Brigantium20

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Torre de Hércules: finis terrae luxo Simposio sobre os faros romanos e a navegación occidental na antigüidade

ejemplares de ánforas olearias procedentes, al igual que el aceite que contienen, del norte de África. Estas nuevas importaciones van incrementándose con el tiempo, alcanzando su apogeo a mediados del siglo III; a partir de ese momento el aceite africano desbanca del podium al bético y su presencia resulta mayoritaria en Britannia, sin más competencia que la de las ánforas Dressel23, sucesoras en versión de tamaño reducido de las Dressel20, que desaparecen. Desde su primera presencia, el aceite africano se documenta principalmente en ciudades y aglomeraciones de gran tamaño, sin que de su distribución se pueda deducir ninguna vinculación con los establecimientos o la administración militar. En abierto contraste con lo que ocurría antes, cabe pensar en una importación del aceite africano de carácter civil y comercial, que atiende a las demandas del mercado, constituyendo durante el siglo II una red alternativa a la oficial militar del aceite bético. En esta vía marítima militar de larga distancia que une las regiones del sur peninsular con las Islas Británicas, destinada fundamentalmente al abastecimiento del ejército en el seno de la organización de la annona, puede encontrarse la explicación y la razón de ser de la Torre de Hércules y quizá del propio establecimiento y desarrollo de la población que crece en sus proximidades, germen de la actual Coruña. A la luz de estas consideraciones pueden encontrar un nuevo sentido las más antigua sigillatas, las hispánicas de forma 29, que aparecen, como en la Torre de Hércules, en algunas excavaciones de la ciudad con características específicas, como el complejo del Cantón Grande (Vázquez Collazo, 2001; López & Vázquez Collazo, 2007) en el que se desarrollará una potente villa o domus, el sistema de captación de agua mediante una doble cisterna situado en la calle Franxa nO 18 (Bello, 1994: 57-59), o el edificio aparecido en la Plaza de María Pita (Naveiro, 1988; Pérez Losada, 2002) en el que se encontró el único ejemplar de tintero en terra sigillata conocido hasta ahora en la ciudad, que tiene su paralelo en el campamento de Ciadella, en el que también la forma 29, las paredes finas y las cisternas de volutas tienen presencia, sugiriendo con fuerza que la Torre, el establecimiento civil y el campamento militar responden a un mismo impulso y nacen en el mismo momento. En la ciudad, la preparación de infraestructuras que permitan el abastecimiento de agua potable, una instalación sencilla de posible uso administrativo, el comienzo de una gran domus de calidad y el poderoso faro romano parecen nacer al mismo tiempo.

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EL NACIMIENTO DE LA TORRE Desde Cornide y su propuesta trajanea, no conocemos ninguna obra en la que se abordase una revisión de los orígenes de la Torre, como si nuestro autor hubiese dicho la última y definitiva palabra. Cornide tuvo y tiene una gran, enorme, autoridad bien merecida. Pero a veces esa autoridad tiene efectos negativos, cuando el conocimiento que de ella se deriva se esclerotiza y lleva a prescindir de la crítica, siempre necesaria, constantemente necesaria, convirtiendo en dogma la legítima y positiva auctoritas. Y los dogmas son siempre perjudiciales, aunque sólo sea porque no permiten mejorar y perfeccionar lo establecido. Durante el desarrollo del Coloquio que ahora se publica, el profesor Jorge de Alarcao planteó la existencia de un cierto paralelismo entre la Torre y el criptopórtico de Coimbra, que pudieran compartir la autoría del arquitecto aeminiense Gaio Sevio Lupo. No era la primera vez que se exponían estas consideraciones, pero lo nuevo ahora era que, según informaba el profesor, los investigadores portugueses habían logrado establecer que el criptopórtico había sido levantado en época de Claudio, lo que suponía un valioso referente a la hora del estudio de la Torre. No llegó a detallar el profesor Alarcao los argumentos que situaban el criptopórtico en Claudio: estábamos al final de la sesión en la que nos había tocado presentar la Torre y sus excavaciones, las cuales nos habían llevado a proponer, como aquí ahora, un origen anterior a Trajano, flavio o incluso anterior. El tiempo se echaba encima y hubo que posponer el prometedor coloquio para el día siguiente. Como nunca dura la alegría en casa del pobre, un contratiempo imprevisto obligó a la partida repentina del profesor Alarcao rumbo a Lisboa, y ese debate, en el que tanto habríamos aprendido, no tuvo lugar. Por supuesto, queda pendiente. Más arriba vimos de forma resumida los resultados de la excavación de la Torre. Al estudiar las unidades estratigráficas romanas, vimos que entre ellas se detectó la superficie que conformó el suelo original de ocupación una vez construida cuando menos la base del monumento. Sobre este suelo se acumulaban en diversas capas superpuestas los sedimentos y materiales fragmentados que se habían ido depositando a lo largo del tiempo en que la Torre romana cumplió la función de faro en época imperial. Lógicamente, los restos encontrados corresponden a momentos diferentes; entre los más recientes existen fragmentos cerámicos de tipos bien conocidos, fabricados entre los siglos IV y V d.C., por lo que podemos pro-


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