MONODRAMATIKUS "Cuadro"

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media, un naif urbano que demuestra con sencillez costumbrista cómo elabora los años de crímenes y tortura en el mismo nivel que los divorcios o la incomprensión entre las generaciones. Los grandes temas son de ellos; las grandes actuaciones y los grandes textos, también. Nosotros tenemos que dar lástima, pero con sencillez y claridad. Creo que aunque uno no sepa bien quién es, desde la confusión o la incertidumbre, puede balbucearles una puteada. Por lo menos debe intentarlo, a ver si todavía tiene garganta propia y palabras familiares. Podría pasar que cuando uno quiere putearlos le salga por la boca un aviso de café colombiano hablado en el español de las series. Hace poco tiempo vino a hacerme un reportaje un periodista alemán de no sé qué diario, de La Cotorra de Frankfurt, por ejemplo. Imagínense, alto, rubio, informal, socialista, culto, amable, puntual, la clase de hombre con el que yo me casaría si fuera mujer para que me sacara de esa ciudad de mierda. El tipo -Fritz, digamos- vino con una secretaria que parecía una tapa de Playboy, y con un grabador que costaba diez veces más que la producción completa de la obra que le interesaba tanto. Me empieza a preguntar sobre el distanciamiento y esas cosas. Yo, como soy porteño, sabía mucho más que él de todas esas cosas y podía haber hecho un buen papel; hablar, por ejemplo, de las ideas de Meyerhold empantanadas en el brechtismo, de la contradicción irresolu-

ble entre grotesco y totalitarismo, de la actuación como brazo armado de la psicología que a su vez es la organización policial de la política y de varias vivezas como éstas. Podía, pero no pude. No sé si por el grabador, por la rubia o por la envidia que me multiasaltaba, le dije que de lo único que quería hablar era de la deuda externa de mi país. Y que no quería hablar de otra cosa. Que nosotros los estábamos reconociendo como acreedores de algo que nunca recibimos, que ellos nos pisoteaban como deudores y que seguramente el diario que lo enviaba como corresponsal pertenecía a un banco que se beneficiaba de esa deuda. ¿Podíamos hablar sinceramente de otra cosa? Se enfureció con educación y primero me trató como a un loco desagradecido: ¿acaso yo no estaba satisfecho con la democracia? Después, ya me matoneaba: ¿Por qué aceptábamos

que no se juzgara a todos los torturadores y asesinos? Así, pasé de ser desagradecido a ser un cobarde. Me acordé en ese momento de lo que pasa cuando un chico mendigo se acerca a una mesa y alguna chica izquierdista y sentimental comienza a hacerle preguntas: ¿Cuántos hermani-

tos tenés?, ¿Tu mamá qué hace?, ¿No te gustaría ir al colegio? En ese momento yo era

el mendigo y Fritz la psicóloga ízquierdista. La situación no tenía arreglo. Ese mismo periodista hubiera estado encantado de que Fassbinder lo meara encima, pero claro: Fassbinder es un chico bien, muy rebelde, pero de su mismo colegio. Yo tenía que hablar de lo que él necesitaba, mostrarle cómo en medio de la hiperinflación


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