Cuero & Tierra: el oficio en resistencia

Cuero & Tierra: el oficio en reistencia
David jerez
Instituto profesional de arte y comunicación ARCOS, fotografía profesional
Cuero & Tierra: el oficio en reistencia
David jerez
Instituto profesional de arte y comunicación ARCOS, fotografía profesional
Cuero y tierra : el oficio en resistencia
David Jerez
Instituto Profesional de Arte y Comunicación ARCOS Fotógrafía Profesional Julio, 2025. Aliosha Márquez
El siguiente trabajo documental se construye desde una mirada cercana y participativa. La fotografía aquí se vuelve un trabajo manual, lento y paciente, donde hay que esperar la luz, entender el ritmo del lugar, y dejar que las cosas pasen. En un rincón del cajón del Maipo, se estructura la vida de una persona que realiza un antiguo oficio en su taller escondido entre los cerros, un oficio que persiste en los márgenes de la vida urbana y se resiste a la mecanización. Este proyecto nace desde una inquietud por explorar y detener la mirada en ese oficio, el de la marroquinería, y ser testigo de una forma de habitar y de resistir al paso del tiempo, a la velocidad de lo moderno, como una forma de resistencia al ritmo de vida acelerado, en donde cada vez se valora menos el trabajo hecho a mano. La marroquinería, entendida como el trabajo manual del cuero, es aquí una forma de vida, una declaración de autonomía y una práctica que resiste frente a la producción industrial y el consumo acelerado. El trabajo busca explorar, desde la fotografía documental, el valor simbólico, estético y humano de este oficio que se sostiene en el tiempo gracias al compromiso personal de quien lo practica. Es una invitación a reconocer la belleza del trabajo paciente, en un sector rural donde se manifiesta un ritmo de vida libre, profundamente conectado con su entorno, con la tierra y la naturaleza.
La fotografía documental, entendida como un medio para observar, interpretar y preservar fragmentos del mundo, se presenta aquí como herramienta de testimonio y contemplación que da visibilidad a este oficio y esta forma de vida que pone en tensión los valores de la productividad moderna. Joan Fontcuberta (Fontcuberta, 2016) cuestiona la idea de que la fotografía sea un reflejo objetivo y puro de la realidad. Para él, la fotografía no representa un documento que muestre una verdad tal cual es, sino más bien representa una construcción manipulada por la mirada y las decisiones del fotógrafo. En ese sentido la fotografía tiene la capacidad de generar una ilusión sobre la verdad, siendo el fotógrafo el responsable. Frente a esta crítica, mi proyecto fotográfico apuesta por una confianza renovada en la experiencia directa y en la transparencia de mi encuentro con el artesano. Cuando fotografío una mirada perdida, un momento de descanso apoyado sobre el mesón, o las manos que trabajan sin pose, lo que busco es un acercamiento que me permita retratar y compartir de manera honesta parte de la vida de esta persona, así como su proceso creativo y los momentos que lo llevan a querer continuar con su estilo de vida, así mi cámara se convierte en una herramienta que abre la posibilidad de estar en sintonía con el espacio íntimo del artesano, para registrar desde el respeto y sin adornos la realidad que vive día a día.
Este posicionamiento ético me invita a tomar una postura paciente y a la vez contemplativa frente a la representación: soy un observador que acompaña y se compromete a fotografiar de manera fidedigna y respetuosa el proceso de creación del artesano, su vida personal, sus momentos de trabajo, y descanso. Documentar, en este caso, significa que estoy siguiendo de cerca y haciéndome parte de un proceso íntimo, en donde se me ha brindado la oportunidad de ingresar al espacio de una persona que siente un profundo valor hacia lo que hace, y, en consecuencia, me veo exigido a mantener una disposición especial en donde el lenguaje fotográfico que utilizo busca llevar al espectador hacia el momento, hacia las sensaciones y al estilo de vida de quien se dispone a ser fotografiado.
Mis fotografías representan el resultado de una mirada ética consciente, en donde busco representar al marroquinero junto a su oficio y su vida cotidiana de manera fiel y sin mayores pretensiones. No busco crear una narrativa idealizada o imponer una visión ajena, pero si ofrezco una mirada comprometida. Esta elección narrativa responde a una búsqueda de transparencia y de coherencia entre el contenido del proyecto y su forma de realización.
