este nicho, en razón de una lamentable recepción que de este libro se haga por parte de los lectores comunes o de cierta crítica de superficie, que tan fácilmente se quedan atrapados en la sensibilidad “muy humana” y cursi que se pone en marcha cuando se conoce que el autor fue abandonado por su madre. Y, otra vez, qué pesar.

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A propósito de esto de la conmoción interior que causan las escrituras literarias, en alguna novela que leí un día supe de una muchacha personaje que durante el desayuno con su amado se puso a leer el cuento de un navegante niño abandonado por sus padres, y a la mitad del relato ya estaba ahogada y llorando conmovida sobre los huevos revueltos y los pequeños panes que comía, mucho más por causa del lenguaje que por la historia misma, que no era mucha cosa. Ojalá que este tipo del llorar literario ocurriera más a menudo, aunque no tanto como para arruinar los deliciosos desayunos de este mundo. No se trata, por supuesto, de poner a sollozar a todos los lectores. Pero este personaje literario que humedeció el desayuno ante la perplejidad y conmoción de su amado, podría ser un buen ejemplo de lo que ciertas escrituras literarias desencadenan en los lectores “por sí mismas” en términos sensibles. Puesto que este encuentro entre el lector y la escritura literaria de propósito estético, se convierte en un campo de confluencia en el que se hace posible que brote de lo hondo del mar el cofre con las alhajas literarias. Esta especie de epifanía que produce lo “bello y profundo literario”, ocurre en el lector y no en ninguna otra parte, en cuanto él o ella actúan como “campo complejo intelectual-sensible” de recepción en términos estéticos.

Pero el punto aquí es también, y se da por supuesto, lo que sucede en el escritor que, para referirse a las “cosas mudas” que no tienen para sí palabras, como ocurrió con Hugo Von Hofmannsthal, ha de recurrir al arte de “enloquecer y transgredir” el lenguaje corriente. Y, así trastornado, ofrecerlo al lector. ¿Por qué razón el escritor de propósito estético hace esto y lo goza en medio de su propio trastorno respecto de la manera como se representa el mundo y así lo escribe? Delante del llamado proveniente de esta oferta extraña, el lector especial acude, entra como por una “umbralidad”, en términos de Walter Benjamín, y allí se queda a vivir dado el encanto de cuanto allí sucede. Y entonces acaece, como un “campo” personal complejo, el encuentro llamado recepción de la obra por parte del lector. Campo de

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convergencia entre un lector que lleva a este encuentro lo que tiene y un texto que, a su vez, pone en el asador del lector lo que tiene. 2

EL ABANDONO DE LOS PADRES QUE SE VAN A VIVIR EN LAS IDEOLOGÍAS

De regreso al abandono de las criaturas por cuenta de sus padres, en el caso de “Lo que no fue dicho” podemos “ver” un padre que a distancia y algunas veces como a ratos permanece atento a los recorridos de su hijo por las periferias, a sus apariciones y desapariciones en redondo de un núcleo circular, a veces en elipse y que se llama familia rota por causa del abandono. Entonces ha llegado el momento de decir que uno de los abandonos más crueles e invisibles es aquel que recorre desde el comienzo hasta el final este libro de Zuleta Ortiz. Pero no precisamente el abandono de la madre, que en el libro es evidente, sino el del padre, que es “invisible”. Y que es el que se produce cuando el padre se marcha a vivir a las ideologías, pierde la noción de realidad respecto de eso que se conoce como “hogar”, reduce la responsabilidad con sus hijos y con el mundo cotidiano e incluso con su función proveedora, por cuanto la Revolución y el “pueblo” en abstracto son aquello que importa de verdad en lo que imaginariamente se denominaba “en última instancia”. Dado que el hogar dizque es un invento burgués, donde los sentimientos y los apegos familiares no son bienvenidos. Olvidando, como ya se sabe, que los neandertales vivían en grupos llamados “familias” ancestrales, tenían “hogares” alrededor del fuego y no por esto hacían parte de ninguna familia burguesa recolectora, cazadora, pescadora, carroñera o incluso, como también ya se conoce, antropofágica. Se predicaba y se predica todavía, además, por hombres y mujeres libertarias y no sin falta de argumentos históricos y hasta personales razonables, que la familia “nuclear” en su modalidad moderna está mandada a recoger, que ciertamente es una

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“institución burguesa”, que opera, actualmente como un estorbo para los narcisistas y egoístas que necesitan vivir solos sin negociar espacio ni tiempo con nadie. Seres humanos ensimismados de nuestro tiempo hiper-moderno, y cuántas cosas más. Así vivan en “familias” tradicionales o no necesariamente nucleares los obreros y especialmente los indígenas de otras maneras, en fin, nada burguesas. Porque una cosa es, al parecer, la teoría política y los movimientos legítimos libertarios burgueses y ciudadanos, y otra muy diferente la etología humana y la antropología. Incluso, la sociología. Hasta el punto de que podría pensarse que existe una zona de profundas tensiones entre las libertades, por una parte, y por la otra los apegos etológicos y antropológicos propios del legado animal que los sapiens arrastramos.

