M es 1 2 - añ o 02 E d i ta d o por: Aq u a re l l e n cu l tu ra - Coq u i m b o - Ch i l e D i re ctora d e re d a cci ón : M a ría J osé M a ttu s D i re ctor d e con te n i d os: J e sú s D e Ca stro
P orta d a : N e n ú fa re s d e Cl a u d e M on e t
E d i tori a l
Diciembre es, el último mes del año, tiempo de reflexión, balances y agradecimientos. Terminamos el año con el número 1 2 de “Aquarellen”, con un grupo de magníficos escritores, algunos viejos amigos de la casa y otros nuevos nombres que comienzan a formar parte de nuestra historia de letras que mes a mes aporta a la difusión de autores de la literatura de lengua hispana. El doce es un número mágico: la luna gira doce veces alrededor de la Tierra, el día se divide en doce horas de día y doce nocturnas , doce los signos del zodiaco, doce los apóstoles de Jesucristo, doce los caballeros de la mesa redonda, doce los principales dioses griegos, doce las tribus de Israel. Como pueden ver, era para nosotros muy importante que este número emblemático saliera a la luz con la magia y el simbolismo de lo que significa un año de trabajo, dedicación y cariño, virtudes que ponemos en cada edición, para continuar siendo un faro cultural que ilumine el camino de las letras y las artes. Gracias a todos quienes han formado, forman y formaran parte de esta vitrina que disfruta de su duodécima edición con la firme certeza de que cada día nos adueñamos más de vuestros literarios sentidos.
M a ría J osé M a ttu s
I N D ÍC E
Al fre d o G a rcía F ra n cé s " L a j o d i d a b o h e m i a d e m a yo d e l 6 8 ´ "
Pag i n a 5
F e rn a n d o Lope z g u i sa d o
Pág i n a 7
F ra n ci sco J a vi e r i ra zoki
Pág i n a 1 2
L u i s M a ca ya
Pág i n a 24
M an u el Can et
Pág i n a 30
E d i th D u b ó
Pág i n a 33
J e sú s D e Ca stro " E n e l e spe j o"
Pág i n a 37
Al fre d o G a rcía F ra n cé s
" L a j o d i d a b o h e m a i d e m a yo d e l 6 8 ´ "
En el Hotel Médicis vivimos contentos sin importarnos sus escaleras tambaleantes de alfombras sucias, raídas, su olor a ajo, a fritanga y a especies, pues todos cocinábamos en las habitaciones. Tampoco nos molestaban los alborotos de un batallón de soldados negros y latinos, huidos de las bases militares norteamericanas en Alemania y llegados a Paris para evitar ser enviados al Vietnam. Recalaban allí aguardando que organizaciones pacifistas los trasladaran a Suecia donde no había extradición para el delito de deserción. Mientras, encerrados en sus habitaciones, escuchaban un rock ensordecedor pinchándose heroína que, jeringuilla en mano, ofrecían generosamente por los pasillos repletos de tipos alucinados por el LSD. Parecía el infierno, pero, nunca, nadie buscó problemas conmigo. Aquel tiempo fue un baño de civilización mientras los estudiantes gritaban “la imaginación al poder”, quemaban coches, tiraban piedras a los gendarmes y, en la calle, estallaba el famoso Mayo del 68 en el que todo progre de mi edad dice que estuvo. Yo sí estuve, aunque trabajando, no lanzando adoquines. Manifestaciones, revuelta callejera, barricadas, cargas policiales y detenciones y, por primera vez, trabajé como reportero para un griego que me daba una miseria por cada carrete impresionado que le llevaba. Así fotografié todo lo que sucedió en el Boulevard Saint Germain y el Saint Michel, en el Odeón, la Sorbona y, sobre todo y, desde dentro, el largo encierro de los estudiantes en el Liceo Luis le Grand. Justo enfrente de mi hotel, al que algunas veces me escapaba para dormir, comer o visitar a mi novia. En fin, podría aburrirles más con Paris, pero ustedes no se lo merecen. Sólo un apunte más. Después encontré trabajo en un estudio fotográfico de publicidad en la Rue de Castellane, detrás de La Madeleine, y durante casi dos años rendí a plena satisfacción de mi jefe, un belga hijo de exiliados españoles, que estaba feliz conmigo. Una mañana me llamó para decirme que debido a la crisis, una nueva ley prohibía que los extranjeros ocuparan cualquier puesto de trabajo que necesitara un francés. Me pagó y me dio un abrazo llorando porque, según afirmó, era un buen trabajador y tenía mucho futuro como fotógrafo. Me estafaron. Como pasa aquí con los inmigrantes cuando ya no se les necesita. Nunca, hasta el mes pasado, quise volver a La Madeleine, ni a la plaza de la Concordia, ni pasear por el Faubourg de Saint Honoré, en aquel barrio en el que por fín me sentí persona y que llegué a considerar mi barrio. Tan querido como el Barrio Latino. Otra vez me vi en la calle y sin trabajo, aunque había aprendido mucho como fotógrafo de publicidad, conseguido mantenerme al margen de la trampa de las drogas y el dogmatismo de los partidos políticos, así que, decidí volverme a España para hacer el servicio militar. Pero, eso ya es otra historia, amigos.
F e rn a n d o Lop e z G u i sa d o
(Madrid, 1 977) Combina la escritura, la crítica y la imagen radiológica. Ha publicado los poemarios: Aromas de Soledad, El Altar de los Siglos, Porque nunca fue suyo, La Letra Perdida (finalista del premio de la Asociación de Editores de Poesía 201 2, 2ª edición 201 4, edición ecuatoriana en 201 5) y Rocío para Drácula (premio de Asociación de Editores de Poesía 201 4). Aparece en numerosas antologías de relato y poemas. Colabora con diversos medios culturales. Conduce la bitácora Buenas Noches Nueva Orleans.
S I G L O XXI Por la mañana, tras llegar al pueblo, cayó el móvil. Cuando lo recogí de las baldosas, aquel aparato lucía en su rostro una telaraña de cristal que crecía infatigable con el mismo crujir del matrimonio que se despide firmando un papel por todos sus tropiezos en la vida. Siendo fiesta no podía comprar otro terminal; vine para aislarme y quedé atrapado como un sombrero bajo las olas del siglo veintiuno. Nada de redes sociales, burbujas electrónicas o llamadas huecas. Me pregunto cómo lo harían ellos, los poetas de antaño, cuando un libro o un amor intenso finalizaba, para sofocar la melancolía. Quizá, sentados ante su escritorio, esperaban que su Dama emergiese desde la profundidad de los mares, las curvas ceñidas por velos húmedos y los brazos abiertos en ofrenda de bálsamo y perdón contra la culpa. No podrían teclear de inmediato para retransmitir su enorme suerte ni mucho menos sacar una foto, compartirla en 'Nube'; tampoco ya logro reconocer la Epifanía: desconectado el exterior no importa. Al contemplar el sol sobre el océano sólo percibo una luz descompuesta como la prole de unos divorciados que ha surcado el vacío para nada.
