VI CONCURSO DE CUENTOS DE NAVIDAD

VI CONCURSO DE CUENTOS DE NAVIDAD

BIBLIOTECA PÚBLICA MUNICIPAL LA PUEBLA DE LOS INFANTES (SEVILLA) AÑO 2021

ÍNDICE GENERAL

 CUENTOS DE LA CATEGORÍA INFANTIL (de 7 a 11años) ..............................….....…………………...... 6 a 66  CUENTOS DE LA CATEGORÍA JUVENIL (de 12 a 16 años) .........................….....…………………… 70 a 93  CUENTOS DE LA CATEGORÍA ADULTA (a partir de 17 años): ...........................…..………….….....96 a 117

ÍNDICE DE LA CATEGORÍA INFANTIL (DE 7 A 11 AÑOS):

- El mejor regalo de Navidad. (Primer Premio) Carlota González Saravia……………….………………………………….………. 6 - La Fe está en ti. (Segundo Premio) Rosa Gómez Canto…..………………………...………………..………..……….... 8 - El cuarto Rey Mago. (Tercer Premio) María Castaño Torrico……………………...……………….……………………... 12

- La mejor Navidad.

Anabel León Murillo .….…….……………………………………………………... 16 - Una lección para Jaime.

Nuria Martínez Carrasco.…..……..…………...……………………………………. 18 - EL elfo que destruyó la Navidad.

María Grueso Gálvez.. ….………….………………………………………………. 22 - El muñeco de nieve y las dos gemelas.

Lucía Roque Pascual…..... .………….…………………………………………...… 24 - La Navidad en La Puebla de los Infantes.

Antonio Gómez Romero .………….……………………………………………..… 26 - Papá Noel y los alumnos de la seño Belén.

Rosa María Fernández Prieto...….………………………………………………….. 28 - La locura de la Navidad.

Azahara Soledad Martínez Vargas……….…………………………………………. 30 - La Puebla de los Infantes.

Martina Sánchez Barrientos……………………………………………………….... 34 - La Puebla en Navidad. Álvaro Torres Villanueva... ..……….………………………………………………. 36 - El cumpleaños de Jaime.

José Fernando Saravia Prados…….……………………………………………..….. 38 - La hora de Navidad.

Andrea Fernández Bahón ..……….….…………………………………………..…. 42 - Luna se porta mal en Navidad.

Marta Abril Naranjo….. …..………….……………………………………….…… 44 - Navidad en la nieve.

Mireya Montero Rosal….. ….…………………………………………………….... 48 - Los niños del árbol.

Enrique Chamizo González….………..……………………………………………. 50 - El árbol de Navidad dorado.

Arturo Carrasco Benítez…... .…..……………………………………………….…. 52 - El duende que cumplió su sueño Salomón Prado Cuesta…….…….………………………………………………..… 54 - Una Navidad en familia.

Erika Llamas Muñoz………….... ..…………….…………………………………... 56

- Una Navidad diferente.

Mariela Cabello García….. …..…..…………...……………………………………. 60 - La mejor Navidad de Irene.

Huertas Cabello García ..…….….….………………………………………………. 62 - Sin regalos de Navidad.

Susana Martínez Serrano. …….….….…………………………………………...… 64

ÍNDICE DE LA CATEGORÍA JUVENIL (DE 12 A 16 AÑOS):

- El sueño que cambió a Daniel. (Primer Premio) Lucía Díaz Castro…………. ……..…….……….……...……………………...……. 70 - Antes de diciembre. (Segundo Premio) Paloma Ruedas Bernabé ….……………...……..…………………………...…….. 74 - El verdadero significado de la Navidad para Manuel. (Tercer Premio) Domingo Algarrada Sánchez.……………………….………….…………………... 78 - Las zapatillas de Sofía.

Rocío Vizuete Longo……...………………………………………………………... 82 - El taller de Santa.

Lucía Sedano Santana ....……………………...……………………………………. 84 - Chimenea de Papá Noel.

Rocío Sedano Santana ...……………………………………………………………. 86 - Navidad para no olvidar. Érika Barco Ramos.. …...….……………………………………………………...… 88 - Una Navidad de ensueño.

Blanca Saravia Prados..…….……………………………………………………..… 92

UNA NAVIDAD DE ENSUEÑO En un pueblo de Sevilla llamado la Puebla de los Infantes, vivía una familia: la familia Riddle.

Días antes de Navidad, los trillizos Riddle: Bella, Tom y Mateo, cumplían 12 años. Sus padres les regalaron dinero para que explorasen el pueblo. Como se habían mudado hace poco, no lo conocían.

Empezaron su ruta en la Plaza de la Constitución o como le dicen aquí plaza del ayuntamiento o ayunta. Bajaron la calle Antonio Machado y llegaron a la plaza Virgen de las Huertas o llanillo, giraron a la derecha y continuaron recto hasta llegar a un bar: el bar Rocío. Comieron algo rápido y al final querían dulces. Preguntaron dónde podían comprar dulces y les dijeron que enfrente del Rocío había una tienda que vendía pan y dulces: el Polvillo. Entraron y se compraron un donut cada uno: Bella una bomba, Tom uno de azúcar y Mateo uno de chocolate. Al salir, volvieron a girar hacia la derecha y subieron una cuesta donde estaba la farmacia. Llegaron a una plaza donde había un edificio grande con dos o tres campanas: la iglesia. Después de recorrer todo el pueblo se fueron para su casa y decidieron hacer un plano del pueblo ya que les había encantado. Durante los siguientes días se dedicaron a hacer el plano y a seguir dando paseos por el pueblo hasta que llegó la noche del 24: Nochebuena.

Esa noche cenaron con su familia y se fueron a su habitación a poner algunas fotos que habían hecho esa mañana del pueblo. Cuando terminaron vieron una película y pidieron un deseo. La mañana siguiente se despertaron los tres a la vez y fueron al patio para ver si se había cumplido su deseo: así era, ¡había nevado en el pueblo!

