V Concurso de Cuentos de Navidad, BPM La Puebla de los Infantes

V CONCURSO DE CUENTOS DE NAVIDAD

BIBLIOTECA PÚBLICA MUNICIPAL LA PUEBLA DE LOS INFANTES (SEVILLA) AÑO 2020

ÍNDICE GENERAL

 CUENTOS DE LA CATEGORÍA INFANTIL (de 7 a 11años) ..............................….....…………………...... 6 a 95  CUENTOS DE LA CATEGORÍA JUVENIL (de 12 a 16 años) .........................….....…………………… 98 a 125  CUENTOS DE LA CATEGORÍA ADULTA (a partir de 17 años): ...........................…..………….….....128 a 145

ÍNDICE DE LA CATEGORÍA INFANTIL (DE 7 A 11 AÑOS):

- El regalo de Isa. (Primer Premio) Lucía Díaz Castro ……………………….………………………………….………. 6 - El deseo de Navidad. (Segundo Premio) María Castaño Torrico ………………………...………………..………..……….... 8 - Volver con la familia. (Tercer Premio) Nisha Ainhara Ruegger De La Fuente……...……………….……………………... 12 - Navidad canina.

Ana Vallés Murillo …….….………………………………………………………... 14 - El reencuento.

José Santana Morán ……...…………………...……………………………………. 18 - Una Navidad inesperada.

Carlota Barrera Muñoz …………….………………………………………………. 20 - La Sirenita en Navidad.

Almudena Serrano Carrillo ………….…………………………………………...… 22 - La caja mágica.

Antonio Muñoz Rosal ….………….……………………………………………..… 24 - El mejor regalo de Navidad.

José María Muñoz Rosal …….….………………………………………………….. 26 - El amigo que encontró por Navidad.

Rosa Gómez Canto ...………………………………………………………………. 28 - Navidades en familia.

Raúl Torvisco Pérez …...………………………………………………………….... 32 - Las galletas navideñas.

Enrique Chamizo González ..………………………………………………………. 34 - El apagón de Nochebuena.

Ana Grueso Gálvez ……………………………………………………………..….. 36 - El muñeco de nieve que no tenía amigo.

Rosario Murillo Alonso …..……………………………………………………..…. 38 - Un día de Navidad.

Susana Martínez Serrano …..………………………………………………….…… 40 - La Navidad perfecta.

Lucía Alcobendas Álvarez ….…………………………………………………….... 42 - El Genio de Navidad.

Carlos Alcobendas Álvarez ….………..……………………………………………. 44 - Mis navidades.

José Fernando Saravia Prados …..……………………………………………….…. 46 - Kinderman y Kidsurprise.

Blanca Saravia Prados …….…….………………………………………………..… 48 - Una Navidad mágica.

Azahara Soledad Martínez Vargas ..…………….…………………………………... 52

- Una Navidad confusa.

Daniela Carmona Lisbona …..………………...……………………………………. 54 - Portal de Belén viviente.

Carlota González Saravia ……….….………………………………………………. 56 - La abuela navideña.

María del Mar Sosa Osuna …….….….…………………………………………...… 60 - La Navidad.

Sara Zújar Llamas …..….……….….……………………………………………..… 62 - Una Navidad en… La Puebla de los Infantes.

Erika Llamas Muñoz ….……..….………………………………………………….. 64 - Una Navidad diferente.

Mariela Cabello García .……………………………………………………………. 66 - La Navidad. Álvaro Torres Villanueva …....…………………………………………………….... 70 - Una aventura de Navidad.

Carmen Castro Castro ……...………………………………………………………. 72 - El niño de los regalos.

Laura Martínez Nieto …….……………………………………………………..….. 74 - Un regalo de Navidad.

Nuria Martínez Carrasco .….……………………………………………………..…. 76 - La Navidad de Graciela.

Amina Arrais Oliver …..…....………………………………………………….…… 80 - El niño que soñaba con la Navidad.

Javier Romero De La Cova ….…………………………………………………….... 82 - Una Navidad diferente.

Natasha María Román Angulo ….……..……………………………………………. 84 - Papá Noel.

Setefilla Santana León ………......……………………………………………….…. 86 - Max y el trineo.

Reyes Tamayo García …….……..………………………………………………..… 88 - Una Navidad diferente de la que nadie sabe qué pasó.

Rebeca Torres Salvador ….……..………………………………………………..….. 90 - Los regalos de los Reyes Magos.

