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El dilema bioético de las infancias “trans” y el uso de hormonas en menores
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by MexicoVIVE
Las ciencias y la tecnología en las últimas décadas han avanzado a niveles vertiginosos y es un hecho, que superan la velocidad a la que se mueve la reflexión sobre la conducta ética del ser humano. En este tenor surgió la necesidad de una disciplina objetiva, interdisciplinaria y rigorosa que analizara la forma en que la conducta humana incide sobre los seres vivos y el modo en que los conocimientos científicos son usados, para beneficencia o maleficencia, de la vida: la bioética. La autonomía con frecuencia se tiende tomar como el bien más preciado que tiene la humanidad. El culto a ella no sólo ha tenido su impacto, a partir del pensamiento
“ilustrado”, en la ciencia y filosofía políticas, sino también en la manera de concebir el derecho y en la bioética misma, a pocas décadas de haber nacido. Creer que la autonomía es un valor absoluto, esté o no equivocada en su proceder, brinde un bien o mal al sujeto, es herencia del liberalismo más radical. 1 Por otra parte, no es novedad que, para el ejercicio de la autonomía, la persona necesite tener una madurez emocional, espiritual e intelectual bien consolidada para que
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1 Cfr. Charlesworth, Max, La bioética en una sociedad liberal, Universidad de Cambridge, Estados Unidos, 1996, p. 8

Por: Lic. Carlos Ernesto Martínez
Originario de Minatitlán, Veracruz. Tesista de la Facultad de Derecho de la UNAM cuya tesis se titu: “El aborto como antinomia del sistema jurídico mexicano en el marco del derecho internacional de los derechos humanos”. Becario del Programa Mil Becas Generación Bicentenario. Diplomados en Teología, Antropología y Teología Litúrgicas, Bioética, y Existencialismo y Personalismo por la Universidad Pontificia de México. Estudiante de Maestría en Bioética en la Universidad Anáhuac México. Coordinador General del movimiento “Dilo Bien” Ciudad de México. Corresponsal de la Revista México VIVE en Veracruz.

tome decisiones con plena y total independencia valorando las variables que tiene a su alrededor. Ergo, los menores de edad carecen de ella. Es por eso que la ley se encarga de garantizar ese “interés superior” para su pleno desarrollo, tal y como lo marca el artículo 4° constitucional y el 3° de la Convención sobre los Derechos del Niño, suscrita por México. La bioética, si bien puede tener sus matices dependiendo de la carga emocional o condicionamiento personal de cada autor, ha ido de la mano con el concepto de dignidad humana y con la tendencia de dejar fuera antiguas concepciones que separan la naturaleza material, psíquica y espiritual de la persona. Considerarla, únicamente, como materia, dejarlo a los vaivenes de su imaginación, o priorizar esencialmente su ámbito espiritual descuidando los otros dos, son reduccionismos antropológicos que va en perjuicio de la salud plena de la persona. La persona es una unidad inseparable de esos tres ámbitos. La sexualidad, por tanto, está inserta en dicha unidad. Y, de la mano del dogma de la autonomía como valor absoluto y la desintegración de la naturaleza de la persona, han surgido teorías psicológicas que intentan explicar la identidad sexual desde el influjo netamente de la cultura, desnaturalizando el carácter unitario que forja a la persona en relación con su cuerpo y espíritu. En efecto, no se niega el influjo que la cultura pueda tener en la sexualidad, pero se descarta la postura dualista que presionar para creer que el estadio social es el elemento constitutivo de la diferenciación entre hombre y mujer; contrario a la búsqueda de la armonización entre cuerpo y mente, que plantea integrar realmente a la persona. 2 En otro punto, hablando de la relación médico-paciente, debe entenderse que ella se inclina a la restauración del estado de salud de las funciones o capacidades que determinada patología limita. Están en contacto dos personas, en igualdad de condiciones. Se trata de una interacción en la que se busca el perfeccionamiento de ambos en la búsqueda de su bien ontológico y objetivo. En este sentido, no se es una interacción comercial donde el paciente solicita un servicio por el cuál pagar y que el médico debe proveer. En consecuencia, la plena autonomía juega un papel importante al momento de solicitar y aceptar un tratamiento, respectivamente. 3