Los Testigos de Madigan N.º 1

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LOS

TESTIGOS

DE

MADIGAN

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Editorial

Celebración para despedir el año p. 6 J u a n J o s é M a c í a s

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Vamos a estar bien

En nuestras vidas

Lo que conocí de David Ojeda p. 12

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ENSAYO 40 años de las condiciones de la guerra p. 16

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tectónica de placas

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POESÍA Zona de sombras

ARTE

El arte macabro frente a la violencia p. 30

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CINE Cinema eternidad

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LIBROS El juego cruel

NOVELA GRÁFICA | Julián Mitre

Los Leones de Bagdad p. 40

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Consejo editorial

L O S T E S T I G O S

Armando Adame, Gaspar Aguilera, Armando Alanís Pulido, Juan Antonio Alfaro, Luis Armenta Malpica, Rocío Arellano, Juan Manuel Bonilla, Félix Barbosa, Daniel Bencomo, Saúl Castro, Fernando Carrillo, Joaquín Cosío, Roberto Colis, Miguel Ángel Chávez, Jorge Humberto Chávez, Luis Humberto Crostwaithe, Miguel Ángel Díaz, Miguel Donoso Gutiérrez, Alejandra Elías, José María Espinasa, Roberto Carlos Gámez, Alejandro García Ortega, Violeta García, José Isabel Hernández, Eudoro Fonseca, Joel Flores, Julián Herbert, Ana María Jaramillo, José Ángel Leyva, Gonzalo Lizardo, Claudia Luna, Enrique Márquez, Élmer Mendoza, Citlali Mendoza, Julián Mitre, Juan José Macías, Nicolás Minelli, Jesús Navarrete Lezama, David Ojeda Sánchez, Christian Ramos, José Luis Rico, Édgar Rincón, Diego Romo, Víctor Roura, José de Jesús Sampedro, César Silva, Josué Sánchez, José Eugenio Sánchez, Magali Velasco, Francisco Velázquez, Marco Vieyra y Noé Zavala.

Coordinación general

Laura Elena González y Jorge Humberto Chávez

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Diseño Gráfico

M A D I G A N

Sergio Grande

Corrección

Montserrat Morales

Relaciones públicas y comercialización Rosa María Zamora

Los testigos de Madigan es una revista independiente, publicada por el colectivo del mismo nombre. Su registro se encuentra en trámite y su aparición es trimestral. Los textos son responsabilidad de sus firmantes pero la revista asume su plena competencia sobre los juicios y valoraciones, de carácter literario, que al Consejo Editorial le permiten justificar su inclusión en cada número. Sólo se publicarán colaboraciones previamente solicitadas y dictaminadas por dicho consejo.

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E D I T O R I A L

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os Testigos de Madigan , publicación digital trimestral, surge de un grupo de alumnos y amigos de David Ojeda (1950-2016), quienes a lo largo de varios años, en diversas reuniones le propusieron la necesidad de que una revista como Runa resurgiera en nuestro medio. El texto a continuación hubiera sido una parte del editorial del primer número de Nod*, un esfuerzo que con su muerte quedó trunco.

«Qué flojera», decían unos entonces. «¿Y para qué?», preguntaban otros. Pero los que participamos en tales alegatos y reflexiones sospechamos siempre que una u otra coyuntura, sumada a tal o cual ánimo polemista o contracultural, nos volvería evidente la necesidad de que Runa, en efecto, tuviera alguna continuación. Hela aquí, con cambios de nombre y formato que son motivados por el tiempo, la economía y un nuevo grupo de amigos y colaboradores. Entre 1995 y 1998 se publicó Runa, un periódico cultural que surgió con un claro cometido crítico y vivificador entre nosotros. Se tiraron 1000 ejemplares por número, auspiciados con fondos públicos de lo que entonces era el Instituto de Cultura de San Luis Potosí. Quienes impulsamos y alimentamos el proyecto, a partir del año de 1995, habíamos ya conseguido que el gobierno potosino destinara una cantidad mensual fija con fines editoriales. Así nació la editorial «Ponciano Arriaga» que, entre diversos cometidos, se marcó el de publicar una revista, que vino a ser Runa. Ese concepto inicial encuentra ahora una plausible continuidad. Nod rompe su capullo y extiende sus alas. Acaso no vuele lejos, pero valdrá la pena ver sus colores, saber otra vez que puede haber en alguna región –tan respetable o ínfima como todas y cualquiera– un revista cultural rigurosa, entretenida, crítica e independiente. En esta primicia, pues, regresamos a nuestras querencias: las traducciones que nos permitirán asomarnos a reflexiones y obras que de otra manera nos pasarían desapercibidas; la obra de jóvenes autores nacionales; el trabajo de los creadores potosinos. Todo es lo mismo. Las noticias van de ida y de vuelta. El pasado mes de octubre durante la segunda edición de las Jornadas de los Testigos de Madigan, por el segundo aniversario de su fallecimiento y a 40 años de la publicación de Las condiciones de la guerra, Premio Casa de las Américas, tomamos la decisión de hacer esta publicación como un compromiso que refrendamos para dejar constancia de que nuestro sentido crítico y nuestra inclinación al gozo nos lleven a entender y conducir nuestro quehacer con lucidez. Por eso Los Testigos de Madigan decide dedicar su primer número, por un lado a la memoria y la relevancia de la obra de David Ojeda, y por otra a extender a través de estas páginas algunas de sus querencias: las novedades literarias, el rock, el cine, la contracultura, los cómics. Los que aquí colaboran, dan prueba de que antes de la violencia y después de ella hay un espacio que también da lugar a la poesía. Levantemos un vaso de un buen licor y brindemos por este volver a empezar. *Nod, es la Editorial fundada por David Ojeda y también el nombre del proyecto de la revista que nunca se publicó.

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PO ES ÍA Juan José Macías

CELEBRACIÓN PARA DESPEDIR EL AÑO E

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Te propongo esta noche cenar pavo y menestras para luego estropear esa silla Luis XV con las tapas de nuestros frenéticos zapatos mientras bebemos y cantamos. Es lo menos que podemos hacer en homenaje a los amigos muertos, a los buenos amigos que nunca olvidaremos. La buena amistad la reconozco desde que tenía yo 500 años. Y no es poca cosa, oh muchacha, haber podido recorrer el mundo a través de un manojo de páginas magníficas y no tener jamás a la madurez de nuestro lado. Por eso te pido que cantemos esta noche (aunque amemos el blues) canciones nacionales y que, tras un imaginado iconostasio, hagamos el amor bajo la mirada severa de los santos. La buena amistad es una magnolia que no sabemos cuándo se abre para soltar semillas renovadas, así que bebamos y bebamos, y que puros de alcohol y profundos como una pesadumbre, oh muchacha, orinemos largamente sobre esa silla Luis XV cantando y carcajeando como entusiastas y triunfantes partisanos. Es lo menos, en verdad es lo menos que podemos hacer en memoria de los buenos amigos que tomaron atajo.

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PO ES ÍA Jorge Humberto Chávez

VAMOS A Él escribía de noche su mismo cuerpo era una página de estrellas lineada cerca del meridiano en la oscuridad sus signos cantaban frotábanse los élitros de su pensamiento crit crit hacía el hilván de las rememoraciones desgarradas de todos mangas perneras lúnulas rientes demonios poblábanlo de noche infestaban crit su respirar de acerados arácnidos por eso sus pulmones empezaron a trazar ásperas batallas contra su crit respiración y así fue como la noche asaltó con pequeñas agujas el alvéolo y la arteria crit crit lentamente y el delicado corazón determinó el exterminio de sus bellos amplios blancos huesos de noche una noche un hilo se ha soltado en su interior cristálido y detrás de sus ojos no lo vimos ya más ahora es preciso tomar tu cuerpo padre tan delicadamente que prosigas dormido y enfrentes el desnudo rumor de las estrellas y resguardar tu cuerpo del que huyen las agujas y hacerlo iluminar por sordas lámparas y camastros silentes que ordenan tu paseo y después te daremos a las manos del fuego para que haga un trabajo de purificación y nos deje de ti tan solo tu belleza

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no tengas miedo padre no temas padre no no pasa nada padre solo voy a empujarte un poco de los hombros te vas a hallar muy cómodo te vas a encontrar bien ahora llega el vino ahora tus hijos vienen y tus hermanos vienen y llegan a san luis desde mi casa vienen de sacramento vienen también volando vienen desde méxico de ciudad juárez vienen está tranquilo ahora que tu amado dragón comerá en nuestra mesa y tú vas a estar bien entra confiado al fuego ya vamos a cantarte a bailar para ti a reinventar por ti el baile de la vida tu mujer va a estar bien y vamos a estar bien no tengas miedo padre no tengas miedo déjate

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ESTAR BIEN

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PO ES ÍA

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Juan Antonio Alfaro

esde aquí oigo tu pecho rompiéndose. ¿Cómo lo dirías? Romper: el crujido de placas tectónicas abriéndose paso en el pecho para crear un nuevo continente. Audio: crujido de una persona con neumonía usando un estetoscopio. O un ciclo de caballos batiendo la estepa sin mucha certeza de sus límites. Eso somos, dices. Eso indica el eco de tu ronquido intranquilo mientras duermes. Como un cañón detonado al centro de tu pecho. Pecho: las placas tectónicas acomodándose. El desmoronamiento de una persona deja el cielo lleno de migajas, de cenizas, lo que alguien llama la brisa. Brisa: aire en los pulmones hinchados. Y no puedes sacar de ti ese dios que llena tus pulmones de agua. Abierto el cuerpo porque se abre y no es cielo. Un terciopelo en la boca. Grano de terciopelo. Ve. Esculca. A veces es necesario acomodar todo y después explotarlo todo. Reacomodo. Como las placas tectónicas suman puntos para el planeta. Hasta aquí decir virus válvulas salida todo fundido cama y coma carretera todo fundido oxígeno huir otro continente corazón respira inhala exhala resistir otro continente oxígeno respira respira coma respira coma respira inhala exhala doctor haga algo es un virus del decir

del aquí se ahoga fiebre hinchado globos manos las manos como globos otro continente se ahoga en los pulmones agua agua se ahoga agua se. Sin saber más que esto. Escribir como si fuera el lenguaje asfixiándose, necesitado de oxígeno. De seguro tú escribes por falta de oxígeno. Y hoy estás tendido por falta de escritura. Una coma como una fractura en tu cuerpo, una placa tectónica, una fisura. ¿Ves el cielo por esa rendija? Virus del decir: una lengua en el cráneo. Una lengua que acaricia todo el cuerpo inflama los pulmones. Y todo se interrumpe de manera abrupta por una coma. Un punto. Sin saber más que esto. El decir: reacomodo. Resoplido. Mi colección de sonidos: el sonido de espuelas tocando la tierra cruzando los valles, el desierto o mar, placas tectónicas; el crujir de las hojas al romperse; el ruido de las piedras al recorrer el techo de mi casa; fracturas: el trueno que parte tu pecho en dos. Un terciopelo acariciando tus pulmones igual que un pianista ensimismado tocando la misma tecla. Es como tener un dedo en el enchufe. El sonido de la descarga que recorre el cuerpo. La descarga rompiéndose. Tu cuerpo se descarga. Tu cuerpo se desgarra. Quería contarte una despedida en