Martina Sánchez Barrientos .……………………………………………………..…. 92 - Una Navidad feliz.

Zaira Del Valle Algarrada …...………………………………………………….…… 94

“EL REENCUENTO” ÉRASE UNA VEZ DOS HERMANOS GEMELOS, VIVIAN EN UNA CASA CON SUS PADRES. TODOS LOS AÑOS MONTABAN EL ARBOL DE NAVIDAD EN FAMILIA.HASTA QUE UN AÑO SUS PADRES SE SEPARARON. CADA PADRE SE LLEVÓ A UN NIÑO. A JUAN SE LO LLEVÓ SU PADRE Y HA PABLO SE LO LLEVÓ SU MADRE. LOS HERMANOS CADA AÑO SE ECHABAN MÁS DE MENOS. CUANDO CUMPLIERON 15 AÑOS PERDIERON EL CONTACTO PORQUE SU PADRE SE MUDÓ MUY LEJOS POR EL TRABAJO. A JUAN Y A PABLO NUNCA LE GUSTARON LAS REDES SOCIALES, ENTONCES NO PODIAN HABLARSE. A JUAN SE LE ROMPIÓ EL MÓVIL Y ENTONCES PERDIERON EL CONTACTO. DIEZ AÑOS DESPUÉS, EN EL PUEBLO EN EL QUE NACIERON, SE ENCONTRARON BAJO EL GRAN ARBOL DE NAVIDAD QUE HABIA EN LA PLAZA. SE JURARON QUE NUNCA MÁS SE SEPARARÍAN. Y DESDE ENTONCES TODAS LAS NAVIDADES VUELVEN AL PUEBLO.

FELIZ

NAVIDAD

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ÍNDICE DE LA CATEGORÍA JUVENIL (DE 12 A 16 AÑOS):

- El espíritu de la Navidad. (Primer Premio) Domingo Algarrada Sánchez ……..…….……….……...……………………...……. 98 - Viaje al pasado en Navidad. (Segundo Premio) Paloma Ruedas Bernabé ….……………...……..…………………………...…….. 102 - El milagro de la Navidad. (Tercer Premio) Amalia Martín Mengual ....…………………………………….…………………... 106 - Un Santa diferente.

Sara López Martínez ……...………………………………………………………... 108 - Una Navidad diferente.

Lucía Sedano Santana ....……………………...……………………………………. 112 - Emma y su primera Navidad en un pueblo.

Rocío Sedano Santana ...……………………………………………………………. 114 - Una Navidad única e inigualable.

Paola Llamas Muñoz …..….……………………………………………………...… 116 - La Navidad en La Puebla.

Alicia Martín Mengual …….……………………………………………………..… 118 - Una Navidad muy especial.

María Jiménez Ruedas ….….…...………………………………………………….. 122

VIAJE AL PASADO EN NAVIDAD En un pueblo de la provincia de Sevilla llamado la Puebla de los Infantes vivía una familia muy rica formada por un matrimonio y su hijo Manolo.

Ese año fueron unas navidades muy extrañas debido a que había aparecido un virus desconocido que origino una gran pandemia en la que muchas personas se quedaron sin trabajo incluidos los padres de Manolo .

Manolo estaba acostumbrado a que todos los años por las navidades le regalaran muchas cosas caras(patinetes eléctricos, nintendos…).

Ese año Manolo seguía queriendo muchas cosas a pesar de todo. Pero cuando llegó el día de reyes solo tenía un regalo, lo abrió y dentro había un balón. Manolo se enfadó y le dió una fuerte patada, que dió en un cuadro de la virgen de las Huertas.

De repente una luz cegadora iluminó la habitación y Manolo apareció

inesperadamente en las navidades del año 1952. Manolo estaba desorientado, él sabía que era su pueblo pero todo estaba distinto; las calles eran de tierra, en la feria había un arroyo, los niños jugaban al pinchin ,al trompo…

Una familia le preguntó quien era y el les dijo que no era de allí que su familia vivía en otra época, ellos se quedaron extrañados pero lo invitaron a ir a su casa a jugar.

Manolo se fue a su casa y les preguntó que si ellos no hacían cena de navidad, a lo que ellos le contestaron que no tenían tanto dinero como para hacer un festín, que ellos hacían una cena como la de todos los días. Los niños le preguntaron a sus padres que ¿Qué les iban a traer los reyes? Y los padres les dijeron que pusiesen los zapatos en la ventana y ya lo verían. Ellos los pusieron y se fueron a cenar, no se habían quedado llenos pero estaban todos en familia. Cuando acabó la cena se fueron a dormir ilusionados por ver lo que les dejarían los reyes en los zapatos.

