La Congregación de los Muertos

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Muchos pedían que les permitieran avisar a sus familias. Les dijeron que no estaba permitido. Cuando Luis dijo su apellido, el policía lo interrogó más a fondo. No sólo las direcciones de su casa y de su trabajo le pidió, como a todos, sino también los nombres de sus familiares, qué religión tenía (aquí, Luis dijo que era católico, como convenía), a qué partido político pertenecía (ninguno), por quién había votado en las pasadas elecciones (“por el preciso”, decían), en qué trabajaba y en dónde y con quiénes estaba en el momento de su detención. Para terminar, le asestó el interrogador, ¿desde cuándo estás en la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano? Yo no estoy en ninguna Federación, señor. ¿Conoces a Miguel Henríquez Guzmán? No, señor. ¡Cómo no! Bueno, fue uno de los candidatos a la presidencia, pero no lo conozco en persona, ni tampoco estoy en su Federación. Luego, les quitaron los cinturones, relojes y unos pesillos, los que tuvieran, y alguna otra pertenencia, con el aviso de que a su salida las recuperarían. No pasaría tal cosa. Cerca de la media noche, los introdujeron en una galera con una luz encendida permanente en donde apenas cupieron de pie, unos pegados a otros. Dos o tres de los detenidos dijeron que tenían que ir al baño. Les ordenaron que esperaran la autorización para hacerlo en grupos. Cerraron la puerta de metal. El olor a sudor y a orines empezó a invadir la galera. Transcurrieron más de dos horas. De pronto se oyó un ruido. Uno de los detenidos se había dormido y caído entre los pies de los de junto. Lo levantaron. No cabían. Muchos tenían miedo de que no fueran a salir vivos de ese chiquero. En ese momento, a Luis le vino a la mente el recuerdo de su padre: Emerenciano Guzmán ya tendido en su cama, sin vida, rodeado de flores y veladoras encendidas; ya a caballo, con capa española y sombrero. Entonces pensó que a su padre lo habían acribillado a balazos por pertenecer tal vez a algún Partido -no sabía que al Partido Liberal Revolucionario- y a él lo tomaron preso, en condiciones inhumanas, por no estar afiliado a ninguno. Siempre parecía haber un poder omnímodo que abusaba de los mortales. A las primeras luces del día, abrieron la puerta y les permitieron salir en pequeños grupos para ir al baño. Reintegrados a la galera, les aventaron

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