Pero, independientemente de esto, el abandono ideológico, a no dudarlo, parece ser el caso del padre del escritor en esta novela de Zuleta Ortiz en cuanto personaje de la historia. Tan bien logrado y caracterizado, a gritos, mediante los detalles más dicientes. Hasta el punto de que, en términos de novela de época, si así se la llegara a considerar, en “Lo que no fue dicho” se encuentra retratada y caracterizada de manera magistral una generación entera, no sólo nacional sino latinoamericana y hasta universal, con sus correspondientes estragos y consecuencias en la novela familiar.

¿Es más devastador el abandono de la madre que partió o el del padre que se fue a vivir a las ideologías?

Esta modalidad de abandono por irse a vivir a otro mundo sin irse, en este caso un mundo ideológico-político, es tan cruel o incluso más que el abandono físico de quien desaparece un día y no se deja volver a ver. El abandono ideológico-político es imperceptible, alcanza lejanías reales pero inasibles e indefinibles, se blinda de legitimidad y alcanza justificación: “la causa revolucionaria”. Pero, dígase lo que se diga, este “heroísmo” individual socaba, entristece y llena de sombras y sensaciones de abandono no sólo a las parejas sino a las criaturas. Déficits

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afectivos cuantas veces irreparables. Y, lo que torna más duro e inasible este tipo de abandono que recorre el libro de Zuleta Ortiz, es que encuentra justificación en las formaciones culturales ideológicas que se predican y que, además, son constituyentes de estilos de vida, encarnan y se convierten en formas “ejemplares” y apostólicas de ir por el mundo, existencias entregadas e inmoladas al servicio de una u otra “causa noble”. Se cuenta que San Agustín abandonó a su mujer y sus hijos, cuando por intervención de Mónica, su madre, se convirtió al cristianismo y debió echar al olvido su familia “pagana”. Pero, no por “burguesa”, sino por pagana.

Este tipo de abandono por cuenta de madres o padres que desaparecen por irse a vivir en el mundo de las ideologías o las libertades y todos los derechos, pero muy pocos o ningún deber, sólo maravillosos derechos; padres y madres que no sienten haber abandonado a nadie, porque siempre hay hogares de abuelos y casas familiares “tradicionales”, ahora sí no “burguesas”, donde es posible dejar en consignación sus criaturas mientras ellos hacen sus vidas en uso de sus derechos indiscutibles y sin deberes; este tipo de remisión y abandono de criaturas dejadas en consignación en casas como cuentas corrientes que son las familias de los mayores, recorre de manera muy fina pero evidente la totalidad de “Lo que no fue dicho”. Acierto profundo y desgarrador de este libro, por cuanto al final se sabe que también la madre del abandonado padeció peores abandonos y sufrimientos de origen análogos a los del niño escritor, dejado por su madre libertaria y su padre en un lejano mundo ideológico imaginario, que lo depositó en consignación en casa de Margarita, la abuela, a cuya memoria, con sobrada razón, Zuleta Ortiz dedicó su libro.

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LA INEVITABLE RELACIÓN AMBIVALENTE ENTRE PADRES E HIJOS.

El tema de la relación ambivalente y tensa entre hijos y padres es universal. Y es el que sobrevuela este libro y va, por supuesto, más allá de lo anecdótico que puede tan fácilmente desembocar en lo cursi y en el qué pesar. El tema antes dicho viene desde los orígenes de la humanidad, y esta evocación fue brotando a medida que avanzaba en la lectura. Los abandonos de las criaturas ocurren tanto en las historias reales como en las mitologías. No fue jamás serena la relación paternal entre Adán y Caín, hijo envidioso fratricida que tan mal ejemplo dio a la humanidad desde los comienzos mismos del mundo narrados en Génesis, en clave mítica. Es un tanto diferente el caso de Pantagruel con su madre Badebec, esposa de Gargantúa, en tiempos de gigantes. Pues ella murió en el acto del parto y de una vez dejó resuelto el asunto duro del destierro y abandono edípico, que es universal. Desaparecido el “estorbo de la madre”, la relación de Pantagruel con su padre Gargantúa fue de una camaradería envidiable. Muerta la madre, desapareció el objeto de discordia.