A la mañana siguiente se despertaron y fueron a mirar dentro de los zapatos y encontraron una arenque y un trozo de pan, ellos se pusieron felices y se la comieron. En ese momento Manolo se dio cuenta del verdadero sentido de la navidad, y de nuevo la habitación se iluminó y apareció en su casa.

Le pidió perdón a sus padres, estuvieron todos cenando en familia y pasaron unas navidades inolvidables.

FIN

EL MILAGRO DE LA NAVIDAD. La vida de los niños a veces no es tan sencilla como parece: Elena era una niña, que vivía en la Puebla de los Infantes, y por decirlo de alguna manera, no tuvo mucha suerte en la vida.

Era 20 de diciembre, y a Elena le habían dado las vacaciones de navidad.

Al salir del instituto, Elena fue a su casa como todos los días, pero esa vez era diferente, la madre no estaba en casa, estaba ingresada en el hospital por coronavirus. Elena al oír eso comenzó a llorar, no lloraba de esa manera desde que murió su padre.

Ella y su hermana Paula se quedaron solas en casa, y Elena sin saber como consolar a Paula y tampoco que hacer, tenia que dejarse de lagrimas y ponerse a trabajar.

Elena no podía dejar a su hermana sola, así que tubo que interpretar el papel de madre.

Todos los días se levantaba temprano, hacía las tareas de la casa, despertaba a su hermana pequeña y se preparaban para ir a comprar, pero solo lo necesario, tenían que administrarse bien, ya que solo tenían lo que su madre guardaba debajo del colchón. Al volver a casa Elena hacía la comida y Paula veía la televisión.

De vez en cuando, Elena ponía a leer a su hermana, para que aprendiera. Cuando Paula le cogía el tranquillo, Elena leía el Zarco, un libro que le dejo su maestra de lengua. Esa maestra para Elena era especial, no se sentía así con ninguna otra, ella no quería que la maestra saliera de su vida, siempre decía que era la mejor maestra que ha existido.

Una tarde llamaron a Elena diciéndole que su madre estaba muy grave. Ella sin pensárselo dos veces cogió su mascarilla y su chaquetón, y se fue en el autobús hasta el hospital de Sevilla. Al llegar allí no le dejaban entrar y por más que insistía y rogaba nadie hizo nada, muy apenada se fue por donde vino, sin haber visto a su madre.

Llegó a casa y Paula estaba dormida, así que aprovecho para ordenar su habitación, quería ver lo que guardaba en la parte de arriba del armario, que ni si quiera ella se acordaba, encontró unos pares de bolsos que los tenía guardados desde la cuarentena para dárselos a su maestra de lengua, y decidió que ya era hora de dárselos.

Paula despertó y pregunto por su madre llorando, Elena no sabía como consolarla, así que le pregunto si quería ir al parque, ella afirmó.

Después de estar toda la tarde jugando, las hermanas volvieron a casa, se ducharon y se fueron a dormir… A la mañana siguiente, Elena busco en el sótano el árbol de navidad que todos los años su madre les ponía.

Lo encontró junto a los adornos, y ellas se pusieron a montarlo, se lo pasaron genial. Elena preocupada por su madre, llamó al hospital y les dijeron que todo seguía igual.

Elena fue al chino del pueblo para buscar más adornos de navidad, pero no encontró, de camino a casa se dio cuenta de lo bonito que estaba su pueblo, decorado y con luces, al verlo se sintió genial.

Al llegar a casa, se pusieron el pijama y se fueron a dormir, ellas rezaron por su madre una y otra vez…

Después de unas semanas, Elena volvió a llamar, y lo que le dijeron no fue nada bueno, fue buenísimo, un milagro. Su madre se curó de coronavirus, ellas saltando de alegría, les prepararon un rico roscón de reyes, y un letrero en el que ponía ¨BIENVENIDA A CASA MAMÁ¨.

UNA NAVIDAD MUY ESPECIAL. En un pequeño pueblo de la Sierra Norte de Sevilla llamado la Puebla de los Infantes, se celebra en Navidad como en cualquier otro lugar.

Los padres y hermana de José disfrutan cada año de la Navidad, cuando se reúnen con el resto de la familia. Sin embargo, la principal preocupación de José no es compartir estas fechas con sus primos y tíos si no todos los regalos que le regalaban.