Bajaron corriendo las escaleras para llegar al salón donde les esperaban sus padres con una gran noticia: se iban a montar en las carrozas de los Reyes Magos. Se pusieron a escribirles la carta y a preparar las túnicas en verde y amarillo ya que salían con Baltasar. Se lo pasaron pipa el 5 de enero: tiraron muchos caramelos y ¡les dejaron tirar algunas que otras pelotas!

Cuando acabaron las carrozas fueron a ver a sus abuelos y vieron que los Reyes Magos ya habían pasado por allí y les habían dejado regalos: un móvil nuevo para cada uno, ya que los suyos estaban muy viejos y súper rotos, y después a cada uno una cosa: a Bella un montón de cosas chulis para decorar su propio cuarto y a los chicos la oportunidad de tener un espacio más grande en su cuarto ya que Bella se mudaría a otro cuarto y así tendrían más privacidad.

Entre la nieve, el nuevo pueblo y los regalos pasaron una Navidad de ensueño.

ÍNDICE DE LA CATEGORÍA ADULTOS (A PARTIR DE 17 AÑOS):

- Navidad inlovidable. (Primer Premio) Huertas Barco Molina…….. ……….....….……………………………….………. 96 - La Navidad por fuera. (Segundo Premio) David Rodríguez Quintana ...…..…….…..……...………..……………………….. 98 - La cápsula del tiempo. (Tercer Premio) Dolores Bernabé Carrasco.. ….………....………………..………………………... 102 - El milagro de Navidad.

Ramón González Reverter……………………..………………………………..… 106 - Historia Real de Navidad.

Carmen Villanueva Márquez……..…..……………………..……………………... 110 - Ángeles de la Navidad.

Manuel Jesús Cruz Egea…..……..…..……………………..……………………... 114 - Fito y Tipi.

María Isabel Prados Calderón.….…....……………………..……………………... 116

NAVIDAD INOLVIDABLE Las hojas se empiezan a caer, las entradas del pueblo se vuelven amarillas, marrones, color anaranajado por los árboles que dan inicio al frio, lo esperamos con ganas. Es tiempo de abrigarse, de rebuscar entre los armarios guantes, bufandas y gorros, pero sobre todo de disfrutar de la Navidad en familia. Son las luces que se esperan con ansias que se enciendan, ese décimo de lotería que se comparte con amigos, es la espera del puente de Diciembre para disfrutar del Mercado Navideño, de decorar las casas, subir a buscar la caja del árbol, desenvolver el portal de Belén, buscar musgo o corcho en Almenara. Y preparar ese plato con mantecados y alguna que otra copita de licor para todo aquel que venga a casa.

Pero como un sueño, que se esfuma y difumina, que recuerdas, pero a la vez olvidas fue la llamada Navidad Inolvidable, si ese nombre le daré, cuando os cuente como la pasé sabréis el porqué de ese nombre.

Vivir fuera de tus recuerdos de niñez, hace que cada año llegando estas fechas te acuerdes de aquellas personas que ya no están, de las reuniones familiares, los tíos, primos, abuelos, todos sentados en la mesa para cenar. Así que, ese año, decidí regresar al pueblo, el que me había visto nacer y crecer. Y allí estaba yo, entrando por una carretera húmeda, una niebla poco espesa, la temperatura del coche no paraba de bajar, pero a lo lejos se veía ya el cartel de “La Puebla de los Infantes”, esos mulos cargados de aceitunas, el sonido de la sirena de la cooperativa y esa cara de felicidad por reencontrarme con mamá. Pero todo ello hay que añadirle que no venía sólo, iba con una adolescente, enganchada al móvil y preguntona que nada más que me hablaba para saber si quedaba mucho por llegar. Pero por fin llegamos, calles de adoquines, aparcar en la puerta de casa es un lujo, y tu madre esperando en el marco de la puerta una alegría indescriptible, esas vecinas que también te esperan para recibirte, decirte lo delgado que estas y las travesuras que hacías.

Entrar en la casa con ese olor a roscos de leche y a chimenea, y detenerse el tiempo, pero ahí estaba ella, con esa frase tan repetitiva ¿papá que voy a hacer si no hay amigas con las que jugar? o! ¡Papá me aburro!, pero eso era algo que yo preveía, pero lo tenía todo organizado. ¡Vamos arriba! que ya están sonando las campanas de la iglesia, ya tiene la abuela preparado el desayuno sopaipas y chocolate, y las bicis nos están esperando. Hemos de decir que la salida fue a regañadientes, pero comenzamos la aventura, nos colgamos las mochilas bajamos por el llanillo dirección a la carretera del monte, y empezamos el viaje lleno de rebaños de ovejas, de vacas coloradas hasta que llegamos al lugar, todo esto sin olvidar la cara de desesperación de ella. Sin embargo, cuando estábamos allí se le cambió su mirada, se paró a observar todo, los pajarillos cantando, ese rayo de sol que le envolvía la cara y esos coloretes en sus mejillas, sabía que era un lugar precioso, pero sólo dijo ¡Bueno es bonito! ¡¡Bueno es bonito!1 ¡Y se queda tan pancha!! Es un lugar maravilloso de la naturaleza, es un respirar de aire puro... ¡¡Volvimos a casa, y girando la esquina ahí estaba ella!! ¡Julia!, como olvidar su nombre. Tuve que parpadear dos veces para verla de nuevo, no me lo podía creer, aún recuerdo sus trenzas en el pelo, las tardes en la calle jugando a la pelota, las meriendas en su casa, nunca pensé que le volvería a ver, después de tantos años y de vidas tan diferente, creo que el corazón se iba acelerando poco a poco, y cada vez más cerca pensaba que le iba a decir. Y estando a escasos metros me miró, y me pregunto eres.... ¿¿Tú...?? En ese momento se acercó y me dio

un abrazo de esos que parece que no haya pasado el tiempo entre nosotros, que alegría en su cara, y entonces se giró y enseguida salió del coche una adolescente, delgada, de edad parecida a la de mi hija con cascos en la cabeza y con el móvil colgado del cuello.Ven, te presento a mi hija, acto seguido le presente a la mía, no muy expresiva sonrió sin enseñar los dientes y se metió en casa. Nos despedimos con un hasta luego. ¡Después de tres días, era de esperar que mi hija volviera a preguntarme, que cuando nos iríamos a casa que no tenía aquí sus amigas ni con quien salir! Pero le dije que nos faltaba un día, que después de la Navidad nos iríamos a casa.

