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Editorial
En el mes de mayo celebramos en nuestro país el Día de las Madres. Culturalmente la madre ocupa un lugar especial, ya que no sólo es transmisora de vida, sino que su ternura, cuidado, protección, cariño y capacidad de sacrificio son el signo humano más visible que nos permite descubrir la presencia del amor de Dios.
A las mamás se les debe la formación necesaria para ser personas maduras, creyentes coherentes y ciudadanos comprometidos, con principios y valores. Ellas son las principales transmisoras de la fe y animadoras de la vocación de sus hijos; el mayor sostén cuando cada uno realiza su plan de vida; las grandes consejeras cuando las dificultades se presentan y las más importantes intercesoras ante el Señor.
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Hoy por hoy, la sociedad y la Iglesia necesitan revalorar la maternidad, protegerla, darle su lugar, respetarla e integrarla activamente. Vivimos en un tiempo en el que se quiere restar valor al hecho de ser madre, se ve como un “peso”, una “condena” de la sociedad “machista”… y esto sucede cuando dejamos de ver a la maternidad desde su vocación trascendental y se le reduce a la mera procreación. La maternidad es la misión que Dios comparte con aquellas mujeres que reconocen su dignidad, que valoran su ser y descubren el llamado para formar (y no sólo concebir) hijos de Dios capaces de amar y servir a quien lo necesita. La maternidad representa el llamado a colaborar con el plan salvífico, y claro ejemplo de esto es, sin duda, nuestra Madre, la Virgen María. Que Dios bendiga a todas aquellas que han escuchado este llamado y han respondido, desde la fe, con alegría y generosidad. Que el Señor toque el corazón de aquellas que se resisten o lo rechazan, para que un día puedan encontrar en el amor de Dios la claridad necesaria para aceptar ser en la tierra el reflejo más hermoso de la ternura divina: el don de ser madres. ¡Feliz Día de las Madres!