MUM'S #07

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psicología

maternidad y autoestima (parte 2) De todas las posibles relaciones que podamos llegar a tener en esta vida creo que la más importante por su trascendencia es sin duda la que tenemos con nosotras mismas y desafortunadamente, es también a menudo, la más relegada. Como decía en la primera parte de este artículo, la autoestima es la valoración que tenemos de nosotr@s mism@s (lo que pienso y siento sobre mí mism@). Tener un buena autoestima es indispensable para las mujeres que nos está tocando romper con los tradicionales roles sexuales, luchando por obtener autonomía emocional, intelectual y económica...y, en concreto, para las madres que deseen transmitir los cambios logrados a sus hij@s. Es una experiencia íntima: es lo que pienso y lo que siento de mí mism@. Por tanto, la admiración de los demás no crea autoestima, ni los títulos, ni el matrimonio, ni la maternidad, ni las posesiones materiales, ni las conquistas sexuales, ni la cirugía estética. A veces, pueden contribuir a sentirnos más cómodas de forma temporal con nosotras mismas, pero la comodidad no es autoestima. Es un proceso dinámico y cambiante…es una “construcción” viva que cada día hay que alimentar con pequeños y/o grandes logros personales en función de nuestra propia escala de valores. ¿Desde donde se construye o se destruye la autoestima? Desde la psicología humanista se distingue entre dos necesidades básicas que conviven en todo ser humano: una naturaleza instintiva y esencial que nos llevaría a ser “quienes somos” y otra, que nos lleva a adaptarnos a lo que nos han enseñado que es “lo correcto” y lo “que corresponde” para obtener aprobación y evitar el rechazo y la exclusión del grupo de referencia (“quienes debemos ser”)... Desde niñ@s buscamos la aceptación de quienes nos rodean, buscamos aprobación. La buscamos en las “autoridades”, que son nuestros padres y maestr@s ya que ellos son nuestro espejo y nos guiamos por la imagen que ellos nos devuelven de nosotras mismas (de ahí surge también nuestra primera idea de autovaloración) Sin darnos cuenta aprendemos a escrutar cada uno de sus gestos, cada mirada, cada actitud y cada palabra para percibir “qué está bien” y “qué está mal” y “quién soy” y “cómo soy yo” en función de cómo me valoran ellos, también en función de cómo valoran ellos mi adaptación o no al entorno y a sus normas. Cuando me indican por ejemplo, una y otra vez: “Está mal que te enfades. Hay que llevarse bien con todo el mundo”, podrían llevarme a descubrir lo “bueno” de reprimir mi ira. Aprendo que “lo que corresponde” es ser

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agradable, simpática y que lo “malo” es enfadarse. Este juicio podría llegar a instalarse en mí como una “verdad absoluta” y así podría ir perdiendo la capacidad de escuchar mi enfado, por lo que no lo tendría disponible cuando necesite enfadarme. En este punto, es necesario distinguir claramente entre aceptar emociones y aceptar conductas… En este sentido, la diferencia clara es que cualquier emoción ha de ser aceptada (siguiendo con el ejemplo, sentir enfado es sano y natural), mientras que hay conductas que son claramente inaceptables (por ejemplo, agredirme yo o agredir a otros por muy enfadada que me sienta…) y así ha de transmitirse. Sin embargo, tampoco se trata de juzgar a nuestros padres y declararlos culpables, pues también ellos son producto de la formación que recibieron. Se trata más bien de cuestionar las “verdades absolutas” que nos vienen desde fuera y que nos indican el supuesto camino del “éxito universal”. Hoy todavía no tenemos una educación que dé valor a las sensaciones porque no siempre tenemos a mano una explicación para lo que sentimos. Estamos tan habituadas a no sentir, a no reconocer el lenguaje de las sensaciones y de las emociones que nos cuesta mucho conectar con las más elementales, de modo que por ejemplo, ante la pregunta que yo hago muy a menudo a mis pacientes en consulta, de ¿qué sientes en este momento? muchos todavía responden: “Normal...nada” o se juzgan: “bien...mal.” Se trata de dejarnos guiar por la voz de la “niña interna” para escuchar aquellas emociones primarias que nos están informando, “aquí y ahora”. No es fácil escuchar a esa voz interna y quizá en realidad nos da miedo hacerlo, porque a veces, nos informa de que algo no funciona y, al darnos cuenta, todo nos empuja a emprender algo nuevo... Hoy podemos permitirnos aprender a ser quienes realmente somos (sin intentar ser lo que no somos para agradar a otros) y refugiarnos en un egoísmo sano y necesario. Por tanto, en resumen, sobre cómo obtener un buen nivel de autoestima según diferentes autores, parecen de acuerdo en considerar seis prácticas que según Nathaniel Branden son: 1. VIVIR CONSCIENTEMENTE es respetar la realidad sin evadirme, ni negarla, estar presente en lo que hacemos mientras lo hacemos, intentar comprender todo lo que concierne a nuestros intereses, nuestros valores y nuestros objetivos y, finalmente, ser consciente tanto del mundo externo al yo, como del mundo interior. Cuanto más alta sea nuestra autoestima, mayor será el deseo de expresarnos, reflejando nuestra riqueza interior. Cuanto más baja sea mayor será la probabilidad de no “escucharnos” y “olvidarnos” de nuestras necesidades viviendo de manera mecánica e inconsciente. Por ej. Susana que acudió a consulta cuando a su hijo lo acusaron “falsamente” del robo de un móvil a otro compañero del instituto. Con las sesiones ella fue capaz de reconocer que “yo tenía “indicios” de lo que estaba sucediendo (no era el primer móvil robado), pero supongo que prefería no saberlo, porque no sabía cómo afrontarlo…” 2. AUTOACEPTARSE es comprender y experimentar, sin negarlos, ni rechazarlos, nuestros verdaderos pensamientos, emociones y acciones; ser respetuoso y compasivo con nosotros mismos, incluso cuando creemos que nuestros sentimienDe l’1 al 31 de maig 2014


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