El "Bar de los Indignos"

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“Torat” la que robaba almas en el “Bar de los Indignos”

Torat” entraba al “Bar de los Indignos” con pasos sigilosos, su presencia siempre rodeada de una bruma de misterio. Las luces tenues del lugar apenas tocaban el suelo, y las conversaciones se apagaban a su paso, mientras las miradas se dirigían hacia la tarotista que recorría las mesas con una baraja en mano. Su manto oscuro parecía fluir con una vida propia, y sus ojos, dos pozos insondables, buscaban a las mujeres que necesitaban respuestas, aunque ellas aún no lo supieran.

En la mesa 9, se sentó una mujer de cabello rizado, ansiosa por preguntar. El nombre de la mujer era Anabel, pero en el bar la conoció como "La que ama en silencio".

Quiero saber qué siente por mí dijo Anabel, sus manos temblando mientras Torat desplegaba las cartas en abanico frente a ella.

Torat movió las cartas con una precisión asombrosa, su mirada fija en Anabel. Luego le indicó que eligiera una. Anabel escogió una carta sin dudar, con el corazón palpitando fuerte en su pecho. Apenas la carta tocó la mesa, algo sucedió. El rostro de Anabel se reflejó en la carta, como si la misma carta hubiera absorbido su esencia. Un destello de luz fugaz iluminó el bar, pero nadie pareció notarlo, excepto Torat.

El amor que sientes no es correspondido, pero tu alma lo anhela con tal fervor que está dispuesta a esperar hasta que duela. Torat levantó la carta, y mientras lo hacía, Anabel se quedó inmóvil, como si algo en su interior hubiera sido arrancado.

Anabel parpadeó, como si acabaría de despertar de un sueño profundo, pero algo en sus ojos parecía haberse apagado. Torat guardó la carta en su mazo, como si ese rostro ahora le perteneciera.

En otra esquina, Estela, conocida como "La eterna optimista", no dejaba de mirar hacia la mesa donde había estado su última cita fallida. Su rostro reflejaba la esperanza que aún persistía, pero sus manos temblaban de duda.

¿Me amará algún día? preguntó, cuando Torat se le acercó.

El amor que buscas en otros no puede llenar lo que te falta dentro respondió Torat, mientras la carta que Estela eligió absorbía la desesperada necesidad de afecto de la mujer. Al levantar la carta, el alma de Estela también fue absorbida, su esencia reflejada en ella.

Estela, como Anabel, parecía no notar que algo dentro de sí había cambiado, pero en su mirada ya no había la misma chispa. La esperanza seguía allí, pero ahora vacía, un reflejo hueco de lo que sintió.

A lo largo de la noche, más y más mujeres se acercaban a Torat, cada una buscando respuestas sobre amores no correspondidos, amantes perdidos o esperanzas inciertas. Y con cada lectura, Torat se llevaba algo más que la pregunta. Las almas de esas mujeres quedaban atrapadas en las cartas, donde sus rostros aparecían por un instante, congelados en el reflejo de su propia desesperación.

Al terminar la noche, Torat reconoció su mazo, lleno de las almas de las mujeres que habían acudido a ella en busca de respuestas. Se levantó de su silla y se despidió en silencio, su manto rozando el suelo mientras salía por la puerta. Las mujeres en el bar no parecían darse cuenta de lo que habían perdido, pero sus almas ahora pertenecían a Torat, guardadas entre los pliegues de su manto oscuro

Así, la tarotista se desvaneció en la oscuridad, llevando consigo las historias de amor que jamás se contarían, y las almas de quienes se atrevieron.

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