E S TRE LLA E RRAN TE Imagina que sí fuéramos hijos de un Dios iracundo: Esto se ha terminado, fin de fiesta, fin de línea. Recojamos las guirnaldas, las luces, las figuras, pongamos a ese verso un largo etcétera, puntos suspensivos, puntos y comas; cualquier esperanza que nos deje presos en la carbonita y el rojo de un sol distante en el simple acto de tachar en una agenda nueva días tras días meses tras meses de lo mismo y lo mismo durante un hipersueño con destino en la náusea.
VI E N N A Ahora que acaba el mundo, ignoras qué decirme y la ciudad recuerda vacía lo que no pudimos ser, regálame otro perfume que no apeste a desprecio. Aunque no hayas visto la película, cuéntame una mentira: que me esperas y me quieres. Como en «Johnny Guitar». Gracias. Muchas gracias.
TE S TAM E N TO No dejaré demasiado, hijos: Amor siempre, aun lejos, una modesta biblioteca —ebria de polvo en bolsas; que no me ha enseñado que no se ha de mentir— y este poema en la balanza por si un día os veis perdidos por un pasillo angosto, oscuro. Endeble farol al que aferrarse cuando papá ya no esté.
TRAJ E D E N O VI O El traje de gala de nuestra boda oscila ahorcado de una frágil percha prácticamente nuevo —me lo puse sólo entonces como un niño su nacer. Parece la ropa eterna de un muerto testigo calmo de su funeral. Solo en su ataúd le viene grande la ausencia en que se olvida y este amor perdido inunda del Ayer su boca, en vacío sin espera ni savia que rebrote tu flor desde mi carne.
CI U D AD S I N TI se me ha llenado Madrid de polvo de obra y polillas de gritos de porteras de mentiras en descuido irresponsable de lugares a los que no iremos se me ha llenado Madrid de felicidad ignorada y perdida a lo tonto de cuencos rotos y calles cortas y de niños lejanos bañándose en fuentes y de retratos de mujeres con porfiria se me ha llenado de bancos pegajosos por chicles que arrancan los empastes de fantasmas que se empujan a codazos de aparcamientos imposibles y autobuses agresivos y de espejos muy abiertos y de pasillos con severas armaduras se me ha llenado Madrid con pilas de libros alienados y culpa que los quema como un indio de película para enviarte inútiles señales de humo perdidas entre nubes y rencor de tu tierra quemada por mi miedo a coger el volante de la vida y escoger volverme loco para rodar ladera abajo tan lejos de mí tan lejos... se me ha llenado, sí, de tu ausencia porque sólo una carencia de ti puede saturar tanto de fracaso, inconsciencia y memoria rota en la única cafetería abierta y reformada en mi cocina y despacho en mi lista indeleble de pecados en un Madrid extraño y demasiado lleno que no le queda espacio para el alma
F ra n ci s co J a vi e r I ra zoki
El poeta Francisco Javier Irazoki (Lesaka, Navarra, 21 de octubre de 1 954) fue periodista musical en Madrid. Colaboraba en revistas como Disco Expres (bajo la dirección de Erwin Mauch) y El Musiquero (dirigida por José María Iñigo). Formó parte de CLOC, grupo de escritores surrealistas. Desde 1 993 reside en París, donde ha cursado estudios musicales: Armonía y Composición, Historia de la Música, etc. Como escritor, sus primeros poemarios editados fueron Árgoma (Estella, 1 980) y Cielos segados (Universidad del País Vasco; Leioa, 1 992), que incluía los tres volúmenes de versos escritos hasta esa fecha: Árgoma (1 976-1 980), Desiertos para Hades (1 982-1 988) yLa miniatura infinita (1 989-1 990). Más tarde, Irazoki publicaría Notas del camino (Javier Arbilla Editor; Pamplona, 2002, con fotografías de Antonio Arenal), el libro de poemas en prosa Los hombres intermitentes (Hiperión; Madrid, 2006), La nota rota (Hiperión; Madrid, 2009), cincuenta semblanzas de músicos de épocas muy variadas, el libro de poemas en verso Retrato de un hilo (Hiperión; Madrid, 201 3) y el libro de poemas en prosa Orquesta de desaparecidos (Hiperión; Madrid, 201 5). La Asociación de Escritores Extremeños y la Junta de Extremadura editaron en 201 0 y 201 2 tres antologías-plaquettes de Irazoki.
Sus poemas han sido recogidos en las antologías 23 (Hórdago; San Sebastián, 1 981 ),Anales de Trotromrotro (Haranburu Editor; San Sebastián, 1 981 ), Antología de la poesía navarra actual (Diputación Foral de Navarra, Institución Príncipe de Viana; Pamplona, 1 982), Antologia della poesia basca contemporanea (Crocetti Editore; Milán, Italia, 1 994),Poesía vasca contemporánea (Litoral; Torrelodones, Málaga, 1 995), Navarra canta a Cervantes (Carlos Mata Induráin Editor; Pamplona, 2006), Nueva poesía en el viejo reyno. Ocho poetas navarros (Hiperión; Madrid, 201 2), Abrazando esa tierra / Lurralde hori besakartuz (antología de poetas vascos publicada por GPU Ediciones; Villa María, Argentina, 201 3), Diez bicicletas para treinta sonámbulos (Demipage; Madrid, 201 3). Ha seleccionado y traducido del francés los poemas del dramaturgo, cineasta y poeta Armand Gatti incluidos en el libro Antología (Demipage; Madrid, 2009). También ha hecho una selección de los poemas de Félix Francisco Casanova: Antología poética, Cuarenta contra el agua (Demipage; Madrid, 201 0). En 2011 participó en el libro-homenaje a Raymond Queneau (Cien mil millones de poemas; Demipage; Madrid, 2011 ). Durante cuatro años (2009-201 3) publicó su columna Radio París en El Cultural, suplemento del diario El Mundo. Actualmente es crítico de poesía en dicho medio de comunicación.
