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El mito de la Capacidad de Carga para Turismo

En su artículo Robles de Benito hace una mofa disimulada del reclamo justo de las comunidades, como si dicho reclamo fuera por defecto de ignorancia o candidez; ejemplifica perfectamente el tipo de pensamiento colonialista, parte complejo de superioridad, parte condescendencia; que es precisamente parte de los esquemas del ambientalismo neoliberal impulsado por décadas por la tríada, que han manejado ante la opinión pública que los pobladores locales son como los “indios” de la época de la colonia, que necesitan ser educados, orientados, protegidos de ellos mismos, curados de su “ignorancia”, necesitados de ser salvados por ellos, los comenderos ambientales modernos, dueños únicos de la verdad absoluta.

Según esta percepción, "el resto de la sociedad" (las comunidades, los no científicos occidentales) se les considera como un conjunto de actores influenciables, sin capacidad ni legitimidad para evaluar la naturaleza o la severidad de los problemas ambientales o para hacer algo al respecto, de manera efectiva y organizada; y mucho menos para resolverlos. Una postura que sirve de referencia para que las comunidades y actores locales puedan identificar a miembros de la tríada que se acercan con discursos de urgencia, especies amenazadas, señalando criminales y prometiendo la salvación con sus instrumentos.

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Capacidad de carga recreativa, capacidad de carga ecológica, capacidad de carga turística, o solo capacidad de carga. De acuerdo a Sayre (2008) en su Génesis, historia, y límites de la capacidad de carga, este concepto puede entenderse en cuatro definiciones distintas:

1) Como un atributo mecánico o de ingeniería de objetos o sistemas manufacturados, que data alrededor de 1840, en el contexto del transporte marítimo internacional que, hasta cierto punto, puede medirse en valores y números fijos de manera relativamente objetiva; es decir, ¿Cuánta carga soporta un barco? Por ejemplo.

2) Como un atributo de los organismos vivos y los sistemas naturales, datando de la década de 1870 y más plenamente desarrollado en la gestión de ganado y la caza a principios del siglo XX, que dio o rigen al concepto utilizado para actividades recreativas en los parques nacionales de Estados Unidos y que permeó a otros países; como ejemplo ¿Cuántas vacas puede alimentar una hectárea de pastizal?

3) Como K, el límite natural del aumento de la población en los organismos, utilizado por los biólogos de poblaciones desde mediados del siglo XX, utilizado para ejemplificar un sistema donde el número de individuos es lo suficientemente grande para presionar los recursos naturales existentes y a medida que la población crece, en una relación lineal directa, estos recursos empiezan a agotarse, lo que desacelera la tasa de crecimiento. Como ejemplo ¿Cuánto va a crecer una población de bacterias hasta que se les acabe el espacio o el alimento y comience a ya no crecer o a “decrecer”? El límite máximo donde eso sucede se conoce como K.

4) Como el número de seres humanos que la tierra puede soportar, empleado por neo-Malthusianos, también desde mediados de siglo pasado. Una teoría que es más bien un mito donde se dice que el planeta solo tiene capacidad para sostener a un número límite de seres humanos.

Para entender cómo el concepto de Capacidad de Carga (CC) terminó utilizándose para contar con un número prácticamente mágico de turistas que pueden visitar un parque nacional o área natural protegida o de embarcaciones en un cuerpo de agua, con objetivo de uso recreacional, hay que repasar un poco de historia. Dejando de lado el primer concepto, por razones obvias, se dio una mezcolanza oportunista para combinar las tres definiciones restantes para completar el discurso de la capacidad de carga que tan alegremente maneja la tríada. Además del concepto en ingeniería, que fue el más utilizado desde la antigüedad, el concepto de capacidad de carga poblacional o ambiental se desarrolló inicialmente por los manejadores de ganado y de fauna silvestre en los Estados Unidos alrededor de la década de 1880. Esta metodología fue creada para tratar de determinar los límites del ecosistema vegetal donde podía desarrollarse y sobrevivir una población animal de herbívoros, dadas las condiciones de rancheo. Esta modalidad de capacidad de carga proviene de la idea de que un organismo sólo puede existir dentro de un

rango limitado de condiciones físicas. En el caso de herbívoros, las plantas y los animales requieren una cantidad mínima de energía y nutrientes, y sólo podían soportar ciertas concentraciones de productos químicos. La disponibilidad de condiciones de vida adecuadas determinaba, según varios autores, el número de organismos que podían existir en un medio ambiente.

