Folleto de "Aida" Verdi

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VIVACE Escuela de Música y Danza CICLO DE CONFERENCIAS 2019

“APRENDER A AMAR LA ÓPERA” GIUSEPPE VERDI (1813 -1901)

Aida

Aida Verdi Ópera en cuatro actos.

Libreto de Antonio Ghislanzoni, extraído del argumento esbozado por el egiptólogo Auguste Mariette Bey. Estrenada en la Ópera de El Cairo en diciembre de 1871.

Estrenada en España en el Teatro Real de Madrid, en diciembre de 1874.

El Puerto de Santa María, 18/01/2020


PRESENTACIÓN Se suele creer que Aida fue escrita para celebrar la inauguración del Canal de Suez. Pero, en realidad, Aida fue el fruto de un encargo que le llegó a Verdi (después de haber sido rechazado por Gounod) para que escribiera una ópera para continuar manteniendo el tono de las conmemoraciones que habían tenido lugar en todo Egipto con motivo de la recién ocurrida inauguración del canal de Suez (noviembre de 1869). El khedive de Egipto (en régimen de autonomía respecto del estado turco) tuvo un considerable interés en importar otra ópera italiana para el nuevo teatro de la Ópera del Cairo, que se acababa de inaugurar conjuntamente con el imponente espectáculo de la apertura del Canal.

La ceremonia tuvo lugar en 1869, con la asistencia de la emperatriz Eugenia de Montijo, y se realizó con el estreno local de Rigoletto. Aida no había llegado a ser encargada para la efemérides: el libreto no le había llegado a Verdi hasta la primavera de 1870, enviado por Antonio Ghislanzoni, y basado en un relato inventado por el egiptólogo francés Auguste Mariette. Según el crítico inglés Charles Osborne (The Complete Operas of Verdi, 1969), el relato de Ghislanzoni se basó en parte en una antigua ópera de Metastasio, Nitteti (1756), y en algunas escenas de Bajazet, de Racine. En todo caso, a Verdi le gustó la idea, aunque luego intervino muy decisivamente en la estructura del libreto. La ópera sería presentada con toda solemnidad el 24 de diciembre de 1871. Pero la emperatriz ya no estaba: su trono se lo había llevado la revolución de septiembre de 1870.

En Aida Verdi tuvo momentos altísimos de inspiración, pero también algunos fracasos. El más destacado es el de la extensa obertura que preparó para la obra, y que después desestimó porque su calidad obviamente no era buena. En su lugar escribió el eficacísimo preludio con que hoy se abren la representaciones de la ópera. Aida ha sido durante un siglo el símbolo de la ópera italiana, el referente cultural de la ópera para una numerosa parte de la población europea y americana, ya que durante el período 1871-1971 sólo Carmen, Madama Butterfly y La Bohème se le han acercado en determinados períodos en el número de representaciones.

Con la aparición del Festival de Verona de ópera al aire libre en 1913, la producción de Aida pareció encontrar el marco idóneo, y ha sido hasta hoy día la ópera más representada con mucha diferencia respecto de otros títulos. Igual sucede en el Liceo de Barcelona o el Teatro Real de Madrid, donde es la ópera que encabeza la lista de óperas más representadas.

En la actualidad, y debido a la dificultad que presenta su montaje para hacerlo de la manera adecuada, su presencia en los teatros más conocidos ha pasado a ser menor, lo cuál no resta un ápice de su calidad ni de sus valores musicales. Simplemente, ha perdido peso específico en las listas de óperas más representadas.

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ARGUMENTO Antecedentes En las frecuentes guerras entres egipcios y etíopes, estos llevaron la peor parte. En una ocasión anterior a la guerra, además, la hija del rey etíope Amonasro fue hecha prisionera, y fue entregada como esclava personal a la hija del rey egipcio, Amneris. En el momento en el que empieza la acción, los etíopes han iniciado una nueva guerra contra Egipto.

Acto I El telón se alza sobre un salón en el palacio real de Menfis; al fondo un espléndido decorado de templos y pirámides. El sumo sacerdote, Ramfis, dice a Radamès que los etíopes han invadido Egipto y que la diosa Isis determinará quién debe ponerse al frente de los ejércitos egipcios. Con la esperanza de ser él el elegido, Radamès sueña con su vuelta victoriosa, para encontrarse de nuevo en Menfis con Aida, a la que ama: “Celeste Aida”. Aida, una cautiva etíope, es esclava de Amneris, la hija del Faraón. Entra Amneris, y al ver la alegría de Radamès, sospecha que ésta no viene motivada únicamente por sus sueños de gloria militar. Sus temores –porque está enamorada de Radamés– se ven aumentados con la entrada de Aida. En el trío que se produce entonces, Amneris se da cuenta de los sentimientos que unen a Radamès y a Aida. Entra el Faraón, en procesión, con Ramfis y un grupo de cortesanos. Un mensajero da cuenta de la devastación de las tierras egipcias y de la amenaza a la capital, Tebas, por parte de los etíopes, al frente de cuyo ejército viene su rey: Amonasro.