PALAB RA D E ÁRB O L
No conocí al que murió en el vientre de mi madre. La abuela lo recogió, dijo que era grande como un guía y lo puso en el hoyo que el padre había cavado entre las raíces de mi higuera preferida. Yo pasaba tardes enteras bajo el gris áspero de las hojas del árbol, esperando que naciesen los higos. Cogía al fin el fruto blando y tocaba su piel negra que después deshacía en tiras. Cada hilo era una puerta para adentrarme en mi hermano muerto y lo paladeaba al ritmo lento de un viajero antiguo. Luego rompía con los dientes las semillas menudas del interior. Ellas contenían palabras, voces que subieron por la savia de la higuera. Los otros niños crecieron descubriendo aventuras. Para mí, crecer fue sentir el paso del tiempo al escuchar los mensajes que un muerto me enviaba desde sus frutos. Alguien quiso una ceremonia devota en aquel lugar. De la cartera de mi ojo derecho saqué una lágrima inmóvil. Una lágrima petrificada que se transformó en blasfemia de fuego cuando la deposité en la escudilla situada a los pies de los ídolos.
CARTA A LE O N ARD CO H E N
Ahí están las calles de compás negro, donde los cortejadores de la aguja calientan su porción de olvido. Suena un concierto de ambulancias sinfónicas. Es invierno en París y, bajo los soportales, canta una mujer muy bella. Las miradas de los viandantes acarician su vestido de aguaturma. Ella sonríe desde la pobreza elegante, apoyada en una pared que parece un signo de interrogación, y a veces me habla con esa leve dejadez de quien habita en casas en las que nadie barre la tristeza. Al final canta tus canciones. Entorna los ojos y los versos se posan sobre un diminuto cadáver embozado en escarcha. Sé que envejeces, Leonard, que oyes cómo en la habitación contigua gozan contra ti las mujeres amadas y que te alivias describiendo el peso de la melancolía cifrada en lluvia. Te convendría ver tu emoción hecha vaho que despiden los labios más peligrosos de mi urbe. Aunque nunca conquistarás a esta mujer que ya se ha comprometido en amor con tu palabra.
VE CI N D ARI O Naciste mucho antes que yo, pero no envejeces. Creo que saltaste de los labios de mis padres, y ya me trastornaron tus insinuaciones de maleza. Me marean, pensé, los terrones y las puntas de arbustos que deja ver a su paso. Luego, excitado, te busqué en todas mis edades. De niño divisaba tu cuerpo inaprensible en cuadernos de hojas cosidas, pero huías por las toperas que excavaste debajo de los renglones. Removí con un palo los orificios de las madrigueras, y sólo encontré el zumo incitante. Siempre fuiste más ágil que mi deseo. Tuve que padecerte en la adolescencia, cuando tu malicia me instigaba desde lejos. Querías que escuchase los gemidos que te arrancaban tus mejores amantes: el lector ciego, otro que vino de los Andes y un traficante francés. Me vacié en cada sonido y escribí: Para que yo te ame,
ponte el pecado.
Hasta que los dos caímos en una de las trampas tendidas por tu humedad, y con zarpazos te desgarré el vestido de verano. Mi lengua serpenteó en ese barranco negro. La fuerza de la juventud no pudo unirnos. Harto de mi incapacidad, te llamé prostituta del vacío y cualquier insolencia. Al anochecer me sentaba en una calle desierta y tú pasaste con un balde lleno de peces. Ahora que recuerdo aquellas pasiones, nos visitamos en paz y agito tus regalos. Me diste tres botellas, dos en la infancia, una en la edad adulta; todavía paladeo tus voces que no entiendo. A cambio renuevo las antiguas picardías y digo te probaré despacio, hazte un ovillo y entra en mi boca, vecina palabra.
L A C AS A D E M I PAD RE
Desde la vivienda primero se veía el miedo y después el color verde del paisaje. Ahora digo: Defenderé la casa de mi padre contra la pureza y sus banderas ensangrentadas. Para defenderla, regalaré cada una de sus piedras, ventanas y puertas. Las recibirán quienes no piensan como yo. Los nuevos habitantes airearán los solivos y escaleras; alzarán el vuelo bajo de nuestros espíritus. Defenderé la casa de mi padre abriendo una brecha en el tejado; por allí gotearán los idiomas y músicas venidos de tierras desconocidas o remotas. En la defensa de la casa vaciaré el orgullo con que dibujamos una frontera de árgomas mojadas. Descompuestas las paredes, ningún adversario vivirá ovillado en el nombre de un animal. Sólo veremos un clavo enfermo en el sitio donde estuvieron las frases de quien justificó el crimen político. El silencio ha desnudado a los que callaron ochocientas veintinueve veces. Sin enemigos, el poeta Gabriel Aresti se recostará aliviado en la nobleza de los lobos. Ofrecida la casa, impediremos que en el espacio de su ausencia y memoria los hombres sean extranjeros. O RACI Ó N LAI CA Sin templo ni dogmas, sin rito ni devociones, he desocupado un paraje mental. Lo ocupará una piedad sin recompensas. Piedad por los que únicamente conocen las libertades del silencio. Piedad por quien ha crecido alimentado por los abandonos. Piedad por los que al abrazarse aprietan una escalera solitaria en el cuerpo de la persona amada. Piedad por los hombres que regresan a la infancia y aprenden más dolor en los hospitales. Piedad por el apedreado en el callejón oscuro de las razas. Piedad por nuestros habitantes perdidos en la sima de un pensamiento. De noche los encontramos mientras suben una montaña. Caminan con la energía de los antiguos esclavos. Piedad por los que duermen o se despiertan sin cubrirse con los apellidos de una patria. Piedad por quien llega solo y sin equipaje a los tribunales de su conciencia. Piedad por los que desean a hombres y mujeres cercados en la niebla de un despeñadero. Piedad por quienes con su amor disidente golpean los muros de la moral. Piedad por los que sobreviven escondidos en una creencia.
RE TRATO D E U N H I LO La zumaya gorjea suavemente sobre un cadáver y, mientras amanece, eleva su delgado alfabeto. Una muchedumbre avanza con la mirada fija en la cosecha del río, y ya se percibe a los que prenden fuego al muerto, y la música que arde como una leña triste. Pasan dos hombres sobre una bicicleta ruinosa cuando el aire, ese adiós que se respira, riza su seda en el suelo. Y llegan todos a la orilla: el que habla entre bancales de almendros, el de la belleza quemada, el que lleva el mistral en los ojos, el vagabundo que despliega su cuerpo como un vaho, una muchacha que amó las tormentas y ahora aspira a que su hermosura sea una senda de agua, un viejo que sueña con caballos y bebe despacio su vaso de tiempo. Ven en la existencia un decorado de la travesía y en el hombre una migración suspensa. Después miran en el río el resumen de los que vivieron. La corriente vuelca las quemaduras, un mirlo termina el canto y la luz se incrusta en sus propias pavesas
J a v i e r S á n ch e z M e n é n d e z
Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, Cádiz, España, 1 964) es poeta y ensayista. Su obra poética se recoge en dos antologías Faltan palabras en el diccionario (2011 ) y Por complacer a mis superiores (201 4). Es autor de varios ensayos y de la obra El libro de los indolentes (201 5). De su proyecto Fábula (un conjunto de diez libros sobre la vida en la poesía) han aparecido La vida alrededor (201 0), Teoría de las inclinaciones (201 2), Libre de la tormenta (201 3) y Mediodía en Kensington Park (201 5). Colabora en diversos medios de comunicación en España.
