Un mar a rayas, María Lucía Guzmán Fonnegra, 2020

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Susana Barragués Sáinz





Un mar a rayas


Un mar a rayas

© Susana Barragués Sáinz , 2010 texto © María Lucía Guzmán Fonnegra, 2020 ilustraciones © Editorial Fontnegra Estudio, 2020 Primera edición ilustrada, noviembre, 2020 ISBN 978-847-871-942-6 Editorial Fontnegra Estudio, 2020 Calle 83A #21-24, Bogotá Impreso por InColors SAS Cra. 3 #22-24, Bogotá Impreso en Colombia Queda prohibido bajo las sanciones establecidas por las leyes escanear, reproducir total o parcialmente esta obra por cualquier medio o procedimiento así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público sin previa autorización.


Susana Barragués Sáinz

Un mar a rayas Ilustrado por: María Lucía Guzmán Fonnegra

Editorial Fontnegra Estudio Bogotá D.C.



Caterina vivía en una casa pintada a rayas sobre la punta de una isla. Vivía con su padre, que había construido la casa en lo más alto para poder tener bonitas vistas. Para que la casa no se cayera ni a un lado ni a otro de la isla, su papá había puesto un volcán rojo en la cocina.

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También tenía un caballo verde para que comiera la hierba que crecía en el salón. Caterina tenía que preocuparse a todas horas de que el caballo no se comiera los lapiceros ni los libros. Al caballo le gustaba sentarse en el televisor.

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La isla de Caterina tenía un ascensor que solo subía para arriba. No se acordaba desde cuándo vivía allí, lo mismo que no se acordaba de qué jersey se había puesto el día anterior. Su madre había ido a vivir a un barco a la playa de la isla, para tener bonitas vistas.

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- Es que estamos separados- le había explicado su papá, que utilizaba el volcán de la isla para freír huevos. Pero Caterina no entendía qué significaba “separados”. Y un buen día, pensando en aquella difícil palabra se dio cuenta que había perdido un calcetín.

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- ¿Dónde habré puesto el calcetín de rayas? -pensó preocupada, comprobando que llevaba puestos dos calcetines diferentes. -¡Yo no me lo he comido! – dijo el caballo, que estaba tumbado sobre la tele tomando el sol. Caterina sabía que el caballo decía la verdad, porque los caballos no comen calcetines, a no ser que sean de azúcar. Y decidió bajar hasta la playa a preguntar a su mamá.

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Mientras estaba esperando para cruzar la calle, el hombrecito rojo del semáforo le dijo: - ¿A dónde vas? - A buscar el calcetín que he perdido. No quiero que mis calcetines estén separados. - Mira – respondió el hombrecito verde del semáforo – no debes preocuparte. Nosotros estamos separados desde siempre, y no pasa nada. Unas veces uno se pone rojo, y otras veces el otro se pone verde. La gente nos lo agradece mucho. Caterina se rio mucho con aquellos hombrecitos y les prometió cambiarles las bombillas cuando volviera la próxima vez.

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Al pasar por la mitad de la isla, donde siempre había puestos de zumos y batidos, encontró a un cartero con camiseta de rayas que escribía cartas. - ¿A quién estás escribiendo? – preguntó. - A mi mejor amigo. Le escribo cartas larguísimas. - ¿Y por qué no vas a dárselas tú mismo y así estás con él? - ¡Oh, no! Yo prefiero que estemos separados. Si no, no podría recibir cartas. A mí me encanta recibir cartas, ¿sabías? Es lo que más me gusta en este mundo. A Caterina le divirtió aquel cartero a rayas, y le prometió escribirle una carta desde el barco de su madre en la playa.

