Un manzanares de hace tiempos

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Mas la obra principal de Bernardo es Risaralda. Aquí, en este volumen, como lo dice Javier Arango Ferrer, “lleva él la brillantez a los excesos retóricos del barroco”. No otra cosa puede decirse ante renglones tales como “una pareja de terneros novios deletreaban párrafos de Dafnis y Cloe en el libro azul del pasto” o “la noche encendía en el cielo tropical millones de avisos luminosos escritos con luceros de oro antiguo”. No es Risaralda novel de complicado argumento o de intrincados personajes de mentes complejas. No: es la fácil, adornada y elemental presentación del paradisíaco valle de Risaralda y del alma desnuda del negro, que arde en su pasión primitiva, escrita en un lenguaje rico en pedrerías y henchido de un vigor juvenil que corresponde al de aquella naturaleza en la aurora de su vida febril y enérgica. Y es también, entre ese crepitar de fuerzas físicas y humanas, un canto criollo por excelencia, en el que se perfilan, cual palmas tropicales airosas, poemas enteros, como los del tiple, el poncho, el bambuco y el machete. En todas sus obras muestra Arias Trujillo abundante léxico, al que agrega, cuando lo necesita, palabras de su invención propia o les da terminaciones más de acuerdo con sus gustos y sentimientos, tal la en osa en vocablos como tristosa, avariciosa, prevenciosa, alabanciosa. Y algo más: en su intención de hacer obra criolla, utiliza numerosos términos y expresiones populares, familiares, regionales y lugareñas, entre las cuales sobresalen, para un lector como el que esto escribe, los preferidos en Manzanares, donde aquel los oyó y aprendió primero, cuales táparo, entufado, resacao, cremático, retrechero, churumbela, huraco, encapillado, nagüetas, verraquillo, recumbambeo, tener pique, tener hebra cortada, voliar la angarilla, amachinarse, alebrestarse, el Puto Erizo, deje y verá. Siguiendo a Jorge Brandes, un espíritu sagaz descubriría por estas voces el lugar de nacimiento de Bernardo, porque ellas, aun cuando son de uso en todo el país y especialmente entre el pueblo antioqueño, se han sedimentado, como un mayor peso, en el oriente caldense, propiamente en Pensilvania y Manzanares. Vale la pena anotar también en este léxico el empleo de algunos argentinismos. En contacto con el espíritu que se transparenta en sus escritos y, más aún, con el que más claro y perceptible se manifestó durante su vida, la curiosidad de uno se detiene ante sus luces y sus sombras. Hemos dicho al principio que era caracteriológicamente un inquieto; por tanto, perteneciente a la familia de la mayor parte de los intelectuales, sabios, filósofos, letrados, pintores y músicos de genio. Es decir, fue un ser sin reposo, un descontento de sí por el conflicto entre el deseo desbordado y su satisfacción mediocre. Es esta particularidad quizás la más característica de esa casta mental. Dice Silvio Villegas en su prólogo de Risaralda, edición del Colegio Académico de Antioquia, que “sobre su mesa de noche – cuando se le encontró muerto‐ estaba la verídica aventura de Cristóbal Colón, relatada por Jacobo Wassermann, y en la página abierta esta frase sugestivamente subrayada: “nunca supo quién era; solo supo quién quería ser”. Concuerda esta circunstancia con palabras suyas en sus obras, como éstas: “soy un marino en tierra que nació sin nave”; “llegar es siempre melancólico, realizar un sueño es penetrar en los umbrales de la tristeza”; y estas otras acerca de Erasmo: “su existencia es la de un hombre que no se halló nunca a sí mismo”.


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