Galería nocturna : Antología del Taller de Narrativa del Ceart Tijuana, Año 2017-1

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tras me escondo detrás de un arbusto, que hay una cerca electrificada de esas que no se ven; y apenas intente salir me quemaré las manos. Miro el límite con desconfianza porque no sé dónde está y no sé a qué distancia me quemaré. Por eso merodeo siempre cerca de casa. Hay a dos metros punto veintitrés centímetros al Este, un árbol de guayabas que siempre tiene frutos. Cuando están verdes debo comerlos aunque me escalden la lengua y me den dolor de estómago toda la tarde. Hay momentos tranquilos donde pelo tomates de la planta que está a un metro cincuenta y un centímetros norte. La tarea me absorbe la energía de más que en mis manos me hace temblar, mientras escucho en la estancia al demonio tocar el piano. Tardes tranquilas hasta que me toca saltar. —¿En qué cuarto dormirás hoy? —le pregunto tranquila. —En el que te afecte más —me resigno a su respuesta. —¿Saltarás hoy? —me pregunta mientras desliza sus dedos en una nota alta. —Qué más puedo hacer. Subo al techo con el sabor a anís en la boca. El sol calienta pero no quema. El borde no me causa vértigo ni la caída dolor. Regreso adentro con las heridas llenas de insatisfacción. —Subo de nuevo —le aviso. Él prepara sus cuchillos sin ponerme atención. Me siento en el techo y miro las estrellas. Pienso en qué se sentirá ser una estrella muerta, aluzando como un suspiro que nunca cesó. Cuando logre morir quiero ser sólo exhalación y nunca más existir. Empieza a erizarse mi piel y me preparo para el viento que llega… otra vez. Escucho las puertas azotarse, los traste estrellarse contra la pared, el demonio que grita mi nombre como si le debiera algo. Lo estoy pagando, sé que lo pago. Se 40 • Diana Campos


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