E N G ALI A N ARB O N E N S E Vindex 68 d.C., en Galia Narbonense Galba puede morir tras la sublevación. El cielo era el espejo del aire tras el monte, la noche de Nerón era otra Roma. Y pude estar junto a ti. La esfera se hizo Bética en sus claros y la noche tembló de malestar por nuestro encuentro. Confíscame los bienes –repetías– y yo no firmo autógrafos ante cuatro legiones, era la séptima y alguna otra del norte. Parece que el Danubio es el protagonista, un pasillo de césped te aguardaba, y sobre el suelo franco estuve sometido pensando en tu coraza, en tu caballo blanco que apareció de pronto con aquel cuerpo herido sobre el lomo cansado y frágil de la muerte. No quise adivinar que era tu imagen. De Derrota y muerte a los héroes, Abalorio, Valencia, 1 988.
E L PAÍS Al tomar El País entre las manos he leído que el sol acariciará esta tarde la vertiente oeste de tu casa, la zona cercana a la azotea, el balcón irlandés al que te asomas. Y es cierto, tan solo leo el diario para buscar el sol, para saber si hoy vendrá el otoño por tus largos pasillos. No me importan los censos, las estadísticas, las batallas sangrientas en el Oriente Medio, los satélites rusos, las visitas reales, no me importa el pasado porque en el ayer ya estamos, cuando miro hacia el sol y compruebo que dirige su marcha a la vertiente oeste de tu casa. De El violín mojado, Seuba, Barcelona, 1 991 .
U N CI G ARRI LLO S E H A E N AM O RAD O D E M Í Le has dicho hoy a tu madre que vienes a la casa con mi hermano: una playa, un perro, una azotea perdida donde escribes poemas o, mejor, se imaginan, un corazón partido por la arena y borrado en las olas memorables. Es invierno. He encendido el cigarro con dos manos y he quemado un mechón de mi cabello, he tragado más humo que una fábrica y al final el cigarro se consume en una losa azul, descolorida. Me has dicho que es el fin, no más mentiras, hay que jugar muy limpio, porque toda limpieza es más sensata y yo como un imbécil te he creído, asiento, me disparo y te recuerdo tanto en esta tarde, por tantas falsedades, que prefiero pensar en los cigarros, los puedo dominar y nunca mienten. De Introducción y detalles, Betania, Madrid, 1 991 .
S E G U N D A I N CLI N ACI Ó N Amar siempre se escribe con hache intercalada. Debe ponerla en medio, entre la i y la o. No es bueno complicarse. Total si son tres días y hemos gastado cinco, para qué desatar lo imprevisible. Recuerde, amar, lo mismo que estipendio, debe escribirse así, con hache. Y debe dar igual que usted sea peluquera, cajera o cocinera. Amarse por minutos no concibe de fraudes, ni siquiera oficios vespertinos. De día nos pela el alma y de noche la tibia. Segunda inclinación o misión o concierto. Tengo las cartas malas. Esta partida sobra. No dio nunca lo mismo ser letra o alfabeto. No me conviene hablar, hablar no me conviene. Aunque debo decir, si es usted quien me escucha, que amar se escribe siempre con hache intercalada. De Una aproximación al desconcierto, SIM Libros, Sevilla, 2011 .
P RE PARACI Ó N D E LA M U E RTE No sé si estás dispuesto a agradecer la vida, a morir enterrado en calles o suburbios o en todos los lugares donde uno se muere cada día, a cada instante; como si uno muriera agradeciendo risas o palabras que una vez nos dijeron a pesar de pesares para sobrellevarnos; agradeciendo dudas, respuestas, valía la pena ser agradecido, agradecer la vida, recordar a los seres que agotan los abrazos, el llanto por amor y no estar muerto o descubrirse muerto y ser amado. ¡Qué difícil! Un último recuerdo principio de principios, y preparar la muerte a pesar del dolor. Y se apaga el recuerdo, y se apaga la brisa, y se apaga la idea de agradecer la vida a cada instante. De Última cordura, Betania, Madrid, 1 993.
L u i s M a ca ya J i m é n e z
Luis Danilo Macaya Jiménez, profesor de educación básica y poeta. Nacido en Coquimbo el 22 de junio de 1 955. Presidente del Círculo Literario Carlos Mondaca Cortés de La Serena, institución con más de 62 años de existencia. Cofundador de la Revista Añañuca (1 984), Director y editor de la Revista Koyawe (2008) y Editor de la Revista Clímax, 3ra. época (2011 ). Ha publicado dos libros de poesía “La Otra Vida” y “Dónde está el Amor”.
D OB LE CE S Parece que no nos entendemos entendemos que no nos parece no parece que nos entendemos que nos entendemos, no parece. Parece que se aparece y más parece que me acontece el día infeliz de los dobleces. Mete la cola, esconde la mano el más ladino y el más villano que cuando cuentan los intereses se enredan todos con lo profano. Me llevo el toro por sus dos cuernos le salvo el yugo y la investidura, me llevo el potro zaino a los campos y guardo el lazo y la ensilladura. Mal que por bien me llega y este es el tiempo tomo la rienda con descontento y sigo el rumbo de otro camino. Espero mi hora, mi buen momento la casa antigua y mis talentos la hora nueva, fe y esperanza llegan por fin a mostrar mi sino. Hoja por hoja, lente por lente, letra por letra, fina lectura, libro por libro, bebo la savia saco provecho del vil veneno. Feroz ponzoña que vuelve inmune, la piel más blanda, recia armadura. Cuando mañana caminen dignos los creadores y no se vistan con ropa ajena los impostores no habrán más dudas, se hará justicia, todo a su laya al pan, pan; al vino, vino y al agua, agua.
M E PARE CE S . . . Me pareces verde y me sabes a hierba del campo que cultivo en Cruz de Caña, lugar que habito. Me baño en tus verdes ojos que me miran lejos de mi concupiscencia. Me pareces más verde que mis labios vírgenes en mi lejana adolescencia. Me oculto en el latido de tus verdes sienes cuando disfrazas tu impulso de besarme. Mis ojos en tus ojos, lugar donde yo me vivo.