Entonces, mientras leía, y esta es una virtud y un poder evocador inocultable del libro de Zuleta Ortiz, fueron viniendo a mi pensamiento los ilustres abandonados de este mundo, precisamente porque su tema es el abandono y la relación tensa y ambivalente de los hijos con sus padres y cómo el abandonado logra hacerse a sí mismo no obstante el abandono. Veamos un ejemplo pertinente a este libro y a partir de todo lo hasta ahora escrito. Tomado nada menos que de Shakespeare. Miremos el lenguaje allí “sufriente” de trastorno literario, aunque hecho con los mismos signos cotidianos de uso corriente. Lenguaje “extraño”, alterado, inusual, supremo bien de Shakespeare hasta nuestros días, donde quedó registrado para siempre el tono de Hamlet, así:

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“Dejadme solo, amigos. ¡Es hora de los hechizos nocturnos, cuando bostezan las tumbas, y el mismo infierno exhala su soplo pestilente sobre el mundo! ¡Ahora podría yo sorber sangre caliente y ejecutar tales horrores que el día se estremeciera al contemplarlos! ¡Calma!… Veré a mi madre. ¡Oh, corazón mío, no pierdas tu naturaleza! ¡Que el alma de Nerón no halle cabida en este firme pecho! ¡Sea yo cruel, más no inhumano! ¡No usaré el puñal, aunque puñales serán para ella mis palabras! ¡Que mi lengua, como mi alma, sean en esto hipócritas, y por mucho que la amenace y la zahiera con mis execraciones, no consientas, alma mía, en sellarlas con la acción!”

¿Se pueden advertir aquí las características del lenguaje literario, en las antípodas del lenguaje corriente, características llamadas a producir en el lector receptor efecto estético? ¿Todos aquellos que leen este párrafo memorable experimentan la misma conmoción? Absolutamente, no. ¿Qué dirá o sentirá ante estos signos trastornados un lector funcional?

No, para un lector funcional el “efecto” Shakespeare no existe, es imposible. Un lector funcional, en términos del funcionamiento y operación de la vida corriente, no ha necesitado constituir un “campo intelectual-sensible” de recepción, un campo complejo donde pueda darse el tipo de “recepción” en el que pueda producirse el “efecto estético Shakespeare”.

Pero este modo de escribir es, precisamente, lo que se conoce como Shakespeare. Uno de los más grandes contemporáneos y supra-históricos escritores venidos del Renacimiento, que sobrevuelan los espacios y los tiempos del mundo porque se ocupan de la condición humana. Expresada y atrapada, sobre todo, en la tensa relación entre hijos e hijas y padres y madres que campea en toda su obra. Pues ocurre que el lenguaje “trastornado” de Shakespeare, en la citación que precede y puesta en boca de Hamlet, no es aquí y por sí mismo el único cofre con su tesoro. Habida cuenta de que lo que este párrafo propone

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como un todo es la ambivalencia de los sentimientos de Hamlet respecto de su bien más amado, su madre “infiel” con su tío, hermano de su padre muerto, todavía tibio.

Así de “extraño” habla Hamlet, todavía en este Siglo XXI, el hijo ofendido por su madre, en el entendido de que esta ofensa materna en contra de Hamlet, este comportamiento suyo significa un terrible abandono, un abismo, una ruptura moral irreparable. Ella lo abandonó al casar con su tío y lo puso tan lejos que él terminó odiándola, queriendo atravesarla con su puñal y de esta manera poner fin a su abandono por infiel. Y esta fue y sigue siendo otra evocación y conexión, nunca forzada, que despertó en este lector la novela de Zuleta Ortiz, bajo el supuesto cierto de que todo hijo varón es abandonado de origen por su madre, por cuenta del ingreso de ambos sin alternativa en el mundo simbólico. De la misma manera como toda hija ha de ser abandonada y puesta simbólicamente lo más lejos posible de su padre, por análoga razón.

