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I Status Quo

I

Status Quo

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La joven esposa de Barba Azul cayó fácilmente en el cuento de la obediencia hacia el esposo y esta nunca se hubiera dado cuenta que dormía con un asesino, hasta que sus hermanas, la motivaron a descubrir qué escondía él detrás de la puerta con llave. Según la Doctora Clarissa Pinolka Estés analista junguiana y de post-trauma, escritora de La Mujeres que Corren con Lobos, son “las enseñanzas iniciales a ser amables las que inducen a las mujeres pasar por alto sus intuiciones, se les enseña deliberadamente a someterse al depredador” (Estés, 1992). Desde pequeña se nos enseña a no ser “atrevidas” ante lo que cause curiosidad o duda, a seguir la voz de mando en silencio, aún cuando tengamos miedo, y poco a poco vamos escuchando a los otros con propiedad sobre nuestro cuerpo, perdiendo de esta manera la conexión con el juicio interior. Son muy pocas las abuelas o madres que dan la oportunidad a las niñas de ser preguntonas, observadoras, a desarrollar un pensamiento crítico o decir no cuando no se quiere complacer a otro. Nosotras “tenemos que reconstruir nuestra perspicacia y cautela. Tenemos que aprender a virar” (Estés,1992, pág. 231).

Luego, de adolescentes las mujeres seguimos siendo jóvenes que escuchamos voces ajenas para encajar en una sociedad que impone estereotipos de cuerpos alienados y mentes dominadas por un sistema. Crecemos creyendo que nuestro cuerpo se debe de esconder para ciertas ocasiones y poder agradar, o por lo contrario, debe de ser provocador para el deseo del hombre y causar envidia entre las mujeres. La soberanía amable e intuitiva del cuerpo femenino no está presente como una posibilidad, porque no se enseña a escuchar al instinto, sino más bien se nos instruye desde muy pequeñas a obedecer y ser sumisas, se instauran los atropellos del patriarcado que discriminan los cuerpos.

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En el patriarcado las normas se basan en una doble moral para obtener control y poder, es un sistema político, social y económico donde los hombres tienen privilegios que las mujeres no pueden alcanzar por ser consideras el sexo débil, impidiendo así su constitución como sujeto político. Las niñas pasan primero por la autoridad de un padre, más tarde su sucesión es desempeñada por el marido; con legitimación en el matrimonio y este asume la posición de jefe de familia. Adicionalmente las estructuras económicas y religiosas a las que una pueda estar sometida, repiten estas jerarquías de superioridad y vigilancia sobre el cuerpo de la mujer sin causar conflicto social, este sistema es una construcción histórica donde los hombres establecen ventajas sobre las mujeres.

La familia es una de las instituciones básicas de este orden social, es desde aquí donde se aprenden las normas, e irónicamente como en el enigma de que si es el huevo nace de la gallina o si es la gallina quien pone al huevo, así se sostienen las costumbres machistas entre la calle y la casa. El patriarcado se establece en instituciones públicas y privadas y oprime a las mujeres de forma individual como colectiva. Por ejemplo, en las familias tradicionales latinoamericanas hablar sobre la sexulidad de una mujer está muy mal visto, es humillante y debe mantenerse reprimida para evitar perjudicar a todo el clan frente a la sociedad. Mientras que a los varones, se les alienta a ser machos como un símbolo de dignidad y valor dentro de su colectivo.

En el cuerpo, enfrentarse a estas normas con conciencia de liberación es una tensión que electriza cada pelo, como una recarga que enciende el pecho y garganta, dando voltajes de furia contra todo porque uno pasa tanto tiempo en silencio, permitiendo barrabasadas con la vida de una, destruyéndose hasta convertirse en una persona tóxica. Podemos ser réplica del papá abusivo o de la madre violentada que se escondió entre los manteles de su cocina con pocillos de tinto y azúcar para disimular la opresión. Estas normas pasan debajo de nuestras comidas afectando todas las relaciones, son ataduras que se ocultan para hacer las pláticas amenas y ser amables, así continúa la maldita educación de agradar socialmente y encubrir el abuso. Son pocas las que se levantan de la mesa y gritan a toda voz lo que no quieren para su vida y cambian su historia, por ella y por las demás.

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Para instaurar este sistema no es necesaria la presencia de un hombre, lamentablemente las mujeres también hacemos parte del proyecto de la reproducción de las reglas del patriarcado. Bajo el poder sexista en la sociedad contemporánea, en general las mujeres creen que tienen que ser bien portadas, calladitas, bonitas, compasivas, amables, juiciosas, pasivas, no provocadoras, no discuten, ni generan conflictos …. pero eso no es cierto. Esta necedad de no ser una molestia y si productivas de forma ordenada para el sistema está tan instaurada en el imaginario colectivo cualquier defecto es señalado de indisciplina o de falta de modos de género.

No comparto el delirio del romanticismo latinoamericano donde las mujeres somos siempre víctimas, donde la sociedad nos limita y utiliza a su provecho. Por ejemplo, cuando el uso de las mujeres se vuelven insignias de un estatus social, para mantener apariencias y privilegios para los hombres con chicas dóciles, que comparten los valores establecidos por la clase dominante. La barranquillera Marvel Moreno describe muy bien en sus cuentos como en la cultura Colombiana, muy similar a la de mi país, se mantiene muchísimos años después de la descolonización, el secreto y sigilo entre las familias para mostrarse dignas y pulcras en mantener el poder sobre la tierra y cuerpos. No creo en la aristocracia criolla como el ejemplo a seguir para obtener bendiciones de la vida.

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