Las neuronas de dios una neurociencia de la religión, la espiritualidad y la luz al final del túnel

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esporádicos. Como sea, en ambos casos es necesaria la figura de la jerarquía: alguien tiene que saber más que otros, tiene que ser, en cierta forma, el repositorio del saber al que aluden los rituales. Efectivamente, esta permanencia de las creencias religiosas puede tener que ver con el llamado “principio de autoridad”, según el cual las cosas son verdad según quién las diga: el jefe, mamá, el Papa. Según Richard Dawkins (en El espejismo de Dios, 2006), más allá de las posibilidades innatas, la religión tiene mucho de adoctrinamiento, algo que la evolución seguramente ve con buenos ojos (si se nos perdona la antropomorfización). Por ejemplo, si les decimos a nuestros hijos que no crucen la calle cuando el semáforo está en rojo, es mejor que nos crean y obedezcan sin chistar. Así, los más pequeños serán especialmente susceptibles a la doctrina de los mayores, incluyendo el manual de ritos religiosos que irán adquiriendo desde la cuna, al menos en términos de creencias y acciones locales. Hay un punto relativamente débil en todo este razonamiento: que claramente es aplicable a comunidades pequeñas y más o menos aisladas. ¿Pero cómo explicar entonces que se mantengan reglas y rituales más allá de la vecindad? ¿Cómo entender la religión globalizada? Tal vez se base necesariamente en células o grupos que copian unos de otros los rituales más exitosos de manera que vaya configurándose una convención de ritos y conductas a seguir para formar parte no sólo del grupúsculo local, sino también de algo todavía mayor, con propiedades emergentes que divergen de las de sus unidades, como en toda teoría de sistemas que se precie. Al fin y al cabo, hay claros interrogantes que son comunes a toda la humanidad (la muerte, entre otros) y que requieren de la religión enunciados incontrastables basados en la fe y no en una razón necesariamente provisoria y falsable. Así, la ciencia aporta pruebas de que la religión nos hace sentir bien (por ejemplo, liberando endorfinas, como ya veremos). Aun con el costo de cierto regodeo por la ignorancia, nos promete un relativo control sobre el cosmos y lo que vendrá, ordena a la comunidad de acuerdo con reglas morales y, sobre todo –como opinan los sociólogos (incluso el gran Émile Durkheim)–, provee un elemento de cohesión social indestructible, o casi. Sí sabemos que no cualquier cerebro es capaz de generar creencias religiosas. Para poder decir “Dios quiere tal cosa de nosotros” necesitamos, de alguna manera, meternos dentro de su (Su) cabeza, o sea, hacer lo que en psicología se denomina teoría de la mente: la capacidad de entender que otro individuo tiene su propio pensamiento. No cualquier cerebro puede comprender la intencionalidad del otro, sobre todo cuando es de tercer orden: “Dios quiere” (primer orden), “Dios quiere que actuemos bien” (segundo orden), “yo creo que Dios quiere que actuemos bien” (tercer orden). Si además quiero convencer a otros de esta creencia mía, necesito una intencionalidad de cuarto orden (“yo quiero que usted crea que Dios quiere que actuemos bien”), y hasta de quinto orden si nos interesa que nuestros deseos y creencias sean los de toda la comunidad. Todo esto vuelve bastante complicada la capacidad cognitiva de la religión: no por nada somos los únicos bichos religiosos en el barrio.[41] A la mayoría de los animales les alcanza con una intencionalidad de primer orden; tal vez algunos primates lleguen a vislumbrar algo de segundo orden. Esto podría relacionarse con el tamaño del cerebro y, en particular, de los lóbulos frontales (un área importante para el procesamiento de las ideas y la voluntad). Según Robin Dunbar, si se analizan estas áreas a partir de la evidencia fósil, el Homo erectus podría haber tenido pensamientos propios, pero la religión como fenómeno social debió haber tardado mucho más en aparecer, tal vez junto con los humanos modernos, hace no menos de doscientos mil años. Por esas épocas también comenzaron a crecer en número las comunidades humanas, y la religión les vino perfecta para solidificar ese crecimiento. Pasan los años, los siglos, los milenios, y la canción sigue siendo la misma: por qué la mayoría de los humanos siguen siendo religiosos. Como diría el biólogo Lewis Thomas, “las teorías pasan, las


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