Al principio de esta etapa de la evolución de la capacidad de carga para ganadería y rancheo silvestre, se pensó que era una cuestión sencilla de calcular, pero el modelo comenzó a complicarse a medida que se fue comprendiendo que existían muchos otros factores que intervenían en la capacidad de sostener una población de animales en un área determinada. Factores que estaban relacionados directamente con la especie o las especies manejadas, las condiciones biofísicas, los requerimientos nutricionales acorde a edad o género de los especímenes, tipo de cercado, disponibilidad de otros recursos como el agua, o nutrientes diferentes al pasto o las especies vegetales encontradas en el sitio, condiciones climáticas, competencia intra o interespecífica, entre otras. Llegando a un punto donde, como describieron, era prácticamente imposible determinar una sola capacidad de carga para un sitio (aun hablando de potreros y ganado), dado que el desarrollo de una población estaba sujeto a condiciones ambientales diversas, que podían ser causadas por los propios especímenes, por factores externos o por factores o fenómenos ambientales que no dependían directamente de la interacción recurso –población. Algunos investigadores concluyeron que la capacidad de carga solo podía calcularse para sistemas deterministas y ligeramente variables, y únicamente para los casos en que el comportamiento y las relaciones ecológicas de la especie cambiaran lentamente en la escala de tiempo humana, y no era para nada recomendable utilizarla para sistemas estocásticos, aquellos donde hay muchas variaciones del sistema ambiental (la mayoría de los sistemas ambientales son de este tipo), y debido a la naturaleza no lineal de muchas relaciones causa efecto y la falta de conocimiento (datos, información, entendimiento, experiencia), todo lo cual introducía una gran cantidad de incertidumbre en los cálculos. Esta severa limitante en el carácter predictivo le ha valido a la capacidad de carga críticas muy severas en las tres últimas décadas; Price (1999) expone no solo las fallas de tratar de llevar un modelo de crecimiento poblacional

de laboratorio al campo, y de la forma perniciosa en que los científicos han obviado o tomado por hecho suposiciones, forzando sus resultados para probar este modelo de manera tendenciosa, para llegar a exponer “…Llegamos a la conclusión de que el concepto de capacidad de carga es gravemente defectuoso. De hecho, puede que no sea más que una creencia autovalidante…”.

Otros autores plantearon argumentos adicionales cuestionando la utilidad práctica de la capacidad de carga y sus fundamentos científicos, planteando interrogantes sobre la validez para gestionar no solo el manejo de herbívoros desde esta perspectiva, pero más allá, los usos que se le dio posteriormente para actividades económicas donde interactúan actividades y poblaciones humanas en sitios naturales. Como muchos conceptos y modelos de manejo y conservación que utilizamos hoy día, la capacidad de carga vino importada, en este caso de los parques nacionales de los Estados Unidos. El hecho de que el origen del uso del concepto de capacidad de carga para sostener poblaciones animales en áreas bien delimitadas se haya comenzado a utilizar en las áreas protegidas y parques en los Estados Unidos hace casi 100 años debería ser suficiente para darnos una idea de lo inaplicable del modelo, en nuestro contexto.

Cuando se habla del establecimiento de la primera área natural protegida "moderna" estadounidense en 1872, el Parque Nacional Yellowstone, y en 1890 del Parque Nacional Yosemite, se tiende a obviar el dato de que el gobierno de los Estados Unidos expulsó violentamente a los nativos americanos que vivían y dependían de los recursos naturales en esas áreas (Burnham, 2000) Poirier & Ostrgren (2002), citan:

