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Siempre lo recordaremos

Siempre lo recordaremos sonriente

P. José Sandoval Íñiguez, mg

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Estimados Padrinos y Madrinas, quiero compartir con ustedes unas cuantas líneas acerca del padre Victoriano Hernández Mata, Misionero de Guadalupe, a quien siempre lo recordaremos sonriente.

El padre Victoriano era conocido como Panchito. Preguntando a sus compañeros de generación, alguno comentó que se debía a su baja estatura y su parecido con otro Panchito que, precisamente, era chaparro, y de ahí se le quedó el sobrenombre. Panchito vió la luz por primera vez en Ojo de Agua del Refugio, Gto., el día 4 de noviembre de 1943. Fue educado cristianamente y cuando llegó a la edad de escoger su vocación decidió ingresar al seminario de los Misioneros de Guadalupe. Sus sueños eran entregar su vida a los que no conocen a Cristo. Creo que ese es el pensamiento más común y que impulsa con más fuerza a un misionero para dejar su patria y su familia e ir a tierras lejanas, donde tiene que adaptarse a costumbres diferentes y hacerse hermano de personas igualmente desconocidas, cuyo modo de vida tiene que aprender para ganar a nuevos hermanos para Dios. El padre Victoriano trabajó en Kenia, África, y en el Perú, donde seguramente dejó muchas y muy buenas amistades entre los grupos católicos. Su cambio de África al Perú se debió a que en el continente africano le daban ataques muy fuertes de paludismo. Me tocó convivir con él en la Casa San José durante el último año de su vida. Panchito era el hombre más sencillo del mundo: solía batallar con los audífonos que usaba para escuchar, pues se le descomponían continuamente, y terminaba por guardarlos y mejor hacerse presente con su sonrisa, de la cual nunca anduvo escaso.

Su pasatiempo preferido era el trabajo en el campo, pues se notaba que era un campesino de corazón. Después del desayuno y de la comida se le veía con su atuendo para el campo: sombrero y ropa apropiada para protegerse del sol y del polvo. Casi nunca regresaba con las manos vacías, solía llegar con brazadas de calabazas, papayas, elotes, pepinos; cubetas de limones y guayabas. Cuando lo veíamos llegar no faltaba quien lo recibiera con un aplauso agradecido. La respuesta que él daba era sencillamente esa sonrisa franca y alegre que había cambiado por su lenguaje. Y es que ya no hacía el esfuerzo por hablar, pues sabía que debido a su total sordera no podía tener un intercambio con palabras. El Señor lo llamó a su presencia el día 17 de septiembre de 2020. Para nosotros, tristemente, aquella sonrisa se esfumó. ¡Hasta pronto, padre Panchito!

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