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White room
Jhon es un chico como cualquier otro, un niño promedio, vive con sus padres, tiene 2 hermanos, juega con los niños del vecindario y mira los dibujos animados de los sábados en la mañana. Como cualquier chico de su edad es un poco inquieto, tal vez un poco más de la cuenta.
Un día el pequeño Jhon, como buen chico, pide permiso para jugar en la calle, quiere probar la bici que le regalaron en su cumpleaños -clic, clic, clic, clic-. Ya quiere probar el sonido de la tarjeta en la parte de atrás de la bici. Mamá habla por teléfono, no le presta atención, Jhon mira a la puerta, solo podría salir y jugar enfrente, no necesitaría pedir permiso para algo como eso, pero Jhon es un buen chico, él nunca haría eso, no sin la aprobación de mamá. Espera y espera hasta que mamá le da luz verde, no lo dice con palabras, solo un breve gesto de sus cejas, pero es suficiente, es la seña que necesitaba.
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El sonido de los otros niños en la calle entusiasma al pequeño Jhon. Mientras va por su bici piensa: “papá nunca me hubiese dado permiso”, nunca le agradaron los vecinos, posiblemente le hubiese dicho que hiciera la tarea y cuando terminara que jugara en casa; pero mamá no, no mamá, ella siempre lo trató diferente a sus hermanos, era el hijo de mamá, sus hermanos siempre tuvieron envidia, pero eso nunca le importó, sabía que con una pequeña expresión mamá haría lo que él quisiera.
Jhon toma su bici y se apresura a salir, sin embargo, olvida que la puerta siempre tiene llave y pasador - papá es muy precavido y desconfiado, odia que dejen la puerta sin seguro-, deja la bici en la entrada y se devuelve por la llave. Cuando finalmente abre la puerta, toma su bicicleta y sale sin mirar a los lados; tal vez si lo hubiese hecho habría notado el Montecarlo 78 que pasaba a 80 por hora, y del que pudo observar simplemente una silueta muy borrosa.
Esta silueta tiene un nombre, se llama Sara, ella es una chica de veintitantos años, casi llegando a los 30; algunos podrían catalogarla como una del montón o del promedio, es linda pero no destaca demasiado, de clase media, se graduó del colegio a los 17, pero su familia no tenía para la universidad, así que decidió trabajar, tuvo varios empleos, hasta que finalmente decidió mudarse de casa, según ella porque necesitaba su espacio, o tal vez era por las constantes peleas de sus padres, o quizás porque su hermano se metía al cuarto a robarle dinero o quizás también porque el hijo del vecino comenzó a acosarla y a perseguirla. Tal vez no supero que cuando eran niños jugaban o que fue su primer amor. Como sea, Sara se cansó y decidió salir de casa.
Los primeros años que vivió sola fueron duros, el dinero era para el arriendo, servicios y no mucho más, pero Sara siempre fue muy juiciosa, buena trabajadora. Después de varios empleos, entró en un almacén de cadena, primero como cajera por turnos, tiempo después entró de planta, pero Sara quería más y pudo llegar a ser administradora de uno de los puntos de dicho almacén.
Nunca se casó. Aunque no le faltaron pretendientes, siempre fue una chica solitaria, decía que le gustaba invertir en ella. Después de instalarse en su apartamento comenzó a comprar las cosas necesarias para su comodidad, incluso compró una moto, para movilizarse con mayor facilidad, después de lastimarse, unos años más tarde se cansó. “Esto no va con mi estilo” decía y decidió venderla, “ten- dré un auto” decía, uno nuevo, sin embargo las opciones se salían de su presupuesto; fue allí donde apareció su vecino, un anciano que vivía en el apartamento de al lado, era un “solterón”, jubilado del ejército o de los bomberos o algo por el estilo - eso escuchó Sara-, era amargado, pero educado, siempre saludaba a sus vecinos y asistía a las reuniones del barrio, cuando podía, o más bien, si su rodilla se lo permitía; al principio se movilizaba en su viejo Montecarlo, pero tuvo varios accidentes en él, según la policía porque ya estaba muy viejo para conducir o según su propia versión “porque las personas ya no manejan como antes, y ahora se atraviesan por todo lado”. De una forma u otra perdió su licencia, y desde ese entonces su viejo Montecarlo quedó estacionado; al no tener hijos, familia o alguien a quién heredárselo, el auto permanecía inmóvil. Un día, en medio de alguna conversación, acerca de cómo los vecinos de arriba hacían demasiado ruido o por qué llegaban tan altos los servicios, se le ocurrió preguntarle por el auto; definitivamente no era su tipo de auto, pero en todo caso era un automóvil, y una administradora debería tener un medio de transporte para moverse, incluso le habían dado su propio estacionamiento en el trabajo, así que cuando le preguntó al viejo acerca de su auto, él le contestó que permanecía donde siempre, pero viendo su lejano interés y pensando en este dijo “mejor que se quede en algunas manos, así sean las tuyas, a que muera estacionado”. Así que a un precio casi regalado y a muchas cuotas, llegaron a un acuerdo. Sara ya había aprendido a conducir desde hacía un tiempo y su trabajo no quedaba tan lejos; mientras veía televisión y comía pensó “bueno, por qué no probarlo mañana, al fin de cuentas ya es mío”. No sería la primera vez que lo manejara; la última ocasión, cuando el viejo lo condujo, tuvo que ayudar a recogerlo hasta dejarlo en el parqueadero. Le pareció un poco difícil, era un auto viejo, pero potencia no le faltaba, también era un poco largo comparado a los autos de la escuela de conducción; después de decidirlo, se tomó el último sorbo de la cerveza que bebía, alistó su uniforme y se acostó a dormir. Mañana todos la verán en su auto, aunque no sea nuevo, claro.