El día 24 de diciembre iban todos los nietos con su abuela a hacer galletas de jengibre con formas, y a comprar los alimentos de la cena, todos se lo pasaban súper bien. Pero cuando llegaba la hora de cenar venían los problemas, porque José es muy avaricioso y quería todos los regalos más caros. Pero no se los podían regalar todos porque había más.

Entonces él se enfadaba y se iba a su cuarto. Ya dejaba a todos preocupados porque se había enfadado, y ellos para no sentirse culpables le daban todo lo que quería.

Pero llego 2020 y había una gran pandemia en España, una tremenda crisis y enfermos por todos lados nos tuvieron que encerrar en casa, nada más se podía salir para comprar o hacer cosas urgentes.

Luego nos abrieron pero teníamos que ir con mascarillas. En la puebla de los infantes tuvimos mucha suerte porque fue el único pueblo que se salvo del todo y no entro el virus. Pero de todas maneras la economía no iba bien para nadie sobre

todo para los pequeños comercios del pueblo: Supermercados, panaderías, zapatería, bares,...

Y llego la Navidad pero era muy triste para todos porque no estaba la familia pero José se preocupaba de todos los regalos que le iban a regalar y que él quería esto y lo otro. Pero no podían regalarle tantos regalos por la crisis y el no lo entendía pero llegó el día de Papá Noel y no pudo traer los regalos, solo algunos pero a José se los trajeron todos haber si así se daba cuenta y no se cabreaba, como suponíamos José fue corriendo a abrir los regalos pero cuando se dio cuenta que estaba abriendo los regalos. Y había un gran silencio en su casa cuando siempre en Navidad había habido un montón de ruido de estar todos hablando, cantando, riéndose,... y no escuchaba eso esta Navidad ahí se dio cuenta verdaderamente de que la familia es lo más importante y no los regalos por eso hizo una gran sorpresa : la cual era quedar con toda la familia a escondidas y cuando fueron a cenar conecto la televisión al ordenador y ahí hizo una video llamada con todos disfrazados como si estuvieran todos juntos disfrutando de la vida. Hicieron karaoke, bailaron, hablaron y se divirtieron como si hubieran estado juntos o incluso mejor pero sin un contacto físico eso los hizo muy felices a todos e incluso se olvidaron de los regalos, hay todos entendieron la verdadera importancia de la familia y que es lo que más se quiere en el mundo, si tienes familia eres feliz a pesar de todo eres fuerte sin dinero, regalos o todo lo que te gustaría tener que se puede comprar pero lo único que no se compra con dinero y es lo

mejor del mundo es la familia y hay que saberla cuidar y aprovechar los dĂ­as que estĂŠs con ella.

Y ser feliz siempre "CARPE DIEM"

ÍNDICE DE LA CATEGORÍA ADULTOS (A PARTIR DE 17 AÑOS):

- Y por fin nos cayó un rayo. (Primer Premio) José Manuel Saravia Blanco ……….....….……………………………….………. 128 - La memoria. (Segundo Premio) María Isabel Prados Calderón ……….…..……...………..……………………….. 132 - La Navidad por dentro. (Tercer Premio) David Rodríguez Quintana …………....………………..………………………... 136 - Promesa incumplida.

Ramón González Reverter……………………..………………………………..… 140 - Distinta Navidad.

Mercedes Rocío Montero Serrano …..……………………..……………………... 142

Y POR FIN NOS CAYÓ UN RAYO.

Será la primera vez que me alegre de que nos caiga un rayo y espero que la última, aunque quién sabe, lo mismo lo deseo de nuevo. Pero ese rayo diría yo que nos vino como anillo al dedo, vamos que nos salvo la noche de Navidad.

Todos estábamos de los nervios, bueno más bien yo estaba de los nervios.

Llevaba muchos días preparando la cena de Navidad, había conseguido juntar a toda mi familia, era la primera vez en mucho tiempo que nos juntábamos los veinticinco a cenar después de muchos años, siempre con las mismas escusas: - Que yo con mi "cuñao" no me hablo, que me quita los faisanes.

-Yo con mi prima no quiero saber "ná", además no me gustan los roscos que hace.

Y así podría seguir hasta veinticinco quejas, bueno hasta veinticinco no, los peques nunca ponen escusas para comer dulces, algún regalillo y quedarse jugando hasta tarde.

