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El cuento de los cerdos

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Diaro del editor

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la seguridad pende de un hilo en estos días, un gran negocio para un depredador nato. Un animal alienado o un producto que sabe que es vulnerable, decide prepararse, pues está seguro que los de su especie no darán un brinco por proteger su integridad. Tanto tiempo siendo una máquina le dio ventajas, piensa de manera lógica y sabe cómo funciona en realidad la ciudad, los cimientos duros son la solución para detener a las bestias nocturnas. Es una falsa seguridad la de sus congéneres que se encierran tras paja y madera, pobres ellos, quienes desde jóvenes fueron libres y no conocieron el peligro, pobres, porque esta noche morirán, la simpleza y la vida humilde es frágil ante los pulmones de un lobo hambriento.

El sistema lo volvió algo egoísta, la competencia por el mejor lugar hizo que se olvidara de la idea colectiva de seguridad, está encerrado en sus murallas y no le interesa voltear a ver a su misma sangre corriendo riesgo. Pero algo dentro de sí despierta al ver de frente el terror del que siempre había huido; el lobo lo mira a los ojos diciéndole que será suyo, esbozando una bella sonrisa, ideando formas de romper su fuerte protección.

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Entre tanto, en la vida del campo, una forma de vida más libre, se entiende la seguridad en familia más allá del asentamiento citadino, esa sangre a la que el ser alienado dio la espalda es la misma que decide arriesgarse para estar con él luego de perderlo todo en un soplo, un par de cerdos libres consiguen atravesar la puerta antes de que el lobo los atrape, el caos y una vida de mierda hicieron que este depredador perdiera su velocidad y sus reflejos desaparecieran casi por completo. Un soplo fuerte seguido de una aguda tos terminó por evidenciar las graves complicaciones de salud a las que ha estado expuesto el depredador. Se ve derrotado una vez más por la astucia sistemática del encierro en la ciudad, se da cuenta que sus instintos naturales no pueden competir contra la unión, pues ya sabemos que la unión hace la fuerza. Y así es como se reencuentra este producto con sus raíces, entiende que la experiencia en su vida alienada le ha brindado dureza, pero ante el peligro todos recordamos siempre nuestra raíz, es así como atiende a los recién llegados, mirando desde la ventana al moribundo lobo, que poco a poco deja de moverse en el suelo, un depredador más, víctima de la soledad y la inanición.

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