Al día siguiente, mientras se alistaba para el trabajo, habló con su madre por teléfono, quedaron de verse el fin de semana para tal vez tomar una soda o algo más; le comentó que la recogería, pero no le dio mayores detalles, “será una sorpresa cuando me vea” comentó. Tomó su bolso, las llaves del auto y salió al parqueadero. Mientras sacaba el auto del estacionamiento pensó “lo llevaré al mecánico después del trabajo”, sabía que el auto estaba en buenas condiciones, el anciano siempre le realizó mantenimiento, pero un carro en desuso siempre puede generar problemas; mientras recorría la carretera lo aceleró un poco, respondía bien, pero le sintió un problema en los frenos, “lo llevaré al mecánico al salir” repitió.
Al llegar al trabajo le recomendó su auto al guardia; “todo un clásico - le respondió el guardia-, tranquila jefe”. Su auto estaba muy cerca de la entrada, así que en ocasiones podría pasar a verlo. Al entrar notó a uno de los clientes, no era muy antiguo, pero se le veía bastante últimamente, “probablemente es nuevo en el barrio” pensó Sara, se miraron de reojo y Sara pasó de largo.
Sara tenía razón en algo, era nuevo en el barrio, pero no compraba tanto como lo hubiese deseado, ya que lo que más le gustaba hacer era observar, y vaya que observó esos últimos días; pero ese día, justo ese día, en el que Sara compró su auto, no estaba observando, o por lo menos no por mucho tiempo. Will era un joven con más experiencia de la que aparentaba, proveniente de un barrio humilde y “caliente”, por llamarlo de alguna forma, aprendió a “observar” mucho, a muy corta edad, pero no solo era bueno con los ojos, también con las manos. Como muchos jóvenes tuvo que hacer lo necesario para sobrevivir; al principio solo ayudaba con pequeños robos, pero siempre fue un joven de iniciativa, así que comenzó a trabajar por su cuenta, descubrió que tenía un gran talento para lastimar, aunque prefería no hacerlo, porque le recordaba a su padre; él y su hermano en más de una ocasión se vieron en problemas ante las caricias de papá. No recordaba bien a su mamá y al no tener muchas opciones desde casa, pronto él y su hermano comenzaron a realizar sus propios negocios. Acababa de salir de la cárcel, no hace mucho, por un robo menor. Nunca encontraron pruebas claras de su participación en dicho delito; si no hubiera sido por su hermano, y sus negocios con la droga no hubiera terminado en la cárcel; este fue reconocido y una cosa llevó a la otra. Unos meses aquí, otros meses allá y logró salir, pero ahora debía empezar de nuevo.
No estaba muy bien de salud en esos días, se había contagiado de algún virus antes de salir de prisión, tosía con frecuencia y le dolía la cabeza. Fue entonces cuando alguien le pintó un negocio, poca seguridad, buen dinero, pero se necesitaba de coordinación y trabajo en equipo; serían sólo cuatro personas, dos apuntan con las armas, Will es una de ellas, el otro toma el dinero, mientras el conductor espera afuera. Ya se había hecho el estudio del lugar, normalmente había un guardia de seguridad, aproximadamente rotaba a las 2 p. m. con el otro guardia, cuatro cajas. Se había estudiado que el dinero se lo llevaban en dos turnos, antes de la 1 p. m. y después de las 6 p. m. Aunque había poca guardia, el lugar era muy central, lo que podría hacer difícil la salida, por eso el cuarto integrante, el conductor, tiene una ruta de salida, en la que se esfuman por un barrio, para despistar. Ese día llegaron un poco antes del golpe, Will estaba teniendo un día de mierda, con una fiebre de los mil demonios, pero “el que no trabaja no come”. El plan siguió como se tenía pensado, no demorarían más de 5 minutos, o esa era la idea. Will ve salir a una chica atractiva de un auto, pasa por su lado y entra al negocio; Will mira a sus camaradas, se preparan para entrar. El primero (Will) inmoviliza al guardia, mientras el segundo se dirige al centro del lugar, dando instrucciones; el último se dirige directo a las cajas para vaciarlas por completo. Todo sigue de acuerdo con el plan, las cajeras colaboran y entregan lo que tienen, los clientes se acuestan en el piso y el guardia aparentemente obedece, pero Will tiene el presentimiento de que algo falta.
