Casapalabras 39

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geografías durante y posdictadura de Augusto Pinochet. Es marica pero escribe bien Es marica pero es buen amigo Súper-buena-onda Lemebel lo pone en evidencia en su manifiesto Hablo por mi diferencia (1986), y responde: Yo no soy buena onda Yo acepto al mundo Sin pedirle esa buena onda […] Mi hombría me la enseñó la noche Detrás de un poste […] Mi hombría la aprendí participando En la dura de esos años Y se rieron de mi voz amariconada Gritando: Y va a caer, y va a caer Y aunque usted grita como hombre No ha conseguido que se vaya Mi hombría fue la mordaza No fue ir al estadio Y agarrarme a combos por el Colo Colo […] Yo no pongo la otra mejilla Pongo el culo, compañero Y esa es mi venganza […] Pedro Lemebel traslada su experiencia a la palabra que viaja junto a él arrimada en su camino. La que escucha y reescribe en un cuento, en una crónica. Como una estrella marina en la ‘Canción para un niño boliviano que nunca vio la mar’, como un ladrillo más en Adiós mariquita linda (2004). Cómo te lo digo, niño boliviano, cómo alargo la palabra m-a-r, y que ahorita zumbe en tus oídos como mil abejas moluscas, como millones de susurros que salpican tu carita aymara con su aliento maternomar-tierno-mari-maternal […]. Era como tener el cielo derramado a mis infantiles pies. Era como ver el cielo al revés, un cielo vivo, bramando, aullando ecos de be stias submarinas.

Para Nelly Richard, teórica cultural, la palabra escrita de Lemebel es la de un cronista viajero que renuncia a lo conocido y que se alarga a la aventura de otra geografía. Richard habla en Éxodos, muerte y travestismo (2006) sobre la barroquización del deseo en Lemebel. Como el único subterfugio que permite a los cuerpos insumisos burlar la rigidez y la escasez. Y es que Lemebel es el barroco en sensaciones exploradas y expresadas en acciones y en palabras; en su arte y su escritura. Es una voluta, un arabesco, un mordente más en el neobarroco de América Latina. En su única novela escrita: Tengo miedo torero (2001), enriquece un cuento evidente, el de la represión, la subversión y el atentado, y lo torna extenso en ornamentaciones, juegos de palabras, hipérboles y rimbombancias, varias referencias populares, proliferación, elipsis, carnavalización, sustitución y desplazamiento —código que remite al código y código que envía fuera de él—; parodias y complejidades retóricas que enriquecen la poética del autor. El cuento evidente se engalana en forma para convertirse en novela, para novelarse y hasta radionovelarse con la fidelidad de la onda corta en la frecuencia de consumo de lo kitsch. Es una historia de dictadura dentro de la dictadura en la que el amor de pareja homosexual subyace en la fabulación de la Loca del Frente, su protagonista. Y ella, en su imaginación, la reconvierte en un amor dictatorial con toda la fantasía posible que devanea por su mente. Ella ama a su revolucionario en pensamiento y deseo, y, por esa noche de fiesta en su casa, única noche de contacto con su esencia seminal, lo consume en un acto no carente de plasticidad. La Loca del Frente acomete en una acción estética propia del sentido artístico de su creador. Al siguiente día, anes-

Todo este sustento teórico del estilo neobarroco es importante pero no esencial para Pedro Lemebel, pues él no es un teórico, ni de lejos. Es un activista de la palabra que interviene engalanada por los —tal como él los describía— floreteos maricoides. Ese era su barroquismo auténtico.

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