LE J AN A Me dices "amor" y yo te creo. Me tomas de la mano y hablas de un futuro conmigo y te creo. En el silencio de tus besos pienso y en tu mirada lejana me quedo. ¿Algo no quedó claro... cariño? Me dices "amor" con claridad de deseo, pero... hay algo en tus suspiros que me clava el corazón y me alejo. ¿Te pasa algo cariño... amor? Tu mano me acaricia suave, mi voz no alcanza una plegaria. Un momento más, un minuto... Sé que tu amor no me alcanza.
D E S APARE CI D O Un día no estuve más. Fui arrancado de tu lado. Mis brazos largos intentaban quedarse contigo, mis labios simulaban un beso tierno que no fue. Y olía flores con murmullos apagados y luego golpes de tierra en mi puerta de infinitos... y lloré contigo. (Esta oscuridad no me atrae, este traje no me viene). (Cuán largo será este viaje, por qué los amigos me despiden). En realidad no hay nadie nunca hubo... Mi llanto vacío acompañaba este recuento de años a tu lado. ¿Recuerdas la casa en que vivíamos? ¿Mis vueltas del trabajo por las tardes? La noche terrible, los golpes, los gritos... negra noche sin adiós y para siempre. Y lloré desde lo infinito porque aún a ti no he regresado. Allí fue que me di cuenta, allí supe que nos habían separado.
AB I S M O Hay un abismo entre tu almohada y mis sueĂąos, siglos de no encontrarnos, estaciones sin vuelo hacia tus humedales. Hay una brecha, un espanto y un cielo. Segundos eternos, ansiedades sin hambre. Todo un concierto sin notas y un pobre titiritero moviendo dedos sin hilos; brazos y piernas, sin cuerpo. Se me diluye el tiempo en esta estancia de ruegos compungido el corazĂłn, arrugado casi seco. Un camino de huellas blandas va conmigo y sigo el sendero casi sin sentirlo. Casi dormido, casi muerto transito y me alejo. Y entre la pena y mi llanto me da risa... y me rĂo.
M an u el Can et
Mi nombre es Manuel, aunque todos me llaman Canet. Mi voz es la que arrojo sobre la libreta, no conozco otro modo de comunicarme. En ocasiones abro el caballete y le doy brochazos a mi realidad pariendo criaturas que cuelgo en casa. Nací en Madrid en un plomizo día otoñal del 76 y pierdo el tiempo trabajando en un archivo de cifras y grafemas indescifrables. Soy de esos individuos a los que les complace pasar desapercibidos, no soy huidizo, ni mucho menos, sencillamente no me cautiva la idea de sobresalir ya que creo carecer de motivos para hacerlo. Y soy alguien que nunca se deja conocer enteramente por nadie, siempre me dejo algo para mí. No soy, y nunca seré el centro de atención ni el rey de la fiesta. Odio sentirme presuntuoso y mucho más que las personas piensen que soy así, simplemente me transformo en uno más en la ecuación y con ello, soy honesto a mí mismo aunque signifique que el único que me conoce integralmente, soy yo. Soy honesto, y sin embargo, plenamente inseguro. Agitado, excitado y a la vez profundamente pacificador y novelero. Me gusta el amor, los buenos momentos vividos y lo salubre. Todo lo veo distinto, complicado o simple, pero siempre con una magnitud nueva, menos trivial. Natural y bizarro en cuanto a argumentaciones, siempre inquiriendo la jodida verdad. Azorado, siempre instruyéndome, siempre pretendiendo percibir algo más. Conozco a muchos y amo, de verdad, a muy pocos. Camino por el mundo aspirando a encontrar a aquellos como yo, a los humildes, a los auténticos, a los atrevidos que osan retar a su propia mente. A aquellos que tienen ganas de elevarse, de crear, de existir, de disfrutar de la certeza, de aprender y de luchar... Soy poeta, y sólo los que sean como yo, lo entenderán.
"77" –Aparta esos libros de ahí y toma asiento. Apuesto a que has venido para hacer tu trabajo pero seguro que tienes un rato para una cerveza y un cigarrillo. –Jamás bebo cuando trabajo y sabrás perfectamente que fumar es adecuado para mí sólo cuando fumáis los demás. –Tengo crema de calabacín recién hecha, come un poco al menos, que es visible que estás huesuda y siempre tienes frío. Tomó asiento al lado de los libros y fue tragando la crema pausadamente mientras yo la observaba extasiado. Todo era de humo, todo era paz. De pronto se levantó y me dijo: –Se acabó la comida, debemos irnos. –Mi plato lo vacié hace tiempo... –Mucho mejor, ya no queda nada que hacer ni nada que esperar. Y nos largamos. Ella iba delante y yo a la zaga observando ensimismado su espalda oscura e infinita como la soledad. Al llegar al portal empezó a sonar su teléfono móvil: –Una desgracia –mencionó– alguien que me esquiva. Canet bien sabes que son los que más me gustan. –Si es acuciante, por mí no te retrases, puedes irte y ya nos citamos en otra ocasión para zanjar lo nuestro. –Hasta luego Canet –su voz sonaba satisfecha–, nos vemos pronto. La noche era más negra tras ella. Regrese a mi casa y desde aquel día siempre tengo la mesa preparada esperando su indudable aparición.
" Am a r" Una tarde estando en la cocina cociendo unas verduras para cenar y de espaldas a la puerta, ella entró y me dijo: -Estás agotado. Aquella noche, de la misma forma que ella observó con toda claridad que yo estaba agotado, yo me percaté, con la misma nitidez, de que amar es asimismo saber deletrear en la espalda de aquella persona a la que amas. No en el rostro, no las manos, ni los ojos, ni en lenguaje mudo: una espalda solitaria bajo la macilenta luz de la cocina.
"37" Estabas tan abstraída con la lectura de Saramago que no te percataste que estaba lloviendo. Fue un relámpago el que consiguió levantar tu atenta mirada del libro. Al ver el fulgor en el cielo que había iluminado parte del salón, cerraste el libro, colocaste el marca páginas que tiempo atrás te regalé, te atusaste el cabello con las manos y con una sonrisa, desapareciste del salón. Te quedaste inmóvil unos segundos en el porche, junto a las bicicletas y las macetas de la vecina. -La cólera del Universo o la irritación de su Dios-, musitaste al ver cómo las nubes cada vez derramaban más y más agua. Fue entonces cuando te descalzaste, te quitaste la chaqueta de lana y las gafas púrpuras. Estabas preparada. Diste dos pasos, abriste la boca y dejaste que la lluvia te disfrutara como solo yo sé hacerlo.
E d i th D u b 贸
Escritora chilena, residente en Espa帽a.
