La Congregación de los Muertos

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por ende, se hablaba sobre si México debería intervenir o mantener su neutralidad. Pese a estos riesgos y la desventaja de hallarse preso de la primera revolución social del siglo veinte, se creía que México aspiraba a los grandes escenarios del mundo. No cabía duda. Por lo anterior, terminó disgustándole a Emerenciano la forma de hacer la revolución de Pancho Villa, el Centauro del Norte, y Emiliano Zapata, el Atila del Sur. Con actitudes como las de ellos no se va a llegar a ningún lado, decía, así nunca seremos una nación como las europeas. Villa y Zapata están permanentemente en guerra, no les gusta nada, decía. Van a terminar mal, sentenciaba. Pero el primer jefe del ejército constitucionalista, Venustiano Carranza, tampoco las tenía todas consigo. Su aliado y vencedor de Villa, Álvaro Obregón, muy pronto le haría ver su suerte. Por lo pronto, cuando se hacían presentes los villistas o zapatistas en Salvatierra, Emerenciano Guzmán desaparecía y nadie tenía la menor idea de dónde se ocultaba. Este tipo de vida pública, que ya lo estaba dando a conocer fuera del pueblo, tampoco lo hacía muy recomendable para la mayoría de las criollitas de ojos verdes, azules o color miel, de hermoso pelo castaño o negro como el azabache. Sobre todo porque no tenía mucho qué ofrecer, debieron de haber dicho. De modo que cuando conoció a Felipa, una joven que había llegado con su familia de Urireo, morena de pelo lacio, largo y renegrido, ojos café oscuro, facciones y estructura corporal recias, que desempeñaba las labores de la casa y cuidaba con diligencia de los pocos animales que tenían: sabía ordeñar una vaca, bañar un caballo, traer baldes de agua del pozo o del río, lo mismo que lavaba y planchaba la ropa -con planchas de hierro calentadas en la estufa, las que cogía con trapos doblados para no quemarse-, sabía cocinar “como los mismos ángeles”, comida guanajuatense, michoacana, del Bajío, preparaba delicioso rompope, delicadas galletitas, dulces de leche, de huevo con canela, en fin, que era una mujer de trabajo y, cómo no, una morena que supo atraer el gusto de Emerenciano. Inexorablemente, recordaba la fusión de la india y el español del inicio de este país. Quizás fue lo que empezó a hacerlo diferente en Salvatierra: se casó con una mestiza, porque era liberal y porque él era blanco, no le urgía reafirmarse con una blanca, como muchos otros ávidos de

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