Es que la mujer hembra de la especie humana ha de significar al mismo tiempo dos cosas absolutamente diferentes respecto de su hijo varón. La madre, por sí misma y mediante las “evitaciones” debe alejarse, desmembrarse para siempre de su bien más querido, su hijo en cuanto hombre prohibido y vedado. La madre es también para el hijo hembra mujer, aunque absolutamente lejana y prohibida. Y aquí en la cultura empieza a darse el más duro y profundo abandono de los niños y las niñas de la especie sapiens que ha venido a dominar el mundo con su trastorno al hombro. Dada su condición de mujer, la madre ha de abandonar a su hijo varón, que deja de ser hombre para toda la vida a cambio de pasar a ser hijo y poder serlo en el amor filial. El padre abandona a su hija como hombre, que deja de ser mujer para él a cambio de que pueda ser hija. Y de esta manera en este campo de la sexualidad, que es tan profundo, decisivo y humano, padres y madres abandonan a sus crías para toda la vida. Y, mientras avanzaba en la

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lectura en poder de los síntomas de la escritura, sentía en la “novela familiar” de José las claves y pisadas de esa presencia caminante y transversal del tabú fundador de la humanidad, hoja por hoja: el tabú de la madre como punto ciego de origen.

Esta veda, esta expulsión no es teórica sino real. Esta línea roja entre padres e hijos constituye la carne más honda del primero y originario abandono universal, blindado de legitimidad y que lleva por nombre exogamia o exclusión de cierto tipo de vínculo amoroso bastante a la mano, pero prohibido.

Este es el contexto del abandono en Shakespeare por cuenta de sí mismo, debido a que Hamlet se declaró ofendido por causa de la afrenta de su madre, que quizás ella misma no se representó así. Esto llena de indignación al hijo en contra de su madre, que casó con su tío, hermano de su padre. Y esto es incesto. Entonces Hamlet entra a debatir consigo mismo en el lenguaje, como si hubiese otro en él sin dejar de ser quien es. De tal manera que, en estos pensamientos admisibles e inadmisibles los unos y los otros en debate interior, Hamlet deja en estado de evidencia la ambivalencia de los sentimientos respecto de su madre, a quién habrá de zaherir con sus execraciones, aún más duras que las provenientes de su puñal, pero jamás ser inhumano pasando a los hechos con su arma letal censurada.

Y, mientras leía y evocaba esta ambivalencia siempre humana, teniendo en cuenta las palabras trastornadas de Shakespeare, sabía que era inevitable la ambivalencia de los sentimientos en toda “novela familiar”. La misma que debió padecer en la vida real el autor de “Lo que no fue dicho”. La misma que tuvo el ardor de incrementarse en el escritor, no sólo mientras iba al encuentro con su madre originaria, sino también cuando pasó a la escritura de su vida de real abandonado. Se convierte así en un nudo mayor el encuentro procurado y al mismo tiempo rehuido, que al fin de las cuentas pudo darse. Y no precisamente en una casa cualquiera, sino en la habitación de un hotel. Lugar

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“poco neutro”, en el que lo posible del inconsciente se convierte en lo absolutamente imposible a la conciencia. Y allí el hijo dudó incluso, razonablemente, si podría decir madre a su madre o de qué otra manera nombrarla, dada su ausencia absoluta en forma de madre por toda la vida. Esa madre “fantasmal” apenas biológica. 4

LA ESCENA DE LA BAÑERA: SU EXTRAÑA EVANESCENCIA

Y RECORRIDO SUBYACENTE A LO LARGO DEL LIBRO

Y aquí, exactamente aquí brota en la “novela familiar” y no simple autobiografía de José Zuleta Ortiz, un momento cumbre que muy seguramente la crítica literaria de carátula podría omitir y no registrar, debido a su grandeza simbólica invisible y complejidad ambivalente humana en el pantano de los equívocos y las confusiones. Momento cumbre que opera como una clave tan esencial, que tiende volverse umbría, a desaparecer y tornarse evanescente, lo más rápido posible al dejarse avasallar por la marea de la narración, que vuela y cuya eficacia, proveniente de su técnica y sapiencia narrativas, la hacen volar. Salvo que, por el contrario, la imperceptible clave caiga en las manos de un lector atento a la sintomatología. Un lector en condiciones de echar mano de una lectura sintomática, pero no acomodaticia y forzada en favor de los esquemas analíticos preconcebidos, sino a partir de “detalles” cruciales realmente existentes en el texto objeto de lectura. Nunca, y ha de reiterarse, como un simple lujo en la lectura o vana presunción, sino porque el texto mismo, cuando podría no haberlo hecho, introduce esta clave de manera intempestiva, expresa y luminosa, dirigida a quien quiera darle el valor que merece. Porque, a mi manera de ver, esta escena se erige como clave de fondo de toda la novela.

Sin más dilaciones, se trata de la escena en la bañera.