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pleno amanecer de los pulmones hinchados y hablar con demasiado futuro de lo que vi. Ayer que es hoy quise ser cazador de venados. Quise despedirme. Ayer que es hoy un árbol se levantaba y sus ramas eran pulmones, respiraban para mí, pero no, respiraban para ti. Lo supe al salir de caza, al vaciar mi cámara de fotografías que no eran fotografías sino retazos de un documental que no cesa, ruido blanco, tinnitus, el sonido ronco del que mi oído no puede librarse. Mi única fotografía: esta imagen en blanco y negro también es ruido blanco, sus pixeles no guardan correlación entre sí por lo tanto su densidad espectral de potencia es constante. Si la imagen fuese en color entonces la nieve sería de colores aleatorios. Tinnitus: una balada para los hombres que ocultan su respiración entre los fragmentos de todo lo que se rompe. Y luego un sueño: el Dueño venía a visitarme después de muerto. ¿Qué crees que quiera decir eso? Ahora que estás en un inmenso reposo, ¿qué sueñas? Ya no estoy en el mundo, me decía el Dueño, ¿qué es esto? Y tocaba mi respiración como si fuera un polvo blanco y lo inhalaba y se llenaba de oxígeno. De seguro eso quiere decir algo. Igual que yo, que quiero decir algo y no lo

digo. Escucho demasiadas cosas y no las digo. Como el que mucho se despide y no quiere irse. Hoy estoy vivo y muerto desde la estación de los juegos pirotécnicos. Es una inyección de adrenalina que se ha propuesto jugar conmigo. En otro sueño vi tu cuerpo ascender por una escalera de nieve a un costado del Dueño que iba por una escalera de nieve que bajaba, muy lento, bajaba. ¿Tú a dónde ibas? Te molesto con esa certeza. Hay epístolas que no entiendo bien. ¿Sería demasiado si te pidiera que me guardes un fragmento de tu norte, de tu continente? ¿Podrán ser las palabras calibre 38 súper? ¿Tendrán relación entre sí? Espero que ahora que termina mi viaje el tuyo no demore mucho y nos encontremos a la vuelta. Seguro para entonces habré acomodado muy bien tus iniciales y todas las palabras. Ojalá que llegues pronto a tu destino cualquiera que sea la estrella. No olvides ver esta fotografía de mí, es reciente, me corté el cabello y quiero que puedas reconocerme entre todas las mandíbulas y tinnitus y bosques y nubes oscuras. Te mando saludos. Todos por acá estamos contigo y los tuyos en este momento. Espero tu respuesta pronta, amable, afirmativa.

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ME MO RA BI LIA Agustín García Delgado Ciudad Juárez, 17 de octubre de 2017

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LO QUE CONOCÍ DE DAVID OJEDA P

or allá en los años finales de la década llamada “los ochenta”, yo era un carpintero más oscuro que mi piel. Tenía treinta años y la primaria terminada, amén de varios intentos fallidos de hacer la secundaria. Mi hermano Marco Antonio, cuatro años menor que yo, él sí se dedicó a estudiar y se juntó con tipos y tipas interesantes: teatreros y escritores, sobre todo. Entre los actores estaba Joaquín Cosío, integrante, junto a Perla de la Rosa, del grupo Aleph, que dirigía el maestro Ernesto Ochoa Guillemard, en el Tec de Juárez. Cosío también formaba parte de un grupo de escritores, el Taller Literario del Museo de Arte del INBA. El museo estaba dirigido entonces por el desaparecido arquitecto José Diego Lizárraga, quien fue su segundo director, y el taller lo coordinaba un escritor potosino: David Ojeda.


A través de aquellos amigos de mi hermano Marco Antonio, conocí poco a poco a ese grupo de jóvenes que hacían ruido, se burlaban de todo y tenían un gran ingenio al hablar. Me parecían extraños: limpios e inteligentes, educados, bien vestidos, iconoclastas, fresitas y medio intrépidos. Ajenos, sin duda, a la gente que yo acostumbraba tratar, es decir, los trabajadores de oficios elementales y mal pagados: albañiles, carpinteros, zapateros, desempleados. Entre estos cabroncitos medio catrines no había ni siquiera un drogadicto, un raterillo que hubiera caído al bote como la gente de mis barrios. Esos “raros” eran los artistas, los escritores, sobre todo, cuya visión del mundo, cuya ambición de comerse al mundo transformó de manera radical mi existencia y la de mi familia para siempre y no sé si para bien. Ese grupito tenía un líder espiritual que no se llamaba Gandhi ni Buda ni Octavio Paz: era un pequeño dios llamado David Ojeda. A quienes escuché mencionarlo antes de que me lo presentaran, yo los veía como una especie de monjes fieles al padre prior de un monasterio. Yo pensaba que era una veneración excesiva, una sobrevaloración de la personalidad o de las cualidades de un simple ser humano. Eso creía yo, pero con el tiempo comprendí la naturaleza de ese afecto que, aunque podía llegar a extremos de no fácil comprensión según mi punto de vista, era la fuerza de la amistad. Una amistad poderosa y construida a fuerza de advertir afinidades, descubrir las diferencias y forjar toda una vida de actividad común, interés mutuo y apoyo incondicional. Ese apoyo consistía sobre todo en la enseñanza generosa del maestro y la entrega total de los alumnos y amigos. En otras palabras: el escritor y académico ofreció cuanto sabía y los pupilos estudiaron como no suele hacerlo un estudiante universitario: lecturas abundantes, prácticas frecuentes, crítica intensiva y constante fueron formando a un puñado de verdaderos artistas de la palabra. También, por qué no admitirlo, se fueron decantando los talentos y de un grupo inicial destacan, como es natural, algunos cuantos que han brillado y han sido influencia, ejemplo para generaciones posteriores. Ya en los años finales del taller que coordinaba Ojeda escuché a personas jóvenes hablar del primer poemario de Cosío, de los textos de Rosario Sanmiguel, como las muestras a imitar por los noveles autores. Aun cuando no se dedicaran a las letras,

varios alumnos juarenses de esos talleristas destacan en alguna actividad artística, porque lo aprendido, más que un cómo hacer, fue una actitud ante la vida, una ética que impulsa a llevar un trabajo hasta su máxima altura. Así que hay músicos, actores, poetas y narradores que con orgullo se dirán alumnos y amigos de David Ojeda, o que se formaron bajo el influjo de quienes acudían a su taller en el INBA de Ciudad Juárez. Cuando la gestión de David como coordinador terminó, en 1989, tuve la audacia de solicitar mi ingreso y la suerte de ser admitido, esta vez bajo la dirección de Jorge Humbero Chávez. Pocos años después de conocer a David solo de oídas, me vi de pronto en una sala donde Jorge Humberto y Ojeda discutían sobre mis escritos. “Esto sirve, esto no”. “Esto tal vez se salva. Esto mejor que se quede fuera”. Era todo lo que yo escuchaba, pues estaban ayudándome a ordenar mi primer libro de poemas. Las amistades de mi hermano Marco Antonio me habían llevado a desear esa vida extraña y a leer más de lo que acostumbraba. Incluso me atreví a escribir y a solicitar mi ingreso en la siguiente generación del Taller, dirigido ahora por el hijo dilecto del maestro Ojeda. La conclusión de todo esto es que, como dije en un principio, mi vida y la de mi familia se transformaron por influjo de la literatura, que antes yo solo tocaba por encima, sin pelearme con ella, sin sufrirla ni profundizar en sus radiografías y cartografías del mundo y del alma humana. El contacto personal con ese hombre que una vez llegó desde San Luis Potosí fue breve y esporádico. Unas cuantas veces compartimos el vino en las reuniones. Unas cuantas veces tuvimos conversación, siempre amistosa de parte suya, por cierto, como si fuéramos viejos conocidos. Sin embargo, el poder de ese hombre que amaba intensamente la literatura y a sus alumnos-amigos fue y es una presencia permanente. Mentiría si dijera que no fui beneficiado por él, influido por su actividad. Sin duda soy también alguien tocado por él, rozado apenas quizá, pero con efecto transformador y, desde este punto de la vida, lo saludo y ofrezco mis respetos y brindo por el buen recuerdo que nos deja. Salud, maestro David Ojeda, donde quiera que te encuentres.

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RE LA TO Juan Félix Barbosa

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na canción es un pasadizo instantáneo. Un boleto para viajar en primera clase y volver al encuentro de las pequeñas cosas, mismas que hoy, en la distancia adquieren otra tonalidad y un profundo valor. La vida no podría imaginarse sin un soundtrack de fondo, algunas veces aleatorio y en otras, como un setlist espléndidamente elegido. La diferencia es notable. En el primer caso, cualquier opción, y de cualquier sitio, puede saltar al oído. En el último no, y así, se volvieron los sábados en los que, David Ojeda, desde la Cloaca mayor, entre viandas, charla y beberecua, abría las bocinas para que el raterío en cuestión se endulzara las orejas.