Despertarnos y escuchar a mamá preparando la olla de caldo, partiendo el pan para hacer coscorrones, hoy le daría a mi hija, la tarea de que fuera a recoger la carne, espero que no me ponga excusas. La mañana la dedique a estar con mi madre, a ayudarle a recordar viejos tiempos con papá y los hermanos. al final con tanta charla, se me fue el santo al cielo, que raro que aún no hubiera llegado de comprar, ¿le habría pasado algo? ¿Se habría perdido? Me hubiera puesto un WhatsApp ¿no? Y en ese instante escuché unas risas que venían de cerca de la casa, imposible que fuesen de ella, no suelo escucharla reír, y como un padre un poco cotilla me asome tras el visillo de la ventana de la cocina y venia acompañada de Julia y su hija, entro contándome donde habían estado, las anécdotas con un grupo de extranjeros, que compartían el mismo gusto por un grupo de música y que la habían invitado para salir esta noche; en ese instante vi la cara de felicidad de mi hija reflejada en mí, así que decidí invitarlas a las dos a cenar.

La chimenea encendida, todo preparado, la cena espectacular y la compañía inmejorable, creo que no disfrutaba de unas navidades así desde hace muchos años. Ya entrados en media noche se marcharon para salir y nos quedamos en la chimenea, hablando de que será de nuestros amigos, contándonos nuestras vidas, nuestros trabajos, volviendo a ser ese par de amigos que siempre habíamos sido.

Pero todo lo bueno se acaba y el último día decidí llevar a mi hija a mi lugar preferido a orillas del pantano, viendo el atardecer, ese lugar donde se para el mundo, dónde me llevaba mi padre desde chico y allí sentados los dos, dándonos el aire en la cara me preguntó ¿papá porqué nunca me has traído aquí?, se quedó pensativa, la miré y le dije, pues porque siempre estás ocupada con tus amigas, con tu móvil y siempre que te propongo algo prefieres quedarte con ellas. En ese instante nos unimos en un gran abrazo, juntos tan fuerte como cuando era pequeña y no quería soltarla. Entonces le dije que había pasado las mejores navidades del mundo, que no eran las fechas, sino la compañía la que hace que esos días sean tan inolvidables.

LA NAVIDAD POR FUERA El coche brama subiendo la empinada calle Zahareta. Donde la subida termina tiene que torcer a la izquierda, pero se detiene para dejar que crucen unos peatones apresurados que con la mano le agradecen el gesto.

—Ves, no somos los únicos que vamos tarde— le dice a Rosa, su mujer—. Esto no es que vayan muy desahogados.

—Pues a ver ahora donde aparcas, en el bolsillo no puedes guardarte el coche— contesta ella, cruzándose bruscamente de brazos.

—Bajaos vosotros— concluye Luis girándose hacia atrás buscando encontrarse con su hijo—. La misa puede comenzar sin mí.

Además del apremio, invitarlos a bajarse del coche y buscar aparcamiento es una excusa para arrancarle unos minutos a la liturgia, pues no tiene especial filia por la religiosidad.

No encuentra huecos libres en la plaza contigua a la Iglesia de Santiago, donde en sus tres naves se celebra la Misa del Gallo esta noche. Bordea la parroquia y llega hasta el Castillo, en cuyo interior, piensa jocoso, podría habilitarse un parquin, dado el deplorable estado de conservación en el que se encuentra.

Rosa y Juan, el pequeño, cruzan el umbral del templo. En la nave de la izquierda, en la antepenúltima fila se vuelve la abuela materna del niño, que junto con su marido le están guardando sitio a los tres. Cuando llegan la madre y el niño a su altura, aparece sobre el altar un monaguillo revestido con un roquete con filigranas en rojo y portando un humeante incensario. La misa va a comenzar.

—Justo a tiempo— le susurra el abuelo a su nieto, Juan, que le contesta con la sonrisa inocente y enérgica de haber alcanzado un reto infantil.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo… Rosa mira a la puerta que ya no se abre, un poco impaciente pero sabedora de que la demora favorece los intereses personales de su marido. Luis, con el coche casi detenido, avanzando muy despacio, ve a una pareja con unas cubiertas de papel de aluminio que, supone él, se dirigen hacia su coche. Poco después corrobora su intuición, es correcta; se lo confirman después de preguntarles que si se marchan, y mientras él alinea el coche para aparcarlo en el hueco que va a quedarse libre. El único inconveniente es que está un poco alejado de la iglesia, pues ha tenido que llegar hasta la Plaza de Santa Ana, a diez minutos a pie de la iglesia, y donde él vivió cuando llegó unos años atrás al pueblo.

El sacerdote, comienza la homilía. Los abuelos escuchan atentos, asintiendo con una lenta cadencia, mientras que la madre está más pendiente de los juegos del niño que, aunque dócil muestra un punto inquieto, a veces contestatario. Luis llega entonces a la puerta de la iglesia, y al poner el oído en la entrepuerta, decide esperar un poco antes de entrar. Cuando el cura termina su sermón, entonces accede, para júbilo de su hijo

que se escapa de entre las piernas de su madre y se dirige hacia él, formando un leve revuelo entre los asistentes situados en la retaguardia. Su suegra le sonríe, y el suegro apenas lo mira. Desde luego, piensa para él, cumple con los caracteres prototípicos de suegro.