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Mamá y papá se han sumergido allí desnudos y se encuentran haciendo lo suyo en cuanto hombre y mujer. De repente en la escena irrumpe el hijo, como un verdadero intruso o tercero. Sin desentenderse de lo que hacen y sin dejar de hacer “lo suyo”, el padre levanta al hijo y lo coloca a una altura suficiente como para ponerlo a salvo del agua donde está ocurriendo lo propio de la pareja, lo “prohibido”. De esta manera el padre, y no la madre porque podría haber sido ella misma, deja al niño como hijo varón al margen de los hechos, como un desterrado de la dicha y del acontecimiento prohibido al intruso. Padre y madre no se detienen en lo suyo y logran el éxtasis, pero el hijo permanece en las alturas, salvado de las aguas de la bañera, a ciegas de lo que acaba de suceder allá abajo, en las convulsiones del agua y los cuerpos como en una marea prohibida, en las vedadas tinieblas del agua.

En esta escena de la bañera, traída de manera intempestiva al relato por la misma madre del escritor personaje durante la conversación con su hijo, sin nadie haberle preguntado nada y sin forzar las cosas, está condensado y resumido el originario destino de la humanidad desterrada y abandonada de la naturaleza: vivir a ciegas, los hijos, el amor carnal natural de los padres, de donde ellos precisamente vienen en cuanto origen; vivir el destierro y el abandono de ser expulsados de sus júbilos y temblores inimaginables.

¿Acaso no es así?

Esta separación, este abandono del hijo en la bañera sin excluirlo, este ponerlo por encima de la línea roja estando en la frontera de ella misma; este modo de dejarlo convertido en una especie de niño espectador partícipe pero sin ojos, como Edipo en la metáfora de sus ojos rotos; abandonado en las alturas de los brazos paternos y convertido en presencia lejana en el terreno de la inconciencia y la inocencia, constituye una escena que el escritor trajo a su novela de manera deliberada y no accidental. Gracias, José, por haber tomado la decisión

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de no censurar a tu madre en tu “novela familiar”, incorporando la escena de la bañera. Que ocupa apenas seis renglones, pero cuyo espíritu, vaho y aliento inconfundibles atraviesan la totalidad del libro. Invito a los lectores sentados en la mesa de las mujeres y los hombres racionales informados, a leer estos seis renglones o releerlos, y darse un respiro para volver a compadecerse de la historia de la humanidad abandonada por cuenta de lo simbólico.

Si el escritor incluyó esta escena sobrecogedora y tan diciente respecto de la totalidad del libro, concentrada en apenas seis renglones, ya sea como invención suya o como algo realmente acontecido en su niñez, pero narrado ciertamente por su madre durante el “hallazgo” y no simple encuentro con su madre desaparecida, reencontrada en la bruma de los tiempos concentrados al final; si esta escena ha subido a la zona confusa y umbría de la memoria y el pensamiento que la recupera y la deja pronunciar por esta madre maltratada que no pudo ser del todo simbólica sino apenas biológica, debió ser por su muy elevado poder de ambivalencia, de confusión de las fronteras en el inconsciente y al mismo tiempo por su prominente significación antropológica y psíquica. En esta escena, el niño intruso e impertinente hace de tercero en discordia. Se ensamblan aquí y se convierten en un todo literario eficaz la poética situacional y la muy lograda poética escritural.

LA INTERMINABLE FILA DE LOS ABANDONADOS ILUSTRES DE ESTE MUNDO

Y, entonces de nuevo a estas letras ha de regresar la fila de los abandonados ilustres de este mundo, a quienes el abandono desgarrador hizo tanto bien constituyente como campo de configuración en el que cada ser humano pueda llegar a ser obra de sí mismo, en cuanto el abandono tiene como su virtud más profunda del otro lado la libertad.

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Ha de recordarse que uno de los más ilustres abandonados por su padre fue Jesús. Se cuenta de él que, en el momento supremo de su agonía, elevó a su padre uno de los más renombrados y expresos reclamos debido a su abandono. Precisamente en el momento en que sintió que moría en aquella cruz clavada en el calvario, mejor traducido como el “monte de las calaveras”, Jesús supo por fin que definitivamente estaba solo, que su padre todopoderoso no acudía ni intervenía en su favor y dijo: “¿padre mío, por qué me has abandonado?” Este reclamo de apenas siete palabras, que atravesó la historia hasta nuestros días, es desconcertante. Bajo el supuesto de que el padre que abandonó a Jesús, según dicen lo podía todo y, sin embargo, dejó que las cosas sucedieran de la peor manera imaginable en contra de su hijo, para la salvación y redención de quienes así todavía lo creen y lo agradecen.