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La música siempre estuvo presente en las sesiones ratoniles. En las de taller literario, entre crítica y tijera, siempre salía el tema, como aquella vez cuando nos platicó que el legendario Van Morrison estuvo en la Cloaca mayor. Si en el taller la música era uno de los temas, en la beberecua sabatina, adquiría protagonismo a través de canciones enlistadas temáticamente, que iban desde folclor sudamericano hasta su amadísmo rock (siempre políticamente incorrecto, pero con inteligencia) entre otros tantos géneros, o bien, por medio de jams en vivo con instrumentos improvisados, como garrafones vacíos (con capacidad de 20 litros, cualidad que le da un tono grave al sonido), envases de refresco, vasos de vidrio, claves y pandero que

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aportaban el tono agudo para conformar una muy peculiar sección percusiva y en ocasiones, una guitarra acústica para las armonías. La señal era inequívoca, David lanzaba el grito de guerra: Ta ra darara ra (traducido en un: Do sostenido-La-Do sostenido más agudo-Re-Mi y Sol sostenido)... Ta ra darara ra… y enseguida, afinados o no echábamos a andar una canción de The Beatles, que aún hoy conserva el lugar número 23 en la lista de la Rolling Stone de las mejores 500 de la historia, escrita por John Lennon, que en una primera intención buscaba, según uno de sus biógrafos y mejores amigos: Peter Shoton, acudir a una muy temprana nostalgia, en la que pretendía recrear el trayecto que hacía en un camión de pasajeros. Después, Lennon modificó la letra hasta quedar como hoy se le conoce. Paul McCartney se adjudica la autoría no sólo de la línea melódica sino de la armonía, aunque el líder beatle, poco antes de morir desmintió el hecho y aclaró que el bajista zurdo sólo había aportado el llamado middle 8 o puente que una estrofa con otra. Para esta pieza, el productor George Martin, compuso y ejecutó, a manera de solo de piano, una especie de riff barroco cuyo sonido muy peculiar hace rememorar a Bach, y que, al aumentarle la velocidad para empatarlo con el tiempo de la pieza, terminó sonando como un clavecín.

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haber quedado en el máster de los estudios EMI, en Londres, para ser la pieza número cuatro del lado b, del magnífico Rubber Soul, álbum que daría notables destellos de la revolución musical que estaba por llegar. Si originalmente la letra de In my life buscaba detallar el recuerdo del aburrido trayecto de un autobús en Liverpool, en donde por cierto, aparecerían en la letra los nombres de Penny Lane y Strawberry Field, Lennon terminó por darle un giro que mantuvo el tono de la añoranza, pero en un rango más abierto y de mayor holgura, en donde habla de lugares que fueron, los que son, los fallecidos, los vivos y el amor, en este último y luego de una comparación, enfatiza: I love you more, como una declaración de principios inalienables. In my life es una canción de apenas 2 minutos con 28 segundos que muy pocas veces llegamos a cantar completa en la Cloaca mayor, pero, que siempre aparecía los sábados, lanzada al ruedo por David Ojeda como señal para acentuar el ritual de las percusiones caseras festivas, la música y la fruición, como indicios innegables de que, entre los que se prodigan afecto, la vida es eso. Para los que tuvimos el honor de vivir intensamente los sábados con David Ojeda, In my life es un pasadizo instantáneo por el que, como dijera Chavela Vargas en otra canción, uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida, esos sitios en los que la amistad, el afecto y la presencia siempre generosa de nuestro querido David no sólo nos dejaron un setlist de lujo, sino también, marcaron surcos indelebles en los longplay de nuestras vidas... siempre con el inolvidable: Ta ra darara ra…

La canción fue grabada un 18 de octubre de 1965. Es decir, este 2018 estará cumpliendo 43 años de

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EN SA YO Alejandro García

CUARENTA AÑOS DE LAS CONDICIONES DE

Los signos reales en las narraciones de Ojeda son bastante numerosos y para demostrarlo baste citar sus escritos sobre la llamada “Tortura limpia”. “Los métodos de la llamada tortura limpia son todavía poco conocidos a pesar de que los especialistas en ellos los han desarrollado ya a niveles considerables. A ellos recurren cada vez más los sistemas represivos para obtener información de los opositores o simplemente destruirles la personalidad… Los buenos torturadores son ahora graduados universitarios…” Nélida, López de Ferrari. 1

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E LA GUERRA EL HOY DE UN LIBRO

La imagen de un hombre frente a la computadora, la tablet o el teléfono celular mientras construye un texto, oye música, lee y escribe correos, consulta el clima actual y el de los días siguientes, ubica su posible ruta en google earth, o en alguna aplicación, pide un taxi, su tarifa, ubicación, tiempo de llegada; corrobora datos en internet, bien de consulta general, de fuentes especializadas en pdf o de libros en bibliotecas del mundo, de imágenes a elegir entre un amplio repertorio; consulta sus propios archivos, corta y pega en el texto que realiza; conversa con alguien con palabras escritas y orales y con la persona a la vista, así sea en un pequeño recuadro o, cuando se necesite, en la pantalla completa; esa imagen de poder hacer varias cosas a la vez, cambia radicalmente la idea del ser humano donde la concentración en una sola tarea es lo recomendable y donde las tareas así realizadas no tienen éxito. Cambia también la valoración de una forma de vida semejante. Agreguemos a la labor frente a la virtualidad, el hecho de que se puede estar preparando

una maleta, pendiente de la cocina o de labores del hogar, de la ubicación o el destino de nuestros seres queridos, incluso una conversación en el mismo lugar con un colega o la pareja o el hijo. Territorio de locos, diría la mirada tradicional. Aunque en realidad lo que se pone en exhibición es cómo una tarea esconde tantas otras, porque se nos está olvidando el pensamiento del sujeto, el si está poniendo en un solo riel todo lo que hace o si eso mismo está pulverizado a la manera de una galaxia. Total que estamos en este mundo y en muchos otros. Para otro tipo de analistas que ven en el pasado todo el presente, ya en el Medioevo el atril posibilita esa variedad de actividades. Algo de eso habrá y no es casual que los atriles hayan regresado a muchos estudios de trabajo. Habrá que pensar, sin embargo, en la limitante del desconocimiento de la perspectiva que si bien pertenece a la pintura, habla de un hombre limitado en su percepción del mundo y en cómo mostrar la profundidad y la simultaneidad. La literatura de las primeras décadas del siglo XX desató al pensamiento, lo exhibió, lo analizó y lo hizo hablar. El romántico del siglo decimonónico, pienso

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“David Ojeda, Las condiciones de la guerra”, en Caravelle, Cahierd du monde hispanique et luso-dré silien, 1979, p. 274-275. En: https://www.persee.fr/doc/carav_0008-0152_1979_num_33_1_2212_t1_0274_0000_2

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en Victor Hugo, basaba su poder de convencimiento en el narrador omnisciente. Él daba las vueltas necesarias para convencer al lector de que un personaje era profundo, fuera bueno o malo. En cambio los escritores más cercanos al fin de siglo buscaron el soporte de ese pensamiento y lo encontraron en el cerebro. Viaje alucinante de Asimov es la aventura de la destrucción de un coágulo para que el científico salga de su ictus cerebral. Decir no sólo permitía enunciar las verdades del mundo, sino que también era originario del cerebro y su uso; organización y precisión o poder de sugerencia provocaban un crecimiento en el cerebro. Era difícil ir a lo biológico, a lo interno, después de que costó tanto arrancar a las lenguas del poder divino, pero al igual que el caso del atril, la ubicación y la calidad del problema eran otras. Si Ulises y Las olas nos hablaban de personajes que pensaban y Cómo es de entrada era un una oración copulativa donde el sujeto es el pronombre interrogativo, con una carga modal evidente, pero donde el centro de atención es el lenguaje y después el pensamiento que lo genera, encontramos ejemplos más amables y juguetones en El secuestro de Perec, Rayuela de Cortázar, Entre Marx y una mujer desnuda de Adoum. Allí campean la elisión de una vocal en toda una novela, la combinación de lecturas y la intercalación de dos historias renglón a renglón en el capítulo 34 o el uso de cajitas al margen con texto que acompaña, apoya o contradice al principal. Allí se habla de juego y el pensamiento está en ebullición para poder seguir a y participar en aquel. A esta estirpe pertenece Las condiciones de la guerra de David Ojeda, donde el cerebro, el lenguaje, el juego y la multidimensionalidad tornan fugaz el tener en cautiverio a un libro. Un año después se publicará otro libro imprescindible Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino. Así que se cumplen 40 años de la aparición de este libro de David Ojeda en su edición de Casa de las Américas y diez de su publicación en la edición mexicana de Taberna Libraria. A pesar de los saltos, este libro ha tenido sus lectores y algunos lo tienen ya como un libro de culto. Es muy importante que ahora la Universidad Autónoma de Nueva León lo lleve a nuevos lectores y al reencuentro con sus fieles

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indagadores desde 1978 o desde el momento en que se encontraron con él. En 1, 2 y 3 integro las líneas que escribí para la edición mexicana y, obviamente, 0 y 4 son producto de mi mirada actual.

1. LA PUBLICACIÓN Desde que Fuentes publicó en 1964 Cantar de ciegos no se había dado en la narrativa mexicana un libro de cuentos tan excelente como éste, Las condiciones de la guerra. Marco Antonio Campos 2 El libro que, amable lector, tienes en tus manos, obtuvo el Premio Casa de las Américas en 1978 en cuento y se publicó en la Habana, Cuba, en junio de ese mismo año. Fue un libro bien recibido por la crítica especializada y reseñado con verdadero entusiasmo por Marco Antonio Campos en su columna del semanario Proceso, apenas el 25 de septiembre, como quien dice todavía calientito. Campos hizo una reseña integral, donde, siempre desde su perspectiva, hace un balance de las virtudes y limitaciones del libro, pero no escatimó elogios para la obra y para el autor: Si bien se nota en las narraciones que la formación política del autor deja todavía que desear y sus personajes parecen ser a veces la voz no muy bien disfrazada de él mismo, eso no obsta que los textos sean autónomos y eficaces y nos encontremos —ya era tiempo— con un sólido cuentista, que con el tiempo —y si la Sibila no me reconviene— será un digno heredero de Rulfo y de Revueltas, un espléndido narrador político (cosa, por demás, rarísima). 3

El juicio de Campos persistió y, desde su importante foro, señaló a principios de 1979, a propósito de los mejores libros del año recientemente concluido: Lo más destacado en nuestra narrativa fueron la reedición, corregida y aumentada, de Morirás Lejos, 4 Los periodistas y Las condiciones de la guerra.