La misa finaliza, no sin más juegos de Juan, ahora con su padre como cómplice, enemistando un poco más a Luis con su suegro y provocando la risa, un poco incómoda, un poco cómica, de su mujer. Como no puede ser de otra forma, Luis sale el primero aduciendo que va a por el coche para llevar a sus suegros a la casa. Cuando vuelve, los tres mayores conversan con otros asistentes a la misa y el niño juguetea en el mirador que extiende por la plaza.

—Ahí está ya— dice Rosa— que le hace un gesto a su marido para que se detenga en el punto en que está.

Los cinco entran en la casa del matrimonio, y al encenderse las luces se descubre la mesa ya preparada para la cena. Las ocho sillas, que debieran ser más si sus padres aún vivieran y si le hubieran dejado algún hermano antes de despedirse prematuramente.

El primero de los invitados en llegar es el hermano pequeño de Rosa, quien apareció cuando ya no se esperaba a nadie más en la familia. Viene de pasar la tarde con los amigos en la plaza del Córner y en los bares del pueblo. Si sus padres tuviesen el vigor que tenían cuando sus dos hermanos tenían su edad, posiblemente no permitirían que anduviese por donde andaba, como el resto de chavales de su edad.

Más tarde llegan el hermano que sigue a Rosa, y su mujer. Los separan tres años, pero los une toda una vida juntos hasta que el camino ha tenido que separarse forzosamente.

Se abrazan efusivamente Rosa y su hermano. Con Luis también tiene una estrecha relación, pues se conocieron poco después de comenzar a salir su hermana y él.

La cena de Nochebuena transcurría con fluidez, conversando y comiendo. El más mayor, como un sabio griego, llevaba el timón de la conversación y proponía los temas que su hijo mediano y su mujer, muy participativos, acogían con avidez. Algo menos intervenían la abuela y la madre de Juan, que se entretenía con sus cubiertos de dibujos y la comida que le costaba llevarse a la boca si no era con avioncitos y otras artimañas. El hermano menor de Rosa intervenía poco, pero lo hacía de forma enérgica cada vez que se decidía a levantar la voz. Y Luis, en desacuerdo con casi todo y sin ganas de confrontaciones estúpidas, se limitaba a comer, beber y a intervenir escuetamente en los temas menos comprometidos y para no parecer que le disgustaba el tono, la forma y el fondo del discurso. Hacía mucho que para él la Navidad significaba algo exclusivamente simbólico y se limitaba a pasar por ella de puntillas.

La noche terminó con algunas copas y el redoble del tono de la conversación. Luis siguió impasible y Juan dormía desde rato antes del término de la cena. Los invitados se marcharon al mismo tiempo, algo más tarde de la una de la madrugada, con el hermano mediano dejando en casa a sus padres y con el hermano menor continuando su juerga con sus amigos en los bares de la calle Cánovas del Castillo.

Con el niño acostado y la mesa llena de vasos sucios, platos vacíos y servilletas arrugadas, se quedaron solos en el salón. Luis se asoma a la ventana que da a la Feria.

—¿Sabes qué? — Le dijo mirándola con los ojos rutilantes—. La primera vez que te vi, hace quince años en la plaza del Llanillo, era Nochebuena y terminé apostado en la ventana viendo cómo caían los copos sobre los bancos de la plaza de Santa Ana. Ella sonrío, recordando para sí cómo ella hizo lo mismo, y sin decírselo, le tomó la mano, aprisionándola contra su pecho.

LA CAPSULA DEL TIEMPO Hace ya algún tiempo, en el año 1979, en un pequeño y acogedor pueblecito de la Sierra Norte de Sevilla, llamado la Puebla de los Infantes, vivía un grupo de amigos, Juan, Manolo, Alicia y Sandra.

A ellos siempre les gustaba dar paseos, jugar...pero sobre todo les encantaba cuando se acercaba alguna fiesta, ya que tenían más tiempo para estar juntos.

La fiesta más próxima es Navidad, dijo Juan.

Todos los amigos estaban pensando que harían ese año por Navidad: Yo comeré en casa de mis tíos como todos los años, dijo Manolo.

Pues yo en mi casa y vendrán mis abuelos, dijo Juan.

Nosotros nos iremos a casa de mis abuelos, dijo Alicia.

Pues yo aún no se lo que haremos este año, dijo Sandra.

Todos los niños pensaron que vaya rollo, todos los años lo mismo. Alicia pensó que podrían hacer algo diferente y a los demás les gusto la idea.

Ahora tenían que pensar lo que hacer.

Manolo dijo: Tengo una idea podríamos hacer una capsula del tiempo y meter dentro cosas para que dentro de unos años alguien la encuentre y sepa cómo era la navidad en nuestra época.

Cada uno se fue esa noche a su casa emocionados pensando que meterían en esa capsula.

Al día siguiente se volvieron a juntar los amigos. Quedaron en el "llanillo” Y se pusieron a hablar de la idea que había tenido cada uno: Juan pensó en meter una cinta de casete con los villancicos que más sonaba, Manolo un adorno del árbol de navidad, Alicia fotos del pueblo por navidad y Sandra una carta escrita contando lo de la idea de la capsula del tiempo, para que cuando la encontraran supieran de que iba.

Todos tenían ya su idea, ahora solo faltaba buscar la capsula, meter los objetos y buscar un lugar donde enterrarla.

Cada uno se fue a su casa a buscar su objeto que meterían .Todos los cogieron y volvieron al” llanillo” donde meterían las cosas en la capsula.

Sandra dijo: pues nos falta la capsula, pero tengo una idea, mi abuela tiene una lata de dulce de membrillo vacía, voy por ella.

Sandra corrió a por la lata y regreso de nuevo. Metieron los objetos y ahora tenían que pensar donde enterrarla.

Manolo dijo: en un naranjo del llanillo Alicia dijo: en el eucalipto de la carretera las Navas.

Los demás dijeron: nos parece buena idea en el eucalipto de la carretera de las Navas.

Todos se fueron al eucalipto y al lado del tronco abrieron un agujero y enterraron la capsula. Después cada uno se fue a su casa. Pasaron las Navidades, los días, los meses, los años...

