La Congregación de los Muertos

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de Autobuses del Norte y se detuvo a la orilla del andén. Esto era la capital del país de nuevo. Y yo aún tenía que ir del otro lado, al sur de la ciudad. Otra hora y media o dos horas, según el tipo de transporte que eligiera. Pensé con algo de nostalgia en lo cercano que quedaba todo en Salvatierra y Moroleón. Al salir de la estación de autobuses, pude haber tomado un taxi, pero, a pesar de la fatiga que me doblegaba, opté, no sé por qué, por irme en metro. En contra de lo que esperaba por la hora, iban abarrotados los vagones. Me quedé cerca de la puerta, con mi maleta a los pies. En la siguiente estación, La Raza, bajé para emprender el largo trayecto, por un túnel sin final, en el que hay que caminar más o menos quince minutos para llegar a la siguiente conexión a la línea 3, que va a Universidad. ¿Por qué tenía siempre que disciplinarme de ese modo? Con toda intención no quise usar la palabra castigar, que era peor. Seguía pagando mi parte de la culpa, de seguro. Después de un viaje tan cansado, y no me refiero tan solo a las cuatro horas de carretera que acababa de librar, ¿por qué no podía obsequiarme el alquiler de un taxi para que me llevara a mi casa? Todavía podía salir del metro y tomarlo. No lo hice. Resignado a esa autodisciplina, como un deber, empecé la caminata, llevando tras de mí la maleta. La gente caminaba de prisa, algunos corrían, ya eran las once y veinte u once y media de la noche y querían llegar pronto a sus casas. Aunque en las mañanas, por ese mismo túnel, como en toda la red del metro, corrían también para llegar a sus trabajos, oficinas, escuelas, a donde fueran. La realidad era que siempre corrían. Yo iba paso a paso, no con lentitud, me hubieran empujado los de atrás, pero tampoco con tanta premura. Ingresé a la parte del túnel en penumbra y luz negra, donde se simula la bóveda celeste, con las constelaciones, las estrellas, las figuras galácticas, etcétera. Y volví a recordar, cómo no, a mi abuelo y a su tiempo. En parte tenían razón quienes pensaban que estaba vinculado a mi abuelo Emerenciano, al que conocía apenas de nombre antes de mis pesquisas. Lo único que sabía era su asesinato y un par de datos menores. Personaje carente de biografía. Creo que por eso ninguno de mis hermanos pensó nunca en él.

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