“…Estas acciones fueron influenciadas tanto por las vistas de los parques como "áreas silvestres" prístinas, desprovistas de ocupación y uso humano. Y por los intereses de poderosos grupos de presión como la industria ferroviaria, que quería desarrollar parques para el turismo; los pueblos originarios eran vistos como incompatibles con ambos intereses…” El modelo estadounidense de parques se creó con la expropiación, rayando en despojo, de las tierras y territorios de los pueblos indígenas y las comunidades locales donde se reclamaron tierras, especialmente tierras comunes, para el Estado, sin siquiera considerar los derechos históricos, legales preexistentes de propiedad y uso bajo la tenencia histórica

tradicional, y con compra de propiedades privadas a través del Fondo de Conservación de Tierra y Agua (Land and Water Conservation Fund). A la fecha 84 millones de acres (aproximadamente 34 millones de hectáreas) son propiedad del Estado y solo un poco menos de dos millones de acres (809,371 hectáreas) continúan bajo propiedad privada (no comunal). Es decir, el sistema de áreas naturales protegidas de los Estados Unidos está integrada en un 97.6% de propiedades federales y 2.3% por propiedades privadas en forma de “inholdings” (propiedades privadas dentro de parques nacionales) que esperan ser adquiridas por el Land and Conservation Fund. No hay propiedades comunales. Es un sistema muy complejo que incluye: 63 Parques nacionales, 129 monumentos nacionales (administrados por el SPN y otras agencias), 19 Reservas nacionales (más parecidas a nuestras reservas), 61 parques nacionales históricos, 87 sitios históricos nacionales (76 manejados por el SPN y 11 son áreas afiliadas), 2 sitios históricos nacionales autorizados (aún pendientes de compra de la propiedad), 1 sitio histórico internacional, 4 parques nacionales de Campos de Batalla, 11 parques militares nacionales, 21 Campos de batalla nacionales, 34 memoriales nacionales, 25 áreas nacionales recreativas, 10 costas nacionales, 4 costas lacustres nacionales, 15 ríos nacionales y ríos silvestres y escénicos, 3 Reservas nacionales mixtas, 10 Caminos nacionales, 23 senderos nacionales, 15 cementerios nacionales, 55 Áreas patrimoniales nacionales y 16 unidades del Servicio de Parques Nacionales. El manejo se da bajo la supervisión del Servicio de Parques Nacionales, y otras instancias del gobierno, pero el manejo local de servicios de la mayoría se da en forma de concesiones. Actualmente hay más de 500 concesiones (tipo franquicia) para manejar los servicios a visitantes en los parques nacionales y cobrar cuotas de acceso, coordinado por la división de Servicios Comerciales de Cobro, del Servicio de Parques Nacionales. El ingreso bruto es de un billón de dólares. Los concesionarios emplean más de 25,000 empleados en temporadas altas. Aunque el registro es de más de 575 contratos, solo 60 contratos generan más del 85%de los ingresos (850 millones de dólares). La franquicia es del 5% de los contratos. El sistema recibe más de 292 millones de visitantes recreacionales que gastan 15.7 billones en las comunidades de entrada (Gateway communities) localizadas a un promedio de 60 millas (96.5 km) de los parques (Josephson,

2021). No hay comunidades dentro de los parques o a menos de 96.5 kilómetros de distancia.

El Acta orgánica que dio origen al Servicio de Parques Nacionales instaura el objetivo de su creación, que expresa: "el Servicio así establecido promoverá y regulará el uso de las áreas federales conocidas como parques nacionales, monumentos y reservas... por los medios y medidas que se ajusten a la finalidad fundamental de dichos parques, monumentos y reservas, cuya finalidad es conservar el paisaje y los objetos naturales e históricos y la vida silvestre en ellos y prever el disfrute de los mismos de tal manera y por los medios que los dejen intactos para el disfrute de las generaciones futuras."(NPS, 2018). Era lógico que buscaran un modelo para determinar el número máximo de personas haciendo uso de las áreas, si era uno de sus objetivos el servir como áreas “de disfrute”. En este sentido, entre 2008 y 2019 el sistema de parques de los Estados Unidos recibió 3,584.7 millones de visitantes, a un promedio de 298.725 millones de visitantes anuales (Statista, 2021). Otra estadística estima que desde 1904 y hasta 2020, el sistema de parques de los Estados Unidos ha recibido 14’891,410,480 de visitantes (casi quince mil millones de visitantes en 116 años) (NPS, 2021) la mayoría turismo local o doméstico.