Por otro lado, los libros que encomia junto al de David Ojeda pertenecen, ni más ni menos, que a José Revueltas (México 68: juventud y Revolución), a Julio Cortázar (Territorios) y a Octavio Paz (Xavier Villaurrutia, en persona y en obra), por si la alusión a Vicente Leñero y a José Emilio Pacheco nos pareciera limitada. Y abunda, argumentando en torno a cada una de las obras, a propósito de nuestro libro: El otro libro importante es el volumen de cuentos con el que el joven David Ojeda (1950) ganó el Premio Casa de las Américas 1978 (Ojeda merecía más que ningún otro el premio Villaurrutia). En este libro encontramos “un narrador vigoroso y riguroso, con una mesurada audacia para manejar felizmente las estructuras y el lenguaje”. Quizás la parte más frágil de Ojeda sean los argumentos, pero eso lo sustituye con su trabajo verbal y la armazón de sus cuentos. Además, los grandes argumentos no hacen —sí su tratamiento— la buena o la gran literatura. Otra de las virtudes de Ojeda es que no cae, siendo un escritor político, en nebulosos alegatos sociales o en la literatura elemental de la que es campeón Benedetti.5

Sin duda la opinión de Campos era importante en ese momento por la trascendencia del semanario en que escribía y por lo certero de sus juicios y un buen número de lectores lo seguía como un reseñista ajeno a los polos del poder cultural en México. Sin duda comparto esa importancia de la escritura, la intratextualidad, para regir las cofunciones del texto, para ponerme teórico y el paso de los años operó en el libro resplandores que se ocultaban bajo el claroscuro de los prejuicios o las reglas de la época.

El libro de David Ojeda nos planteaba retos interesantes en su lectura, a partir de la estructuración de la realidad, a partir del lenguaje y a partir de que esa realidad se podía contrastar con la realidad del lector. Pese al entusiasmo de Campos, al prestigio del premio (ganado antes por Jorge Ibargüengoitia y Guillermo Samperio), a lo oportuno de su publicación, el silencio imperó y no hubo hasta hoy quien se impusiera la obligación de reeditarlo. Similar, o peor, suerte sufrió Bajo tu peso enorme, libro de cuentos publicado a finales de 1978 y finalista en el Premio Nacional de Cuento 1976 que apareció bajo el sello de Editorial Tierra Adentro y que no ha vuelto a reeditarse. En descargo, se puede señalar que David Ojeda fue incluido en antologías (menciono sólo algunas) tan importantes como Jaula de Palabras6, Narrativa Hispanomericana 1816-19817 y Memoria de la palabra8. La obra posterior de David se movió siempre entre géneros, más seductor desde la escritura que desde el cobijo de las clasificaciones, lo que acentuó la incomodidad en la recepción. Es hasta 2006 con la aparición de La santa de San Luis (Tusquets), que se puede hablar de Ojeda novelista y señalar, como lo ha hecho, su brecha, ahora sí, con respecto al cuento, aunque es claro que los productos de nuestro autor no se limitan a la narrativa, pues lo mismo publica poesía que ensayo. Publicar Las condiciones de la guerra es importante porque nos reencuentra con un libro de cuentos de primera línea que sigue haciendo fuertes las palabras de Campos. La actualidad es pasmosa, a pesar

Marco Antonio Campos, “Las condiciones de la guerra”, en Proceso, núm. 99, 26 de septiembre de 1978, p. 61. Ibid., p. 62. 4 Marco Antonio Campos, “Los mejores libros de 1978”, en Proceso, núm. 114, 8 de enero de 1979. En: https://www.proceso.com.mx/125152/los-mejores-libros-de-1978 5 Idem 6 Gustavo Sáinz (Selección), Jaula de palabras. Una antología de la nueva narrativa mexicana, México, 1980, Grijalbo, 478 pp. 7 Ángel Flores (Compilación), Narrativa Hispanoamericana 1816-1981. Historia y antología. 6. La generación de 1939 en adelante. México, México, 1985, Siglo XXI, La creación literaria, 370 pp. 8 Mario Muñoz (Prólogo, selección y notas), Memoria de la palabra. Dos décadas de narrativa mexicana. Breve antología. México, 1994, Universidad Nacional Autónoma de México, Difusión Cultural/ CNCA/ INBA, 564 pp. 2 3

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del paso de los años y de la derrota del marxismo, que no de las reivindicaciones de justicia y de la defensa de las soberanías (de los cuerpos, de las naciones).

2. LO INTERIOR Las condiciones de la guerra es un libro que funciona en una estructura total y en estructuras unitarias a partir de los cuentos. Dentro de la estructura total se traza un ensayo con llamadas a la manera de notas a pie de página en donde se van dando ejemplos narrativos de lo que se argumenta. El tema general es el poder destructivo, alienante, de la tecnología. Ésta es la lectura que resulta más arriesgada, sobre todo si marcamos la palabra ensayo. Se pudiera pensar que se trata de una especie de matraz naturalista en que se van a demostrar los argumentos con historias o ficciones, una forma alterna de subordinar la literatura bien a la política, bien a la ciencia, bien a la didáctica. Sin embargo, podemos hablar del mencionado ensayo como de un relato en donde un personaje platica de sus intentos por acercarse, primero junto con un amigo y después él solo, sobre los diversos papeles que asume la tecnología en la vida cotidiana y va ejemplificándose, cual cerebro laberíntico las diversas posibilidades. Ésta es una lectura virtuosa y que se puede disfrutar y llevar a una interpretación novedosa por el lado de las ciencias cognitivas, pues los personajes se mueven en el filo de la disonancia cognitiva, por decir lo menos. Pero Las condiciones de la guerra presenta sobre todo una estructura ambivalente en donde conviven la mejor tradición con la ruptura más reciente (a los años 70). Por un lado nos encontramos frente a una obra con un marco o guía que se ha utilizado a lo largo de la literatura universal y que disfrutamos lo mismo en El Decamerón o en Sendebar o Libro de los engaños de las mujeres que en Manuscrito encontrado en Zaragoza y que detrás de su abierta intención por escandalizar o llamar a la fe o al buen gobierno, salvaguardan la intención de contar, de involucrar al lector en un asunto general que se divide y se divide

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como se abre en abanico el aparato combinatorio del cerebro. Por el otro nos acerca a la ruptura de obras como Rayuela, Rajatabla, Entre Marx y una mujer desnuda. Es muy probable que en su momento éste haya sido el rasgo más atractivo, por las exigencias de lectura de la época, y parecía muy lejana la síntesis que pudieron proponer las novelas de Vargas Llosa y Manuel Puig de aquellos años: narración en donde se rescata el valor de la historia y el valor de géneros que parecían condenados al desprestigio. Igualmente, Ojeda propone ese equilibrio entre la desconfianza a la política siempre seductora y la historia y el discurso que se enhebran para conformar una nueva realidad. Más que en el cuento marco o en el ensayo que abre el libro, la clave se encuentra, desde mi perspectiva y desde mi lectura, en el cuento “Más pequeño que Vietnam”, donde el relato quiere cubrir la simultaneidad y manda al lector a una especie de ubicuidad virtual: magia que hace posible la mente y la palabra: estar en todos lados, lo que no consiente la realidad: estar anclado al espacio y al tiempo. En breves líneas, Ángel Flores reivindica las habilidades de nuestro autor: Ojeda demuestra ser un conocedor de las estructuras más complejas de la narrativa corta y poseer un dominio del lenguaje que le permite dotar a sus textos, simultáneamente de horizontalidad y verticalidad, 9 esto es, de grosor y resonancias.

El mundo de la tecnología nos rodea y nos domina. No nos damos cuenta. Creemos en la fórmula feliz de la comodidad. Y una máquina recibe los núcleos informativos y traza una obra que es afín a los postulados del poder político dominante. La máquina construye lo que ya se mueve por las articulaciones del estudiante: su conciencia de dominador, su estar de este lado de la historia. El golem ha atrapado no al rabino, al escritor. Tecnología que no forma parte de la realidad de un niño que teme al comunismo, pero que ya ve el mundo dividido y la fuerza de las armas. Mundo dividido que no puede ver un hijo de mexicanos al que el inglés convierte en casi ciudadano, mientras un ser del más allá —del lado perdedor— preten-


de enseñarle por lo redondo las contradicciones. Tecnología que se presenta en maquinitas para un par de chiquillos que desfondan la economía paterna mientras acceden a una realidad que les es única e impredecible en sus alcances. Más allá de los niños no se vive mejor. La programación aísla mientras las relaciones se deterioran, los sexos se alejan y la soledad sienta sus reales. No ha sido necesario que la máquina desobedezca las leyes de la robótica, el hombre se ha dedicado a introyectarse el veneno necesario para la entrega y para la sumisión.

3. LO EXTERIOR El fin de la guerra fría destruyó bibliotecas, arruinó carreras, desalentó vocaciones, evaporó utopías, pero ante todo pareció destruir cualquier defensa desde la trinchera, como si el éxito hubiera sido absoluto o como si hubiera dado al vencedor derecho para arrinconar los vestigios en reservaciones o campos de recuperación mental. Lo que cada vez se robustece más es la actualidad de las viejas luchas y la necesidad de ficcionalizar las nuevas realidades y los nuevos dominios. En 1978 la computadora era un artículo extraño y monstruoso en sus dimensiones. Ahora la cargamos en pequeños paquetes y su forma de funcionar se utiliza lo mismo en mecanismos médicos que en adminículos de tortura, para prolongar la vieja paradoja de mantenerlos vivos para mejor matarlos. Es extraño observar mi casa o el auto estacionado afuera de ella desde la computadora vía satélite y Earth google, como si no fuera suficiente con la vigilancia de sórdidos familiares o vecinos. Pero la publicidad y la propaganda han acentuado su papel de dominio y los medios su labor de subordinación y de engaño al servicio del más fuerte postor. Las condiciones de la guerra resulta de extraordinaria clarividencia y de profunda actualidad.

