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La alegría de ser misionera

“Acompañar a los acólitos ha sido una gran experiencia. Me llena de emoción ver la felicidad que muestran al recibir su nombramiento y portar su túnica por primera vez... ”
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María Guadalupe Rodríguez Ruelas, mla
Estimados Padrinos y Madrinas de Misioneros de Guadalupe, es un gusto para mí saludarles por medio de la revista Almas. Mi nombre es María Guadalupe Rodríguez Ruelas, soy originaria de Guadalajara, Jal., licenciada en Geografía y me encuentro en la ciudad de Pucallpa, Misión de Perú, viviendo la alegría de ser misionera.
La Parroquia Virgen del Carmen
Me gustaría compartir con ustedes cómo ha sido mi bella experiencia en la Misión. En el tiempo que llevo aquí he tenido la posibilidad de trabajar en dos parroquias. La primera de ellas está ubicada dentro de la ciudad, es la Parroquia Virgen del Carmen, la cual cuenta con dos capillas: Niño Jesús y Virgen de la Esperanza, que fue donde me tocó participar de manera más activa.
Las personas de esa comunidad me recibieron muy contentas y con el tiempo logré compartir con ellas hermosas vivencias. Entre las actividades que me resultaron más satisfactorias se cuentan la visita a los enfermos, las oraciones de los viernes, las visitas a los hogares para rezar el santo Rosario y, principalmente, las reuniones con los acólitos, debido a que yo era la encargada de darles formación litúrgica, espiritual y de convivencia fraterna.
Cuando inicié mi colaboración el grupo era sólo de dos acólitos, pero después de motivar e invitar a más niños y niñas a participar en ese servicio el número creció a siete; su gusto y entusiasmo por participar tanto en las reuniones de los sábados como en las Misas de los domingos eran mi gran motivación para seguir trabajando y lograr que el número de acólitos aumentara.
Después de un tiempo me asignaron para laborar en otra parroquia, que es donde me encuentro en la actualidad. Aunque fue doloroso despedirme de los acólitos,
puesto que ya existía entre nosotros un gran afecto, les expliqué que así es la vida de un misionero y que era necesario ir a dar formación a más niños que quisieran ser acólitos como ellos. De esa manera emprendí la aventura hacia la nueva parroquia.
La Parroquia Sagrada Familia
Ubicada a las afueras de la ciudad de Pucallpa, mi destino fue la Parroquia Sagrada Familia, la cual también cuenta con una capilla, llamada San Juan Bautista y mártires coreanos; se encuentra aproximadamente a siete kilómetros de la sede parroquial. Los asentamientos que rodean a la capilla son en su mayoría de gente pobre que vive al día. Así mismo, algunos de ellos, por motivos de trabajo, no tienen una estabilidad en su residencia: un tiempo viven ahí y después se ven obligados a migrar para buscar mejores oportunidades laborales. Además, su fe es vacilante y, a pesar de que son católicos, llegan a acudir a templos protestantes porque reciben algún beneficio. Sin embargo, la calidez y el cariño de las personas son ex-

traordinarios y me recibieron muy contentos y con grandes deseos de aprender. Fui nuevamente asignada a trabajar con los acólitos, debido a la experiencia adquirida en la parroquia anterior. Al principio también fue una labor difícil y ganarme la confianza de los niños me llevó varias semanas, pero al final todo valió la pena y ahora no sólo me ven como la misionera que va y les enseña, sino como una amiga que les escucha y aconseja. Los acólitos disfrutan ir a las reuniones que se hacen cada semana porque, además de que aprenden, juegan, se divierten y, como ellos me lo han expresado, sienten como si el grupo fuera su segunda familia. A pesar de los muchos problemas que puedan enfrentar en sus casas, ir y participar en la parroquia les hace sentir queridos y comprendidos. En una ocasión los llevamos al cine como parte de las actividades de confraternidad. Estaban muy emocionados, en particular uno de ellos, Jefferson, pues cumplía años justo ese día. Me invitó a comer en su casa para celebrar su cumpleaños y después salimos para ir al cine con todos los demás. Se veía el entusiasmo en su rostro y fue muy emotivo el momento en que me dijo: “Gracias, Lupita, por traerme al cine. Me gustó mucho, porque yo nunca había venido”. Esta experiencia me hizo comprender que hay cosas que para mí pueden resultar ordinarias y comunes, pero para aquellos niños que viven en situaciones difíciles pueden ser experiencias que dejan una gran huella en su corazón. Esto me llevó a recordar que san Juan Bosco decía que los niños no retienen en su memoria los momentos de enseñanza, sino quién eres, y yo agregaría que también recuerdan cómo eres con ellos.

Compartir el Evangelio
Acompañar a los acólitos ha sido una gran experiencia. Me llena de emoción ver la felicidad que muestran al recibir su nombramiento y portar su túnica por primera vez, y el gran entusiasmo que manifiestan al ayudar al sacerdote en la Misa, todo ello precedido por su notable esfuerzo al aprender acerca de la liturgia y su constancia en la preparación, a pesar de que muchos de ellos no tienen el apoyo por parte de sus padres o en algunos casos sus familias son protestantes. La alegría que sienten al compartir y convivir con sus demás compañeros es mi motivación para seguir trabajando con mucha devoción. Estoy muy feliz de compartir con ellos el gozo del Evangelio, no sólo con palabras, sino con obras; ha sido para mí una gran enseñanza llena de satisfacción. Aún faltan muchos retos por superar, pero sé que no estoy sola, Dios está conmigo en la Misión. Quiero agradecerles a ustedes, Padrinos y Madrinas, pues son el principal motor de este proyecto, ya que sostienen nuestras tareas misioneras con sus sacrificios, oraciones y donativos. ¡Que Dios los bendiga siempre, a ustedes y a sus familias; que los socorra en todas sus necesidades, y los mantenga con fe y esperanza viva en este tiempo de incertidumbre! ¡Y que nuestra Madre, Santa María de Guadalupe, los acompañe siempre!