Para cuando el modelo estadounidense de parques permeó al resto del mundo, alrededor de la década de los 50s – con el boom de las visitas locales a parques dentro del mismo territorio norteamericano, la superposición de esos modelos de protección de sitios que tenían entre sus objetivos el uso recreacional, en territorios federales, entró en conflicto con la realidad de otros países, como por ejemplo los países tropicales en vías de desarrollo, cuyos bosques, selvas, humedales y otros ecosistemas eran parte de la propiedad comunal social y en ellos coexistían poblaciones indígenas y otros grupos tradicionales, que desarrollaron formas de apropiación comunal de los espacios y recursos naturales para su subsistencia. Estas comunidades indígenas y rurales tenían una relación cercana con las especies y los espacios, integrándolos como parte de su patrimonio cultural, su historia y el uso tradicional de los mismos, para los que también habían desarrollado modelos de protección y conservación e incluso mejora de la biodiversidad en sus territorios, por generaciones. Las cultural locales habían venido realizando un manejo respetuoso e integral que permitió la persistencia de espacios, ecosistemas y cuerpos de agua que, a los ojos de terceros que llegaban recién a los sitios, parecían

haber permanecido intocados o vírgenes desde siempre. Esta idea equivocada y simplista de que los territorios indígenas o rurales manejados por generaciones eran espacios “intocados”, motivó, sin conocimiento previo, a grupos promotores ajenos a las comunidades, principalmente académicos y ONGA, a proponer esquemas restrictivos para mantener estas “áreas silvestres” “prístinas” para volverlas áreas naturales protegidas como si fueran bienes públicos, con su visión parcial del neomito de la “naturaleza salvaje intocada” (Diegues, 2000) sin tomar en cuenta que estos espacios históricamente comunitarios habían permanecido así por su relación cercana y la identidad creada con las poblaciones locales. Es decir, porque los locales las habían conservado. Si ahora hacemos una comparación, una instancia equivalente al Servicio de Parques de los Estados Unidos en México sería una combinación de Comisión de Áreas Naturales Protegidas (CONANP), el Instituto de Antropología e Historia (INAH), la Secretaria de Turismo (SECTUR), la Secretaria de Comercio, la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (PROFEPA) y el Instituto de Administración y Avalúos de Bienes Nacionales (INDABIN) con enfoque recreativo, de conservación y vigilancia, en áreas despobladas de propiedad federal y unas cuantas áreas privadas. En contraste a cómo ha funcionado el modelo adaptado de los Estados Unidos, en México, para 2013 el sistema de ANP contaba con 25,394,779 hectáreas (CONANP, 2014), y siguió acumulando hectáreas, pues en 7 años dio un enorme salto, y para 2021, contaba con 90,830,963 hectáreas reportadas por la CONANP bajo su administración (CONANP, 2021); menos de la quinta parte era propiedad de la Nación siendo el resto propiedad privada o comunal; de acuerdo con el Censo de Población y Vivienda 2010, en esa época había 176 Áreas Naturales Protegidas de competencia federal donde habitaban 1’713,628 personas (CONANP, 2014), la mayoría en poblaciones indígenas y rurales. La CONANP se ha encontrado prácticamente desde su decreto y a lo largo de su historia en deplorables condiciones financieras y operativas (Garcigalán, 2015), y los fondos generados por cobro de derechos para ingreso a las ANP, que recaudan en todo el país son inferiores a 70 millones de pesos anuales (3.5 millones de dólares aproximadamente) (Quadri, 2014). Nuestras ANP no tienen objetivos de parques recreativos y carecen de la estructura, infraestructura y recursos tipo franquicias o un sistema para realmente les permita funcionar como receptoras de turistas recreacionales.

Por contraste con el Servicio de Parques Nacionales, la CONANP tiene como objetivo

“…mantener la representatividad de los ecosistemas de México y su biodiversidad, asegurando la provisión de sus servicios ambientales mediante su conservación y manejo sustentable, fomentando el desarrollo de actividades productivas, con criterios de inclusión y equidad, que contribuyan a la generación de empleo y a la reducción de la pobreza en las comunidades que viven dentro de las ANP y sus zonas de influencia. Este Objetivo se perseguirá a través de una serie de Objetivos Estratégicos relacionados con las siguientes áreas: Manejo integrado del paisaje, Conservación y manejo de la biodiversidad, Atención a los efectos del cambio climático y disminución de emisiones de GEI, Economía de la conservación, Fortalecimiento de la coordinación estratégica intrasectorial (Integralidad), Fortalecimiento de la coordinación intersectorial (Transversalidad), Marco legal para la conservación del patrimonio natural, Fortalecimiento institucional y

