Cuentos Solidarios 2010 - Líneas sin sombra

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marche, no vaya a venir con más flemas de sangre y entonces no, entonces seguro no. Ariel se acerca a la cama extendiéndome con sus bracitos cortos el tazón de su propia sopa, pobrecillo, por los ojos se escapa la preocupación, como si intuyera la gravedad del asunto. ¿Qué le rondará por la cabeza? Nunca lo sabré, azaroso caminar por tales laberintos. Me mira muy fijo, como un gatito, suplicando, casi del mismo modo que cuando pide por infinita vez que gire la manija y ponga otro disco en la vitrola. Me emociona, lo confieso. Y me duele tanto por él negarme a esa cuchara junto a mi boca. -

Está bien, usted gana –gruñe el director- sólo le pido que se abrigue lo suficiente y nunca más de media hora de recreo.

Sale por la puerta con alborotos de bata y estetoscopio, no sin antes desprenderse de la culpa en un fruncir de semblante y un puño que se agita: - ¡Usted lo ha querido! Invierno y cielo gris, césped moribundo y un circo de árboles desnudos justo al centro del patio. Es aún nuestro Jardín de las Hespérides, no importa el abandono amargo. En la rotonda los adoquines frenan con sus cantos las ruedas y Ariel resopla esforzándose por empujar.


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