A S a n ta Te re sa d e J e sú s Canta, alma mía, al Dueño de la casa; Suenen vítores y arpas al amado de mi alma. Camino pedregoso en la mañana, sendero polvoriento en las quebradas. No le importa al corazón fatigado su cansancio Si, en un recodo del camino, encuentra por sorpresa al peregrino. Canta alma mía al Dueño de la casa. Aún en el abismo de largas noches de caminos Sin salida, aderézate de pies a cabeza. Ya viene, está brincando hacia tus besosU Entonad himnos y salmos, tocad la cítara, El arpa, la guitarra, el violonchelo. Canta alma mía al Dueño de la casa, No dejaré que la muerte que te clave su veneno. Camino del destierro a medio día, más fatiga, más mordaza, ¿qué le importa a la esposa enamorada Si, al llegar la noche de la vida, los brazos del esposo la cobijan? Tocad las liras, tocad los tambores, cantad al Kyrios la alabanza. Que su amor encienda ya las lámparas Y toda la tierra se cubra con su gracia. Canta, alma mía, al Dueño de la casa, El universo entero se rinde a su morada, la danza hace una fiesta jubilosa, un silencio de amor abre paso ... mi Amado pasa.
P O E TAS Para quienes crean y creen en la potencia de las PALABRAS. Cable a tierra amado mío, escucha. No son palabras al viento, mira Es la vida que brota en u recodo del camino, calla. El silencio de los muertos nos implora, Reconstruid el mundo con despojos olvidados. Bailemos, la música silencia los misiles, Luchemos, el amor no se rinde ni doblega, Hablemos, las palabras creadoras son eternas, Amemos, la nostalgia de los versos no inventados, Rompamos, la abominable cadena del terror, Arriesguemos, es ahora el momento, es ahora, Vivamos, mañana será tarde, no habrá tiempo, Grita, somos más que un puñado de poetas, Somos puerta, somos luz, somos vozU En el sueño y en el suelo.
M i ra d a P e rd i d a A los inmigrantes, peregrinos, misioneros, exiliadosU
Tierra extraña, muralla abierta, quebrantada. Tú buscabas mi mirada, Nunca dejaba yo de buscar la tuyaU el día que dejé agua y pan sobre la mesa eran para ti, amado, que volvías a casa. Amo mío, enloquecida por tu aroma, te esperéU cerré mis ojos, imaginé que ya llegabasU, pasó todo el tiempo y tú no estabasU ¿Dónde estás? ¿Por qué ya no me hablas? No puedo volver a mi tierra sin tu aliento, me quedaré soñando hasta el último momentoU Vivo, viviendo en ti, y “vivo sin vivir en mi”U Vivo y muero de ese amor que es mi contento. El tiempo ha congelado tus pisadas, he caminado por gélidos senderos, busqué tu rostro y tus ojos en las siete moradasU, no he vuelto a sentir jamás tus besos. En los largos inviernos de mi vida ya no queda ni candil, ni hoguera las cenizas no volverán a encender el fuego, ¿Cómo alumbraré el camino de regreso? Mis sandalias desgastadas y mi piel entumecida, moribunda la palabraU, Reclaman de ti el abrazo y el pan que me alentabanU En este último paso por tu casaU Estoy sin ti, encerrada en las murallasU Ven que la libertad ya no es nombrada. Si TÚ la nombras cadenas y murallas Rompen aguasU
E l espej o J e sú s d e Ca stro Mario paseaba por el viejo rastrillo, era un apasionado de los objetos raros, antiguos; a ser posible con una extraña historia flotando en torno a ellos. A decir verdad la mañana le estaba resultando bastante aburrida; montones de libros usados que no ofrecían demasiada novedad a un eterno buscador, objetos de cerámica, viejos muebles de madera, algún gramófono o radio de principios del pasado siglo, los eternos puestos de sellos, billetes y monedas, viejas condecoraciones. El pan nuestro de cada día en ese tipo de mercadillos. Aburrido de fisgonear, decidió hacer un alto en su búsqueda para tomar una cerveza bien fría y un pincho, preferiblemente de tortilla. Bajo los soportales, casi escondido entre dos esquinas Se encontraba su tasca favorita, Casa Pepe, una vieja taberna que anunciaba orgullosa el año de su apertura en un bonito entramado de mosaico; 1 91 0. El interior aunque reformado, conservaba aquel aire añejo en su decoración, y tras la barra un bisnieto del fundador, y amigo suyo. ¡Buenos días José, una jarra fría de cerveza y un pincho de tortilla! ¡Vaya, buenos días Mario!, no te pregunto cómo ha ido porque te veo entrar con las manos vacías. Sí, la verdad es que hoy no me sonríe la suerte, esto empieza a estar demasiado trillado, cada día cuesta más encontrar algo que merezca la pena. Creo que empiezo a venir solo por tu tortilla y la conversación. Pues hablando de conversaciones Mario, ¿Sabes quién ha muerto? El Señor Cornelio. Un infarto fulminante, lo encontraron ayer noche tras el mostrador de su tienda, la verdad, es algo extraño pues a pesar de su edad nunca tuvo problemas cardiacos, lo más raro de todo, según comentan los mentideros era la expresión de su cara, una fría mueca de espanto. Lo curioso es que no falta nada en su tienda, ni dinero ni objetos de valor, nada que pueda presagiar un intento de robo. Es como si simplemente hubiese visto a la muerte venir por él. erudito,
¡Vaya, echaré de menos las conversaciones con el viejo anticuario! Era todo un todo un personaje; llegué a apreciarle bastante.
Y él a ti Mario, te consideraba cómo de su familia, la verdad es que estaba bastante solo, de hecho no ha llegado nadie aún a reclamar su cuerpo. Creo que tiene una hija pero la verdad, nunca la vi por aquí. La policía está haciendo algunas preguntas por el barrio, pura rutina. En fin me marcho, haz el favor de avisarme para su entierro, me gustaría acompañar al viejo hasta su última morada, no creo que vaya mucha gente y lo menos que merece el pobre Cornelio es que le acompañe hasta el final.