Al escuchar este nombre, Aida exclama: “Mio padre!”, pero su exclamación no es advertida por los egipcios, que ignoran que ella es la hija de rey etíope. El Faraón declara que la diosa Isis ha elegido a Radamès para dirigir el ejército egipcio. Encabezados por el Faraón, los egipcios entonan un coro guerrero y Amneris exhorta a Radamès a volver victorioso: “Ritorna vincitor”. Ya a solas, Aida recuerda esas palabras con trágica ironía: ella se encuentra prisionera entre la lealtad a su padre, a su país y a su pueblo de una parte, y, de otra, su amor a Radamès. La escena tiene lugar en el templo de Fthà (que tiene su correlato con Vulcano, dios de la mitología romana, relacionado con el fuego y la metalurgia), donde las sumas sacerdotisas, Ramfis y la asamblea de sacerdotes y sacerdotisas invisten a Radamès con las armas consagradas.

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Acto II Radamès ha vuelto victorioso de la campaña. Amneris, en sus aposentos, celebra la victoria. Sus esclavas moras danzan para ella. Entra Aida, y Amneris quiere saber si sus sospechas tienen fundamento. Al principio trata a Aida con delicadeza; pero pronto cambia de tono, diciéndole que los etíopes han sido derrotados, pero que Radamès ha muerto en la batalla, con lo que Aida no puede ocultar su amor y su pena. Entonces, Amneris le dice que le ha mentido y que Radamès vive, pero le señala su condición de esclava, por lo que no puede aspirar a unirse a Radamès. El dúo de las dos mujeres se une a la canción de guerra que ya se había oído anteriormente, cantada, entre bastidores, por los soldados que regresan de la lucha. Sola en escena, Aida implora la piedad de los dioses. La escena tiene lugar en el exterior de un templo cercano a Tebas. Llega el Rey con su imponente cortejo. Después de un coro de alabanza y de acción de gracias a Isis y al Faraón, se produce una procesión esplendorosa en la que participan soldados, danzarinas, carros de combate, estandartes e ídolos. Como culminación de la ceremonia, entra en escena Radamès. El Faraón le da las gracias, ordena a Amneris que coloque sobre las sienes del guerrero la corona del vencedor y dice a Radamès que pida lo que desee.

Entran ahora los etíopes cautivos, entre los que se encuentra Amonasro, a quien Aida en seguida reconoce y abraza. Los egipcios la oyen, pero Amonasro pide a su hija que no descubra su identidad. Dice ahora a los egipcios que el rey Amonasro ha muerto en la batalla y suplica por la vida de los prisioneros; su petición es apoyada por el pueblo egipcio y por Radamès, que dice al Faraón que ésta es la merced

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que quiere pedirle. Los sacerdotes y Amneris se oponen a ello, pero el Faraón accede, reteniendo como rehenes –ante la insistencia de Radamès– a Aida y a su padre. El Faraón, como premio a la victoria conseguida, concede a Radamès la mano de su hija, lo que produce una gran alegría en ella y la consternación de Aida y Radamès. El conjunto final manifiesta el júbilo del pueblo y las distintas reacciones de los personajes principales.

Acto III

Al alzarse el telón, se escuchan los cánticos de los sacerdotes y sacerdotisas de Isis, desde su templo a orillas del Nilo. Entra Ramfis con Amneris, para orar en el templo a fin de que la diosa bendiga su matrimonio, que va a tener lugar al siguiente día. Aparece ahora Aida, que va a encontrarse con Radamès, y canta su tristeza ante la perspectiva de no volver a ver jamás su tierra natal. De repente aparece Amonasro, quien dice a su hija que podrán volver sanos y salvos a su país si logran saber de Radamès qué camino piensa tomar el ejército egipcio en su ataque. En un primer momento, Aida rechaza la idea, pero al contemplar la amargura de su padre y su desgraciada situación personal, acepta la petición paterna. Radamès entra, mientras Amonasro se oculta. Aida logra vencer los escrúpulos de Radamès y le persuade de que ambos deben huir a Etiopía. Cuando van a salir, ella se detiene a preguntarle qué camino deberán utilizar para evitar al ejército egipcio; él responde que los soldados pasarán a través del Desfiladero de Napata. En este momento Amonasro, que ha escuchado la vital información, aparece en escena y revela su auténtica personalidad y Radamès se da cuenta que ha sido inducido a traicionar a su patria. Cuando Amonasro y Aida tratan de convencerle para que se marche con ellos, hacen su entrada en escena Amneris, Ramfis y los guardianes del templo; han sido testigos de lo ocurrido y arrestan a Radamès. Amonasro in-

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tenta matar a Amneris, pero Radamès se interpone, y permite que Aida y su padre huyan, en tanto que él se entrega a Ramfis.