Llego el año 2179 era época de Navidad, en la carretera de Navas por el lado del eucalipto se habían seguido construyendo viviendas, llegando incluso hasta la gasolinera. En aquellas obras estaban jugando tres niños, Antonio, Pedro y Rocío. Cuando de repente vieron algo extraño como una lata vieja que asomaba al pie de ese tronco del eucalipto.

Rápido empezaron a excavar y descubrieron la capsula del tiempo que esos niños años atrás habían enterrado. La abrieron y quedaron sorprendidos con lo que había allí metido. La casete no sabía ni lo que era, las fotos también les ilusiono, porque había algunas de rincones de la Puebla que aun seguían conservándose igual que hace años atrás.

Vieron el adorno de Navidad y leyeron la carta de Sandra.

Ya comprendieron al leer la carta todo lo que significaba esa vieja lata, allí enterrada al pie de ese eucalipto que aún seguía erguido en aquel pueblo.

A estos tres amigos les gusto la idea de comparar tiempos de distintas épocas y decidieron hacer lo mismo que esos niños. Incluso llego a convertirse en una tradición en aquel humilde pueblo.

FIN

EL MILAGRO DE NAVIDAD Arnau era un chiquillo que padecía los síntomas de la piel de mariposa, una de las enfermedades raras que afectan a un reducido número de población. Para olvidarse del sufrimiento, lo único que Arnau pedía era un poco de atención. Al llegar las vacaciones navideñas, su madre le había prometido que pasarían el día juntos. Arnau iba en silla de ruedas y necesitaba siempre la compañía de alguien para empujarlo. Él era consciente del esfuerzo que eso representaba, pero estaban en Navidad, ¡caramba! No sería un sacrificio tan grande. Quería disfrutar la magia de aquellas fiestas. No tuvo que hacerse rogar demasiado para salirse con la suya. La pobre mujer lo quería con locura y estaba siempre dispuesta a complacer sus caprichos.

Marta acompañó a su hijo a un centro comercial. Los escaparates de las tiendas estaban decorados con profusión y las calles rebosantes de un gentío enardecido de lánguidas sonrisas que durante las fiestas navideñas se velan con una pátina de ilusión.

En fechas tan señaladas, la ciudad bullía de alegría. Ojalá ella pudiera compartir un poco. Merodeando tranquilamente por un pasillo del inmenso recinto, en un rincón se toparon con un viejo acicalado con el tradicional traje de payés catalán, es decir, con un pañuelo en la cabeza, una camisa de lino blanca de manga larga, un chaleco oscuro de tela fina, un ancho fajín negro de algodón con flecos que le protegía la zona lumbar, un pantalón más bien estrecho ligado a las pantorrillas por un par de largas vetas, unas medias blancas y calzado con alpargatas de cáñamo. Permanecía junto a un tió tapado con una manta para que no pasara frío con la fisonomía de una cara dibujada y una barretina roja, el gorro rural típico de la zona.

-Mamá, ¿podemos hacer cagar al tió? –pidió Arnau abriendo unos ojos como platos y la ilusión propia de un crío de ocho años.

-Venga, Arnau –musitó la mujer con escepticismo-. Eso de darle palos a un tronco me parece algo descabellado y una pérdida de tiempo. Un cuento para entretener a niños ingenuos.

-Por favor, mamá, por favor –insistió el chiquillo.

Marta sabía que el “tió” era una tradición catalana, con siglos de historia. Al principio no era más que la madera que ardía en las chimeneas del suelo, pero hoy es una costumbre muy arraigada en todo el país que consiste en una cepa que se alimenta bien hasta que llega el momento de hacer cagar al tió, cuando ofrece chucherías y golosinas a los chavales.

-Lo siento, pero se equivoca, señora –le espetó el campesino-. Éste no es un tió cualquiera. Le aseguro que este tronco es mágico. Haga caso a su hijo. Todo el mundo sabe que según la costumbre, los chiquillos cuidan del tió dándole de comer y beber para que en Nochebuena deje peladillas y turrones. Pero al tió también se le pueden atribuir las virtudes de alejar los demonios y proporcionar salud a personas y animales.

Al observar aquel tió, jovial elemento del patrimonio folclórico regional, apoyado sobre sus dos patas delanteras, la cara sonriente y pieles de naranja y varias algarrobas enfrente, Marta esbozó un mohín de resignación y a regañadientes accedió: -Bueno, adelante.

-¿Cómo te llamas, chico? –preguntó el pintoresco anciano sin atreverse a atusar el pelo en un gesto cariñoso como hacía con todas las criaturas que se le acercaban.

-Mi nombre es Arnau Balagué –repuso el aludido.

-¿Qué te pasa? –indagó el payés fijándose en las llagas que tenía bajo los ojos.

-Mi piel es frágil como alas de mariposa. Se desprende al más mínimo roce.

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La acongojada madre miró de soslayo al amable extraño, suspiró resignada y se apresuró a explicarle: -La epidermólisis ampollar es una patología hereditaria que causa una extrema fragilidad de la piel. Aunque pueda combatirse con anestésicos, por desgracia es una enfermedad crónica y degenerativa. Los niños que padecen el síndrome de "la piel de cristal o de mariposa", como se conoce tan dolorosa enfermedad, tienen que ir con mucho cuidado porque cualquier roce hace que la piel se desprenda de la carne. Los afectados suelen llevar el cuerpo vendado para protegerse de rasguños y contactos con el exterior.

-¿Ha dicho crónica y degenerativa?

-No existe cura en la actualidad. Tengo que bañarlo con agua templada, jabón neutro y medio kilo de sal para secar las llagas. Al mojarse los vendajes se aflojan, entonces lo seco, lo limpio y le envuelvo en gasas impregnadas de silicona y espuma – confesó la mujer-. Cada cuarenta y ocho horas la misma rutina. Pero no puedo rendirme.

Una simple caricia compensa mi dedicación. Una sonrisa es cuanto necesito para afrontar el drama de cada día.

-A mamá le enseñaron a curar mis heridas sin apenas tocarme.