La idea de fotografiar este oficio en particular nace del deseo de registrar una práctica que está desapareciendo. La historia de este artesano está atravesada por una elección de vida: alejarse del modelo urbano, para habitar un espacio rural donde la tierra y el silencio estructuran su existencia cotidiana. En este sentido, el proyecto busca llevar una parte de su vida cotidiana a otras personas para que sientan, aunque sea un destello de lo que representa el estilo de vida de esta persona, así como también comprender la forma en cómo su oficio artesanal se enlaza con el paisaje que lo rodea y con una ética de vida basada en la autosuficiencia, y la conexión con su entorno. Fotografiarlo en ese lugar es una forma de mostrar que existen otras maneras de habitar y de trabajar, en una época dominada por la inmediatez. Detenerse a observar este proceso manual, repetitivo y paciente, puede parecer anacrónico. Sin embargo, esta lentitud y resistencia es lo que motiva el proyecto. A través de la fotografía, se propone un espacio de pausa: una invitación a mirar con detenimiento, a contemplar la relación entre las manos, la materia y el entorno, y a reconocer el valor de aquello que, en apariencia, resulta invisible o marginal.
Susan Sontag (Sontag, 2016) dice que toda fotografía es una forma de mirar y de decidir qué vale la pena observar. De ese modo este proyecto quiere poner atención en ese tipo de vida, más simple y detenida, y, en consecuencia, más conectada con lo real. El trabajo no tiene como única finalidad mostrar el proceso técnico del oficio, sino dar cuenta del universo simbólico que lo rodea.
Desde esta perspectiva, cada fotografía está cargada de sentido más allá de su contenido visual. El gesto, la textura del cuero, las expresiones, todo adquiere una dimensión narrativa en donde la fotografía se convierte en una forma de lenguaje, una manera de contar aquello que no puede expresarse solo con palabras. Roland Barthes (Barthes, 2009), en La cámara lúcida, desarrolla el concepto de punctum como esa punzada que una imagen provoca, una herida leve pero persistente que no puede explicarse del todo, porque no está en el plano de lo racional ni de lo evidente. Es un detalle que se impone sin pedir permiso, que interrumpe la lectura lineal de la fotografía y abre un espacio de afecto, memoria o extrañeza. A diferencia de lo que él llama studium —el interés cultural, histórico o compositivo de la imagen—, el punctum es ese punto ciego que nos conmueve sin explicación precisa. En mi trabajo con Camilo, ese efecto aparece de forma sutil pero constante. No está expuesto de manera evidente en el centro de la escena, ni en el gesto más representativo de su oficio, como podría serlo cortar o coser el cuero, sino en todo lo que rodea su hacer: los retazos de cuero que descansan sin orden sobre la mesa, sus manos maltratadas, la humedad y el frío del espacio en donde trabaja, o la calidez de la luz en el exterior que lo rodea a los pies de la montaña, la sombra de su cuerpo inclinado sobre el trabajo. esos atisbos que conforman parte sustancial de su realidad me inspiran y me conmueven, me incitan a estar tan presente como él lo está en su labor.
Esa atmósfera, densa y a la vez íntima, está cargada de punctum, aunque no pueda nombrarlo de inmediato al momento de disparar la cámara. Es en la posterior contemplación de las imágenes donde ese detalle mínimo revela su fuerza: un hilo suelto, una herramienta desgastada, el borde de una ventana abierta que dirige la mirada hacia el interior de su espacio de creación
Cada uno de estos elementos opera como una presencia que permanece, que resiste al olvido y evoca algo que va más allá de lo que muestra. Ese algo, que Barthes identifica como una forma de duelo o de persistencia de lo real, me permite pensar mi fotografía como un acto que no solo observa, sino que se deja afectar. Así, el punctum no es solo lo que hiere al espectador, sino también lo que me atraviesa como fotógrafo en el momento mismo de la toma, aunque no pueda nombrarlo aún.
Fuera del taller, en el paisaje que rodea a Camilo, esa misma sensación persiste. El cerro que se alza detrás de su casa, los árboles que lo rodean, el sonido leve del viento o de los animales que lo acompañan. No son elementos espectaculares, sino presencias que configuran un mundo y que imprimen una emoción callada en la imagen. Allí también aparece el punctum, como lo que resiste a la descripción y, sin embargo, se impone con fuerza. Esta cualidad que Barthes identifica no es fácil de producir, ni puede forzarse; simplemente aparece, cuando la mirada está disponible y el espacio es habitado con atención. En mi práctica, aprender a reconocer esos momentos es también aprender a mirar con otra disposición, a dejar que el mundo se manifieste sin exigirle demasiado, confiando en que la fotografía sabrá conservar esa pequeña herida que nos vincula con lo que, por un instante, se deja ver.
Uno de los principales desafíos fotográficos es capturar la relación íntima entre el entorno natural, el cuero como material y el sujeto que lo trabaja. Dentro del taller, la luz natural se filtra de forma irregular, generando contrastes marcados entre luces intensas y zonas en penumbra. Este fenómeno crea una atmósfera íntima que obliga a trabajar con atención al momento del día y a los puntos de entrada de la luz, como fotógrafo eso me invita a esperar, a mirar con calma, a elegir el momento, es un espacio que impone un ritmo más lento y espera activa. Fotografiar en estas condiciones se convierte en un ejercicio de paciencia y contemplación.
