MLV entrelíneas 2013

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El destino de un sueño Es Navidad. Estoy en casa, frente a la chimenea. Afuera hace un frío de mil demonios y el vaho en las ventanas me impide ver la nieve. Nerea entra apresurada, buscando un sitio donde esconderse. Finalmente se decide por la mesa camilla y se oculta bajo su falda. Entonces llega Mateo, dispuesto a encontrar a su víctima para atormentarla con una buena dosis de cosquillas. Pero antes me da un beso en los labios y, cuando le indico con la cabeza dónde se encuentra nuestra hija, me acaricia la mejilla. –Vaya, vaya... ¿Dónde estará? –dice a la vez que me guiña un ojo–. Hay que ver qué bien se esconde esta niña. ¿No crees, Clara? Yo no puedo hacer otra cosa más que sonreír mientras aguardo, impaciente, que la descubra. ‒¿Estará bien? –pregunta Mateo fingiendo preocupación–. Nerea, ¿estás bien? ‒Sí, papá, no te preocupes ‒contesta ella, inocente. Es entonces cuando Mateo levanta la falda y deja al descubierto a nuestra pequeña que, en cuclillas, no esperaba ser hallada. Se la lleva a sus brazos y comienza a besarla como solo un padre puede besar a su hija. Ella, que sufre el cosquilleo producido por la barba de papá, grita como una loca, feliz. Me levanto de la butaca y me dirijo hacia ellos, dispuesta a abrazarlos. Me gusta el calor familiar. ¡Qué demonios!, adoro sentirlos tan cerca, poder olerlos, ser capaz de percibir la colonia de mi pequeña mezclada con el aroma que desprende el fuego de la chimenea. Y el olor de Mateo... Ay, Mateo... Si solo fuera tu olor lo que me encanta... Un sonido muy, muy fuerte me despierta. Ha sido un golpe. Esos malditos golpes que siempre tienen que acabar con mis sueños. Esta vez he podido oírlo más cerca. ¡Oh, no!, creo que vienen hacia aquí. Miro a mis compañeras, aterradas todas. La centinela abre la celda de un portazo y, gritando, anuncia: ‒Berta Valero, Carmen Lafuente, Jacinta Heredia, Clara Gabarro, Francisca Díaz, Diana Saavedra, Antonia Pacheco, Ofelia Queralt, Irene Urbano, Teresa Rabadán y Eleonora Quesada. ¡Andando! Ha dicho mi nombre o, al menos, a mí me ha parecido escucharlo. Clara Gabarro. Sí, lo he oído. Y, a juzgar por las caras de lástima con que me miran mis compañeras, he oído bien. Me levanto, sin alternativa alguna. Nos sacan a golpes del calabozo y nos obligan a seguir a una de las vigilantes. Aunque, en realidad, no es necesario. Sabemos perfectamente hacia dónde nos dirigimos. Lamentos, lágrimas y la letra de La Internacional nos despiden por los pasillos. Durante el trayecto, puedo ver cómo dos de mis compañeras se desvanecen y otra forcejea con su opresora, sin conseguir zafarse de ella. Como diría Mateo: «Nadie consigue librarse de su destino». Pero, ¿verdaderamente era ese nuestro destino? Auxilio y adhesión a la rebelión, desórdenes y crímenes diversos. Esas fueron las razones o, más bien, las supuestas razones que nos trajeron a todas nosotras a esta prisión de mala muerte, y nunca mejor dicho. Hasta hace unos días ni siquiera sabía el significado de esas palabras, ¿cómo iba yo a hacer tal cosa? En cualquier caso, es imposible hacer razonar a aquella gente. Así que a lo mejor este es mi destino, nuestro destino. Nos guste o no. Ya nos han sacado a la calle. Se acerca el momento. Mis compañeras lloran desconsoladas. Yo, sin embargo, me mantengo fría como un témpano. No quiero complacerles con mis lágrimas y mis muestras de pavor y sufrimiento. Aunque, en el fondo, estoy aterrorizada. Pero no por la muerte, sino por Nerea. A pesar de que sé que está en un lugar seguro y a salvo de toda esta amenaza, el hecho de que quede huérfana de madre (y probablemente de padre) me entristece. Mi niña... pobre. Estoy convencida de que acabará echando de menos mis lentejas. Bueno, ahora no es momento de pensar en estas cosas. Nos están colocando en fila, una al lado de la otra, frente al paredón. Algunas de mis compañeras gritan ¡Franco, asesino! mientras la retahíla de hombres que hay frente a nosotras aferran sus armas, apuntándonos tras ellas con deliberada valentía. Oigo los últimos sollozos de mis compañeras. Cierro los ojos. Aprieto los puños. Pienso en mi sueño.

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CARMEN JUAN 1 BACH A


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