LIBRO: EL VATICANO CONTRA DIOS

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Los Milenarios

El Vaticano contra Dios

quieran actuar por su cuenta; el Estado tiene simplemente la obligación de ayudarlas a alcanzar su objetivo sin intervenir en la coordinación de las asociaciones. Cuando el único empresario es el Estado, tal como ocurre en el Vaticano, su legislación al respecto puede transformarse fácilmente en un régimen totalitario, en cuyo caso es él el que decide el espacio y el límite, siempre revocables, que se debe conceder a sus subordinados, manteniéndolos a raya para poder defenderse de ellos. De esta manera, el Estado-régimen, con sus propias maneras y normas, se defiende del individuo, acaparando para ello la mayor cantidad posible de consensos, lo cual da lugar a que la discrepancia del rebelde, cuya singularidad siempre se intenta presentar como minoritaria, quede reducida a la nada. En semejante contexto de gobierno, las relaciones interpersonales, incluso cuando están presididas por la justicia, el respeto y la comprensión, necesariamente tienen que chocar con las mismas instituciones autoritarias que, cual otros tantos compartimientos estancos, limitan la creatividad, la libertad y la iniciativa del subordinado, destruyendo su esencia y su dignidad.

Actualmente, en el miniestado Vaticano sólo existe una agrupación de trabajadores, reservada exclusivamente a los seglares, la Asociación de los Empleados Laicos del Vaticano (Associazione dei dipendenti laici Vaticano (AdlV), surgida a pesar de la sorda oposición de los jefes y con libertad de expresión muy limitada. Los socios y el directorio se quejan de la sistemática, puntillosa y disuasoria contraofensiva de las autoridades encaminada a frenar sus iniciativas sindicales. En cuanto a los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, tanto los que dependen directamente del Vaticano como los que desarrollan su actividad en el más vasto campo de la Iglesia en el mundo, nadie ha pensado hasta ahora en la posibilidad de creación de un organismo desde la base, en el que, sin bajar al terreno de la confrontación a ultranza y de la lucha de clases, éstos se sientan mejor representados y mejor defendidos en sus derechos y en sus relaciones con la otra parte, individual o social. La cuestión es de una sencillez palmaria, basta con saber conciliar los principios de la ética profesional con los de la dignidad profesional, humana y eclesiástica, esta última tan sagrada como aquélla. El propio Papa, tal como ya se ha dicho, es partidario del desarrollo de tales organismos, destinados a entablar un diálogo constructivo y continuado con los órganos competentes, respetando siempre el especial carácter constitutivo de la Iglesia. «Expreso — escribía el Pontífice el 20 de noviembre de 1982— mi confianza en que las

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