De acuerdo con estas convicciones, que ahora se han vuelto relativas con el giro imprevisto de la historia, los cuentos de David Ojeda son ilustrativos de ese periodo de verdades irrebatibles que demandaron de la literatura una posición coherente con los presu10 puestos que esgrimían las causas progresistas.

Es cierto, el mafioso ruso ha desaparecido, sólo lo ha hecho tras las fronteras del capitalismo, y las deudas de la minoría para con la mayoría de la especie (el hombre) están allí intocadas, a pesar de los lemas y de las frases de defensa del sistema. Sea por esa actualidad de la forma, sea por esa actualidad del contenido, sea por esa profecía que enunció Marco Antonio Campos, Las condiciones de la guerra merece esta reedición y el reto de nuevos lectores.

4. PODER, CEREBRO Y LIBERTAD Hoy, en 2018, quien esto escribe, además de suscribir lo expresado hace diez años, la ópera prima de David Ojeda resulta venturosa para sus lectores porque su estructura, sus posibles unidades, posibilidades de combinación y líneas temáticas siguen siendo frescas y motivadoras y soportan algunos sistemas interpretativos muy actuales. Roman Jakobson planteó en 1958, en su célebre conferencia “Lingüística y poética”, que “la función poética proyecta el principio de la equivalencia del eje de la selección al eje de la combinación”11. Trataba el autor de ubicar los textos literarios dentro del objeto de estudio de la lingüística y al señalar los seis factores de la comunicación y sus correspondientes funciones hablaba de una dominancia dentro de los procesos comunicativos, pero a la vez de una presencia de todos los factores y por ende de sus funciones. Las condiciones de la guerra muestra una estructura donde no sólo la selección y la combinación están

Ángel Flores, op. cit., p. 273. Mario Muñoz, op. cit., p. 382. 11 Roman Jakobson, Ensayos de lingüistica general, Barcelona, 1975, Seix Barral, p. 360. 9

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realizadas con base en el principio de la equivalencia, sino que el resultado mismo llama a que selección y combinación se vuelvan a dar en la totalidad de la obra y en el ir y venir de los discursos literarios, lo que nos lleva a la imagen del principio de este texto, un sujeto que realiza numerosas actividades y selecciona y combina y que su dominancia puede no ser literaria, pero que tiene significado y llama al sentido y así la tarea laberíntica de cada acción en sí deja de tener un significado negativo y se asocia más a la estructura cerebral que resuelve y padece o goza. Tanto Nélida López como Marco Antonio Campos señalan el logro de lo político en el libro de David Ojeda. En 1978 estaba reciente el asunto Padilla, la división de la intelectualidad en apoyo o rechazo a la Revolución cubana. Pero también estaba reciente la polémica Collazos, Cortázar, Vargas Llosa en torno a la indeclinabilidad de lo literario (y el lenguaje al centro) frente a los otros campos. Ojeda a veces oculta lo político o resalta la actitud política en lo cotidiano. Sea en una chica de familia rica provinciana que saca sus verdaderas visiones sociales y las va a ejecutar frente a un grupo de huelguistas, que en un niño que percibe ya las desigualdades aunque siga los dictados del orden que supuestamente lo cobija y está también en ese cruel texto donde las leyes de la herencia combinadas con la educación llevan a la niña de ojos azules a asesinar a sus verdaderos padres. Ojeda ve el poder y la violencia, a veces nos recuerda al Foucault de la red social que lo mismo resiste que permite golpear al poderoso, a veces se introduce a la violencia explícita de los grupos locales, lo que para él significó el navismo en su doble moral, o los golpes a las universidades, pero otras veces sólo se sabe objeto de violencia simbólica, como ante el hecho de no publicar este libro trascendental por desagradar a diversos grupos de poder y aguantar a pie firme los otros golpes desde su ciudad natal. Ese asunto del poder y la violencia, de la política por ende, está en el proyecto que desde aquellos años arrancaba Teun van Dijk y que encuentra en situaciones de posición, de entrevista, de turno en la voz, en cada acto de interacción entre dos o más, un ejercicio de poder que a veces se disimula de filantropía. En ese sentido este libro es político y lo es “incorrectamente”.

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Aún en escenarios tan sospechosos como la didáctica, este libro llama a un constructivismo más que a una actitud pasiva. Y eso se da en las posibilidades anteriores también. Podría decirse que la cita de Engels y su referencia a la lucha de clases lo ata a una manera de leer el mundo. Nada más lejos de esto, Ojeda siempre llama a la pregunta, al problema, al monstruo que se mueve debajo de las aguas mansas. Aun así, las cuestiones del marxismo no dejan de tener validez durante y después de la caída de los países socialistas. Cuando Estados Unidos se llama despojado de sus bienes en esta era Trump y acusa a países como México de ubicarse casi en un estado anterior al humano, a la manera de los colonialistas de los siglos precedentes, sólo lo avala el poder. De allí la labor reconstructora del individuo, la defensa del cerebro para construir una conciencia que sea el instrumento que le permita entender el mundo y no sólo una preceptiva de punición. Celdas, crucifijos, prohibiciones, publicidades para preservar la desigualdad de la manera más pacífica. El avance de las neurociencias nos dejó no sólo el conocimiento y el desconocimiento del cerebro. Los hemisferios con sus funciones, las lesiones sobre una zona que pueden ser retomadas o paralelizadas por otras, el descubrimiento de las neuronas espejo que nos habla que una parte de nuestra memoria está allí, que constituyentes microscópicos calcan lo que perciben en un estado previo a la razón. De modo que los personajes de Ojeda no sólo tienen esta pelea con la computadora o las programaciones de best seller, sino que también aprenden, memorizan lo que no está al alcance del poder. El ejercicio de enunciación de un niño, sus neuronas trabajando noche y día, a veces se someten a la orden, pero otras veces aprenden a responder y a mostrar alternativas diferentes satanizadas o no dentro del menú de la existencia. En Las condiciones de la guerra el autor renuncia a la omnisciencia, hace historia y experiencia el ensayo, deja caminar a sus personajes, los pasa de las dos dimensiones a la tercera y luego los sentidos del ser humano y el captor de sus señales, el cerebro, lo ven desde diversos ángulos y enfoques, convirtiendo la experiencia en multidimensional o poliédrica. Pero quizás la arteria más vital y cercana a los


lectores siga siendo esa negación de la lectura fácil, de la lectura sometida. Ojeda hereda la paradoja, la contradicción, pero la integra al juego, la retira de la prescripción, se une a la línea del anti, con lo que molesta a los enemigos de lo incompleto, de lo inconcluso, de lo complejo, se torna solidario de las inteligencias múltiples. Más latinoamericano que mexicano, este libro, consciente además de su lugar en la literatura universal, se ata a los que en este país han buscado la ruptura y la liberación y a los lectores que igual están frente a la computadora con veinte ventanas bien abiertas que con los que hacen de la lectura el carnaval de numerosas fiestas, de libertades ganadas a pulso, de señalamientos donde uno se ha querido apoderar del otro y de lo otro. La guerra, sí, la guerra entre naciones, entre individuos, la guerra que no se ganará poniendo la otra mejilla, sino haciendo uso del cerebro, del lenguaje, del arte, la necesidad y el placer, la síntesis alcanzable.

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Pedro Ángel Palou

David Ojeda

enseñaba con el ejemplo.

Desde el primer taller en el que hacía una especie de credo sobre la inutilidad práctica y económica de la literatura hasta cada sesión donde la crítica y su aguda mirada de lector beneficiaban a todos. Era el amigo perfecto, el alma de la fiesta (y siempre había fiestas), el mentor informal en esas horas extras, lo mismo de música, su gran pasión, que de literatura y vida. El compromiso social era extra literario, moral y debía existir a su juicio en el hombre, no necesariamente en el escritor (una especie de reverso de Henry Black, el personaje de su maestro Miguel Donoso), la literatura estaba comprometida con su propia calidad y con la exigencia de rigor máximo. La amistad, su tercera faceta, estaba basada en la naturalidad. David era generoso en los tres aspectos. Ser su discípulo fue una bendición de los hados de la literatura para mí. Era desordenado, podía perder incluso el original de uno de tus libros (me pasó con una Paquette para Praxis-Dos Filos), pero ese desparpajo desaparecía una vez que nos enfrentábamos al texto literario. Allí era implacable y en una sesión se podía aprender lo de cien días. Cada mes cuando volví a Puebla era para mí una bocanada de aire fresco en un medio pacato y anquilosado. Con los años pasé de ser su discípulo a su amigo y en 1985 me invitó un verano a su casa de San Luis Potosí. Fueron días importantes, pues había hecho un sindicato fallido y vivía deprimido. Revisamos un libro mío de cuentos, bebimos, charlamos y lo acompañé a un taller en Zacatecas y otro en Aguascalientes. Lo vi ser el mismo brillante escritor y genial amigo en ambos lados. Quizás es por eso que lo extrañamos y lo queremos tanto. Es que le debemos tanto… Y somos legión.