La grandeza de Jesús, entre hombre histórico e hijo de Dios, provino precisamente de este abandono de su padre, su muerte y sufrimiento. Si Jesús no hubiese sido abandonado a su suerte por su padre, no habría sido nadie.

La lista de los abandonados ilustres podría llenar álbumes enteros. Pienso, en primer lugar, en José, homónimo absoluto del autor de “Lo que no fue dicho”, hijo preferido del patriarca Jacob. Este joven José bíblico, personaje central de la obra en varios tomos titulada “José y sus hermanos” escrita por Thomas Mann (Ediciones Ercilla, 1945) debido a su arrogancia y vanidad se ganó el odio de sus hermanos y fue arrojado al pozo como castigo y allí quedó abandonado. Pero, humillado y sufrido brotó del pozo y terminó por rehacerse y hacerse a sí mismo como ninguno. Pienso también en Moisés, abandonado por su madre en una canasta entre los juncos crecientes en las orillas del Nilo. Hallado luego por gentes humildes y adoptado por la hija del Faraón. Este Moisés, que peregrinó por el desierto al frente de su tribu como pueblo elegido, que al llegar a la orilla del mar presenció cómo los fuertes vientos enviados por Dios separaban las aguas y las detenían para que él mismo y su pueblo preferido pudiesen pasar. Este Moisés,

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peregrinó tanto con su cayado y sus polvorientas túnicas al frente de su gente, que al final desembocó en la más escalofriante paradoja y genocidio: el holocausto. Pero, el punto aquí no es éste, por aterrador que sea, sino que quienes marchaban desnudos rumbo a las duchas criminales y los hornos macabros, también fueron abandonados por su Dios, al extremo de que de ellos sólo quedaron documentos amarillentos y testimonios de sobrevivientes enmudecidos por el dolor y el absurdo, como escribe Giorgio Agamben (Giorgio Agamben, Lo que queda de Auschwitz, Editorial Pre-textos, 2010). Pienso ahora también en Franz Kafka, ese inmenso escritor judío que sentía vergüenza de su origen, que se abandonó él mismo a este sentimiento y allí vivió y escribió, en clave suprema y solitaria su incomodidad y vergüenza. Y que, precisamente “gracias” a este abandono, viviendo en esta auto-exclusión y soledad renombrada y esencial, logró la grandeza de su literatura y condensó para la humanidad, cifrado, lo mejor de su sufrimiento.

¿Es para tener pesar y condolerse todavía de la suerte de los abandonados más ilustres de este mundo?

Y Gabriel García Márquez, abandonado por sus padres y dejado en poder de sus abuelos y los indios Wayuú, que entraban y salían como por su propia casa en Aracataca y, como dice él mismo porque está escrito, “me metieron todo eso en la cabeza”. En el entendido de que “todo eso” que el pueblo Wayuú metió en la cabeza del niño abandonado fue, precisamente, esa maravilla del pensamiento mágico y agorero, sin la cual la escritura de Gabo no hubiera podido ser lo que ha sido para bien de la humanidad. Letras literarias hijas en lo fundamental de la cultura oral Wayuú. Deuda cultural que, a mi parecer, la crítica no ha saldado como debe ser. Puesto que ha buscado las fuentes literarias de Gabo en la gran literatura universal, lo que es también absolutamente cierto, pero no ha valorado suficientemente la condición del

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niño abandonado en poder de los abuelos en clave mental Wayuú y los mismos mundos directos recibidos de la oralidad Wayuú.

Y vino a las evocaciones del abandono también Carlos Gardel, de padre desconocido, quizás un chafarote uruguayo de paso por doña Bertha. Niño cantante abandonado entre los más abandonados muchachos de este mundo, forjándose él mismo, como lo hizo y viene haciendo en su condición de ser humano excepcional el autor de “Lo que no fue dicho” pero que sólo en parte ya lo fue en su “novela familiar”. Gardel por los cafetines del abasto en Buenos Aires abandonado, deambulando en busca de monedas con su guitarra, a cuyo abandono debemos lo mejor de su voz y sus sentimientos. Vino también a mi pensamiento mientras leía sorbo a sorbo, el ave más desamparada que fue Edith Piaf. Ese gorrión de alas quebradizas enloquecida de amor por su Marcel, un boxeador. Frágil criatura de las calles y los cafetines abandonada del todo a su suerte, absolutamente como ninguna otra, paseándose y cantando por los inframundos de París. Edith Piaf, pajarita, aferrada ya enferma a su más linda canción, diciendo que ya no quedada nada de nada y que con sus recuerdos haría un incendio. Fogata de recuerdos al final fracasada, por fortuna, como ocurrió con los manuscritos de Kafka, puesto que esos recuerdos amenazados por ella de ir a la candela purificadora, de pronto se le vinieron encima y ellos mismos la incendiaron hasta llevarla a morir sumida en el alcohol como una lámpara pálida.

