Cuentos Solidarios 2008

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LA MONTAÑA EDUARDO MARTOS GÓMEZ ¡Espérame, amor, voy hacia ti...! or la grieta inapreciable que atraviesa la montaña, fluye agua nocturna que, incesante, sigo y escucho desde que me habló de ella. Me mostró un reflejo vagamente conservado de su tez; yo lo contemplé arrebatado de un amor invencible y oscuro como mi mundo. Por donde el agua pasaba, yo no podía deslizarme. Cada noche las gotas, generosas y amables, me traían el difuso reflejo de su rostro, que durante instantes breves llenaba mi alma solitaria. Yo me resignaba a esperar la noche dentro de la montaña imperturbable, oyendo el goteo del agua ociosa, que en su viaje consume las entrañas de la roca; o trataba de memorizar todos los relieves de una pared. Aunque la oscuridad domina mi mundo, el agua nocturna indica la declinación del día. Tras verla a ella, aunque me llegaba incierta y mermada, pasaba horas realzando su belleza. Los días que el agua no podía traerme nada, soñaba sin tregua con sus cualidades apenas vislumbradas. Nunca había visto una pureza semejante, ni aun en las lentas calizas. Tampoco había sido herido tan profundamente, ni siquiera cuando caí sobre las afiladas rocas del abismo. El Tiempo me fue arrebatando la paciencia; necesitaba verla (por primera vez sentí necesidad), comprobar su existencia, hasta ahora efímera y acuática. Consideré que ella no me conocía, que ig-


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