Comunicación, educación, cultura y participación social para la conservación. (CONANP, 2021) …” Podría pensarse que la frase “fomentando el desarrollo de actividades productivas, con criterios de inclusión y equidad, que contribuyan a la generación de empleo y a la reducción de la pobreza en las comunidades que viven dentro de las ANP y sus zonas de influencia…”, que se menciona en el objetivo, podría representar la base para el fomento, administración y operación de turismo y recreación, como sucede en los Estados Unidos, pero debido a que la unidad administradora de las ANP pertenece al sector ambiental su alcance se limita a ese sector y la visión “productiva” es paternalista. Los fondos “productivos” están relacionados con actividades de conservación o pequeños subsidios para los grupos de comunidades. Debido a las propias características y naturaleza del sistema de ANP mencionado, tampoco puede promoverse el modelo tipo franquicias a terceros para manejo turístico integral como el modelo estadounidense, porque además, en México el territorio en parques y reservas, en su mayoría, es propiedad comunal o privada, o son sitios donde se llevan a cabo históricamente actividades económicas de importancia para las comunidades de la zona colindante o de influencia, no relacionadas con el turismo y que pueden competir por fondos, espacios y el reconocimiento. Así que la CONANP no especifica objetivos de desarrollo de actividades recreativas en las áreas, aunque intentan establecer estrategias de impulso

y control de actividades turísticas, entre las que se si promueve el cálculo de capacidad de carga turística. Regresando a cómo evolucionó el concepto de capacidad de carga para el turismo en los Estados Unidos, para la década de 1920 había comenzado a utilizarse el concepto para describir la relación entre el ganado y su medio ambiente, luego se aplicó a los herbívoros silvestres (Leopold 1933) Pero, no fue sino hasta la década de 1950 cuando comenzó a utilizarse para tratar de encontrar un número mágico de turistas que una reserva o parque nacional pudiera soportar antes de que los impactos negativos, sobre ecosistema y vida silvestre, fueran irreversibles. Para entender ¿cómo terminó el concepto de capacidad de carga ganadera per-meando como el número de individuos (turistas) que un área (área protegida o sitio silvestre protegida) pudiera soportar? habría que estar consciente del panorama en torno al momento en que comenzó a permear la capacidad de carga al turismo en los Estados Unidos (que luego se difundió a otros países, entre ellos México). Esto se debió a que muchos de los primeros gerentes de recreación en los Parques Nacionales de los Estados Unidos habían sido capacitados en las ciencias de la silvicultura, la vida silvestre y manejo de ganado, no en gestión de parques recreacionales o turísticos, las preocupaciones sobre las personas y sus impactos se describieron rápidamente como un problema de capacidad de carga (remitidos al uso de pastizales por el ganado o los venados), buscando soluciones urgentes cuando las instalaciones y los recursos simplemente no podían acomodar los crecientes aumentos en la demanda debido a las limitaciones de diseño y gestión. Esta década (1950) también destapó luchas fundacionales en el Servicio de Parques Nacionales. Mientras la administración luchaba por satisfacer la creciente demanda de turistas, tuvo que lidiar con una pregunta filosófica sobre la naturaleza misma de sus tierras. Esa pregunta sigue siendo relevante hoy en día: ¿existen los parques nacionales para preservar la naturaleza, o para hacer que esa naturaleza sea accesible para todos? Y si el servicio solo puede cumplir uno de estos dos objetivos, ¿cuál elige? Así que los investigadores y administradores de estas áreas, que provenían de décadas de manejo de vida silvestre y no directamente de recreación, asumieron implícitamente que los niveles de uso y los impactos estaban interrelacionados como sucedía con el ganado o la fauna silvestre en un

