La noche de “Los fisiológicos”
En el “Bar de los Indignos”, una noche más, las luces tenues y el humo de los cigarrillos flotaban como un velo sobre las mesas numeradas. Allí, entre risas y murmullos, se preparaba la actuación del grupo “Los Fisiológicos”, una banda que había surgido por necesidad, pero cuyo talento y pasión por la música eran innegables. “Nordbert”, “Hieronymos”” y “Hernándo” habían sido médicos y sanitaristas, con una carrera estable, hasta que la situación económica los llevó a replantearse sus caminos. “Hieronymos”, el más pragmático, había sido médico, pero en ese escenario, los diagnósticos quedaron de lado.
“Nordbert”, el guitarrista, acariciaba las cuerdas con la precisión de una calculadora, cada acorde resonando en el aire como si su vida dependiera de ello. Su guitarra de madera oscura, gastada por los años, emitía un sonido cálido que envolvía el ambiente. “Hieronymos”, en la batería, marcaba el ritmo con una sonrisa cómplice, golpeando los tambores como quien marca el compás de un corazón herido “Hernándo”, contaba las cuerdas como sus números en el contrabajo, llenaba el bar con notas graves y profundas, como si con cada pulsación buscara aliviar alguna herida invisible.

“Hannah”, la cantante, se encontraba de pie al centro del escenario, tomando un profundo respiro antes de empezar a cantar. Había sido médica de corchitos, pero su verdadera pasión siempre fue la música. Ahora, pasaba la gorra entre las mesas para hacer unas monedas, con la misma sencillez con la que había pasado años cuidando a sus recién nacidos. Su voz era dulce y a la vez desgarradora, como si cada palabra arrastrara consigo una historia no contada. Con una voz que parecía hecha de terciopelo, se paraba en el escenario con su vestido negro, sus ojos brillando como si guardaran todos los secretos del universo. El público estaba hipnotizado antes de que siquiera cantara la primera nota.


Cuando comenzaron los primeros acordes de la noche, algo cambió en el ambiente. “Seni”, sentada en la mesa 7,ella dedicaba sus días a sanar a los más pequeños, encontraba en cada sonrisa infantil un motivo para seguir adelante. Cada tarde, al terminar su jornada, miraba al horizonte con la esperanza de que un día, entre curas y cuidados, el amor llegaría de la forma más inesperada, tal vez con la dulzura de una mirada o el calor de un abrazo. Sabía que, así como sanaba a otros, alguien llegaría para sanar su corazón. Y ahí estaba, apenas podía quitarle los ojos de encima a Nordbert. Cada vez que él levantaba la vista, su mirada parecía hablarle a ella, como si el destino los hubiera puesto allí para encontrarse. “Seni”, fascinada por el magnetismo de Nordbert, se entregó a la música con una sonrisa.
“Anairam, era sana-sana de cuerpo y alma, no solo curaba los males físicos, sino que también buscaba la cura para su propia alma, que latía con la esperanza de encontrar ese
amor tan anhelado En su búsqueda incansable, Anairam se enamoraba del amor mismo, de la idea de un encuentro profundo y eterno. No buscaba perfección, sino una conexión que le hablara al corazón en un lenguaje íntimo y silencioso.
Así, Anairam siguió su camino, cuidando vidas, mientras esperaba el día en que el amor, ese compañero fiel y esquivo, le tomara la mano y no la soltara.
”Sentada en la mesa 9, sentía que el ritmo de la batería la hipnotizaba. “Hieronymos”, con su energía vibrante y carisma innegable, había conquistado su corazón sin siquiera notarlo.
“Anairam”, perdida entre los golpes rítmicos, no pudo evitar enamorarse en cada redoble de tambor.
En la mesa 11, “Aleiram” la mujer que entre números, había vivido más de una vez la ilusión de un amor que parecía perfecto, pero que se desvanecía con el tiempo, como la brisa que acaricia un instante y se aleja. Cada intento fallido la llenaba de lecciones y nuevos comienzos. Mientras tanto, ella se enfocaba en sí misma, en crecer, en ser su propia mejor compañía, con la convicción de que el amor llegaría, no como salvación, sino como el complemento de su vida.
“Aleiram”miraba a “Hernándo”, quien tocaba el contrabajo con una serenidad que la dejó sin aliento. Cada nota parecía resonar directamente en su pecho, haciendo que su corazón latiera al compás de la música. “Hernándo”, absorto en su instrumento, no podía imaginar que su música había conquistado a una nueva admiradora.
Vicente Van Dos,el pintor que quedaba ciego al entrar al bar, sentado en su esquina habitual, escuchaba cada palabra, cada acorde. Aunque ciego, sentía las formas a través de la música. Sus manos, guiadas por el sonido de la voz de “Hannah”, comenzaban a moverse sobre el lienzo. Pintaba con rapidez y soltura, dejando que los matices de su voz se convirtieran en colores y formas. Mientras pintaba, sonreía al saber que su ceguera temporal no le impedía captar la esencia de “Hannah”. El cuadro era una interpretación abstracta, pero en el fondo, todos sabían que lo que “Vicente” había plasmado era el alma misma de “Hannah”.


A medida que los minutos pasaban y las notas se entrelazaban, la puerta del bar se abrió con suavidad. Era “Doña Estetoscopio”, quien entró buscando a “Nesquik”. Al encontrarlo en su mesa habitual, se sentó junto a él en la mesa 15q, y ambos se sumergieron en la atmósfera que “Los Fisiológicos” creaban. La música, los amores que florecían en las mesas, y la complicidad de estar juntos en ese momento eran todo lo que necesitaban.
A medida que la noche avanzaba, el amor flotaba en el aire. “Seni”, “Anairam” y “Aleiram” no podían apartar los ojos de los músicos, completamente enamoradas de ellos, mientras que “Hannah” seguía cantando, aparentemente consciente de los corazones que había conquistado. “Vicente” seguía pintando, reflejando en su obra el alma de cada nota que salía de la voz de “Hannah”. Ella se sintió alagada por cada trazo que “Vincet” dibujó, como si la conociera desde lo mas profundo. “Hannah” supo que sin verla pudo tocar una fibra de su corazón. Tal vez el comienzo de una nueva historia de pasión en el “Bar de los Indignos”.

La noche continuó con los acordes vibrando en el aire, y mientras las miradas cómplices entre “Seni”, “Anairam”, y “Aleiram” brillaban, “Los Fisiológicos”” seguían tocando, sin saber que esa noche, además de monedas en la gorra, habían ganado el amor de tres corazones que nunca serían los mismos.