Marginalees Edición N°9

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~ 21 ~ En ese instante comprendí. Y aunque no puedo hablar por él, con solo mirarlo noté que sentíamos de igual modo. No era necesario nada más. Terminamos la comida en silencio; luego cada uno guardó sus pertenencias en su morral y partimos siguiendo direcciones opuestas sin siquiera despedirnos porque, en verdad, no hacía falta. Continué caminando, noche tras noche, sin perder de vista mi cada vez más cercano destino. Atravesé los campos de sembradíos y, luego, comencé a subir la empinada cuesta de aquella otra montaña por un camino que si bien veía por primera vez, lo conocía como si lo hubiera recorrido a lo largo de toda mi infancia. Cada piedra, cada pozo, cada hierba, se encontraba allí mismo. Ante las puertas del pueblo, donde la montaña se encrespa hacia las alturas, quien no era mi padre pero se le parecía, junto con quien tampoco era el padre de mi padre pero lucía igual a él y acompañado por quien nunca sería el padre del padre de mi padre a pesar de que las apariencias dijeran otra cosa, me esperaban para darme la bienvenida de regreso al pueblo. Me señalaron una de las tantas casas de paredes blancas que se arracimaban contra la montaña, me entregaron un pico, una azada, una pala, y una bolsa llena de semillas para comenzar mis propios cultivos y se alejaron sin necesidad de explicar nada. Aquella noche se celebró una fiesta por mi regreso idéntica a la que recordaba haber visto cada vez que alguno de los hombres regresaba. Durante la celebración se formalizó la unión con quien sería la madre del hijo al que no le hablaría hasta que llegara el final de su infancia. Ella, que me conocía desde mi propia infancia, tanto como yo la conocía a ella, comenzó a repetir, al igual que quien no era mi madre pero se le parecía, junto con quien tampoco era la madre de mi madre pero lucía igual a ella y acompañada por quien nunca sería la madre de la madre de mi madre a pesar de que las apariencias dijeran otra cosa, que solamente mi cuerpo había regresado tras mi partida a recorrer el mundo. Durante años repitió que me parecía a quien se había ido, lucía como quien había partido, hablaba como quien había se marchado, incluso olía como quien había salido, pero no era él; al menos no del todo. Por mi parte, continuando las ancestrales tradiciones de mi pueblo, nada decía.


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