Y recordé también a ese padre de sí mismo abandonado que un día decidió dejar su casa para irse a vivir en una barca anclada en el centro de un río. Allí fue tomado por la fuerza del más profundo silencio, modalidad de uno de los más desgarradores abandonos conocidos por cualquier ser humano: el acallamiento de la voz. Hasta allá, en aquel centro del río donde se formó una tercera orilla que no existía antes del padre ir allí con su barca, iba uno de sus hijos a llevarle alimento, cachivaches y demás pequeñas cosas de compañía. El relato fue escrito

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por Joao Guimaraes Rosa y puede leerse en su libro “Primeras historias”. También hace parte de la fila de los abandonados más hermosos Alain Delón, ese perfecto ejemplar humano de la cinematografía y esa perfecta Ingrid Berman, ilustres abandonados que se hicieron a fuerza de ellos mismos, gracias a la fortaleza proveniente de la resiliencia convertida en ave fénix que alza el vuelo a partir de los restos luminosos y las lámparas encendidas que entregan a ciertas vidas que se yerguen, la soledad y el abandono. Excepcionalmente. Porque muchas otras vidas de niños abandonados se hunden en la exclusión, el crimen y el resentimiento.

LA URGENCIA DE QUE LA MADRE QUE PARTIÓ SEPA

QUE EL ABANDONADO SE HIZO POR SÍ MISMO.

“Hacerme por mi mismo. Pude vivir y ser yo mismo y por mí mismo a pesar de tu abandono” Esto es precisamente lo que el autor personaje de este libro reitera cada que le es posible y a su vez quiere hacerle saber a su madre a cada instante. Esto es lo que antes de morir debe decirle a ella y no pudo ser dicho. A ella que lo abandonó y que ahora se encuentra desahuciada, abandonada a su suerte como ninguna otra mujer en el mundo, con su osamenta bajo las cobijas, a punto de partir:

“Necesito que sepa de mis labios que pude vivir. Que traté de no repetirme, y que comprenda que lo que ocurrió fue lo mejor que pudo ocurrirme”.

Esto quiso decirle el abandonado a su madre y se quedó sin ser dicho.

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Esto se dice a sí mismo el abandonado que no culpa a su madre ni a nadie de nada. Tampoco la comprende. No necesita de lo uno o de lo otro, porque él es aquel que a solas logró ser el que es.

Entonces la madre y el hijo abandonado por ella por fin se han “hallado”, por cuanto lo que ocurre entre ellos dos no es ciertamente un encuentro sino un verdadero hallazgo. Desean conocerse, narrarse cara a cara sus historias de vida y a través de ellas saber quiénes fueron. Incluso quiénes son ahora. Pero ocurre que en medio de este conocerse, viene a saberse por ella misma que fue la criatura más abandonada y maltratada de este mundo. Privada de un brazo que se le secó, debió a hacerse a puro pulso. Ella, que descendía del poder y los apellidos. Y ahora, erguida ante la proximidad de lo inexorable, quiere que su hijo escritor abandonado por ella narre en un libro su vida. Todo esto bastante “a la griega” traído a nuestros días, porque el asunto de fondo con rostro de “tragedia” se repite para toda la humanidad en redondo de sí mismo a la manera de un “eterno retorno”, escrito por Zuleta Ortiz en lengua literaria de la mejor factura.

Para el proyecto del libro que la madre desea que su hijo escriba sobre su vida, utilizan una grabadora. Allí, fundamentalmente a solas, a veces hablando a la noche y grabando sin testigos, ella no puede recordar ningún detalle. Habla de su vida en abstracto en poder de un mecanismo psíquico defensivo que la pone a salvo de los detalles, donde parece que habita lo más duro de su pasado, en cuando los detalles pasan a serlo todo, se apoderan del recuerdo porque en ellos habita lo más duro cuando se sufre. De modo que en esta amnesia protectora no logra precisar nada, más allá de las generalidades salvadoras.

Pero, aun así, la madre puede contar que fue la niña más abandonada y maltratada imaginable. Y que, como consecuencia, quedó sin poder amar ni querer a nadie. Narra cómo la poliomielitis secó para siempre uno de sus brazos y que, así y todo, la hija y nieta del poder y de los apellidos, debió existir mutilada y buscó y logró hacerlo en la rebeldía.

