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Editorial

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Página del lector

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Cada año muchos católicos asistimos al templo para la imposición de la ceniza. Como sabemos, el Miércoles de Ceniza marca el inicio del tiempo de Cuaresma, en el que debemos hacer penitencia, practicar el ayuno, la abstinencia, la caridad, así como hacer oración y realizar obras piadosas, al mismo tiempo que dejamos espacio para el recogimiento y el examen de conciencia personal, con la finalidad de prepararnos para vivir la Pascua de la Resurrección.

La imposición de ceniza es una tradición de nuestra Iglesia desde sus primeros días. En aquella época, las personas solían cubrir su cabeza con ceniza y presentarse ante la comunidad con hábito penitencial para recibir el Sacramento de la Reconciliación el Jueves Santo.

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Como explica el Directorio sobre la piedad popular y la liturgia: «el gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal» (núm. 125). Por lo regular, el acto de imponer ceniza se realiza durante una Misa, al terminar la homilía, y la ceniza es impuesta en la frente por el sacerdote o algún laico mientras hace la señal de la cruz y nos dice: «Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás». No obstante, el acto también puede llevarse a cabo sin Misa, aunque se sugiere que previamente haya una liturgia de la Palabra. El Miércoles de Ceniza no es considerado día de precepto y la imposición de ceniza no es un acto obligatorio. Sin embargo, los exhortamos a asumir el compromiso que la ceniza simboliza para conservar una actitud humilde y de conversión durante la Cuaresma, pues es la disposición de ánimo que debe anidar en nuestro corazón para que podamos comprender y vivir con plenitud el Misterio Pascual.

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