Tal y como supuso Mario, no fue demasiada gente a despedir al pobre anciano apenas 20 personas; entre las que se encontraban él mismo, su amigo José, algunos compañeros de comercio del barrio y aquella hija que nunca habían visto en todos aquellos años de trato con el difunto Señor Cornelio, un hombre por otra parte, bastante reservado en lo tocante a su vida familiar y personal, un hombre que nunca les habló de aquella hija que ahora tenían ante ellos. La verdad es que la chica era una autentica belleza, tenía unos ojos penetrantes, oceánicos, y negros como una noche. Podría decirse de ellos, que hablaban en cada una de sus miradas; de figura estilizada y una negra y larga cabellera que le llegaba casi hasta la cintura. - Vosotros sois Mario y José supongo, los amigos de mi padre; gracias por venir, mi nombre es Dagda. - De nada, soy Mario y él es José, encantados de conocerte, aunque las circunstancias no sean las más adecuadas. ¿Por cierto, Dagda? Un nombre muy curioso. - Sí, mi padre llevaba sus aficiones y su pasión más allá de sus negocios, toda su vida giró en torno al pasado; incluyendo el nombre de su hija. Por cierto Mario, cuando tengas tiempo debo hablar contigo, mi padre te ha dejado algo, te agradecería que pasases por la tienda en cuanto puedas, tengo intención de inventariar todo y liquidar el negocio para volver a marcharme. Parece ser que te ganaste su aprecio a pulso, no te deja una bagatela precisamente. - Vaya, reconozco que estas despertando mi curiosidad, compartía con tu padre esa pasión por las antigüedades, por las viejas leyendas y mitos. De ella nació nuestra amistad precisamente. Haremos algo Dagda, te dejo mí número de móvil y estamos en contacto. La vieja tienda estaba como siempre, con ese olor tan peculiar a años pasados. El local era muy espacioso, lleno de estantes en los que se podían ver los más extraños objetos, cajones y vitrinas, y todo alrededor, viejos arcones, maniquíes con ropas de otros siglos, incluso un par de enormes pianos, y algún que otro instrumento musical más. El Señor Cornelio era un verdadero anticuario, un hombre capaz de conseguir las piezas más extrañas, las más exóticas rarezas. Había sido un hombre con muchos contactos, alguien que amaba su profesión, alguien que hizo de su pasión una forma de vida hasta el final. Aún flotaban en el ambiente y los recuerdos de Mario tantas conversaciones sobre los viejos mitos y leyendas de otras culturas, sobre los antiguos Dioses paganos. - Gracias por venir Mario, espera un momento, voy a buscar el paquete que te dejó mi padre, aunque mejor será que me ayudes, es algo grande y pesado para traerlo yo. Mario acompañó a Dagda al interior, a la trastienda, una habitación casi tan grande como la tienda en sí, allí había infinidad de objetos embalados y sin embalar, con etiquetas que anunciaban su procedencia, antigüedad y destinatario. - Ese paquete es el tuyo Mario, te garantizo que te llevas algo muy valioso, un objeto que lleva muchos años en la familia. El paquete tenía algo más de un metro de altura, por unos cuarenta centímetros de ancho. ¿Un cuadro tal vez? En fin, ya lo averiguaría al llegar a casa. Dagda le entregó también un sobre cerrado, con su nombre escrito. - Toma, mi padre también te dejó esta carta. - Gracias por todo, supongo que seguiremos en contacto ya que tienes mi número. - Sí Mario, seguiremos en contacto, de eso estoy segura.
Mario conducía con cierta impaciencia, ¿qué le habría dejado el viejo? El paquete acomodado en el asiento trasero de su Renault Megane parecía burlarse de su curiosidad durante el trayecto. ¡Por fin en casa! Exclamó al cerrar la puerta de su apartamento tras de él. Con extremo cuidado, a pesar de la impaciencia que le anegaba, fue desenvolviendo aquel paquete. ¡Vaya, era un extraño espejo! Un marco de bronce con símbolos rúnicos, la superficie del espejo era de plata, muy pulida, hasta conseguir un nítido reflejo. No sólo era muy antiguo, era además muy valioso. La carta estaba a su lado, aún sin abrir, Mario la miraba desconcertado. ¿Qué habría impulsado al pobre anciano a dejarle esa fortuna? No conseguía entenderlo. Si el viejo hubiese estado solo en el mundo, tal vez, pero tenía a su hija; y sin embargo le había entregado ese valioso espejo a él. Lo mejor era leer la carta y salir de dudas: E s ti m ad o am i g o . I m a g i n o q u e e s t a r á s m u y d e s c o n c e r t a d o e n e s t e m o m e n t o , p u e d o a d i v i n a r l a s p re g u n t a s q u e d e b e s e s t a r h a c i é n d o te e n e s te m i s m o i n s t a n te . ¿ Po r q u é m e d e j a a m í e s te val i o s o e s pe j o ? ¿ Po r q u é n o a s u h i j a? ¿ Qu é pu e d e h abe r vi s to e n m í, para h ace rm e m e re ce d o r d e tan val i o s o o bs e q u i o ? ¿ C u án to pu e d e val e r s i m e d e ci d o a ve n d e rl o ? E m pe z aré a re s po n d e r te q u e s i te d e ci d e s a ve n d e rl o te n d rías l a vi d a re s u e l ta, pe ro s é q u e n o l o h a r á s , c o n e s t o re s p o n d o a d o s d e l a s p re g u n t a s q u e s e g u r a m e n t e t e h a s h e c h o . Te l o d e j o a ti , po rq u e cre o q u e e n te n d e rás q u e s u ve rd ad e ro val o r va m u ch o m ás al l á d e l o e co n ó m i co , e s u n a ve rd ad e ra rare z a, d e l as q u e te g u s tan tan to , s u o ri g e n s e pi e rd e atrás e n l o s ti e m po s . E s te e s pe j o , q u e ri d o am i g o te e n s e ñ ará to d o l o q u e d e s e e s ve r, y q u i z ás al g u n as co s as q u e n o d e s e arías ve r n u n ca; e n trañ a ci e r to s ri e s g o s s u u s o , h ag as l o q u e h ag as n o pe rm i tas q u e i n d ag u e e n tu i n te ri o r, e n tu s m ás ín ti m o s d e s e o s o am bi ci o n e s . S i co n s i g u i e s e h ace rl o s e apo d e raría d e tu al m a, y e n to n ce s te as e g u ro q u e n o h ay e s cape al g u n o , vayas d o n d e vayas s e rás s u yo . M u ch o cu i d ad o am i g o , n o exi s te l u g ar d o n d e e s co n d e rs e d e s u po d e r. M i h i j a e s t á v i n c u l a d a a é l , c o m o t o d a s l a s m u j e re s d e m i f a m i l i a d e s d e h a c e g e n e r a c i o n e s . D i g a m o s q u e e s e n c i e r t a f o r m a , s u g u a r d i a n a ; p o r e s e m o t i vo n o d e b e t e n e r l o e l l a . L o n o r m a l e s q u e pas e a l o s varo n e s d e l a fam i l i a, pe ro n u n ca tu ve