La reflexión de Ariella Azoulay (Azoulay, 2008) sobre la fotografía documental aporta una perspectiva esencial para entender la responsabilidad ética que implica este género. Azoulay sostiene que la fotografía no es simplemente un acto de mostrar o representar, sino una forma de relación entre el fotógrafo, el sujeto y el espectador, donde cada imagen constituye un acto político y ético de compromiso. Este compromiso implica registrar una realidad y a su vez hacerlo con respeto, sensibilidad y conciencia del poder que tiene la imagen para influir en la percepción del mundo y de las personas retratadas. En el contexto de mi trabajo con Camilo, esta idea adquiere especial relevancia, pues fotografiar un oficio en resistencia no es un acto neutral. Cada encuadre, cada elección de luz y de momento, es también una decisión ética que busca dignificar una forma de vida que se sostiene con paciencia y autenticidad.
Así, la cámara se convierte en una herramienta de preservación cultural que ayuda a visibilizar, y que invita a cuestionar las narrativas dominantes sobre el trabajo, la modernidad y el tiempo. Seguir la mirada de Azoulay significa reconocer que la fotografía documental es también una forma de responsabilidad que va más allá del objeto fotografiado, involucrando una reflexión constante sobre el poder, la representación y el cuidado hacia aquellos que se hacen visibles a través de la imagen.
Finalmente, este trabajo propone una mirada más pausada, más íntima y comprometida con lo real. Fotografiar un oficio que se construye con tiempo y con las manos, exige que la fotografía adopte ese mismo ritmo. Cada encuadre y decisión compositiva, se vuelve un acto de resistencia frente a lo instantáneo.
Así como el marroquinero necesita precisión, paciencia y contacto con la materia, el fotógrafo debe desarrollar una sensibilidad particular para percibir los momentos de verdad. La imagen fotográfica, en este contexto, es el resultado de una relación construida en el tiempo, y no de una captura efímera.
En el transcurso de este proyecto, la reflexión teórica ha sido una herramienta fundamental para comprender y problematizar el acto fotográfico. Las ideas de Joan Fontcuberta han permitido cuestionar el carácter aparentemente transparente de la imagen, recordando que toda fotografía es una construcción. Susan Sontag nos ha advertido sobre la capacidad de la fotografía para modelar nuestra visión del mundo, exigiéndonos una actitud crítica frente a lo que representamos. Roland Barthes, por su parte, nos ha ofrecido una clave sensible y poética para entender la fuerza emocional de las imágenes a través de su concepto de punctum. Y finalmente, Ariela Azoulay ha ampliado el horizonte ético de esta práctica, planteando que toda fotografía involucra una responsabilidad compartida entre quien produce, quien aparece y quien observa. Este proyecto fotográfico no pretende cerrar sentidos ni imponer una mirada, sino más bien ofrecer un espacio de contemplación donde la imagen se vuelve un acto de escucha, de cuidado y de compromiso con la vida de los otros.
Azoulay, A. (2008). El contrato civil de la fotografia. Nueva York: Zone Books.
Barthes, R. (2009). La cámara lúcida. Barcelona: Paidós.
Fontcuberta, J. (11 de Noviembre de 2016). La Vanguardia. Obtenido de Joan Fontcuberta: Toda fotografía es una manipulación: https://www.lavanguardia.com/vida/20161111/411795592700/joan-fontcuberta-toda-fotografia-es-una-manipulacion.html
Sontag, S. (2016). Sobre la fotografía. Debolsillo.
Apéndice A: Ficha técnica del equipo fotográfico:
- Cámara: Canon EOS R ( fullframe, mirrorless, 30 mpx )
- Lente: Canon RF 28-70mm f2.8 STM IS
Apéndice B: Cantidad de fotografías tomadas para el proyecto fotográfico:
- Para este proyecto fotográfico se tomaron aproximadamente 1.314 fotografías en formato CR3 y JPG, sumando un aproximado de 2.628 imágenes
Apéndice C : Registro de visitas al taller
Las visitas al taller de Camilo fueron realizadas de manera esporádica, según su disponibilidad y las dinámicas propias de su oficio. En general, estas visitas se efectuaron semana por medio, y en ocasiones con mayor o menor frecuencia, dependiendo de factores como el clima, el ritmo de producción del taller o los tiempos disponibles para compartir. en total se realizaron 6 visitas y cada una tuvo una duracion promedio de 8 horas.
Las sesiones se desarrollaron principalmente durante el día y la media tarde, horarios en los que la luz natural del entorno ofrecía condiciones óptimas para la captura fotográfica sin alterar el ritmo habitual del trabajo artesanal.