-A mi hijo se le rasga la piel, pero a mí se me desgarra el corazón porque casi no puedo ni abrazarlo por temor a hacerle daño.

-¿Cómo te sientes? –quiso saber el campesino.

-He aprendido a vivir con la enfermedad y ahora ya me puedo bañar sin dolor.

-Eres muy valiente, Arnau. Veamos, ¿crees en la magia?

-¡Claro! Mis aventuras se limitan a las cuatro paredes de mi cuarto. Son experiencias imaginarias, disfruto de la playa sin pisarla, de una excursión al campo sin moverme del ordenador, de una fiesta escolar a través de la mente...

-Tienes pinta de ser un poco travieso –aseveró el payés con franqueza.

-¡Oh, no! Soy un buen chico –replicó Arnau frunciendo las cejas.

-Pues tengo una sorpresa para ti. ¿Qué te parecería si te dijera que poseo el don de aliviar tu sufrimiento?

-¿De veras? Eso sería fantástico.

La pobre madre observaba plantada como un pasmarote, agradeciendo cualquier detalle que pudiera hacer feliz a su hijo e infundirle esperanzas. La ignorancia y la falta de experiencia son algunas de las trabas que tienen que superar los familiares que se enfrentan a una de tales enfermedades, cuyas formas más severas tienen mal pronóstico y acaban con el fallecimiento. Pero las dificultades no sólo se limitan a la faceta moral o psicológica de quienes rodean al afectado, sino que el aspecto económico también juega un papel básico a la hora de tratar ese tipo de enfermedad. Los medicamentos resultan caros y las vendas deben ser desechables.

-¿Conoces las palabras mágicas del ritual? –indagó el labriego como si fuera un brujo.

-Solo: "Caga tió, avellanas y turrón".

-Continúa así: "si no cagas tió, te pegaré un golpe de bastón". Pero en tu caso nos limitaremos a ponerte la barretina y tu madre se encargará del palo mientras tú recitas la cantinela.

-¿Es una broma? –alegó ella bastante angustiada-. La enfermedad que padece Arnau es terrible, porque a algunos niños se les acaba cerrando la boca o los ojos, pierden los dientes, se le deforman los dedos... En verano no puede salir de casa debido al calor. Dos veces por semana los fisios le hacen terapia para mejorar su movilidad y retrasar lo inevitable... Ya me entiende, ¿verdad? No existe consuelo para una madre atormentada. Vivo con la esperanza de que no sufra tanto.

2

-Mamá, ¿alguna vez has lamentado tener un hijo enfermo?

-Claro que no –replicó ella a punto de deshacerse en lágrimas-. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.

El payés carraspeó para reclamar la atención antes de añadir: -Me consta que usted es una madre ejemplar porque ha tenido que abandonar su trabajo para dedicarse a él en cuerpo y alma, y que lo lleva en silla de ruedas para que al andar no se haga daño.

Marta se quedó mirando a aquel individuo bonachón de apariencia gentil y simpática, un hombre de edad indefinida, rechoncho, de rostro afable, con barba, el pelo canoso y unos ojos azules vivaces impropios de la senectud. El campesino rompió el silencio antes de que se hiciera incómodo.

-Estoy seguro de que le ayudará a restañar la piel dañada, aliviará su dolor y el picor provocado por las llagas y heridas... Tómeselo con calma, pero hágalo otra vez.

No se arrepentirá.

Ambos intercambiaron una mirada de connivencia, para transmitirse un tácito mensaje de ánimos. Con mucho cuidado Marta le puso la barretina roja en la cabeza y entonces, mientras golpeaba la cepa con el palo sin demasiada convicción, repitieron a dúo la cantinela: -"Caga tió, avellanas y turrón, si no cagas tió, te pegaré un golpe de bastón".

De pronto Arnau notó un extraño cosquilleo recorriéndole el espinazo, un insólito vigor que invadía todas las células de su cuerpo provocándole un alivio casi inmediato, como si fuera objeto de un poderoso sortilegio. La piel comenzaba a perder elasticidad y se endurecía a ojos vista, las llagas se secaban, la costra de las heridas se cicatrizaban sin explicación. La energía sanadora le turbó hasta el punto de exclamar: -¡Mira, mamá, me estoy curando! –dijo con alegría y orgullo infantil enseñando las palmas de la mano.

-Sí, tesoro. Ya lo veo –musitó la madre henchida de emoción mientras un torrente de lágrimas le resbalaba por las mejillas.

Entonces Arnau hizo el gesto de quitarse la barretina a fin de devolverla a su propietario, pero éste negó con la cabeza y anunció: -Es un regalo. Puedes quedártela, pero déjala puesta. De hecho, el ritual del cagatió puede repetirse tantas veces como sea necesario.

Marta, cuyo corazón latía con la fuerza de un tambor, captó enseguida el velado énfasis de semejante panacea acerca del poder sanador de la barretina. Entonces su voz, apenas un murmullo, se apresuró a insistir: -Hagámoslo otra vez, rey mío.

Repitieron la ceremonia. De repente, la enfermedad había desaparecido. El niño recuperó la salud. Arnau nunca se había sentido tan lleno de vida y de optimismo. Con renovadas ansias de vivir se levantó de la silla de ruedas y se puso a saltar de alegría.

-¿Cómo lo ha conseguido? –farfulló la mujer perpleja-. ¿Quién es usted?

-¿Me creería si le dijera que hablo en nombre del Cielo? –agregó el payés guiñándole un ojo con ironía-. Considéreme un ángel con la misión de comprobar la capacidad de soportar el dolor de las personas y su tenacidad ante el infortunio. La Navidad es la época de recibir la recompensa a tanto amor y perseverancia. Como heraldo divino imbuido del espíritu navideño, estoy autorizado a realizar acciones altruistas y solidarias para conmemorar el nacimiento de Jesús. Busco almas puras y los niños son ideales para llevar a cabo lo que algunos llaman milagros.