Pero bueno después de llamar y requetellamar, mandar unos whatsapp y requetereenviar unos whatsapp, entrar en Facebook, Instagram y hacer como díez o doce Tik tok, conseguí lo que parecía imposible: por fin otra cena de Navidad que sería inolvidable, jejeje, digo, que si sería inolvidable.

Alquilé esa cochera en la calle Castillo, esa que está frente por frente de las murallas, si, allí arribota, la que tiene esa chimenea en la esquina, que cuando la enciendes y le metes un par de troncos de encina se pone tan calentita, sí esa. Luego recluté unos voluntarios, bueno "voluntarios", mis primos los del praillo que siempre están dispuestos a ayudar, bueno a "ayudar", siempre y cuando haya unas cervecillas de por medio y unas tapillas de tagarninas con habas o de venao en salsa, para eso no tienen ellos ningún problema, tienen buena boca, aunque si los invitas a las dos tapas, más a gusto te ayudan. Uy! que me despisto del tema, en fin, fuimos a comprar los manteles, las servilletas y toda clase de adornos que vimos en la tienda, incluidas esas luces con música del árbol que no paran de parpadear y cantar en bucle "jingle bells" y que las acabas apagando porque te vuelven medio loco. Uy! que me despisto otra vez.

Después de pedirle el coche al abuelo, que es el único que tiene un buen maletero, fuimos a la sierra "er Lobo" y buscamos el madroño más grande que pudimos encontrar, cogimos algo de corcho, bastante musgo para montar el portal, acabamos, no sé cómo, cogiendo bellotas, una cuantas aceitunas para rayarlas, tres níscalos y un faisán comido por los conejos, a parte de medio resfriao por la rociá que había caído.

Llegamos a la cochera con el tiempo justo, pero mereció la pena. El local quedó precioso; luego te enseño unos selfies que nos hicimos.

El tema de organizar la cena fue otra odisea; - Que si yo no compro el jamón que es muy caro.

- Que si yo soy alérgico a las gambas.

- Que si a mí no me gusta el queso.

- Que yo no quiero pestiños.

Y así hasta otras veinticinco quejas, bueno menos los peques todos querían tortilla de patatas y croquetas de las abuelas con salmorejo, tengo que decir que eso fue lo más fácil de mi gestión. Hay que ver lo bien que casan los chiquillos con la Navidad.

Nada, pues ahí estaba yo, otra vez a llamar y volver a llamar y después de dos horas de: - Dile a tu prima que yo pongo esto.

- Pués entonces yo pongo esto otro.

- Vale ponemos un fondo común y compramos entre todos el jamón y las gambas.

- Si, pero los abuelos no ponen que la pensión es muy baja.

- Por supuesto los "abus" van de gorra, faltaría más.

Por fin nos habíamos puesto de acuerdo, no me lo podía creer, hasta se me saltaron las lágrimas, pero esto no se lo digas a nadie, que te conozco.

El veinticuatro me pasé todo el día nervioso, parecía que no iba a llegar nunca la hora de la cena, pero como ya sabes todo llega, y ahí estaba yo, el primero, recibiendo a todos: - Abuela, que guapa estás, tu no abuelo. ¡Es broma!, que estás súper elegante. Espero que no se te haya olvidado la dentadura.

-Tita, qué bien te sienta ese peinado, pareces más joven.

- Prima, ¿cómo te ha ido en la Uni? Y tu hermana, ¿tarda en subir?, que me tiene que traer el pen con las fotos.

Y así hasta veinticinco cumplidos, esta vez sí, los veinticinco, hasta yo me dije delante del espejo esta noche: macho, estás que te sales.

Pero empezó a nublarse, parecía que se aproximaba tormenta, lo que no me esperaba es que fueran dos tormentas: una atmosférica y la otra dentro de la cochera.

Cuando saqué ese pedazo de pavo del horno y volví a esa pedazo de fiesta, se me partió el alma en dos. Había un silencio casi sepulcral, solo se escuchaban los ronquidos del abuelo y los truenos de la tormenta. No habían podido estar sin …

No, no habían discutido, ni había habido malos gestos, era otra cosa peor, y creo que la culpa fue mía. ¡No había, desconectado el WIFI!.

Estaban todos con la cabeza agachada mirando el teléfono, el móvil, el dichoso smartphone. Bueno, todos no, el abuelo seguía roncando y la abuela mirando a la candela con cara de aburrimiento.