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PO ES ÍA Mercedes Luna Fuentes

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se cometen crímenes sutiles en el país de los horrores la locura camina atada al cuello de los niños abundan sábanas lisas

impecables

ellos las usan para volar pero una mano oscura hipnotiza a los pequeños cuerpos

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los envuelve entre las sábanas

y el desencanto

saca sus brazos para atrapar el último juego

la última risa

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en este país saltan conejos sin huesos entre las olas

hechas de manos blancas

no hay cosa más sana que bucear en la nata de la amargura encontrar en ella tentáculos

conocerlos

son los únicos

que nos revelarán cómo escapar

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CI NE Roberto Carlos Gámez

Entre los estrenos más interesantes de este otoño, tenemos a Upgrade (Leigh Whannell, 2018). En esta cinta el director australiano (Saw, Insidious, Dead Silence) cuenta la historia de Grey Trace, un mecánico especializado en coches inteligentes y su esposa Asha, quien trabaja en una compañía de inteligencia artificial y biomédica. Una noche ambos viajan a bordo de uno de los coches mejorados por Grey y tras sufrir un accidente, son asaltados por un comando que asesina a Asha y a él le disparan en la columna. A consecuencia de esto, Grey queda parapléjico y se sume en la depresión; recibe la visita de Eron Keen, una suerte de empresario-genio adolescente que le ofrece la posibilidad de recobrar el movimiento a tráves de un chip insertado en la columna vertebral, conocido como STEM. Tras la intervención, Grey recobra la movilidad pero su verdadera motivación es vengar la muerte de su esposa. El filme nos recuerda a los replicantes de Blade Runner (y a los androides de Phillip K. Dick) en un hábil despliegue de elementos de cine B, comedia y sangre, mucha sangre. Grey no tardará demasiado en descubrir las intenciones de su benefactor. Totalmente sujeto a la voluntad de éste, tras firmar un acuerdo contractual, el superhumano deberá buscar la libertad a tráves de la rebelión. Hacking, ética, venganza y violencia sin límite fluyen en los 90 minutos de esta cinta que explota la inagotable podredumbre humana, dándole Upgrade.

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AR TE Por Violeta García

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éxico, en octubre de 2017, alcanzó la etapa más sangrienta de su historia, con aproximadamente setenta homicidios dolosos por día, sumando 234 mil 996 desde que Felipe Calderón iniciara la llamada “guerra contra el narcotráfico” (Hernández Borbolla, 2018). Eso sin contar los crímenes políticos, los desaparecidos y otras víctimas no mortales. Esta sobreexposición a un fenómeno lleva a la naturalización del mismo, observar y experimentarlo de manera reiterada sin reaccionar, o incluso, llegando a pensar que se trata de una normal de la vida, hasta dejar de notarlo. En este contexto aparece la obra de Teresa Margolles, quien ha utilizado restos humanos, sangre, agua con la que se han lavado cadáveres, entre otros elementos, para conmocionar de manera violenta al espectador (Figueroa Díaz, 2013). Cabe preguntarse por qué resulta un tema tabú utilizar el cuerpo muerto como un elemento más de la composición artística. Según Schelling, es siniestro “todo aquello que estando destinado a permanecer oculto, secreto, que ha salido a la luz” (Schelling, 1919, pág. 122). Si asumimos literalmente la frase, resulta ominoso contemplar la sangre, las vísceras, y todo aquello del cuerpo humano que debería permanecer oculto a la mirada. Ciertamente, Margolles no es la primera en utilizar estos métodos. Antes o a la par, otros artistas han hecho uso de cadáveres y fluidos humanos y animales. Tal es el caso de Honoré Fragonard (Francia, 1732-1799) y Joseph Beuys (Alemania, 10211986). En el ámbito contemporáneo, los principales referentes a nivel internacional son Joel Peter Witkin, Andrés Serrano, Gunther Von Hagens, Hermann Nitsch, Demian Hirst, Arturo Gordon y

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Zaida González. Sin embargo, Margolles sí ha sido la única que lo hace como una denuncia social y política, y que busca generar una reacción y un cambio en su entorno. Podría objetarse que el uso de métodos como los de Margolles son exagerados y encaminados a escandalizar. Y es que en todas las ocasiones que se ha hecho público el uso de técnicas y elementos poco ortodoxos, que fuerzan las fronteras de lo artístico y los territorios de intervención, se han suscitado enérgicas reacciones de los espectadores, líderes de opinión e intelectuales. Sin embargo, esto, lejos de ser un inconveniente, resulta una práctica necesaria para contemplar desde otros ángulos los problemas que han dejado de parecernos relevantes, o cuya falta de solución ha derivado en un estancamiento, puesto que trae a la mesa la discusión. Además, la muerte y la violencia, tratados desde la perspectiva del arte, adquieren cierta belleza. Lacan sostiene en su seminario sobre la Angustia que “la última barrera que puede proteger a un sujeto frente a la confrontación con la pulsión de muerte, es lo bello. Eso bello enceguecedor que esconde algo y si aparece lo que esconde, estamos ante un sentimiento de lo siniestro” (Lacan, 1962, pág. 162). Entonces, el arte también se posiciona como una manera de sublimar lo que nos resulta insoportable, los impulsos naturales y canalizar la violencia de una manera distinta, y evitar aquello que de otra manera jugarían en perjuicio nuestro, y nos haría miembros inadmisibles de la sociedad.

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La manera en que se percibe la violencia puede ser consciente o inconsciente. Positiva o negativa. Puede abordarse desde un punto de vista crítico o uno pasivo. Quizá la negación, o el hecho de acostumbrarse a ella sean un mecanismo natural de defensa, pero comenzar a aceptar la crueldad como una parte normal, o algo que no puede evitarse, conlleva a dejar de combatirla. Sólo en la medida que somos conscientes de un problema, podremos proceder a reflexionarlo y después a resolverlo. En un contexto tan violento como el contemporáneo mexicano, las estéticas alternativas se hacen necesarias y el único camino potente. Proponen un cambio de paradigma de lo que consideramos bello, una contemplación desprejuiciada de una realidad desafiante. Obedecen a una propuesta estilística donde lo oscuro, lo rechazado, el tabú y lo macabro son recursos para expresar diversidad y belleza no convencional, y tienen una fuerza expresiva de la que otros lenguajes carecen. Frente a la obra de Margolles, uno recupera de golpe esa conciencia. Más allá de la simple interpretación, el arte es un agente que retoma un problema y lo enrarece, incomoda, obliga a contemplarlo con otros ojos y analizar detenidamente lo que de otra manera pasamos por alto, suele mostrar aspectos poco conocidos sobre un fenómeno e inducir a la polémica y el análisis que la sobreexposición al mismo nos ha arrebatado. Es decir, lo que Margolles quiere transmitir, sólo puede transmitirse de esta manera.

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Lengua (ACE Gallery, New York/Los Angeles, 2000) En esta obra, Margolles obsequió a la madre de un joven “punk”, fallecido en las calles de la Ciudad de México, un ataúd para que pudiera enterrarlo a cambio de la lengua del muchacho. La pieza habla del clasismo, que valora una vida según el estrato social del que provenga la persona.

Las burbujas que aparecen en la imagen se propagaban por la sala principal del museo por medio de máquinas. Posteriormente, el público se enteraba de que el agua con que se hicieron se había utilizado en la morgue para lavar los cuerpos.

En el Aire (Museum für Moderne Kunst Frankfurt, 2003)

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Muro baleado (Kassel, 2009)

Se trata de los ladrillos de la pared de una casa de Culiacán, Sinaloa, en la que impactaron balas durante un episodio de la llamada “guerra contra el narco”.

Tarjetas para picar cocaína (Bienal de Venecia, 2009) Durante la exposición “¿De qué otra cosa podíamos hablar?”, presentada en la Bienal de Venecia del 2009, se repartieron estas “tarjetas para picar cocaína” con la imagen de un muerto en la guerra contra el narcotráfico.

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Referencias David, M. (2011). SEMEFO 1990-1999. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica. Hernández Borbolla, M. (1 de junio de 2018). the Huffington post. Obtenido de https://www. huffingtonpost.com.mx/2017/11/23/pena-y-calderon-suman-234-mil-muertos-y-2017-es-oficialmente-el-ano-mas-violento-en-la-historia-reciente-de-mexico_a_23285694/ Labor. (1 de junio de 2018). Labor.org.mx. Obtenido de http://www.labor.org.mx/artistas/ teresa-margolles/ Lacan, J. (1962). Seminario X, La Angustia. Paidós. Margolles, T. (2012). El Testigo. Madrid, España: CAM2M. Medina, C. (2009). ¿De quéotra cosa podrísmoa hablar? Ciudad de México: RMVERLAG. MUAC. (2012). La Promesa. Ciudad de México: UNAM. Schelling, F. W. (1919). Das Unheimliche. Buenos Aires: Amorrortu.

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CI NE Por Gonzalo Lizardo

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demás de enseñar a sus alumnos los rudimentos de la escritura, David Ojeda tuvo la generosidad de azuzarnos el gusto por el cine: he conocido pocos como él para disfrutar una buena película, pero, más aún, para extraer de ella una enseñanza relativa al quehacer y al compromiso literario: para vislumbrar los vasos comunicantes entre la poética del cine y de la literatura. Como la sesión del taller literario que coordinaba en Zacatecas se realizaba los jueves, al concluir era común que nos invitara al Cine Rex, a la Sala 2000 o a las Salas Zacatecas, que ese día acostumbraban cambiar su cartelera. Era una especie de ritual colectivo, pues no faltaban cinéfilos en el grupo, especialmente Tarsicio Pereyra y Gerardo Ávalos, dos enciclopedias bien actualizadas en el tema, aunque los comentarios de David iban siempre más allá del dato erudito o la curiosidad anecdótica.

