MARIKUGA ENTRE HISTORIA Y MEMORIA, Salustio Saldivia D.

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puede ser que transite a otra vida, en el Wenu Mapu, o también ser capturado por los kalku y transformarse en un wekufü. El rito mortuorio tiene como fin asegurar que el “alma” tenga un viaje sin dificultad al Wenu Mapu. Juegan un rol destacado los wewpin, parientes del difunto, que según Faron (1969), cumplen la función de “alabar al muerto, establecer una relación genealógica de su status respecto al linaje y del que está unido por matrimonio y rogar a los antepasados del linaje que lo ayuden a escapar de las fuerzas del mal” (citado por Hidalgo et al, 1996, p.205) En el ser invisible de todo mapuche -que la cultura occidental define meramente como espíritues posible reconocer tres estados: el am (alma), ser inmaterial de todo habitante del Nag Mapu, el püllü o espíritu del ser al dejar la vida material y el alwe, estado del alma al viajar a la Wenu Mapu. Para Espósito (2008), el hombre está dotado de un espíritu, que con la muerte se desprende del cadáver y pasa por dos fases distintas: la de am y la de püllü. El am puede ser entendido como “el otro yo” del hombre, es el cuerpo invisible. El püllü es fuerza-newen-espíritu que permanece. El am es el espíritu de las personas recién fallecidas que aún no se ha alejado de los lugares y personas que frecuentaba en vida. Asiste invisible a las comidas y a todos los actos de la vida diaria: visita los cementerios y toma nota de las faltas y de las omisiones en los ritos funerarios para hacer sentir su desagrado a los deudos. Las ofrendas y los sacrificios funerarios se dirigen con preferencia al am. A medida que el recuerdo del muerto se va desvaneciendo, por lo común después de un año, el am se aleja de los hombres y de los lugares que frecuentó su cuerpo y transita a la región de los espíritus y se transformarse en püllü. El alwe era, por el contrario, un espíritu distinto, algo así como un segundo doble transitorio, que nace del cadáver con la muerte y que permanece junto a él con la misma forma corporal, pero más tenue.

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Suele ser visible para los parientes vivos cuando no cumplen con las obligaciones funerarias, y se anuncia por medio de golpes, de sonidos, haciendo chisporrotear el fuego o aullar a los perros o cerrando las puertas. Como se puede apreciar el estado de muerte para los mapuches supone más bien el fin del cuerpo físico en esta tierra, pues, el am, el espíritu que sigue animado y que continúa su deambular 85 . De esta manera podemos apreciar que la idea de muerte como cesación de la vida - e incluso como separación del cuerpo y del alma- adquiere un carácter complejo dentro de la cosmovisión mapuche. Así nos lo explican quienes tienen este conocimiento: “El espíritu (püjü) no muere, sino que se va a otra tierra wülcheñmayew se llama el lugar donde se va. Este lugar está al otro lado del mar, a las personas las conducen hacer esa travesía. Cuando el espíritu llega a ese espacio, los espíritus que ya se encuentran ahí, reciben al que llega con mucho agasajo. (...) Después este espíritu vuelve en sus descendientes, en los nietos. Por los hijos de sus hijas o de sus hijos. Ese conocimiento que tenía vuelve y escoge a la gente nueva, de las nuevas generaciones para que hereden esa vida, ese espíritu. Las personas no determinan su vida, sino estos espíritus que regresan son los que deciden el destino y don de la persona de acuerdo a la descendencia. Quienes son Longko es porque heredaron ese espíritu del Logko anterior, de su ascendencia, el que es Machi es porque heredó eso de la Machi de su ascendencia. Esto puede suceder a partir de la segunda generación. Estos espíritus no se pierden, quienes lo van heredando son los que se les llaman Elche. Quienes son poseedores de espíritus de personas sabias siguen ese legado y quienes son de personas comunes también lo continúan.” (Francisco Ancavil Ñamco, Longko Lof Cerro Loncoche, citado por Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato, 2009, p. 629. No se indica grafemario empleado)

Según Foerster (1996), es posible afirmar que en la religiosidad mapuche existe la creencia que al abandonar la condición humana y acceder definitivamente al Wenu Mapu, el antepasado habita junto a los dioses uniéndose a las potencias extrahumanas, pero sigue, no obstante, unido a los hombres por diversos lazos que perduran en la mente de los vivos, rindiéndosele culto (ofrendas y rogativas) en el día de los muertos, ngillatunes, etc. El antepasado se transforma en un mediador, intercesor entre los hombres y las divinidades mayores. Este carácter supone una cierta deificación de ellos, participa tanto de la condición “sagrada” como de la humana. Los antepasados recogen la Tierra en compañía de los dioses y están “siempre vigilando, alertas para proteger y ayudar a sus parientes vivos”. La responsabilidad (reciprocidad) por parte de los vivos hacia sus antepasados se sustenta en que, para que los últimos gocen de “tranquilidad eterna”, los primeros deben respetar y mantener sus tradiciones (Az Mapu). (en Hidalgo et al, 1996). Autor no indica grafemario utilizado.

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