pastizal, por consiguiente, presupusieron que el sitio poseía una capacidad de carga inherente o específica. En uso turístico esto sugeriría que a medida que los impactos aumentaran lentamente, debido al uso turístico – recreativo llegarían a un punto donde las condiciones del sitio se deteriorarían rápidamente. El punto justo antes de llegar al punto sin retorno, teorizaron, debía ser la capacidad de carga para turismo y la recreación. En la década de 1960 y principios de los 1970, fueron los científicos y sobre todo los manejadores de recursos naturales del Servicio Forestal de los Estados Unidos, algunos de los cuales se habían convertido en administradores de áreas recreacionales, los que promovieron la investigación para identificar las capacidades de carga para la recreación en los parques y sitios bajo su responsabilidad. En ese punto se reconocía que la mayor parte de los estándares para ocupación del espacio se habían desarrollado a partir de los juicios intuitivos y experiencias de pruebaerror, más que de evidencia cuantitativa de investigación controlada. Es decir, los estándares de capacidad de carga se construyeron sin pruebas científicas.

Para poder entender el razonamiento de la Capacidad de Carga, McCool & Lime (2001) ejemplifican tres variantes de las relaciones potenciales entre el nivel de uso y la cantidad de impacto biofísico y social resultante. • La curva A representa una situación en la que los impactos aumentan rápidamente con pequeñas cantidades de uso, y luego a medida que aumenta el uso del sitio, disminuye o se estabiliza el nivel de impacto.

• La curva B representa una situación en la que los impactos son una función lineal del nivel de uso. En esta situación, a medida que aumenta el uso del sitio, los impactos aumentan. Esta era la relación que los investigadores de la época suponían existía en los territorios de los parques que eran utilizados para actividades recreativas.

• La Curva C representa una situación donde el nivel de impacto aumenta gradualmente, a medida que va aumentando el nivel de uso y luego, después de un punto determinado comienza a crecer aceleradamente. Esta curva ejemplificaba la capacidad de carga intrínseca del ecosistema. Lime y Stankey (1971) e incluso el propio Odum (padre del concepto del crecimiento poblacional logístico K – de donde surgió la tercera definición de capacidad de carga) dejaron claro que la capacidad de carga no era un

estándar de espacio para definir el número de unidades de uso (personas, vehículos) que podían utilizar el espacio recreativo en algún momento, para garantizar una experiencia "satisfactoria" por parte del visitante. La capacidad de carga que se evaluaba en los parques nacionales era el carácter o el tipo de uso que puede soportar a lo largo de un tiempo especificado un área desarrollada a cierto nivel sin causar un daño excesivo ni al ambiente físico o a la experiencia de visitante.

Relaciones potenciales entre nivel de uso y cantidad de impacto biofísico y social resultante. Traducción de autora, Fuente: McCool, S. F. & David W. Lime (2001) Tourism Carrying Capacity: Tempting Fantasy or Useful Reality? Journal of Sustainable Tourism, 9:5, 372-388.

No era el concepto ecológico de capacidad de carga. Se trataba de un concepto multidimensional y dinámico, capaz de ser manipulado por parte de la administración del área natural protegida, de acuerdo con las restricciones administrativas presupuestarias y de recursos del organismo a cargo. La capacidad de carga definida en ese entonces por los administradores de los parques en los Estados Unidos tenía tres componentes que a la fecha son aplicables: 1) Los objetivos de manejo, 2) La actitud del visitante, y 3) El impacto recreacional sobre los recursos físicos.

Estos no eran consideraciones independientes, por supuesto, pero estaban entretejidos y dependían de la organización, planeación y operación; es decir, la capacidad de carga no solo dependía del tipo de visitante y el ecosistema, sino también del objetivo de manejo del área, las limitaciones

administrativas, tareas y de recursos económicos disponibles. Ahora tratemos de ajustar esta visión al modelo mexicano. ¿Por qué es importante, antes que nada, contar con un objetivo de manejo para el área? Porque es necesario conocer la finalidad, fragilidad y complejidad del sistema para poder contar con una idea del alcance de las actividades que puedan o no desempeñarse.