Marta lloraba de gozo. Se enjugó las lágrimas con un pañuelo, luego lo abrazó y le besó en las mejillas. Sonrió de puro alivio antes de susurrar: -Muchas gracias y… ¡Feliz Navidad!

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ÁNGELES DE LA NAVIDAD Esto no es un cuento de navidad. O sí. Más bien es una historia real que sucede en un año que podría ser perfectamente ficción. La navidad pasada tuve la oportunidad de vivir un hecho, en época navideña, que debe plasmarse por escrito por la heroicidad de sus protagonistas. Rememoremos.

Nos encontramos en diciembre de 2020, las luces de navidad alumbran cada calle de nuestra localidad y el vaho puede observarse como sale de sus habitantes en cada una de sus recónditas calles. Las fachadas de las casas se decoran y en su interior puede observarse el árbol de navidad y el portal de Belén. Cada fin de semana hay alguna actividad dedicada a la navidad y a todo lo que ésta supone.

No es ningún misterio que el ambiente que se respira en las calles de este mes es diferente: empezamos a ver como se van llenando los bares y restaurantes de personas que se reúnen para celebrar cualquier acontecimiento con copiosas comidas y bebidas; los escaparates de las tiendas se llenan de artículos relacionados con la navidad; muchos establecimientos preparan y sortean cestas de chocolate o de comida; se ven personas saliendo de las tiendas con bolsas llenas de regalos; etc.

Sin embargo, tras una pandemia mundial que ha azotado sobre todo a las clases más bajas, éstas no pueden permitirse todas estas cosas mencionadas.

Estas familias tienen que reservarse y privarse de comprar regalos, disfrutar de planes de ocio o simplemente asistir a una sesión de cine para poder llevarse algo de comer a la boca.

Hace un año y medio, cuando toda España estaba en un confinamiento duro en el que no se podía salir de casa, decidí hacerme voluntario para ayudar a otras personas en lo que necesitaran durante estos meses difíciles. Al principio, solo era repartir el pan a personas mayores o a familias con muchos miembros que no podían permitirse comprar pan todos los días. Más tarde, se repartiría mascarillas, comprar y llevar las bolsas de comida de personas mayores a sus casas para que no tuvieran que salir de casa. En definitiva, ser solidario y ayudar a otros.

Cuando este confinamiento duro se relajó y las personas podían volver a una cierta normalidad, yo di un paso atrás en ser voluntario para volver a la rutina que, de nuevo, absorbía mi tiempo, aún sin dejar nunca de lado los compromisos anteriores de personas que me necesitaban.

La historia que os cuento sucedió, como os he comentado, en Navidad del pasado año y llega a mis oídos por otro voluntario que aún continúa ayudando a los demás.

Un día, mientras este voluntario hacía sus tareas diarias de hablar con las personas y saber que necesitaban, se percató de que una familia, un matrimonio y dos niños pequeños, que nunca habían tenido ningún problema económico, por el COVID-19 lo habían perdido todo: sus trabajos, su casa, su vida. No iban a celebrar nochebuena ni nochevieja porque no tenían dinero para celebrar una cena especial. Tenían el dinero justo para comer y pagar sus deudas.

El voluntario empezó a darle vueltas sobre como podría ayudar a esta familia. Lo pensó durante días y pidió consejo a sus seres más cercanos.

Unos días antes de conocer esta situación, había participado con dos euros en un sorteo de dos cestas de Navidad en el Polvillo de nuestro pueblo, una repleta de chocolate y otra con alimentos como una paletilla, un queso, turrón, etc.

El 22 de diciembre de 2020, dos días antes de nochebuena, por casualidades de la vida, estas dos cestas le tocaron al voluntario. Y se le abrió los ojos.

Sabía perfectamente que lo que tenía que hacer con ellas.

Cogió su furgoneta, se dirigió a la residencia en la que vivía estas dos familias, y en el zaguán de la casa, dejo las dos cestas con una nota: Queridos amigos, aunque la situación sea difícil y pensemos que no hay solución, vivamos la Navidad como una época de esperanza, con la ilusión y el deseo de que el año que entra nos brinde las oportunidades para comenzar un nuevo capítulo de nuestra vida.

Espero que este regalo sea el inicio de esta nueva etapa.

Feliz Navidad.

No tengo ninguna duda de que este fue el inicio de un período de buena suerte para esta familia, pues pronto encontrarían trabajo y podrían volver a celebrar una nueva Navidad, como si de la primera Navidad se tratase.

Ellos tuvieron la suerte de tener en su vida alguien como este voluntario. La Puebla de los Infantes tuvo la suerte de tener gente que da a quien lo necesita, gente con corazón que hace de esta época un cuento de Navidad.

Por los ángeles de la Navidad que existen en nuestra localidad, que luchan día a día por hacer de este municipio un lugar mejor. A todos ellos, gracias.

FITO Y TIPI 8 de la mañana: maletas preparadas.

9 de la mañana: maletas preparadas y desayuno tomado.

10 de la mañana: por fin comenzamos nuestro viaje. Tras el desayuno revisamos las maletas y nos dimos cuenta de que faltaba Tipi, que siempre hace lo posible por perderse y volvernos locos al buscarlo y, por supuesto, sin Tipi no podíamos partir.

Pero eso quedó atrás porque ya hemos puesto rumbo a La Puebla de los Infantes, ese pueblo enclavado en la Sierra Norte de Sevilla (aunque en algunos folletos también pone que pertenece a la Sierra Morena sevillana), en el que hemos alquilado una casita rural para pasar estas navidades.

7 horas de camino, no porque estemos tan lejos de nuestro destino, sino porque hemos tenido que parar muchas veces: algunas "por culpa" de Fito y otras "por culpa" de Oli (8 meses y medio de embarazo dan para bastantes paradas…). ¡Y por fin llegamos a nuestro destino!

Cuando alquilamos la casa, pensaba que estaría a las afueras del pueblo, pero no es así, es una casita ubicada en una callecita sin salida que hay tras subir una pequeña cuesta.