h i j o s varo n e s , y m i s o bri n o , d e s ti n ad o a p o s e e r l o t ra s m i m u e r te fa l l e c i ó h a c e a ñ o s d e m a n e ra e x t ra ñ a . P o r e s e m o t i vo e l v í n c u l o q u e u n e e l e s p e j o a m i s a n g r e q u e d a r o t o t r a s m i f a l l e c i m i e n t o , y p o r e s e m o t i vo d e b o t r a s p a s a r l o a a l g u i e n d e m í c o n f i a n z a , e n e s t e c a s o t ú . N o p u e d o e x p l i c a r t e co n to d o d etal l e l o q u e n e ce s i tas s abe r, e s o e s al g o q u e te n d rás q u e ave ri g u ar po r ti m i s m o . Ú s a l o c o n p r u d e n c i a a m i g o , te te n d e rá t ra m p a s p a ra l i b e ra r s e d e t i , p e ro e s t á o b l i g a d o a o b e d e c e r te e n t u s d e s e o s ; d e b o e x p l i c a r te t a m b i é n q u e e s u n a p u e r t a a l p a s a d o , a l f u t u ro , y a o t r o s m u n d o s q u e d e s c o n o c e s , e l p e l i g r o q u e e n t r a ñ a e s p re c i s a m e n t e e l a f á n q u e p u e d a d e s p e r t a r e n t u s e d d e c o n o c i m i e n t o . C o m o te d i j e a n te s , e s c r u d i ñ a rá e n l o m á s p ro f u n d o d e t i m i e n tras te s i r ve , bu s can d o u n pu n to d é bi l , pro cu ra q u e n o l o e n cu e n tre . Para vi n cu l arl o a ti d e b e s a p o y a r e l d e d o c o r a z ó n d e t u s m a n o s s o b r e l o s s í m b o l o s q u e h ay e n l o s e x t r e m o s s u p e r i o re s d e l m a r c o , a l m i s m o t i e m p o q u e p r o n u n c i a s t ú n o m b re . E s t o e s t o d o l o q u e p u e d o d e c i r t e a m i g o , l a d e c i s i ó n d e a c e p t a r e s t e d o n q u e t e o f re z c o e s s o l o t u ya . At e n t a m e n t e . C O RN E LI O
Desde luego este era un día de sorpresas, Mario no tenía claro si el viejo había perdido el juicio al escribir esa carta, o conocedor de su pasión por los mitos, intentaba simplemente burlarse de él allá donde estuviese en este instante. Se miró las manos, concretamente cada uno de sus dedos corazón, aquellas extrañas runas en el borde del espejo parecían esperar, burlonas. Se acercó a ellas con los dedos extendidos, empezó a acariciar los relieves rúnicos; de repente un destello sobre la superficie bruñida, sin saber cómo, su nombre se le escapó entre los labios. Una luz cegadora inundo aquella habitación. - Hola Mario, ¿Te pongo lo de siempre? - ¡Buenos días! No, solo un café. Oye, ¿Sabes qué ha pasado con la tienda del Señor Cornelio? - Pues parece ser que al final no se ha vendido, la hija la dejó cerrada. Dijo que no se sentía capaz de liquidar lo que fue la vida de su padre, creo que busca alguien como arrendatario para mantenerlo tal cual. Bueno, cuéntame, ¿qué tal tu regalo? Llevas semanas sin aparecer por aquí. - ¿Mi regalo? Sorprendente, un verdadero tesoro para alguien como yo. Te aseguro que ha cambiado mi vida totalmente amigo. - Bueno, mientras sea para bien. Pero eso no te da derecho a dejar de visitar a los amigos con cierta frecuencia, me tenías algo preocupado; te he dejado varios mensajes en el móvil, aunque casi siempre lo tienes desconectado. Llevas casi dos semanas sin dar señales de vida. - Perdona, tienes toda la razón, supongo que me ha trastocado un poco todo lo sucedido desde el funeral, y reconozco que se me ha metido en la cabeza la hija de Cornelio, creo que me estoy obsesionando con ella. - ¡Chico, llámala, tienes su número! - Tienes razón, después intentaré hablar con ella. - ¿Qué, otro cafecito para el abuelete? O prefieres una jarra fresca de cerveza y un pinchito de mi deliciosa tortilla de patata. - No gracias, creo que marcho ya, cuando llegue a casa intentare hablar con Dagda. - Pues nada campeón, un abrazo y suerte con la chica, la verdad es que está de muerte. Camino de su casa, Mario no conseguía quitarse a Dagda de la cabeza, era como un pensamiento remachado a fuego en su cerebro. Necesitaba verla, le había mentido a José, llevaba dos semanas llamando a un teléfono que no respondía a sus mensajes. ¡Un momento, el espejo claro! A través de él podría verla, comunicar con ella, el viejo lo dejó escrito, ella era en cierta forma su guardiana. Le faltó tiempo para cerrar la puerta de su apartamento y dirigirse al espejo. Apoyó sus dedos sobre los símbolos, allí estaba el destello; ¡Dagda, Dagda! De repente, la luz cegadora de nuevo. La pantalla empezó a reflejar una imagen, ¡era ella, allí estaba! un momento, sus manos se extendían hacia él, sus ojos negros le miraban intensamente: ¡Ven, ven, coge mi mano!; parecían decirle. Mario estaba como hipnotizado, aquellos ojos le miraban como algo suyo, aquellas manos extendidas hacia él... ¡Oh, Dios, cuanto había soñado con esto! Ella le quería, le llamaba, era suya; sólo tenía que coger su mano en aquel reflejo, y ella vendría. Sin saber cómo, sus manos empezaron a acariciar el reflejo de Dagda en la superficie plateada, su pelo, su cara, sus manos. De repente, un extraño fulgor azabache pareció apoderarse de toda la habitación, devorando a su paso la luz mortecina del atardecer.
- Hola Dagda, parece que estamos destinados a encontrarnos en las situaciones más difíciles. Aquellos ojos, negros como un eclipse, profundos como un misterio estaban clavados en José; parecían llamarle en cada mirada. - Es cierto, parezco una portadora de malos augurios. ¿Se sabe algo más de Mario? - No, es como si se hubiese marchado con lo puesto, eso dicen. Aún no dejan entrar en su casa. - ¡Tengo algo qué decirte José! Al llegar me pasé por la tienda de mi padre, dejé a Mario una copia de la llave. En la trastienda encontré esta carta para ti, y un paquete. José miro aquel sobre con su nombre escrito, desde luego la letra era de Mario, qué extraño motivo le impulsaría a marcharse sin decir nada. Quién sabe, tal vez en aquella carta y el paquete que la acompaña encontraría respuestas a la extraña desaparición de su amigo Mario. - ¿Por qué no me acompañas a la tienda y vemos lo que te ha dejado Mario? - Sí, tienes razón. José caminaba al lado de Dagda hacia la tienda, que extraño, apenas se habían visto tres o cuatro veces, sin embargo la sentía tan cercana, como sí una extraña complicidad se extendiese entre ellos. La puerta de la vieja tienda de antigüedades desprendía un extraño fulgor plateado, al igual que el escaparate. Seguramente Dagda se habría dejado alguna luz encendida.