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Cuando
cruzó la esquina ya había olvidado la
mayoría de sus problemas. Un hombre con cara de tortuga le hizo plantearse que los respetables ciudadanos que van por la calle y entran a los cafés, las cantinas, los hoteles, no son sino animales en alto estado evolutivo. De tal manera que cada hombre y mujer es en verdad un animal. Una señora que cruzaba la avenida con 2
sus bolsas del supermercado se le figuró a una marmota silvestre. Entrando al metro, le pareció ver cuatro roedores, dos garzas, un potro, cinco chinches, un puma, nueve mandriles y una hormiga. Realizó sus diligencias cotidianas con muy buen humor. La cajera del banco era una indiscutible urraca y el vendedor ambulante un tlacuache vitaminado. La viejita vendedora de billetes de lotería se le figuró un híbrido entre iguana y musaraña.
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Una vez finalizada su jornada se dirigió de vuelta a su casa viendo por todas partes el animal interno de cada ciudadano que se topó. Durante un momento tuvo la sensación de que él mismo podía ser una hiena y lanzó una desagradable carcajada. Cuando cruzó la esquina regresaron a su mente la mayoría de sus problemas. Abrió el pesado zaguán y lanzó una mirada furtiva a la cámara de circuito cerrado. Su casa era un lugar agradable, con todas las bondades que ofrecen las compras en abonos. Acomodó su abrigo en el perchero y entró al 4
baño. Leyó una revista del corazón mientras hacía sus necesidades. Cuando se lavaba las manos entró en
contacto con sus ojos en el espejo.
Donde antes estaba su boca ahora había un hocico de puerco del cual salían dos colmillos amarillos, su piel estaba cubierta de apestosos y gruesos pelos negros, soltó unos gruñidos extraños que se le formaban en la garganta en vez de palabras. Milenaria Cholula 2008
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