Nagari #2 Miami: Arte en construcción

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Francisco Enríquez Muñoz.

(México, D.F., 1975). Escritor, dibujante, fotógrafo, pornólogo, cinéfago, pervertidor de mayores, ejemplo vivo del refrán «a la prima se le arrima», cazador del oso que se mata a puñaladas, lesbiano, trotatianguis, europeo nacido en México, arquitecto de teorías conspirativas, esquizoide, obsesivo-compulsivo, sadista de medio tiempo, coleccionista de ceniceros de hoteles

apropiarse en su vida privada de los productos que en lo público reprueban con indignación vehemente) sino también de férrea estupidez. Ésta se halla en el hecho de considerar al coito una cuestión vergonzante. Es decir, lo erótico (donde no hay indicios del coito) sería lo bueno, lo que no avergüenza, por contraste con lo pornográfico (donde hay claras manifestaciones del coito), que sería lo malo, lo vergonzante. Los iluminados con vocación censuradora dividen todo en bueno y en malo. Y atribuirle a una obra artística (ya sea una película, un cuadro, un libro) alguno de esos dos adjetivos es retornar a una época oscura donde el criterio se base en prejuicios de orden moral. Y esa moral, fácil, es en la que ya ningún iluminado con vocación censuradora cree ni practica, pero que todos ellos declaran defender, por aquello de mantener la ilusión de que existe una. La moral cívica, la moral común, la moral del Pueblo. Todos la traicionan a diario, en la calle, en las oficinas, en tu casa. Charles Baudelaire escribió: «Todos esos papanatas (…), de cuya boca sólo salen palabras como deshonesto, deshonestidad, honestidad en el arte y otras sandeces por el estilo, me recuerdan a Louise Villadieu, una putilla de cinco francos que me acompañó un día al Louvre, donde nunca había estado. Cuando pasábamos por delante de las estatuas y cuadros inmortales, se ponía colorada, se tapaba el rostro y me tiraba de la manga, preguntándome como se podían exponer al público semejantes obscenidades». Es un hecho que el éxito de una obra artística depende del grado de shock que pueda provocar. El shock es mayor cuando el espectador se enfrenta a un pene erecto insertándose en un lubricado orificio vagínico. ¿Por qué? Porque son impresionantes esos contrastes, esas texturas lisas y a veces muy rugosas, esas hebras de líquido transparente, esas durezas blandas. Un pene erecto insertándose en un lubricado orificio vagínico es a un tiempo locura, pasión, anzuelo, pesadilla y licencia. Imaginen, amigos míos, ver esa imagen en una hermosa vasija de la antigua Grecia, ¿pensaríamos que eso es pornografía? ¿Y si viera esa vasija una mujer musulmana, para quien está prohibido mirar y mostrar cualquier sector de piel? ¿Y si quien la viera fuese un hombre perteneciente al clero de la Edad Media? El tacto, el olfato y el gusto dan testimonio de la animalidad que subsiste en el hombre. La inserción de un pene erecto en un lubricado orificio vagínico es milagrosa en sí misma, materialista en principio, escatológica al final, ya que al final es un intercambio de humores, de secreciones,

de paso, enemigo del futbol soccer, antireggaetonista, perro teibolero, concubino de una belleza poblana. Última obra literaria o creativa que considera importante: Haber sido finalista en la categoría de ensayo del “Premio Andrómeda de Ficción Especulativa 2011” (España). pornocochinon@yahoo.com.mx

de aliento, de olores, de mierda, de microbios, de bacterias. Resultaría simplemente lógico que ese intercambio estuviera circunscrito al más estricto ámbito privado y que, por otra parte, fuera un tema tan ordinario como cualquier otro. No es así. De hecho, el acto de insertar un pene erecto en un lubricado orificio vagínico es el acto más público que existe, pues es contemplado en las esferas de la moral, la educación, la salud, la seguridad e incluso del crecimiento económico. El hipócrita es aquél que se queja de la basura que se encuentra en su propio cerebro. La hipocresía genera la idea de que la imagen de un pene erecto insertándose en un lubricado orificio vagínico no sólo es una imagen que se debe ocultar, sino es una imagen que únicamente quisieran ver las personas perversas y depravadas. Luego viene la sempiterna excusa censora: «Es que eso no es para niños». ¿Tan difícil es explicarles a los niños esa imagen? Que nada hay de malo en ver cómo un pene erecto se inserta en un lubricado orificio vagínico. Que todos venimos de ahí. Que el amor es un término que puede quedar reducido a la imagen de un pene erecto insertándose en un lubricado orificio vagínico. Que hacer eso se siente rico. Que hacer eso es necesario. Que eso se debe hacer con seguridad y con responsabilidad, sin miedo. Que eso pasa todos los días, a todas horas y en todos los países. Que el hombre y la mujer se necesitan y se complementan el uno al otro. Que hay tiempo y lugar para todo. Para mí, sería mucho más fácil explicarle a un niño la imagen de un pene erecto insertándose en un lubricado orificio vagínico que intentar explicarle por qué crucificaron a Jesucristo. O por qué se inicia una guerra. O por qué hay gente que se muere de hambre. O por qué los ricos no ayudan a los pobres. Pero, bueno, ya sabemos que no importa qué vea un niño en la tele, en el periódico, en los videojuegos, en las películas, en los cómics; sí, no importa, siempre y cuando no vea la imagen de un pene erecto insertándose en un lubricado orificio vagínico. Si la imagen de un pene erecto insertándose en un lubricado orificio vagínico es la exhibición explícita de lo carnal (animal) del humano, entonces la pornografía no es exclusiva del entretenimiento para adultos y su producción para la fantasía, sino que está presente en los imaginarios (conjuntos de imágenes congruentes entre sí) de la resignación y de la frustración. No hay imagen más pornográfica que la del cadáver de Cristo crucificado. Más valdría verlo fornicando con María Magdalena que con tantas heridas sangrantes. Así son ahora las imágenes de los

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