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Así, por ejemplo, una vez presenté en el taller un cuento con una anécdota que se desarrollaba en dos temporalidades paralelas. Cuando terminó la ronda de críticas, David nos dijo: “qué chistoso: hoy está en el Rex una película de gángsters que me recordó tu cuento, ¿qué les parece si la vemos antes de ir a casa de Sanjuanico?” Era, ni más ni menos, Érase una vez en América, el film de Sergio Leone que nos mantuvo asombrados durante las tres horas que duró, y que luego nos puso a hablar, entusiasmados, no sólo por su admirable manejo del tiempo —que trenzaba en tres líneas temporales la infancia, la madurez y la decadencia de cuatro amigos—, sino también por la fotografía y por las actuaciones: ¿cómo olvidar la escena donde Jeniffer Conelly ensaya su coreografía en un sórdido sótano? Mérito especial le concedimos al filme por su música: más de uno soltó una lágrima con los primeros acordes de la beatlesca Yesterday, mientras el envejecido Noodles regresa a Nueva York treinta años después de que murieran sus amigos. Igualmente memorable fue aquella tarde cuando David nos invitó a ver Educando a Arizona, de los hermanos Coen, “para que vean lo que es hacer comedia inteligente”, como si así quisiera ejemplificar una recomendación que solía hacernos: la de evitar, a toda costa, ser solemnes en nuestros textos. Esa tarde resultó ser decisiva en mi biografía, no solo porque fue la primera vez que llevé al cine a mi novia Paty (también alumna del taller), sino por las enseñanzas técnicas y poéticas que esa película me reveló. Entendí, casi de entrada, la importancia del ritmo narrativo en esa secuencia magistral, cuando el protagonista (un ladronzuelo interpretado por Nicolas Cage) seduce a Edwina, la

policía que le toma la foto cada vez que es encarcelado. Y más aún me sorprendió el divertido empleo del simbolismo en torno a la maternidad, por ejemplo, en aquella escena de la fuga carcelaria, cuando dos amigos del protagonista emergen del lodo como si la madre tierra los pariera: como recién nacidos a la libertad. En esa cinta, a propósito de maternidad, Paty y yo conocimos el famoso Libro del doctor Spock, ese «manual de instrucciones para criar bebés» que adoptaríamos después para cuidar a nuestras hijas. Mención especial merece la vez que vimos Pasión de amor, de Ettore Scola. Alguien tuvo la idea de comprar un medio litro de mezcal que bebimos entre todos mientras subíamos a las Salas Zacatecas, de modo que al llegar estábamos bastante avispados e irreverentes. Al ver que la sala estaba casi vacía, aprovechamos para burlarnos de ese melodrama, que de inicio nos pareció plano y convencional: la historia de un joven militar que llegaba a un lejano cuartel de provincias, donde conocía de oídas a Fosca: una joven culta y sensible —a juzgar por los libros que leía y la música que tocaba— que vivía encerrada por culpa de una cruel enfermedad. Pero las risas se acabaron en cuanto Fosca apareció y nos hizo enmudecer con su fealdad. Frente a esa descarada infracción de los clichés narrativos, la portentosa presencia de ese atípico personaje nos hizo experimentar, colectivamente, el poder del verdadero arte para enmudecer nuestro entendimiento más allá de toda belleza. Es curioso, pero predecible. Evocando a mi maestro, he evocado a dos de sus alumnos —Paty, mi esposa; Tarsicio, mi amigo— que han abandonado, como David, el escenario de esta película que llamamos Vida. Quisiera creer, como sugeriría Spinoza, que en realidad no se han marchado, de la misma manera que Noodles, Edwina y Fosca no desaparecen cada vez que se termina su respectivo filme. Simplemente, sus existencias personales se plegaron sobre sí mismas, como un rollo de celuloide, a la espera de que sean proyectadas, de nuevo y por siempre, en ese impersonal cinema que podríamos llamar Eternidad.

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i. El juego, la guerra, lo virtual El juego cruel, es una selección de poemas que abordan el asunto de la guerra, reunidos y traducidos por Giampiero Bucci, acompañados con obra gráfica del pintor Alfonso López Monreal (UANL, 2017). El libro alude desde luego a la guerra, pero recuerda que detrás de ella hay un impulso, un ímpetu atávico, del cual el mismo juego es una forma de representación. En efecto, el juego ¬(entendido como actividad lúdica) nos puede hacer experimentar las emociones de la guerra, sin necesidad de asumir algunos de sus altos costos. Experimentar el riesgo, la táctica y la estrategia, asumir alternada o simultáneamente los roles de la presa y del depredador, a los que imitamos con gusto, y de cuya imitación somos producto como especie. El ajedrez o el futbol, el piedra papel o tijera o el Call of duty, nos hacen explorar de manera virtual el viejo epos. El relato de la conflagración, de la victoria (para la cual los griegos tenían una diosa, Niké), de la derrota (para la que no tenían otro dios que el destino) y de su inevitable mezcla.

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El enfrentamiento de los dos reyes, el negro y el blanco, que hacen avanzar sus peones y sus caballos de manera silenciosa y plástica, custodiados por un par de torres, confiados en el recurso de sus pasadizos secretos. Dispuestos a sacrificar al diagonal obispo y a la irrestricta reina, en una partida en la que regularmente los reyes se van quedando solos, diezmada la infantería y abatido el caballo, y apenas quedan un par de piezas, mientras el tablero se vuelve más grande y la palabra tablas se cierne sobre ambos, como un consuelo aún más insatisfactorio --por desabrido e insípido-- que la derrota. En el ajedrez impera la precaución y la razón, en otros juegos el azar introduce el componente de la desgracia injustificada o del benéfico azar --el poste salvador, el gol en propia meta, la mano de Dios. En todos estos juegos observamos de soslayo la catástrofe, sufriéndola y gozándola por la mera afición al polemos, al enfrentamiento y a la anticipación de la supremacía.

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ii. La belleza, la guerra y la mano de Ulises La belleza y la guerra han estado unidas. Además de verse reflejado en el mito y en la historia del poema, tiene un correlato pictórico, en la representación de Venus y Marte, Afrodita y Ares; de la misma manera que en griego apenas un fonema separa a Eros (el amor) de la Eris (la discordia). El mismo nacimiento de Afrodita es esclarecido por Eugenio Trías en Lo bello y lo siniestro como fruto de la eris, del crimen del hijo contra el padre. De la sangre de Urano, el cielo, surgen las Erinias, del semen, la afrodisiaca hermosura de Venus. Que la guerra es una de las fuentes de la poesía lo sabemos bien los mexicanos, aficionados al corrido y a las novelas e imágenes de

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nuestras revoluciones. También lo sabía Homero cuando decide cantar el terrible y formidable sitio de Troya (causado por cierto por la belleza irresistible de una reina y recuperada gracias al obsequioso movimiento de un caballo). Un personaje de la Ilíada, Ulises, que primero fingió demencia para no ir a la guerra, levantó la mano cuando el resto de los combatientes griegos, convencidos de la necedad de la guerra, se disponían a deponer las armas y regresar a casa, les dijo algo así como, ¿pero compañeros, qué va decir de nosotros la eternidad? ¿Que no se dan cuenta que de esto depende que se escriba la Ilíada?

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Sed te stupo opressit, a ti también te oprime el estupor. Boecio, citado por Quignard

iii. El juego cruel La estupenda colección de poemas sobre la guerra que ofrece Giampiero Bucci, reúne poemas de tiempo y tradiciones dispares. Comienza con Homero, pero ofrece también magníficos ejemplares de Yeats o incursiones chinescas de Pound. Poemas de Eluard y Eliot, Ungaretti y otros. Mientras lo leía edificaba mi propia antología, a la cabeza de la cual está un poema recogido por Keene en su breviario sobre la literatura japonesa. Se trata del poema de un guerrero la víspera de la batalla. ¿La luna llena/ hay quien no escriba / poemas esta noche? El poema es bello no sólo por sí mismo, si hacemos caso a Keene y a Trías. Lo embellece la luz de una escena que se ha dejado fuera: la del campo de batalla al día siguiente, que se proyecta ominoso sobre un suspiro de tres entrecortados versos. La belleza es siempre soslayada por lo visible. Tampoco la nieve, ni la flor, ni el rocío, ni la vida humana son dignos de admirarse solo por la

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blancura o la delicadeza de los pétalos, sino porque están sometidos a la demolición, la que produce el tiempo, la que produce el depredador o el cambio de fortuna. La violencia es la vida, la aniquilación su resultado, escribió otro italiano, Giorgio Colli. La belleza despierta el eros porque suspende la discordia. La guerra es bella cuando ha podido ser cantada, es decir, cuando despierta en nosotros el deseo de escuchar; cuando Marte ha caído en los brazos de Venus. Por sí mismo nada es bello, ni la flor, ni el rocío, ni el campo de batalla, ni siquiera la guerra, ni la paz; nada, salvo cuando está sitiado por aquello que lo destruirá, el tiempo o el relato; nada, salvo cuando el trazo ha despertado en nosotros el deseo de mirar, cuando el poema ha despertado en nosotros el deseo de escuchar.

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Para terminar, una magnífica muestra del libro, encarnado en el poema de Simónides que nos recuerda la terrible y hermosa historia que vimos en el cine con el título de Los 300.

Bella la muerte, gloriosa la suerte de los caídos en las Termópilas. Su tumba es un altar; su recuerdo, alabanza y llanto. Un sudario que no destruirán ni el moho ni el tiempo que todo lo devora. Bajo la piedra de estos héroes vive la gloria de Grecia. Nos lo dice Leónidas de Esparta ejemplo de valor y fama que no muere.

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elotita de ping pong es uno de mis cuentos preferidos de Las condiciones de la guerra de David Ojeda, pues consigue, a través de la ausencia de puntuación, ideas desordenadas y un lenguaje coloquial, adentrarnos en los pensamientos de un niño que lo mismo se preocupa por lo feo del uniforme de su primaria, que por un ataque comunista. El título del relato hace referencia a la explicación del funcionamiento de la bomba atómica leído por el protagonista en un artículo, y es justo una bomba lo que pone en marcha la historia presentada por el escritor Brian K. Vaughan y el dibujante Niko Henrichon en Pride of Bagdad, obra que, como Pelotita de ping pong, aborda la narración desde un punto de vista por demás difícil para cualquier escritor –un niño en el relato de Ojeda, un animal en el de Vaughan- debido a la maestría necesaria para lograr que al lector le resulten creíbles. En abril de 2003, cuatro leones escaparon del zoológico de Bagdad durante un bombardeo estadounidense. Hambrientos y confundidos, los felinos vagaron por la ciudad hasta que soldados americanos los mataron a tiros. La noticia fue ignorada por los medios estadounidenses –como muchas otras muertes-, no así por Brian K. Vaughan, autor de la premiada novela gráfica Y: The Last Man (número uno en ventas en la lista Graphic Books Best Seller del New York Times), quien encontró en ella, como explica en la presentación del proyecto a sus editores, la excusa ideal para realizar, por medio de una sencilla fábula, tres complicadas preguntas: ¿Cuál es el verdadero significado de la libertad? ¿Es posible dársela a un país, o sólo es posible obtenerla a través de la determinación? ¿Es realmente mejor morir libre que vivir como esclavo?

