Cuentos Solidarios 2010 - Líneas sin sombra

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momentos antes había besado y acariciado, que había amado, recreándome en todos y cada uno de los detalles. Era bellísima hasta el dolor. Me quedé mirando el pelo, negro, desparramado sobre la almohada. De un negro sublime, como sus ojos, negros también. La miré profundamente. Acerqué mi boca a la suya y la besé con suavidad, con dulzura. De nuevo las lágrimas afloraron a sus ojos. Le acaricié la cara mientras se las besaba sintiendo su salinidad. Retiré un poco mi cara y le rogué que no llorase. Me estaba destrozando. Aquella lejanía me estaba taladrando el alma. Le pedí que me contara lo que le pasaba. Hubo silencio. Un silencio que se me hizo eterno, que laceraba. Me miró y vi la profundidad de sus ojos y de su alma en ellos. Vi el dolor, por el recuerdo, por la pasión, por la vida vivida, y sentí su dolor. Te puedo contar todo lo que quieras, cualquier cosa que me pidas, menos eso que quieres saber y que parece que intuyes. Eso, dijo, tras un breve silencio, es sólo mío, sólo para mí, por lo que fue, por lo que es y por lo que será. Siempre mío y sólo mío. Discúlpame. Y lloró con más fuerza, sin sentido ni mesura, como si nunca antes lo hubiera hecho.

Nunca entendí por qué lo hizo. La verdad es que nunca entendí casi nada de ella, ni de cualquier cosa concerniente a ella. Siempre estaba lejos de mí. Me era imposible acercarme a su interior, por más que lo intentara con todas las fuerzas que mi inteligencia y mi pasión por ella permitían. Me era esquiva, es cierto, en sus pensamientos y en su


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