
4 minute read
Mi familia y mi vocación

“...Cada uno de ellos es una bendición en mi vida y, aunque son muchos, ninguno me sobra”
Advertisement

I junio 2021 Mi familia y mi vocación
P. Ramiro Zúñiga Garibay, MG Estimados Padrinos y Madrinas, soy el quinto de los nueve hijos nacidos del matrimonio formado por Ramiro Zúñiga y Josefina Garibay. Desde que escuché el llamado de Dios, siempre ha habido una relación estrecha entre mi familia y mi vocación.
Acercamiento a mg
Mi hermano Octavio fue quien conoció primero el Centro de Orientación Vocacional (cov) y el Seminario Menor. Al regresar de cada reunión hablaba de las instalaciones del seminario y para mí era una descripción paradisíaca. En una ocasión, al terminar uno de los retiros del cov, los padres mg invitaron a mi familia a pasar el día en el seminario. Al llegar me quedé con la boca abierta, ya que mi hermano se había quedado corto al describir el lugar, que era realmente un paraíso. Cuando llegué a sexto año se inició un grupo nuevo en el cov y mi hermano me preguntó si quería asistir. ¡Qué pregunta! ¿A quién no le gustaría visitar ese lugar dos veces por mes? Mis papás nunca se opusieron, siempre respetaron lo que nosotros queríamos hacer. Durante casi cuatro años asistí a las actividades del cov y al terminar la secundaria me preguntaron si quería entrar al Seminario Menor. Mi hermano ya estaba viviendo ahí y a mí me hacía feliz la idea de hacer lo mismo. Nuevamente mis papás me apoyaron y me dieron permiso para ingresar.
Mis años de seminarista
Durante mi proceso de formación hubo titubeos. Cada etapa tuvo sus retos y siempre tuve a mis papás y hermanos de mi parte. Cuando, en determinado momento, quise dejar el seminario, volvieron a apoyarme. Ni siquiera cuestionaron más a fondo, y únicamente mi papá me preguntó acerca de los planes que tenía para cuando regresara a la casa. Unas semanas después les llamé para decirles que me quedaría en el seminario. Al terminar los estudios de Filosofía fui nombrado para
estudiar Teología en Suiza. De nueva cuenta, durante los más de cinco años que pasé en Europa, recibí el apoyo y ánimo de parte de mi familia.
Mi sacerdocio
Al regresar a México para ordenarme, mis papás y hermanos siguieron mostrándome su cariño y apoyo incondicional cuando les dije que había decidido hacerme Misionero de Guadalupe. Incluso cuando los sacerdotes les preguntaron qué pensarían si me mandaban de nuevo fuera del país, mis papás se contentaron con decir que mi vida era del Instituto y que ellos aceptaban lo que este decidiera para mí. Tuve la bendición de iniciar el ministerio en mi tierra natal y durante esos tres años sentí el apoyo de mi familia. A los tres años recibí el nombramiento para salir a Misiones, y se alegraron conmigo y me animaron a seguir adelante. El reto de aprender coreano y adaptarme a otra cultura me angustiaba, pero sabía que contaba con ellos. Y cuando creía estar frente a un reto que quizás no superaría, también tuve amigos que me auxiliaron. Así descubrí que Dios me regaló una familia más numerosa, con personas que no compartían mi sangre.
La relación con mi familia
Mi papá fue un hombre que hablaba poco, pero siempre estaba presente para apoyar a sus hijos en lo que quisiéramos hacer. Cuando me fui al seminario me dijo: “Te vas porque tú quieres, cuando ya no quieras estar ahí te regresas a tu casa. Ni siquiera necesitas preguntar, esta es tu casa”. Y cuando me fui a Suiza me dijo: “¡Granjéate a las personas!”. Nunca he olvidado esas palabras, y siempre me han ayudado en mi camino.
Mi mamá siempre ha sido una mujer muy religiosa. Con ella la relación ha sido de mucho compartir, y no sólo yo, sino todos mis hermanos; siempre nos escucha. Cuando he tenido los retos más difíciles en mi vocación misionera, me anima para no rendirme y para que vea más allá de lo que tengo enfrente. Finalmente, mis hermanos y hermanas son una bendición en esta experiencia, siempre han caminado conmigo. Me apoyan en lo que hago y me
escuchan cuando lo necesito. Su manera de responder a sus responsabilidades ha sido también un estímulo para atender lo que me toca. Cada uno de ellos es una bendición en mi vida y, aunque son muchos, ninguno me sobra; todos, a su manera y según su carácter, me ayudan a sostener el “Sí” que di cuando hice mi juramento como Misionero de Guadalupe. Hace unos años, Dios me permitió estar cerca de mi familia cuando llamó a mi papá con Él. Fue un dolor muy grande y agradezco haber estado con mi mamá y mis hermanos. Haber llorado esa pérdida juntos fue muy saludable y, al estar unidos, poco a poco seguimos respondiendo a los retos que nos ha presentado la vida. Finalmente, quiero invitar a los jóvenes que sienten interés por conocer la vida sacerdotal misionera a que se acerquen y conozcan nuestro seminario. Estoy seguro de que entre ustedes puede encontrarse el próximo Misionero de Guadalupe, y sin duda sus familias estarán felices de apoyarlos.