Calle Paraíso pone que se llama, pero me da a mí que con este barrigón esa cuesta para llegar me va aparecer de todo menos un Paraíso.

La verdad es que es muy acogedora y tiene una chimenea que nos han dejado ya preparada para encontrar calor al llegar. Fito entra y corre por ella, entra en todas las habitaciones: ¡mira, mamá! ¡qué cama más grande!; ¡mira, mamá! ¡una bañera gigante!; ¡mamá! ¡otra cama grande!

A mí, la verdad, me llama más la atención el patio lleno de macetas preciosas y muy bien cuidadas. En él hay una mesa con varias sillas, ideal para los desayunos (si no hace mucho frío por aquí, claro).

Nos han dejado también algo de comida, lo cual agradezco porque así podremos merendar antes de salir a ningún lado. Una vez hecho esto y dejado las maletas en la casa, nos proponemos dar un paseo, antes de que se haga de noche, para buscar varios sitios de interés.

A los pocos pasos nos encontramos con una plaza en la que se encuentra el Ayuntamiento. Ahí hay muchos niños jugando al balón, cosa que a Fito seguro que le vendrá bien. Decidimos seguir andando por una calle peatonal y llegamos a la Plaza de la Iglesia. Está cerrada, así que no podemos verla, pero como estaremos aquí varios días, lo apuntamos en la "libreta de tareas pendientes". He leído algo sobre esta Iglesia y me llama la atención que sufriera cambios a raiz del terremoto de Portugal de 1755.

Curioso dato… Y también me resulta muy curioso (y raro) el nombre de su Patrona: La

Virgen de las Huertas. Dicen que se apareció en el hueco de un olivo que había por un huerto. ¡Bien! Una farmacia. Imprescindible si viajas con niños (y si, como a mí, ¡se te ha olvidado la maleta de los medicamentos!)

Tras la visita a la farmacia, seguimos dando un paseo y llegamos a una calle que debe ser principal, por el tráfico que tiene, y por la cantidad de negocios que hay alrededor de ella: un bar, un estanco, una panadería, una parafarmacia, una tienda de decoración, otra panadería, una zapatería, una ferretería. ¡Creo que hemos llegado al centro del pueblo!

Por aquí hay más tiendas y bares que rodean una plaza con una fuente en la que destaca una imagen de una Virgen hecha de hierro. Debe ser la que hizo Curro el Herrero, hijo predilecto de este pueblo y que da su nombre al museo de la localidad. (Nota para la "libreta": visitar el museo etnográfico).

Está empezando a anochecer y Fito está cansado del viaje. Así que nos vamos para casa.

Mañana seguiremos con el paseo.

Preguntamos por la plaza del Ayuntamiento y resulta que solo tenemos que subir una calle (también llena de bares y negocios) para llegar.

Ya en casa…

Deshacemos las maletas, cenamos algo, nos ponemos cómodos y, casi sin darnos cuenta, nos quedamos dormidos en una de las camas grandes que decía Fito.

Cuando nos despertamos nos damos cuenta de que Tipi no está con nosotros ¡oh, no! ¿otra vez se ha perdido? Revolvemos las sábanas, buscamos debajo de la cama, por el salón, el baño, ¡hasta por el patio! Pero Tipi no está. Un momento… ¿Ha nevado esta noche? ¡Fito! ¡Hay nieve en el patio!

Salimos y jugamos con ella, hacemos un muñeco, nos tiramos bolas,… la verdad es que su textura es algo rara, pero puede ser por el clima.

Cuando salimos a la calle nos damos cuenta de no era el clima sino que los dueños de la casa nos habían dejado nieve artificial para hacer la mañana más divertida, ¡y lo han conseguido!

Hoy, ya sí, descansados y con todo el día por delante, nos proponemos coger la "libreta de tareas pendientes" y visitar todo lo que tenemos apuntado de nuestro trabajo de investigación sobre el pueblo: las pilas, el castillo, el mirador de Santiago, la plaza de Santa Ana, etc. Pero al pasar por el Ayuntamiento, Fito ve a unos niños jugando a la pelota: mamá, ¿puedo jugar con ellos? ¡Claro que sí, hijo! Todos los planes al traste pero bueno, esto también es estar de vacaciones, ¿no? Conocer gente, hacer amigos y querer volver otro año a donde lo has pasado en grande.

Así que, ¡cambio de planes!

Voy de compras al supermercado que, por cierto, está cerca de los lavaderos públicos más antiguos de la provincia de Sevilla, lo que aquí se conoce como "Las Pilas" y

vuelvo a casa para preparar la comida y descansar y, ¿sabes qué, Fito? Que no me molesta no hacer esta Navidad todo lo que tenemos en la libreta de tareas porque este pueblo es tan bonito y acogedor que quiero volver cuando nazca Oli, para que ella también lo vea y haga amigos.

Y así, de la manera más tranquila del mundo, pasamos nuestras vacaciones de Navidad.

Cada noche, tras la cena y nuestro rato de ponernos al día con lo que habíamos hecho, Fito y yo caíamos rendidos "en la cama grande", sin acordarnos de Tipi.

Cuando volvimos a casa y recolocamos en su sitio todas nuestras cosas (y le hicimos hueco a las que allí habíamos comprado), nos dimos cuenta de que Tipi no había venido de vuelta… Pasado el disgusto, Fito se sentó a mi lado y me dijo: mamá, creo que Tipi estará mejor allí en esa casa de La Puebla, seguro que allí ayuda a los niños que vayan a sentirse mejor y nosotros lo veremos la próxima vez que volvamos.

Y así fue como Fito, tras aquellas navidades, dejó atrás su fase de amigo invisible y pasó a tener amigos de verdad, con los que se escribía (a través de los teléfonos de las mamás), a los que llamaba de vez en cuando y sobre los que pudo hablar con los niños más cercanos, lo que le facilitó relacionarse y, por fin, ser plenamente feliz.

Y, colorín colorado, este cuento se ha acabado. Si vas a La Puebla de los Infantes y ves a Tipi, dile que Fito aún no le ha olvidado.