Historia de Isla de Maipo

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Hernán Bustos Valdivia

cían a los obreros, un poco más apartadas las casas de los capataces, uno de los cuales era Julián Escartín. Más allá las casas de los jefes y administrativos y al bordear los cerros una señorial casa que pertenecía a monsieur Bordaill, el dueño de la fundición. Eran casas sólidas y con muchas habitaciones. Posteriormente, estas construcciones dieron lugar a otras sólidas, de ladrillo, y que dejan claramente segregada la población. En la parte más alta, en los faldeos del cerro se construyó una gran y señorial casa destinada a la gerencia. En sus proximidades las casas de los empleados, de 3 dormitorios, baño, comedor y cocina. Más allá las casas de los capataces, que consistían en dos casas pareadas, cada una con dos dormitorios, comedor, cocina y baño interior y hacia la parte más baja las casas de los obreros, también pareadas, que disponían de apenas un dormitorio, comedor y cocina. El baño era un pozo negro situado al exterior. Hoy en día, estos inmuebles se mantienen en buen estado en su mayoría y son habitados por nuevas familias, que se establecieron tras el éxodo de los mineros o por lugareños que trabajaban en el fundo San Vicente. A partir de la expropiación de éste, hacia 1970, las recibieron como viviendas de asentados. La casa de la gerencia pasó a manos de la Corporación de la Reforma Agraria (CORA) y posteriormente al Servicio Agrícola y Ganadero (SAG), que administra los bienes de la ex CORA. Volviendo a los recuerdos, Clara Escartín comenta que cerca de las casas de los obreros había una escuela y a pocos metros un culto evangélico, también pulpería, botica y carnicería y un galpón techado que hacía las veces de teatro. Asimismo, existía una cancha de fútbol, donde se reunían los jóvenes y donde se escenificaban las fiestas primaverales y las fiestas patrias, que partían con el embanderamiento del asiento minero. De vez en cuando arribaba por allí el circo. Había carne, obtenida del ganado que se compraba en las ferias de Paine y Melipilla, el que era arreado por los cerros de Aculeo y Chocalán. Naltagua era un mundo aparte. La pulpería se abastecía con mercadería traída de Santiago, transportándose en tren hasta El Monte desde cuya estación ferrocarrilera era subida a los capachos del andarivel para sortear el río. A las diez y media de la noche un pestañeo de las ampolletas avisaba que las familias debían apurarse en terminar sus quehaceres hogareños, porque media hora después del campamento quedaba a oscuras, pues a esa hora dejaba de funcionar la central generadora de energía. El silencio campeaba en la población y los hombres se entregaban al descanso.

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