Nadie se había fijado en el pedazo de arbolito de Navidad, no le habían metido mano ni a las gambas ni al jamón, ni siquiera los peques estaban liados con las croquetas, dichoso Fortnite.

Solté el pavo en el centro de la mesa y salí a ver llover cuando, de repente, la calle se iluminó de tal forma que parece que se había hecho de día y mientras se escuchaba un ruido atronador (pues claro que era atronador, si era el ruido de un trueno enorme), ¡chasss!. Y, como siempre en el pueblo, se fue la luz.

Pensé que eso era lo peor que le podía pasar a la noche, una Nochebuena a oscuras y encima todos mirando el móvil.

Pero al darme la vuelta, la luz de la chimenea iluminó la cara de mi abuela y comenzó a sonreírme. Ella se dio cuenta la primera, ¡sin luz no hay WIFI!.

Mi madre se levantó, puso el móvil en modo linterna y lo colgó entre las bolas del árbol de navidad y así hasta los veinticinco móviles restantes, bueno, menos los más peques que todavía no tienen móvil.

El abuelo con el susto del trueno se despertó, y empezó a contar historias de cuando estaba en la mili, los cuñaos empezaron a darle al jamón y a las gambas, las titas no paraban de charlar y los peques se dieron cuenta de que los objetos que había debajo del árbol, las zambombas y las panderetas, hacían ruido. Las cogieron y se pusieron a cantar. Mi primo Manu, que estaba sentado encima de un cajón de música, se puso a acompañarlos; no sé de dónde apareció una guitarra, pero la noche pasó a ser una fiesta en familia maravillosa.

Bueno, lo único malo fue que los municipales tuvieron que subir tres veces al castillo, con la que caía, a decirnos que no hiciéramos tanto ruido. Jeje, parece que los estoy viendo, empapados de arriba a abajo.

Y todo, gracias al rayo que cayó en la torre de luz, del Cerro el Santo.

LA MEMORIA

“A una poquita de agua caliente se le echa un chorreoncito de vinagre, un puñaito de sal y harina, la Carmita”.

A veces la mente nos juega una mala pasada.

Puede que lleguemos a la tienda y tengamos que volvernos porque no recordamos lo que íbamos a comprar.

O puede que estemos inmersos en una conversación y, de repente, olvidemos un nombre o una fecha importante, haciéndonos que quedemos callados y con cara de perdidos.

Pero también a veces, la mayoría de las veces, la mente nos trae recuerdos que creíamos olvidados y nos hace revivir situaciones con las que hemos reído, disfrutado o llorado.

Estábamos en casa de los abuelos. Una casa antigua, de esas que tienen el baño fuera, en el patio; de esas en las que en la cocina aun encuentras como menaje una lechera de latón con tapadera, una cuchara de madera o un cuenco de corcho para beber agua del pozo. Siempre que tenemos oportunidad vamos a esa casa, situada en la Sierra Norte de Sevilla, en un enclave excepcional, rodeada de campo, ríos, arroyos y animales que en otros lugares se creen en peligro de extinción. Esa casa donde pasé mis veranos y todas las vacaciones que podíamos tener; esa casa donde tanto hemos reído, jugado y compartido mis primos y yo... Esa casa. La casa de mis abuelos de La Puebla de los Infantes. Mi casa.

Como decía, estábamos en la casa de los abuelos. Era Navidad y, por más frío que hacía, no nevaba... En realidad, se pueden contar con los dedos de una mano las veces que recuerdo una nevada en La Puebla. Pero frío sí hace, y mucho. Por eso habíamos instalado una chimenea en el salón, habíamos techado y cerrado el patio para no helarnos al ir al baño y habíamos reformado la cocina, haciéndola más acogedora y calentita. Algunos de los elementos de ese menaje antiguo se habían quedado para decorar, y otros permanecían guardados en cajas, en el trastero, como si de un tesoro pirata se tratara (algún día elaboraremos un mapa para jugar a encontrar esa "cápsula del tiempo").

Cuando abrí un cajón de la cocina para coger un delantal y prepararme para hacer unos ricos mazapanes caseros, para picotear algo dulce estos días navideños, me extrañó encontrar bajo los trapos un papel escrito a mano. La letra parecía de mi abuela (ay, esta mente juguetona...)

Me dispuse a leer la nota y ponía: "Sopaipas".