Acto IV Amneris está sola en un salón de su palacio, cercano al lugar donde Radamès se encuentra prisionero y encima de la sala donde el tribunal ha de decidir su destino. Manda que traigan a Radamès a su presencia y le dice que intercederá por su libertad si él jura que jamás volverá a ver a Aida. Radamès, resueltamente, se niega a hacerlo y Amneris, orgullosa y desesperada, le conduce a la sala del juicio, que contempla desde un lugar apartado. Radamès no responde a los cargos que le imputan Ramfis y los sacerdotes; finalmente es condenado tres veces por traidor y sentenciado a morir sepultado vivo. Salen los sacerdotes y Amneris, en un apasionado arranque, increpa a los jueces por su sanguinaria crueldad.

La escena final transcurre en un doble plano: arriba, el Templo de Fthà, abajo una cripta. Cuando se levanta el telón, la cripta está siendo sellada para convertirla en la tumba de Radamès, que ya se encuentra dentro de ella. Radamès descubre que Aida ha logrado entrar también en la cripta antes de que llegaran los demás. Mientras que a lo lejos se oyen los cánticos de los sacerdotes en alabanza de sus dioses, y Amneris, en su amarga desolación, pide la paz eterna para Radamès, Aida se sumerge en los brazos de su amado y muere.

Comentarios

Cuando en la nochebuena de 1871 hizo su debut en El Cairo la más clásica de las óperas de Verdi, Aida, se pensó que sería la última obra del autor. De hecho, la siguiente, Otello, tardaría más de quince años en aparecer. En una primera visión o audición, para un espectador novel, Aida es la ópera de la marcha triunfal, de la gran escenografía, de carros, caballos, camellos y hasta elefantes en escena, de danzas y coros espectaculares. Pero, realmente, Aida, no es sólo lo que puede contemplarse desde hace más de 100 años en las fastuosas producciones de la Arena de Verona.

Aida es realmente ese tercer acto, la luna en las orillas del Nilo, la añoranza descrita en “O Cieli azzurri”, “O patria mia, mai più ti rivedrò!”, la oscuridad del desierto dibujado con la mayor de las intimidades, tímbricas y melódicas, el oboe, es esa noche húmeda en la que Aida esperando al amado le traiciona; es el increíble dúo con su padre, de una creciente dramática creciente hasta el insulto, el agudo de las flautas; es la esperanza de que Radamès huya con ella hacia los verdes prados de su querida tierra, vuelve el oboe, hasta que el héroe y la esclava se dan cuenta de su fatal

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destino, inevitable como ese Nilo que fluye a sus espaldas.

En Aida, la ambigüedad de las situaciones permite una excavación psicológica profunda, debido a que el énfasis no está en los caracteres de los personajes, sino en las situaciones y conflictos internos que se despiertan en la mente de los protagonistas. A lo largo de la ópera se desarrollan una serie casi ininterrumpida de duetos, encadenados por referencias temáticas esenciales para el desarrollo del drama; Verdi teje una textura gruesa de relaciones semánticas entre los diferentes actos y confía a la orquesta la narrativa dramática, que asume una importancia estructural en la articulación y ayuda a crear una impresión de profundidad y de unidad. ¡No dejen de verla!

Fuentes: iopera.com; www.operamania.com; www.wikipedia.es; https://www.fiorellaspadone.com.ar Roger Alier, “Guía universal de la ópera”, 2 Vol., Ma Non Troppo, 2001. Arthur Jacobs, Stanley Sadie, “El Libro de ópera”, Ed. Rialp, 1990.

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Personajes Aida. Princesa etíope cautiva en Egipto, al servicio de la hija del faraón, Amneris, y rival de ésta por el amor de Radamés. Papel para soprano spinto, con tendencia a lo dramático, debe llegar con comodidad al do5.

Radamès. Guerrero egipcio enamorado de Aida, pero codiciado por Amneris, hija del faraón. Papel para tenor spinto con ribetes dramáticos; debe alcanzar cómodamente el sib3.

Amneris. Hija del faraón y rival de Aida por el amor de Ramadès. Papel de mezzosoprano con límite agudo en el sib4.

Amonasro. Padre de Aida, rey de los etíopes. Papel bastante intenso pero breve para barítono; debe alcanzar el sol3. Ramfis. Gran sacerdote de Fthà, preservador de la fe en Egipto. Su límite agudo está en el fa3.

El Rey. El faraón, padre de Amneris. Papel para bajo de relativa brevedad y sin otra dificultad que la de atravesar la barrera de la orquesta en los momentos solemnes. Sacerdotisa. Papel muy breve para soprano lírica; canta de lejos y es un papel ingrato ceñido a las escenas del templo de Fthà. Un mensajero. Papel muy breve pero muy arriesgado para tenor lírico, pues debe cantar su parte para un público expectante. Coro. Muy importante.

Ballet. Secundario, pero aparece en varias ocasiones.

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