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En la parte de la isla que había hierba alta. Vio a una vaca con calcetines rojos que lloraba amargamente, sentada sobre sus patas traseras. - ¿Qué te pasa? - le preguntó, preocupadísima. - ¡No puedo caminar! ¡No puedo caminar a ninguna parte! - ¿Por qué? – le dijo - ¿te has perdido? - ¡No! Se me ha olvidado cómo se hace para dar un paso…

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Caterina estaba sorprendida. La vaca se puso de pie para probar suerte, pero, cuando intentaba dar un paso, movía las cuatro patas a la vez y terminaba cayendo hacia un lado, aplastando las grandes hierbas a su alrededor. - ¿Lo ves? – le dijo, llorando de nuevo – No puedo dar ni un solo paso, ¡qué desgraciada soy! - Para dar un paso, tienes que poner primero un pie y luego el otro – le explicó Caterina – No puedes mover las cuatro a la vez. Cada pie tiene que ir por un lado.

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Caterina enseñó a la vaca a mover las patas una a una, y la vaca, por fin, pudo dar un paso. - ¡Oh! ¡Gracias! Ahora sí que puedo – dijo, dando un salto de la emoción con las cuatro patas a la vez. Caterina se despidió de su nueva amiga y le prometió comprarle nuevos calcetines. Y se fue contenta, porque había dado cuenta de lo necesario que era tener las piernas separadas para dar pasos, y para no tener que caminar siempre dando saltos.

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Estaba a punto de cruzar un paso de cebra cuando, sin querer, estornudó y toda la harina blanca de las rayas blancas del paso de cebra salieron volando. - ¡Eh! – gritaron las rayas negras, que ya no eran rayas, sino un gran punto negro - ¿Qué haces? - Lo siento – dijo Caterina – no he podido aguantarme. Ahora estáis todas las rayas juntas por un lado, y las rayas blancas juntas por otro lado. - ¡Eso es terrible! – dijeron enfadadísimas – Las rayas del mismo color no podemos estar juntas, porque entonces ya no somos rayas. Tenemos que estar separados, Si no, la gente no podría ver el paso de cebra. Caterina se dio cuenta que era verdad, ya no veía el paso de la cebra. Prometió regresar con harina blanca para volver a hacer las rayas blancas en cuanto pudiera.

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Finalmente llegó a la playa. Su mamá estaba muy ocupa haciendo pastel de melokotón con k. Caterina descubrió que le gustaba más escribir Katerina con K. - Mamá, he perdido mi calcetín de rayas. - ¡Oh! Es verdad, Akí esta el otro. Pero, ¿por ké no lo dejas akí? Así pensaré en ti kuando no estés. - Pero, ¿tú no crees que los calcetines quieran estar juntos? - No creo. ¿O no te has dado kuenta ke los calcetines se pierden constantemente? Se aburren de estar siempre emparejados. Es más divertido llevar un kalcetín de kada color. Caterina se rio mucho al ver cómo su madre hablaba con la k. Su madre era divertidísima. Le gustaba hacer cosas siempre diferentes, por ejemplo, se bañaba en el mar con pijama.

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Desde el barco, vieron a papá en lo alto de la isla, pintando las rayas de la casa, y le saludaron alegremente. Caterina recordó lo que había aprendido en aquel viaje: no todas las cosas quieren estar juntas, a veces es necesario que estén separadas. Y mientras comían pastel, mirando la puesta de sol, se dieron cuenta que el mar tenía rayas azules y naranjas.

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Apostamos por redefinir el concepto de familia como aquello que constituye “nuestro lugar en el mundo”. Allí donde siempre queremos y podemos regresar, porque se nos recibe con los brazos abiertos, donde quienes pertenecemos a ella nos queremos y nos lo expresamos y donde la diversidad es un valor positivo, porque nos enriquece. Queremos trasmitir a las generaciones futuras, que lo que define una auténtica familia es el amor que nos tenemos quienes la construimos, independientemente del número de personas que la integramos, del sexo al que pertenecemos, de nuestra raza, del tipo de pareja que formamos, o de si somos hijos biológicos o nos han adoptado.


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