Las "Sopaipas" son un plato típico de este pueblo y se hacen, mayormente, por Candelas: fiesta que se celebra en la proximidad de La Candelaria y que consiste en hacer hogueras por las calles, grandes hogueras, que culminan con uno o varios muñecos que hacen referencia a algo que haya pasado, bien en el mismo pueblo, bien una noticia muy sonada. Se comparten estas sopaipas, acompañadas de un chocolate

caliente, con los visitantes de nuestra candela y, además, se bailan y cantan sandingas (cancioncillas con letras picantonas que cuentan chascarrillos).

En casa de mi abuela, las sopaipas no sólo eran un plato típico de Candelas, eran una merienda, un desayuno o, incluso, una cena, fuese la fecha que fuese, hiciera frío o calor; eran meter las manos en la masa con ella, en su cocina, y ponernos de harina “hasta las cejas”; eran compartir risas mientras amasábamos y pelearnos por la que más había pujado. Mi abuela hacía unas sopaipas especiales…

La última vez que las preparamos con ella no fue en Candelas, sino, precisamente, una Navidad. Habíamos venido todos los primos al pueblo, aunque últimamente era raro que coincidiéramos. Pero ese año pasó.

La alegría con la que mi abuela paseaba por la calle, rodeada de todos sus nietos (ya mayores), no tenía pecio.

- “¡Adiós Marina! ¡Qué bien acompañada vas hoy!”

- “¡Adiós! - decía mi abuela – aquí han venido a darme una vueltecita, como estoy solilla...”

Era verdad que desde que mi abuelo falleció y ella se quedó sola, siempre que mis padres, mis tíos, o los primos podíamos, íbamos a pasar con ella aunque fuera un par de días. No quería ir a vivir con ninguno de los hijos; aquella era su casa, decía.

Así que éramos nosotros los que la visitábamos a ella. Nos agarraba del brazo y nos daba un paseo por todo el pueblo, como si de una guía turística se tratara: “¿habéis visto qué bonita está la plaza del Ayuntamiento con las luces en los naranjos? ¿y esas guirnaldas de espumillón que rodean las farolas de la Plaza de la Iglesia de nuestra Virgen de las Huertas? ¡Oh! Y mirad cuántas flores de Pascua adornan este año Las Pilas”…

Yo creo que, en realidad, nos estaba mostrando a nosotros, para que todo el pueblo la viera feliz y orgullosa.

Cuando llegamos a casa del paseo, estábamos helados de frío y a alguien se le ocurrió pronunciar las palabras “chocolate caliente”… Allá que fue mi abuela a la despensa a por harina, y se puso manos a la obra. En cuestión de media hora, poco más, estábamos con el rodillo unos, otros con la cuchara removiendo el chocolate y otros cortando las sopaipas para que la abuela las friera, al son de los villancicos que se oían en la radio local (Radio Alerce, se llamaba todavía.) ¡Cómo pujaban! Y cómo disfrutamos esa última merienda navideña con la abuela, sin saberlo...

Me senté en una silla de la cocina y leí: ”A una poquita de agua caliente se le echa un chorreón de vinagre, un puñaito de sal y harina la carmita”.

En cuántos supermercados y tiendas de barrio habré preguntado yo por esa marca de harina… “Harina La Carmita/ La Cadmita, o algo así” preguntaba yo a los tenderos.

- “lo siento, esa marca no me suena”.

Pregunté en los supermercados del pueblo, en la panadería de Angulo y en la de Estévez, en la pastelería del llanillo,… No quedó tienda de alimentación a la que no pregunté. Y nada.

Hasta que un día, hablando con una amiga de mi abuela, se me ocurrió sacar el tema. ¡Cómo se reía!

- “Ja, ja, ja… La que admita, cariño,… ¡harina la que admita! La que quepa en el agua que hayas calentado para que se haga la bola sin que se te pegue a las manos”.

Mi marido entró en la cocina y al verme reír, sentada en una silla con un papel en la mano, hizo una foto con el móvil, una foto rápida de esas en las que quieres inmortalizar el momento porque es algo que te gusta mucho y quieres tenerlo para siempre.

Cunado me la enseñó, quedé maravillada porque trasmitía mucha felicidad y ternura. Y, al ampliarla en el ordenador, vimos a una mujer que estaba con el delantal puesto y un rodillo en la mano, amasando masa de sopaipas para sus nietos, todos (seguro) “llenos de harina hasta las cejas”.

