La Congregación de los Muertos

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recibimiento parecido. No sólo eso sino que no abrigaba ninguna esperanza de que lo reconocieran; pero lo que nunca se imaginó siquiera fue que trataran de ayudarlo a él, como el señor Espitia lo hizo. Por el contrario, se había angustiado antes de hacer el viaje, porque no sabía con qué iba a toparse. Pero entonces ya había pasado la prueba mayor, la de ver cara a cara al asesino y lo había resistido. ¿Qué más podía ocurrir? Nada peor que eso. 6 Después de beber una copa y cenar con Doroteo Espitia y Jesús Martínez, Luis les agradeció que lo trataran tan bien y que se acordaran de ese modo de su padre. Vas a volver, dijo Martínez. Claro que va a volver, cerró Espitia. Cuando se despidieron, Luis quedó con el segundo que al otro día se iban a encontrar para viajar juntos a México. Buenas noches, señores, es un honor, la gran cosa..., y muchas gracias por todo, les dijo al final. Luego caminó a pasos lentos, bajo una luna enorme que platinaba la noche y a la ciudad le daba un hálito sobrenatural, al modesto hotelito Guerrero, cerca de la estación de camiones foráneos. En la oscuridad casi absoluta de su cuarto, ya que no había utilizado el quinqué de petróleo, se tiró en la cama, un tanto agobiado por el calor que producía la inadecuada ventilación y, con las manos bajo la nuca, se dedicó a recordar todas las emociones vividas desde que llegó a Salvatierra. Las revivió una a una en su cabeza; después, respiró profundamente. Qué bueno fue haberse decidido a hacer ese viaje. Salvatierra, en realidad, estaba cerca de Morelia. ¿Por qué había retrasado tanto su retorno? Había que hacerlo para comprobar que había sido cierto y con creces todo lo que recordaba y se imaginaba de su padre. Esa gente le había extendido la mano y hasta abrazado en su recuerdo. Qué días había pasado. Había sido toda una jornada. Tendido en esa cama de cabecera de latón, encendió uno de sus cigarrillos, unos Tigres. Con el cenicero en una mano, sobre el vientre, dio una larga fumada. La bracita del cigarrillo se avivó y casi vio iluminado de rojo su entorno: un cuarto desnudo, con dos camas iguales, cubiertas con unas colchas baratas a cuadros, una mesita entre ellas, una jarra de agua, tipo botella de vidrio

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