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Los miembros de la manada son: Zill, el patriarca, que extraña la libertad, pero agradece las comidas regulares del zoológico; Noor, la pareja de Zill, una leona joven que, a pesar de conservar pocos recuerdos de su vida en estado salvaje desea la libertad y se encuentra tratando de convencer a otros animales para fugarse momentos antes de la explosión; Safa, una hembra ciega y la más vieja del grupo, ella tras casi morir atacada por otros leones no puede entender por qué alguien abandonaría la comodidad de las jaulas; y Ali, un cachorro hijo de Zill y Noor nacido en cautiverio. El lector se verá inmerso en el viaje que realizan estas bestias en busca de alimento y refugio desde el zoológico, pasando por el parque Zawra (un oasis del que una manada de bestias mecánicas los obliga a huir) hasta llegar a una Bagdad en ruinas y solitaria, pero no exenta de sorpresas y peligros. Otro animal con un rol importante dentro de la trama es Fajer, el malvado oso negro inspirado en un oso real que atacó y devoró parcialmente a tres civiles cuando los morteros estadounidenses destruyeron las barras de su jaula. En la historia, Fajer funciona como una alegoría al régimen de Saddam y los terroristas que por medio de la violencia intentan mantener el status quo. Pero Fajer no es la única metáfora en esta saga con claros tintes orwellianos, pues el zoológico y cada uno de los leones representan algún sector de la sociedad iraquí y su manera de enfrentarse al conflicto bélico y sus consecuencias. Pride of Bagdad fue editada en el 2006 por Vertigo, la línea alternativa de DC Comics, y en 2007 obtuvo el premio Harvey como Mejor Novela Gráfica Original, se trata sin duda de una conmovedora obra que nos hace preguntarnos ¿cuánto se estaría dispuesto a pagar por la libertad?

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esde el surgimiento del género policiaco el personaje del detective ha estado ligado a la figura del lector. En este sentido, el detective Rust Cohle de la serie televisiva True Detective (2014), creada y escrita por Nic Pizzolatto, puede ser considerado un nuevo tipo de detective-lector que a diferencia de otros detectives de ficción como Auguste Dupin, el detective creado por Poe, quien “se perfila de inmediato como un hombre de letras, un bibliófilo” (Piglia, 2005, p.69), y Philip Marlowe, el detective de las novelas de Raymond Chandler, quien “se revela secretamente como un conocedor de la literatura. Más explícito que Dupin incluso” (Piglia, 2005, p. 89), lee libros forenses, de criminología y de asesinos en serie porque le interesa conocer el perfil psicológico del criminal.

Esto puede observarse en una escena del primer capítulo de la serie en la que observamos los libros que Rust tiene en su casa. No alcanzamos a ver muebles ni aparatos domésticos, tampoco un televisor o un estéreo, sólo vemos un crucifijo colgado en una pared blanca y vacía, un colchón sobre el piso y libros encima de unas cajas de cartón. Los títulos que aparecen a la vista son Practical Homicide Investigation de Vernon J. Geberth; Death Investigator’s Handbook: A Field Guide To Crime Scene Processing, Forensic Evaluations, And Investigative Techniques de Louis N. Eliopulos; Sex Crimes de Alice Vachss; The Encyclopedia of Forensic Science de Brian Lane; Without Conscience: The Disturbing World of the Psychopaths Among Us, de Robert D. Hare y Serial Killers: The Insatiable Passion, de David Lester.

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Las lecturas que hace Rust le permiten interpretar la escena del crimen en la que aparece el cadáver de la primera víctima, Dora Lange. Mientras que su compañero Martin Hart y el resto de los policías desconocen cómo hacerlo, Rust descubre, al ver la espiral trazada en la espalda de la víctima, que detrás del homicidio se encuentra un ritual Es la representación de una fantasía. Un ritual fetichista e iconográfico. Su cuerpo es un mapa amorfo; un apego de lujuria física, fantasías y prácticas prohibidas por la sociedad. […] Sus rodillas están lastimadas. Tiene quemaduras en su espalda; llagas por el frío, encías en retroceso, mala dentadura. Es posible que sea prostituta. (Pizzolatto, 2014, temporada 1, capítulo 1).

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Al conocer el perfil psicológico de los asesinos, Rust comprende el impulso que los motiva a matar y hace uso de un hábil discurso para lograr que un criminal se arrepienta y confiese sus delitos No fue tu culpa. No eres malo. Hay un peso y tiene sus garras en tu corazón. Lo que hiciste no es tu culpa. Eres jalado muy al fondo por un peso. El mismo peso que no te deja tener trabajo. El mismo peso que no te dejó ir a la escuela. El mismo peso que no te dejó tener a tu mamá. Yo sé de estas cosas. Escucha, hay una forma de salir y es por la gracia del señor. Tú solo eres como el señor te creó. Tú no eres un error. Tú, yo, y el resto de las personas no escogemos nuestros sentimientos. Hay gracia en este mundo y hay perdón pero tú tienes que pedirlo. (Pizzolatto, 2014, temporada 1, capítulo 4).

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En este sentido, utilizando lo que dice Ricardo Piglia (2005) respecto a Auguste Dupin, “la lectura es la capacidad que usa” Rust “para descifrar los casos”. Es decir, lo que observamos es una relación ente “lectura y crimen” (Piglia, 2005, p.75) que tendrá que ser resuelta por el detective. A pesar de la diferencia señalada entre los libros que lee, Rust comparte una característica con Auguste Dupin y Philip Marlowe, ya que los tres detectives tienen un cambio en el tipo de libros que leen conforme avanza la historia que protagonizan, aspecto que les ayudará a resolver los crímenes a los que se enfrentan. En el caso de Rust, su obsesión por encontrar al verdadero asesino (él y Martin atraparon a uno de los culpables, Reggie Ledoux, pero los crímenes siguen sucediendo durante los siguientes 15 años) y por interpretar los símbolos que aparecen en las escenas de los crímenes, como la corona con cuernos de madera, las estrellas negras, la espiral que tiene la primera víctima y las reproducciones de las figuras de palos, lo lleva a abandonar sus libros sobre criminales y a leer el famoso The book of symbols en los últimos capítulos de la primera temporada de la serie, cuando ya se ha retirado como detective pero sigue investigado por cuenta propia los asesinatos. Por otro lado, en “Los Crímenes de la calle Morgue” Auguste Dupin va a resolver los crímenes que suceden leyendo los diarios, “el refinado lector que

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es Dupin, formado en las librerías de París, en los libros únicos y raros, en la frecuentación de la lectura, leerá los periódicos como nadie los ha leído antes” (Piglia, 2005, p.75). En el caso de Philip Marlowe, “una suerte de crítico literario del bajo fondo” (Piglia, 2005, p.79) que “aparece hablando […] de Flaubert, Eliot y Dostoievski” (Piglia, 2005, p. 90), el cambio en el tipo de libros que lee sucede en el cuento “Wrong Pigeon”, donde este detective lee una novela negra barata en una habitación de un motel de Phoenix […] Compré un libro de bolsillo y lo leí. Puse el despertador a las 6.30. El libro me asusto tanto que escondí dos pistolas bajo la almohada. Era sobre un tipo que se había rebelado contra el jefe de los matones de Milwaukee y sufría una paliza cada cuarto de hora. Me imaginé que su cabeza y su rostro ya no serían más que un pedazo de hueso con algo de piel hecha jirones. Pero en el capítulo siguiente estaba más fresco que una lechuga. Entonces me pregunté por qué leía esa basura cuando podía estar aprendiendo de memoria Los hermanos Karamazov. No encontré buena respuesta, así que apagué la luz y traté de dormir. (Piglia, 2005, p. 89). Si intentamos hacer una línea evolutiva sobre el perfil que tienen como lectores estos tres detectives, encontramos que esta línea “se abre en una oscura

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librería de la rue Montmartre en París, en 1841, adonde Dupin va a buscar un libro” (Piglia, 2005, p. 91) y después “se mantiene oculta hasta que sale a la luz y se cierra en la pieza de un motel en Phoenix” (Piglia, 2005, p. 91), en 1959, en donde lo que está leyendo Marlowe “es el género mismo, la versión más comercial del género, que irónicamente contrapone a la idea de la gran novela” (Piglia, 2005, p. 89). Siguiendo esta idea, podemos decir que esta línea evolutiva se abre nuevamente en la planicie costera del sur del estado de Luisiana en una historia ambientada en 1995, cuando observamos los libros forenses, de criminología y de asesinos en serie que lee Rust, y, aunque parece cerrarse, esta línea nuevamente se abre cuando un Rust retirado como detective lee The book of symbols en una especie de local comercial abandonado y acondicionado como una suerte de mapa en el que las paredes están llenas de fotografías y frases escritas donde se observan reproducciones de los símbolos que aparecen en los crímenes. Llama la atención que el nuevo tipo de detective-lector surja en una serie de televisión y no en la literatura o en el cine, donde a raíz de las transformaciones que sufrió el género policiaco “el hombre de acción parece haber borrado por completo la figura del lector” (Piglia, 2005, p. 78) que caracterizaba a los detectives, pero en la primera temporada True Detective esta figura ha evolucionado y persiste en el personaje de Rust Cohle. El último lector. (2005) PIGLIA, R.

BIBLIOGRAFÍA PIGLIA, R. (2005). El último lector. México, Distrito Federal, Penguin Random House. PIZZOLATTO, N. (2014), True Detective. U. S. A., HBO.

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EL CIERRE / LA OPINIÓN GRÁFICA / TIPOEMA PARA RECIBIR EL AÑO, POR SERGIO GRANDE


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