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Cuatro baterías y un fatídico

Bala perdida

EL CORAZÓN DEL MÚSICO no habría podido con un cóctel letal de diez fármacos, opiáceos, drogas y antidepresivos. El grupo canceló su periplo mundial, y tras el shock tardó cinco meses en homenajearle en sendos conciertos en Londres y Los Angeles. Dave Grohl confirmaba a principios de año que su banda continúa, con gira incluida. Sólo semanas después del fallecimiento un polémico reportaje en la revista Rolling Stones lanzaba preguntas inquietantes que cayeron como una bomba en un mundillo que tiende al corporativismo blandito. Al parecer, Taylor llevaba tiempo al límite de su capacidad física. Nada nuevo, en realidad. Dos de los ilustres y admirados predecesores de Hawkins –los británicos Keith Moon de The Who y John Bonham de Led Zeppelin– corrieron una suerte similar. Aunque la banda de Dave Grohl proyectaba la imagen de grupo sano, ciertos patrones se repiten: alcohol y drogas, montañas rusas emocionales, presión enorme, giras agotadoras, inseguridades…

SIEMPRE HAY QUE IR al factor humano. Los músicos no son ni extraterrestres ni dioses del Olimpo. Se suele pasar por alto un hecho objetivo: si hablamos de rock, el puesto de batería suele ser el más exigente. De hecho, Matt Cameron, cuya veterana banda Pearl Jam ha tenido la sabiduría de espaciar sus conciertos, se sinceró a los periodistas en aquel artículo de la discordia: “Es como si tuviéramos que correr un maratón cada vez que subimos a un escenario, simplemente porque la música requiere ese tipo de energía”. Y a fin de cuentas, ¿quién podía sustituir a Taylor? Por cierto, que Cameron acaba de desmentir haberse unido a sus amigos los “Foos” para su nueva gira norteamericana. Habría sido demasiado. ¿O no?

TAYLOR YA HABÍA FLIRTEADO con el lado salvaje. Estuvo a punto de morir de una sobredosis en Londres hace dos décadas. Ejemplos tenía en la aristocracia rockera. Y como buen melómano fan de esta peculiar mitología que hace culto del exceso, era muy consciente de ello.

Keith Moon, de The Who, representa la máxima expresión del gamberro incontrolable. Un bala perdida excéntrico, imprevisible y por momentos irritante, a quien sus compañeros soportaban por su extraordinario talento. El desastre y el escándalo seguían a un músico que además de ser un chalado, era un alcohólico empedernido. Sus payasadas acabaron abruptamente en 1978. Moon había comprado todas las papeletas para acabar mal.

Viendo su estado en el barroco musical de Ken Russell “Tommy” (75), alguna mente despierta podría haber concluido que la catástrofe estaba a la vuelta de la esquina. Ya en las sesiones de “Who Are You” (78) el músico había dado sobradas muestras de no estar bien, pero la inercia del caos se impuso: así que el anunciado desastre se consu-

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