FIN

PROMESA INCUMPLIDA Faltaba poco para la Navidad y Julia, una adolescente risueña y laboriosa, siguiendo su rutina, volvió a pasar por delante de la zapatería. Llevaba casi un mes visitando casi a diario aquel escaparate, justo desde que pusieron en él esos zapatos rojos que tanto le gustaban. Su padre había fallecido hacía cerca de medio año en accidente de tráfico y ni su madre ni ella lo habían superado.

Con él se entendía de maravilla y solían charlar con franqueza, por lo que no es de extrañar que le confesara cómo le gustaría tener unos zapatos rojos con un poquito de tacón para su decimotercer cumpleaños. Por desgracia su padre murió sin poder comprárselos. Lógicamente Julia no quería angustiar a su madre con caprichos banales y, pese a que le encantaban aquellos zapatos, no se atrevía a comentarle nada acerca de que su difunto padre, todavía en vida, le había prometido unos similares.

Abrumada por el dolor, aquel año a su madre no le apetecía celebrar las fiestas de Navidad, porque eran fechas para pasarlas en familia y echaría de menos a su marido. Haciendo de tripas corazón, Julia intentaba comprenderlo, pero le resultaba harto difícil ya que ella adoraba la Navidad.

Como de costumbre, los abuelos maternos llegaron por Nochebuena y se quedarían hasta después de Reyes, pues vivían en otra provincia y solo se reunían en contadas ocasiones. Pasó la Nochebuena sin pena ni gloria, llegó Navidad y luego Año Nuevo. En la víspera de Reyes fueron a ver la cabalgata.

Las calles, plazas y avenidas estaban alumbradas y decoradas con profusión. A los críos se les iluminaba la cara de felicidad al ver pasar los Reyes Magos de Oriente. Julia se acordó de lo dichosa que era antaño, cuando su padre la aupaba sobre sus hombros para que no se perdiera detalle del desfile y en los nervios que la atenazaban aquella noche. Lástima, dedujo, que dicha ilusión se desvanezca con el paso de los años. No pudo evitar que sus ojos derramasen un torrente de lágrimas pensando en su padre y en lo mucho que lo encontraba en falta.

Un rato después de acostarse, Julia oyó ruidos, bajó con cautela al piso inferior y vio a su abuela colocando unos regalos junto al árbol de Navidad.

-¿Qué haces levantada? –indagó la venerable anciana con un ápice de consternación.

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-Oí un ruido y pensé…

-¿Que eran los Reyes Magos? Pues siento desilusionarte, señorita. Solo soy yo. Anda vete a la cama y duérmete otra vez –alegó con dulzura.

Julia dio un beso a su abuela y volvió a su cuarto más tranquila. Por la mañana se despertó de un salto y, al escuchar voces en la cocina, bajó por las escaleras como una exhalación.

-¡Buenos días, dormilona! –manifestó su madre con una sonrisa-. Nos tenías en vilo. ¿Abrimos ya los regalos?

-Claro –asintió la niña con la ilusión pintada en el rostro.

Se reunieron alrededor del abeto navideño y Julia se encargó de repartir los obsequios.

-Éste es para el abuelo, éste para mamá…

Y así sucesivamente, fueron cogiendo y abriendo los regalos hasta que solo quedó uno que nadie reconocía.

-¿Este regalo es para ti, abuela? –preguntó la chiquilla intrigada.

-No, cielo.

-¿Y para ti, mamá? –insistió Julia.

-Me parece que no, cariño.

Era una caja rectangular, envuelta en papel de celofán y un gran lazo.

Para más inri, no traía nombre alguno.

Picada por la curiosidad, Julia la cogió con delicadeza. Los abuelos y su madre se miraron desconcertados, porque ignoraban de dónde había salido ese regalo sorpresa. La chica lo desenvolvió con cuidado y al abrirlo descubrió unos magníficos zapatos rojos, justo los que ella deseaba. Se puso a dar saltos de alegría, abrazó a sus parientes y fascinada se los probó contoneándose por el salón con la gracia de una modelo de pasarela.

-¿De veras no habéis sido vosotros? –susurró la madre perpleja.

Los abuelos se encogieron de hombros y fruncieron el ceño en un gesto de incredulidad antes de balbucear: -Desde luego que no. Ni siquiera sabíamos que quería unos zapatos.

La madre cogió la caja del suelo, la zarandeó y miró en su interior. En el fondo había una nota. Se apresuró a desdoblarla con objeto de leerla: “Una promesa siempre hay que cumplirla aunque sea desde el Más Allá.

Mi pequeña se merecía su regalo. ¡Feliz Navidad!”

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