Se abre la puerta del baño y sale un hombre con las manos mojadas, sorprendido al verse amenazado por un sujeto armado, desde arriba de una mesa, toma su pistola como si fuese un vaquero de esas películas western y “¡bang!”, suena un disparo. El hombre que apuntaba encima de la mesa cae, mientras deja una parte de sus sesos sobre el piso para el público espectador. Los rehenes gritan, mientras una mujer trata de limpiarse la cara, pero antes que el resto de la banda pueda reaccionar, el vigilante aparentemente sometido toma por sorpresa a Will, forcejean por el arma y los rehenes arremeten contra el que está en las cajas. Suena otro disparo y el guardia cae; cuando Will mira a la puerta, el conductor ya no está en la entrada. Will desconcertado, toma a la persona que se encontraba más cerca: la chica, la misma chica del auto, incluso aunque no fuese ella trataría de tomar ese mismo auto, pero al parecer a pesar de estos desafortunados incidentes, la suerte le sonríe, la amenaza con el arma y la obliga a subir, le indica que tome por cierta ruta, ella entre lágrimas y asombro obedece, Will se asegura el cinturón, está nervioso, pero no pierde la calma. Mientras conduce, piensa en todo lo sucedido, sin dinero, perseguido de nuevo, sin un rumbo claro, y con un rehén, claro, ayuda para el escape, pero después será un estorbo, “probablemente me deshaga de ella” piensa Will; al observar el camino se da cuenta de lo rápido que van. Nunca le pidió a la chica que fuese rápido, pero si no lo estuviese haciendo probablemente se lo pediría. Al voltear por un barrio residencial, ve algo metálico atravesarse, Sara frena, pero el auto reacciona muy lento, sienten que algo cruje antes de que los frenos funcionen y en pocas décimas de segundo Sara sale expulsada por el parabrisas, mientras que la cabeza de Will se sacude fuertemente por el impacto. Ninguno de ellos hubiera pensado que su vida cambiaría de forma tan abrupta desde ese instante.
Después del choque, los dos primeros policías que llegan encuentran el Montecarlo 76, lo primero que hacen es pedir una ambulancia, observan a un niño aparentemente inconsciente adherido al marco de una bicicleta, junto a lo que se podrían llamar piernas. En el interior del auto está Will, aturdido pero intacto, su reacción de ponerse el cinturón al entrar al auto fue la misma que mecánicamente tenemos cada uno de nosotros al prender y apagar la luz cuando entramos al baño o al limpiarnos los pies en el tapete cuando llegamos a casa; por otro lado, Sara salió disparada a más de seis metros del auto, cuando activó el pedal de los frenos. Los padres de Jhon lo visitan en el hospital, los médicos dicen que nunca podrá tener una vida “normal”, tiene paralizado su cuerpo por completo y por ahora sigue en estado de coma. Tal vez algún día despierte, es muy posible que lo haga, aunque las secuelas físicas dejadas por el accidente no se solucionarán. Es curioso y paradójico, a Jhon no le gustaba quedarse quieto y detestaba el color blanco, le parecía aburrido, siempre le gustó más el color rojo. De hoy en adelante tendrá que convivir con este color, su bata blanca, sus cobijas blancas y su habitación, por supuesto también blanca.
Sara murió en el instante en el que chocó contra el pavimento, su rostro lleno de vidrios, tal vez la extraña posición de su cuello o simplemente su falta de latidos podrían confirmar su muerte. Al llamar a su familia, estos asistieron rápidamente a la morgue y confirmaron su identidad. Sara nunca confirmó cómo deseaba morir, así que su familia decidió que fuese enterrada, algo muy tradicional. Sus padres decidieron realizar una ceremonia con sala de velatorio y su correspondiente misa, antes de ser llevada al cementerio, algo que seguramente Sara no hubiese deseado, ya que no pertenecía a religión alguna. Al conversar con la funeraria a cargo de su sepelio, decidieron que el cajón sería blanco, por dentro y por fuera, para demostrar la nobleza de su hija y que así tuviera un sueño eterno.
Will, por su parte, fue apresado y acusado de homicidio, robo y secuestro, entre otros cargos; después de su juicio, fue enviado a una prisión de máxima seguridad, donde fue aislado en un sala de riesgos biológicos, una habitación completamente blanca, pues se descubrió, que es portador de un virus mortal que ya venía proliferándose en varias prisiones del Estado, algunos dicen que fue a causa de las condiciones en las cárceles, otros dicen que fue propagado por el gobierno para disminuir la población carcelaria. Después de un tiempo cuando todos olvidaron este virus, Will tuvo que soportar, también en el olvido, un encierro de 40 largos años; aunque no tan largos como los días, meses o años que se tardará el pequeño Jhon en reaccionar y tratar de asimilar su situación actual o, los que demorará en descomponerse el cuerpo de Sara hasta desaparecer en ese estrecho cuarto blanco de madera.
“I'll wait in this place where the sun never shines; Wait in this place where the shadows run from themselves.”
White room - Cream Escrito por Giovanni Padilla