Para nada es lo mismo determinar la capacidad de carga para una laguna con un objetivo de pesca deportiva o recreativa, que para una laguna donde se desarrolla actividades náuticas de muchos otros tipos, e incluso natación u observación de biodiversidad. Determinar si el sitio va a ser de baja o alta densidad no solo depende de las “preferencias” del turista. “…Sin objetivos definidos establecer tratar de establecer un esquema de manejo basado en la capacidad de carga de un sitio es fútil…” (Lime y Stanky, 1971), y más importante aún, la capacidad de carga no es generalizable “…no se puede asignar una sola capacidad a un área entera…" Es tentador utilizar la capacidad de carga políticamente para generar la imagen pública de que se tienen las cosas bajo control, y obtener números mágicos como como se intentó hacer con Bacalar y todas las políticas de Áreas Naturales Protegidas, estrategias de turismo y permisos de lanchas. En México, las ANP no tienen objetivos definidos de turismo, y si al caso usa términos como aprovechamiento sustentable, que resultan demasiado generalistas para servir de base de planeación de alguna determinada actividad, porque deja abierto el abanico para todas las actividades de aprovechamiento sustentable. A medida que crecía la experiencia en campo, en los Estados Unidos, el término llegó a definirse como la cantidad de uso recreativo permitido por los objetivos de gestión de un área. Cuando se lee detenidamente esta definición se notan dos cosas: (1) NO se trata de una capacidad de carga intrínseca o innata, es decir: un ecosistema no trae una medida de carga máxima etiquetada, como si fuera una cubeta con una capacidad máxima para llenarse; y (2) Dado que se basa en el uso, un área puede tener múltiples capacidades, dependiendo de qué objetivo u objetivos se articulen en ella.

Los objetivos de la capacidad de carga turística se basan en el uso del sitio, no en algún concepto ambiental, ni en los gustos o preferencias de los turistas. Es decir, un área protegida puede tener una capacidad de carga

recreativa o turística muy baja si su objetivo (recreativo o turístico) se enfoca en proporcionar oportunidades para la soledad, para el disfrute exclusivista, de muy baja densidad, en un entorno natural de belleza prístina; pero también puede tener una mayor capacidad de carga, si el objetivo son actividades recreacionales o turísticas que impliquen más personas, y donde haya menos limitaciones en los impactos causados por los visitantes. Para la misma zona pueden existir múltiples capacidades de carga. Pero este concepto no involucra lo ambiental a menos que afecte la calidad del paisaje, que es el producto que compra el turista. Y más aún, no debe perderse de vista que el desarrollo y la elección de objetivos de manejo en un área natural protegida es un proceso humano, social, no es físico, ni ecológico, ni biológico. Es decir, determinar cuánta carga va a soportar un sitio, o cuánto cambio es aceptable, si se le somete a una serie de actividades humanas determinadas (directas e indirectas), SIEMPRE es un juicio humano, social, informado o no, y basado supuestamente en la ciencia, pero es creado, determinado y sostenido en el entorno del discurso político y en muchos casos por los intereses particulares, institucionales o de grupo. Aunque haya científicos involucrados, que puedan darnos información para que localmente, en teoría, podamos evaluar ¿Cuánto es demasiado?, y los expertos locales puedan responder esa pregunta, al final la capacidad de carga siempre va a ser una decisión política. Varios autores insisten que la capacidad de carga turística debe verse como un proceso de planificación integral, como un instrumento de política estratégica para el desarrollo de modelos locales de turismo sostenible y no como una medida científica, un número único o un número mágico. O'Reilly (1986) establece que la capacidad de carga debe utilizarse como indicador, como línea de base para identificar umbrales críticos que requieren atención, no como un límite numérico fijo, sino como un indicador a la hora de tomar decisiones y aplicar controles o regulaciones, en el momento que se requiera. Para el caso de Bacalar, un aspecto central para una definición de la capacidad de carga recreativa dependería de las necesidades, valores y preocupaciones de los visitantes y los encargados de administrar la Laguna, conciliar la capacidad de carga que determine APIQROO, como concesionario de uso náutico, o la establecida por SEMAR como responsable del manejo integral del cuerpo de agua, de CONAGUA como

encargada de la sustentabilidad y calidad de agua de cuerpos de agua interiores, pero también del Servicio Geológico Mexicano, que sabe de los procesos geohidrológicos del sistema, de los usuarios y habitantes históricos de la laguna que saben muy bien qué imagen meta tienen del cuerpo de agua que generacionalmente ha sido parte de su vida, de los prestadores de servicios que saben cuántas lanchas pueden interactuar y por qué, y así cada uno estima una capacidad de carga de acuerdo a su enfoque y visión. De este modo, la capacidad de carga solo podría establecerse en términos de objetivos de gestión específicos, que varían ampliamente caso por caso. Tener en cuenta estas opciones cambia el enfoque de la capacidad de carga recreativa de preguntar cuántas embarcaciones son demasiadas a definir una visión conjunta, enriquecida con la visión de todos.

