LOS ENTUSIASTAS. Arturo Borja

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inalizaba el año 1922 y aquella mañana del veintidós de diciembre el estado del tiempo no se diferenciaba mucho de otras mañanas del mismo mes. A primera hora, en las calles, los charcos estaban helados, la hierba del parque cubierta de escarcha y hacía un frío intenso, pero en el cielo no se veían nubes, no soplaba el viento y lucía un espléndido sol. Quizá lo que más caracterizaba aquellos contornos de una pequeña ciudad de provincias era ese ambiente en el que todo parecía tener un paso monótono, en el que el reloj marcaba las horas sin prisas, algo muy propio de aquellos años. En las calles algunas tiendas abrían sus puertas, los hombres se dirigían a su trabajo, los niños a la escuela y las mujeres a sus quehaceres. A fin de cuentas, a un día le seguía otro, y generalmente éste no se diferenciaba mucho del anterior. La vida tenía un ritmo pausado. La gente iba a sus obligaciones con el abrigo de que disponía, pero con la calma y el sosiego propios de la época. Sin embargo, para don Guido era una mañana especial. No porque confiase en su buena estrella en la lotería de aquel sorteo de Navidad que se estaba celebrando, sino, simplemente, porque iba a recoger su esperada Harley-Davidson a las dependencias del importador. 11


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