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Entonces, de repente se pone en evidencia que la historia del abandono y maltrato sufrido por la madre, supera la historia del abandonado que fue en busca suya no se sabe bien a qué o por qué, aunque puede presumirse que lo hizo fundamentalmente como quien va a la fuente como punto-cuerpo de origen de su vida, a decirle simplemente que pudo ser sin ella.

Como consecuencia de esta búsqueda, el abandonado halló un punto francamente opaco y borroso. Apenas una imagen tantas veces soñada, pensada e maginada como tal vez ya no era. Punto de origen de su vida que no era un esto sino apenas un rostro, un saludo difícil, unos ojos que se evitaban y de repente se iban a mirar por las ventanas. Una mujer llena de rabia y desengaño asimilados, reprimidos, elaborados, decantados. Pero, por encima de todo, el orgullo y la altivez enseñoreados en un ser humano mujer que se hizo a solas, precisamente por causa del maltrato y el abandono y contra él. Hasta el punto de que, en uno de los momentos de cierre de la novela, ella dice, dirigiéndose a su hijo:

“Yo no te abandoné, te libré de mí”

Después de esto tan lúcido y limpio, cierto y profundamente verdadero, no queda sino la conmoción interior., y el pensamiento en su vagar por el dolo, la maravilla y las sombras que recorren por igual la humanidad. El pesar y el dolor antropológico, extendido a la totalidad de la especie humana, a partir de un caso supremo y conmovedor. Pero, por encima de todo esto, destaca la pulcra escritura literaria en su lucha por alcanzar la autonomía de hacerse ella misma en las antípodas de la escritura corriente y de la ruindad de lo anecdótico, inmediato y evidente. Pues son la escritura estética y la poética situacional las que atraviesan y recorren esta novela inscrita en la tipología de la “novela familiar”, aunque absolutamente autónoma y en la lejanía de lo literario, no obstante su evidente carnadura autobiográfica. Que,

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para los propósitos de la colocación del libro en su justo lugar en el horizonte de la crítica, pasa a ser ciertamente secundaria.

La cordillera, febrero 13 de 2023

Gracias a los generosos aporte y autorización del autor, en https://ntc-narrativa.blogspot.com/2023_04_13_archive.html

publica y difunde: NTC … Nos Topamos Con …

http://ntcblog.blogspot.com , ntcgra@gmail.com . Cali, Valle, Colombia

Fernando Cruz Kronfly y José Zuleta Ortiz

Fotografías (junio de 2012) por María Isabel Casas R.

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“Navigare necesse est, vivere non necesse" FLUCTUAT NEC MERGITUR .

NTC ENLACES SOBRE Fernando Cruz Kronfly

NTC … abril 08, 2006

NTC ... 224; Abril 8, 2.006 Fernando Cruz Kronfly

http://ntcblog.blogspot.com/2006_04_08_archive.html

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NTC ... 29 de febrero de 2012

La vida secreta de los perros infieles. Fernando Cruz Kronfly. Editorial La Mirada Malva. MADRID - ESPAÑA. Febrero 2012. 246 páginas

http://ntc-narrativa.blogspot.com/2012_02_29_archive.html

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NTC … 1 de junio de 2012

Destierro. Fernando Cruz Kronfly. Presentación de la novela por José Zuleta Ortiz. Cali, Junio 1, 2012. NTC ... Cubrimiento

http://ntc-narrativa.blogspot.com/2012_06_01_archive.html

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NTC … 21 de diciembre de 2013

FERNANDO CRUZ KRONFLY. Vida y obra. Homenaje. La ASECUVA organizó e invitó. Dic. 20, 2013 / NTC ... Cubrimiento

http://ntc-documentos.blogspot.com/2013_12_21_archive.html

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NTC … 1 de octubre de 2020

Abismo de origen. Fernando Cruz Kronfly. Poemas. Sílaba Editores. Primera edición: Medellín, Colombia, septiembre, 2020. Presentación del libro: SÁBADO, OCTUBRE 3, 2020. 6:00 PM / NTC ... Registro

http://ntc-libros-de-poesia.blogspot.com/2020_10_01_archive.html .

NTC …. 1 de enero de 2021

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LA CENIZA DEL LIBERTADOR. Fernando Cruz Kronfly. Precedida de Ensayo Crítico por Orlando Mejía Rivera. Primera NTC ... edición digital-virtual de ambos textos completos, con acceso público y gratuito. Agradecimientos para los autores ...

http://ntc-narrativa.blogspot.com/2021_01_01_archive.html

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