La Península Ibérica en la Antigüedad Martín Almagro-Gorbea (Universidad Complutense de Madrid) La Península Ibérica, conocida como Iberia por los griegos y como Hispania por los romanos, constituye la más occidental de las tres grandes penínsulas de Europa que se adentran en el mar Mediterráneo, el Mare Nostrum, de los romanos. Esta situación, que la convertía en el finis terrae del mundo conocido en la Antigüedad, ha contribuido a darle a lo largo de toda su historia una marcada personalidad, acentuada por las claras diferencias que ofrece de Este a Oeste, desde el Mediterráneo al Atlántico, y las todavía más apreciables de Sur a Norte, desde la soleada Costa del Sol y la semidesértica Almería hasta las montañosas y húmedas regiones septentrionales. Si a estas circunstancias geográficas añadimos su diversidad morfológica, pues predominan las tierras silíceas al Occidente, las calizas en las regiones mediterráneas y las cuencas sedimentarias en la Meseta y en los valles del Ebro y del Guadalquivir, se comprende su marcada diversidad, que permite considerarla como un auténtico «microcontinente». A esta variabilidad geográfica interna se debe añadir el factor que supone su situación en el Suroeste de Europa, abierta al mundo atlántico y al mediterráneo, así como al de más allá de los Pirineos, sin olvidar su proximidad al Norte de África, de la que sólo la separa el Estrecho de Gibraltar. Esta situación explica las diversas corrientes culturales y, en parte, también étnicas, que afectaron a la Península Ibérica en este periodo crucial del final de su Prehistoria, justo cuando aparecen las primeras alusiones a ella en textos escritos y se produce un incesante aumento cualitativo y cuantitativo de sus contactos con el exterior. Dichas corrientes contribuyeron a enmarcar su desarrollo cultural dentro de otros ámbitos culturales más o menos próximos, en los que más o menos parcialmente quedaba integrada. En el último milenio a.C., tres grandes corrientes culturales afectan a las distintas regiones de la Península Ibérica, actuando de distinto modo según su más o menos favorable situación geográfica y la capacidad de asimilación de su substrato cultural. Una es de tipo atlántico, explicable por la proximidad de las formas de vida y mentalidad de todas las regiones ribereñas atlánticas del Occidente de Europa. Estas semejanzas se remontan al menos a la neolitización megalítica, con contactos que se