Ahora bien, el otro asunto es implementar las políticas de capacidad de carga, lo que se dice de manera más sencilla de lo que es en la realidad. Implica que un administrador o responsable de un área debe tomar decisiones restrictivas cuando se está por rebasar la capacidad de carga y esto, como se ha visto para los casos de las ANP de Holbox y Tulum, no ha sucedido, con lo que las ANP rebasaron por mucho su capacidad de carga turística (el número de embarcaciones o prestadores de servicios turísticos autorizados). Dado que cuando es necesario restringir el uso o acceso, se van a crear problemas de equidad, porque implica que la administración o el responsable deben decidir quién puede hacer uso o ingresar al área. Esto ha derivado en exclusión de actores, trato preferencial y corrupción. Otro aspecto clave es que, dado que los criterios se basaban en las “preferencias” de los turistas, se aprendió con el tiempo, que los visitantes tienen múltiples expectativas para las experiencias turísticas, sólo algunas de las cuales están relacionadas con la densidad de uso. Porque las expectativas de un visitante son tan amplias como pueden ser las preferencias individuales de cada quien y sus motivaciones (pirámide de Maslow). Las emociones y la valoración de acuerdo a preferencias y afectos son parte inseparable de la toma de decisiones de los visitantes y eso varía de manera infinita. En base a esta visión, no existiría lo que se denominaría el visitante "promedio", por lo tanto, las condiciones de una experiencia estándar ideal, tampoco existen. Esto aplica no solo para los turistas, también aplica a los residentes de Bacalar.

La percepción de un residente sobre cuáles deben ser las condiciones óptimas del ecosistema varían dependiendo, por ejemplo, si sus actividades económicas están vinculadas al turismo o no. También puede variar de acuerdo a cuánto conozca el cuerpo de agua o no, que escala de valores tenga el cuerpo de agua en su vida (que tanto se siente afectado). Entonces ¿Cómo se elige cuales percepciones son válidas y cuáles no, a la hora de establecer límites? Si como ya vimos, el ecosistema no posee un límite turístico específico, por ejemplo. También habría que agregar que los impactos dependen de las políticas existentes de todo tipo, los instrumentos de ordenamiento y regulación existentes, el nivel de cumplimiento de las autoridades, lo que requiere de una articulación real y eficiente. En conclusión, diferentes autores concluyen que las capacidades numéricas de carga para sistemas estocásticos (variables con muchos elementos interactuantes) como la Laguna de Bacalar, no han permitido controlar, reducir o mitigar los impactos. De ahí la importancia y la insistencia de las propuestas de las comunidades locales en la visión de cuenca y de manejo integrado del territorio, y no de la visión de generar islas protegidas, como las Áreas Naturales Protegidas. McCool y Lime (2001) concluyen

“…El concepto de capacidad de carga turística y recreativa mantiene una ilusión de control cuando se trata de una ficción seductora, una trampa social o un mito político. En cambio, deberíamos centrarnos en el despliegue de marcos y estrategias que determinen cuáles de los muchos futuros plausibles son deseables, qué condiciones sociales, económicas y ambientales están involucradas en el desarrollo del turismo, la aceptabilidad de las compensaciones que se producirían y cómo se puede dar voz a las personas afectadas para articular las preocupaciones y los valores involucrados. Si bien podríamos buscar un término para nombrar este proceso, lo importante es que entendamos cuáles son los objetivos del desarrollo turístico, qué dice la ciencia y cómo podemos hacer un mejor manejo, dadas esas consideraciones… Si bien la búsqueda de la capacidad de carga ha dado lugar a una gran cantidad de investigaciones que han sido útiles para la gestión, su uso continuado como método

para resolver los problemas del desarrollo del turismo es

inapropiado y reduccionista…”

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